Escritores como Antonio Machado, Magnus Enzensberger, Nani Balestrini o Raymond Queneau tontearon con la idea de confeccionar un sistema del que manara poesÃa automática. Algunos llegaron a inventarlo y crearon una cantidad de contenido cuya lectura exigirÃa más de 200 años.
Su aspecto se asemejaba, según contó la web Página 12, a un panel de llegadas y salidas de una estación. La musa computacional se iluminaba fácilmente. Bastaba con pulsar un botón y el cachivache inventaba un poema de seis versos cada 30 segundos. Si se dejaba enchufado mucho tiempo, se corrÃa el riesgo de que acumulara una cantidad de estrofas mayor a la escrita durante toda la historia.
Explicaciones de la composición del poema ‘Tape Mark I’ de Balestrine
Sin embargo, una de las ideas más estrambóticas surgió del genio sevillano Antonio Machado, defensor del alma y el calor de las letras. Tuvo que inventar un alter ego, Juan de Mairena, para que este inventara otro personaje, Jorge Meneses, que pudiera ocuparse de fabricar una «máquina de trovar».
Esta ensoñación del Machado desdoblado, con el avance de la tecnologÃa, acabó entrando en el terreno de lo posible. El estado sentimental que en los años 30 habÃa que captar del aire vive hoy en internet. El artista plástico Gustavo Romano se dio cuenta.
Con el proyecto IP Poetry, Romano desarrolló un sistema informático que generaba poesÃa alimentándose del material textual de la red. Unas bocas robóticas, tipo loquendo, llamadas IP Bots, recitaban poemas que se artesonaban de manera automática.
Recitador autómata del proyecto IP Poetry
En realidad, la culpa de estas pajas mentales la tiene un mono. La historia de esta vocación por externalizar la creación literaria nace, probablemente, de un simio inmortal. El teorema del mono infinito sentenció que un macaco, pulsando teclas al azar en una máquina de escribir durante toda la eternidad, llegarÃa a parir cualquier obra maestra de la literatura universal. La idea la planteó Émile Borel en 1913, pero no fue muy reivindicada por los escritores por lo que tiene de humillante.
Al final, la respuesta es mucho más profana. Con tantas invenciones (y fantasÃas de invenciones), los poetas sólo buscaban una cosa: que se les leyera.
Escritores como Antonio Machado, Magnus Enzensberger, Nani Balestrini o Raymond Queneau tontearon con la idea de confeccionar un sistema del que manara poesÃa automática. Algunos llegaron a inventarlo y crearon una cantidad de contenido cuya lectura exigirÃa más de 200 años.
Su aspecto se asemejaba, según contó la web Página 12, a un panel de llegadas y salidas de una estación. La musa computacional se iluminaba fácilmente. Bastaba con pulsar un botón y el cachivache inventaba un poema de seis versos cada 30 segundos. Si se dejaba enchufado mucho tiempo, se corrÃa el riesgo de que acumulara una cantidad de estrofas mayor a la escrita durante toda la historia.
Explicaciones de la composición del poema ‘Tape Mark I’ de Balestrine
Sin embargo, una de las ideas más estrambóticas surgió del genio sevillano Antonio Machado, defensor del alma y el calor de las letras. Tuvo que inventar un alter ego, Juan de Mairena, para que este inventara otro personaje, Jorge Meneses, que pudiera ocuparse de fabricar una «máquina de trovar».
Esta ensoñación del Machado desdoblado, con el avance de la tecnologÃa, acabó entrando en el terreno de lo posible. El estado sentimental que en los años 30 habÃa que captar del aire vive hoy en internet. El artista plástico Gustavo Romano se dio cuenta.
Con el proyecto IP Poetry, Romano desarrolló un sistema informático que generaba poesÃa alimentándose del material textual de la red. Unas bocas robóticas, tipo loquendo, llamadas IP Bots, recitaban poemas que se artesonaban de manera automática.
Recitador autómata del proyecto IP Poetry
En realidad, la culpa de estas pajas mentales la tiene un mono. La historia de esta vocación por externalizar la creación literaria nace, probablemente, de un simio inmortal. El teorema del mono infinito sentenció que un macaco, pulsando teclas al azar en una máquina de escribir durante toda la eternidad, llegarÃa a parir cualquier obra maestra de la literatura universal. La idea la planteó Émile Borel en 1913, pero no fue muy reivindicada por los escritores por lo que tiene de humillante.
Al final, la respuesta es mucho más profana. Con tantas invenciones (y fantasÃas de invenciones), los poetas sólo buscaban una cosa: que se les leyera.
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