Sea162 se pone la música, se quita la ropa y empieza a pintar. Entra en una especie de trance creativo. Él está solo en medio de la naturaleza, pintando en pelotas, trepando por enormes rocas, usando sus manos para proyectar trazos. Mezcla febrilmente pigmentos naturales para crear su pintura. Baila, pinta, se zambulle en el rÃo para ver con perspectiva su trabajo. Hay algo de salvaje en todo esto. Algo de instintivo y brutal. «En esos momentos me siento como un animal», reconoce el artista.
Es el método de trabajo de un hombre que se pasó del arte urbano al arte rural. O más bien al arte rupestre, pues Sea no pinta tanto sobre muros y paredes sino sobre rocas. «No sé muy bien si es rupestre, rústico o pintura mural. La verdad es que yo me pongo a hacer lo que me sale, y luego la gente que sepa de palabras y definiciones ya me dirá qué es esto», asegura sonriente. Sea es un hombre acostumbrado a experimentar. En el pasado pintó sobre cristales e incluso con cogollos de marihuana, pero la cosa, además de curiosa, era bastante cara. Pero empecemos su historia por el principio.
Sea se llama Alonso, pero todos le conocen por su nombre de guerra, y asà pide ser llamado. Empezó a pintar en Madrid por consejo de un policÃa. Le pillaron haciendo un grafiti en Torrelodones, un pueblo madrileño cercano a su Villalba natal. Y le dijeron, «Si quieres que te vea la gente bájate a la gran ciudad, pero no molestes aquà en el pueblo». El chaval les hizo caso. «No sabÃa si eso era legal o ilegal, asà que me puse a pintar en una callejuela al lado de la Gran VÃa a las seis de la tarde», recuerda. Asà se fue curtiendo en el grafiti y encontró su sitio, entre Villalba y Madrid. Fue precisamente en la carretera que une ambas poblaciones donde Sea acabó de definir su estilo.

El Ayuntamiento de Torrelodones le pidió que hiciera un mural en la autopista, en unos parasonidos. TenÃa que hacer algo que se integrara con el entorno, que disimulara aquellos mamotretos sin distraer demasiado a los conductores. «Me sentà muy cómodo haciéndolo, eran patrones geométricos, texturas de naturaleza, elementos figurativos… Mientras lo hacÃa me decÃa: esto es genial». Asà que decidió integrarlo en su pintura.
El primer sitio donde empezó a implementar ese nuevo estilo fue la cantera de su pueblo, en la poza donde se van a bañar los villalbinos en verano. Él iba allà a menudo y veÃa el espacio muy degradado, asà que con un colega decidió limpiarlo y escribir un mensaje sutil, que animara a quienes allà se acercaban a respetar el espacio en comunión con la naturaleza. «EscribÃ, “No tirar basura, cabrones”». Los cabrones siguieron tirando basura, y pintando grafitis, asà que para cuando volvió a plantearse hacer una nueva limpieza e intervención, pensó en un mural más ambicioso.
En un principio quiso recrear los jardines de Bomarzo, una serie de esculturas monstruosas talladas en piedra en la provincia italiana de Viterbo. Pero una vez metido en faena se fijó en una roca y empezó a buscarle formas, a difuminar con su imaginación los bordes toscos de la cantera hasta encajarla en una figura concreta. «Y vi un feto, lo vi clarÃsimo». Asà que lo pintó.

Sea no tiene formación artÃstica, pero tiene una pasión que le lleva a aprender constantemente, no solo sobre arte. Para realizar sus enormes murales también aprendió escalada. «El primer dÃa me planté allà con una escalera, pero no daba, asà que un colega me presentó a otro que tenÃa equipo de escalada. Me daba cosa, pero estaba con el subidón de que querÃa hacer el mural, asà que aprendû. Pintar colgado de un arnés no es cómodo. No te puedes alejar de la obra para coger perspectiva, asà que Sea se pasa las intervenciones arriba y abajo, dibujando y comprobando.
También ha aprendido mucho sobre tierras y pigmentos. Su primera intervención fue con grafiti, pero cuando le propusieron una segunda, en un espacio natural y no degradado, desechó la idea de tirar de espray. Fue en Garcibuey, un pueblo de Salamanca. Probó entonces a experimentar el mundo de los pigmentos naturales y preguntó a alguien del pueblo. Desde entonces, ha repetido varias veces con pigmentos naturales. Antes de empezar una intervención, contacta con alfareros locales para preguntarles por las propiedades de sus tierras.

Todas estas obras en espacios naturales se engloban en el proyecto Through the rock, que le ha llevado a parajes aislados dentro y fuera de España. También tiene otro proyecto, Entre Tierras, en el que usa las tierras volcánicas de Canarias para pintar las paredes de sus pueblos. Y otro en el que hace murales más clásicos sobre paredes, aunque ya no baja a Madrid para hacerlos.
Los pinta en el entorno rural, casi en el forestal, interviniendo en las columnas de puentes, carreteras elevadas y otras grandes infraestructuras. Aquà también tiene en cuenta el entorno natural, integrando su obra en el paisaje e incluso disimulando, fundiendo, los tochos de cemento en la naturaleza. En el fondo es el gran nexo de unión de una obra extensa y heterogénea, un respeto brutal por el entorno y unas ganas de mejorarlo sin avasallar.