Desde su aparición en 1925, la revista estadounidense The New Yorker tomó la decisión de acompañar sus artÃculos con pequeñas viñetas. Situadas habitualmente en las esquinas inferiores, estos dibujos aligeran la lectura de artÃculos en los que no abundan precisamente las fotografÃas o las ilustraciones.

Esas viñetas auxiliares eran siempre realizadas por diferentes autores. Figuras como Charles Addams, Peter Arno, George Price, Alex Gregory o Matthew Diffee, cada uno de ellos con un estilo personal y diferente. Tanto es asà que, en opinión del escritor Luc Sante, «daba la impresión de que el departamento de arte organizaba y utilizaba este tipo de viñetas atendiendo sobre todo a su tamaño».

En los últimos tiempos esa polÃtica ha cambiado. Ahora los responsables de la revista encargan a un solo autor la totalidad de las viñetas auxiliares. Lo que comenzó como una solución aplicable a un número especial de la revista, se convirtió en un proceso habitual que aporta coherencia conceptual y estética a la revista.


Uno de los autores elegidos para esta labor fue Richard McGuire, autor del aclamado Aquà y colaborador habitual de The New Yorker, cabecera para la que ha realizado numerosas cubiertas.
Aunque el encargo de los editores solo contemplaba que las ilustraciones tuvieran el mismo estilo, McGuire llevó la propuesta un poco más allá: «Coincidió que, cuando me contactaron, estaba dirigiendo una pelÃcula animada y tal vez por ello se me ocurrió que los dibujos podÃan componer una secuencia narrativa».









De esta forma, la propuesta de McGuire ponÃa fin a una tradición que llevaba décadas arraigada entre los lectores. Una innovación creativa que, justamente por eso, resultaba tan apasionante como arriesgada.
«Cuando aparecieron mis secuencias narrativas, la revista recibió numerosas cartas de lectores. ReconocÃan que les habÃa sorprendió la propuesta y afirmaban también que les habÃa gustado. Los editores, por su parte, aprovecharon para hacer un reportaje hablando de lo innovador de la idea y, lo que iba a ser algo puntual, se ha convertido en algo habitual».
Además de por su secuencia narrativa, los dibujos de McGuire se caracterizan por su asombrosa simplicidad. Apenas unas lÃneas sin texturas, sombras o detalles superfluos.
«Era necesario que los dibujos fueran muy sencillos para que se leyeran sin problemas. Piensa que el tamaño son 4,5×3 centÃmetros. Además es un formato muy raro porque cada dibujo se interrumpe por varias páginas de texto. Esto es lo que hace que no se puedan leer como simples cómics ni puedan ser considerados como meros chistes. Aunque son divertidos, no tienen un gag al final».









Para Richard McGuire, dibujar estas historias de diminutos dibujos, sin palabras y en grupos de, más o menos, siete viñetas es lo más parecido a escribir un haiku. De hecho, su intención al recopilarlas en el libro Dibujos secuenciales (editado en España por Salamandra graphics) era que el lector las disfrutase como si se tratara de esos poemas japoneses.
«El germen del libro fue la animación. Sin embargo y aunque me encantan los flip-books, esos libros que al pasar las páginas hacen que se animen los dibujos, no querÃa hacer eso con este trabajo. QuerÃa algo más sosegado. Mi intención era que cada dibujo fuera apareciendo de manera lenta. Que se viera uno cada vez. De esa forma, podÃa conseguir que el lector disfrutase de la narración al mismo tiempo que apreciaba cada ilustración de forma individual».








