31 de marzo 2017    /   CREATIVIDAD
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Durante la Gran Depresión la moda era vestirse con sacos de harina

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harina

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La Gran Depresión sumió a las familias de Estados Unidos en un estado de pobreza inimaginable. Ni ellos mismos, que antes del crack del 29 habían disfrutado de una época de prosperidad y desarrollo inusual en su historia, podían pensar que llegarían al extremo que documentaron las fotografías de Walker Evans o Dorothea Lange.

Las penurias de los habitantes norteamericanos eran tales que la prioridad absoluta fue conseguir alimentos. Todo lo demÔs era lujo. El vestir se convirtió en algo secundario. La escasez llevó a muchos de ellos a vestirse con harapos.

Había que recurrir a lo poco que se tenía. Cualquier cosa era susceptible de ser reutilizada. Los sacos de harina se convirtieron así, en la solución que encontraron algunas mujeres para vestir a sus hijos y a sí mismas. Y no sólo eso: también servían como trapos, toallas o cortinas. En ocasiones, incluso fueron utilizados para crear muñecos y juguetes.

Cuando los fabricantes de harinas y piensos para animales tuvieron noticia de estos hechos, decidieron ayudar a esas familias de una forma sencilla y con un coste que pudieran asumir, pues ellos tampoco pasaban por la mejor de las Ʃpocas.

Conscientes del uso que las mujeres daban a sus sacos, empezaron a fabricarlos con telas estampadas. De esa forma, los vestidos o trapos que se confeccionasen a partir de ellas serían mÔs atractivas que las aburridas y Ôsperas telas de yute.



El éxito de la propuesta fue tal que las empresas fabricantes decidieron incluso imprimir los textos legales e informativos en etiquetas de papel o en una tinta que podía ser eliminada con un par de lavados. De esa forma, la tela podía ser usada en su totalidad.

No faltaron incluso fabricantes que, junto con los sacos, imprimieron anuncios donde se daban consejos, ideas o patrones para confeccionar ciertas prendas.



Lo que en principio fue una solución de urgencia durante la Gran Depresión acabó alargÔndose hasta después de la Segunda Guerra Mundial, casi entrados los años 50. Durante la guerra, todo estaba destinado a proveer al ejército combatiente. Las fÔbricas textiles mÔs importantes se dedicaban casi totalmente a la producción de uniformes y otras prendas militares. Por ello, las marcas de harinas tuvieron sustituir a estas empresas para abastecer de telas a la población mÔs humilde.

Finalizada la guerra y la crisis económica gracias a la recuperación propiciada por la reconstrucción europea durante la posguerra, la población estadounidense ya no necesitó solucionar los problemas de vestido recurriendo a los sacos.

Los sacos de papel sustituyeron a los de algodón. Los vestidos confeccionados con ellos pasaron a formar parte del pasado.

A finales de 2016, la escritora y editora Linzee Kull McCray publicó el libro Feed Sacks: The Colorful History of a Frugal Fabric, un volumen que se presentaba envuelto en diferentes papeles que reproducían esas telas y que rescataba la historia de este fenómeno con infinidad de datos y fotografías.

Para promocionar el libro, la editorial Uppercase Magazine organizó una exposición en la que se podían contemplar algunos de los sacos originales. Algo difícil de conseguir pues la mayor parte de ellos se convirtieron en prendas que consiguieron dignificar aunque fuera mínimamente a una población totalmente devastada.

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La Gran Depresión sumió a las familias de Estados Unidos en un estado de pobreza inimaginable. Ni ellos mismos, que antes del crack del 29 habían disfrutado de una época de prosperidad y desarrollo inusual en su historia, podían pensar que llegarían al extremo que documentaron las fotografías de Walker Evans o Dorothea Lange.

Las penurias de los habitantes norteamericanos eran tales que la prioridad absoluta fue conseguir alimentos. Todo lo demÔs era lujo. El vestir se convirtió en algo secundario. La escasez llevó a muchos de ellos a vestirse con harapos.

Había que recurrir a lo poco que se tenía. Cualquier cosa era susceptible de ser reutilizada. Los sacos de harina se convirtieron así, en la solución que encontraron algunas mujeres para vestir a sus hijos y a sí mismas. Y no sólo eso: también servían como trapos, toallas o cortinas. En ocasiones, incluso fueron utilizados para crear muñecos y juguetes.

Cuando los fabricantes de harinas y piensos para animales tuvieron noticia de estos hechos, decidieron ayudar a esas familias de una forma sencilla y con un coste que pudieran asumir, pues ellos tampoco pasaban por la mejor de las Ʃpocas.

Conscientes del uso que las mujeres daban a sus sacos, empezaron a fabricarlos con telas estampadas. De esa forma, los vestidos o trapos que se confeccionasen a partir de ellas serían mÔs atractivas que las aburridas y Ôsperas telas de yute.



El éxito de la propuesta fue tal que las empresas fabricantes decidieron incluso imprimir los textos legales e informativos en etiquetas de papel o en una tinta que podía ser eliminada con un par de lavados. De esa forma, la tela podía ser usada en su totalidad.

No faltaron incluso fabricantes que, junto con los sacos, imprimieron anuncios donde se daban consejos, ideas o patrones para confeccionar ciertas prendas.



Lo que en principio fue una solución de urgencia durante la Gran Depresión acabó alargÔndose hasta después de la Segunda Guerra Mundial, casi entrados los años 50. Durante la guerra, todo estaba destinado a proveer al ejército combatiente. Las fÔbricas textiles mÔs importantes se dedicaban casi totalmente a la producción de uniformes y otras prendas militares. Por ello, las marcas de harinas tuvieron sustituir a estas empresas para abastecer de telas a la población mÔs humilde.

Finalizada la guerra y la crisis económica gracias a la recuperación propiciada por la reconstrucción europea durante la posguerra, la población estadounidense ya no necesitó solucionar los problemas de vestido recurriendo a los sacos.

Los sacos de papel sustituyeron a los de algodón. Los vestidos confeccionados con ellos pasaron a formar parte del pasado.

A finales de 2016, la escritora y editora Linzee Kull McCray publicó el libro Feed Sacks: The Colorful History of a Frugal Fabric, un volumen que se presentaba envuelto en diferentes papeles que reproducían esas telas y que rescataba la historia de este fenómeno con infinidad de datos y fotografías.

Para promocionar el libro, la editorial Uppercase Magazine organizó una exposición en la que se podían contemplar algunos de los sacos originales. Algo difícil de conseguir pues la mayor parte de ellos se convirtieron en prendas que consiguieron dignificar aunque fuera mínimamente a una población totalmente devastada.

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Opiniones 4
  • Es increĆ­ble que hoy en dĆ­a, la gente pague por comprar ropa rota, pantalones de denim con grandes agujeros, camisetas con hoyos literales, que parecen vestuario de zombies… y sin tener necesidad!
    Mientras que en esa Ć©poca, la gente se vestĆ­a de sacos de harina y hacĆ­a su mejor esfuerzo por convertirlos en algo lindo, para que no parecieran precisamente los harapos que se usan hoy en dĆ­a… el mundo estĆ” loco!

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