5 de agosto 2021    /   BUSINESS
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 ImĆ”genes: Biblioteca Nacional de EspaƱa

SeƱoritas detectives: investigadoras privadas pioneras en un campo de nabos

5 de agosto 2021    /   BUSINESS     por          ImĆ”genes: Biblioteca Nacional de EspaƱa
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En 1930, Dorothy Sayers publicó el que posiblemente sea el libro mÔs meta de toda la edad dorada de la novela de misterio. La historia arranca cuando una popular escritora de novelas de detectives, Harriet Vane, es acusada de haber asesinado a su exnovio. Lord Peter Wimsey, el aristócrata investigador que protagoniza las novelas de Sayers, tiene de que descubrir la verdad del asunto y si Vane, un trasunto de la propia Sayers, es o no una asesina. Por hacer aún mÔs autobiogrÔfica la historia, el muerto es, en realidad, la versión literaria de la expareja de la propia autora.

No sƩ si puede considerar spoiler desvelar parte de la trama de una serie de novelas que se publicaron hace ya casi 100 aƱos, pero tras el punto final de Strong Poison (hace bastante que no se editan las novelas de Sayers en EspaƱa, pero en bibliotecas y librerƭas de viejo se puede encontrar como Veneno mortal), Harriet Vane acompaƱarƔ a lord Peter en las siguientes entregas resolviendo crƭmenes.

Se convertirƔ asƭ en la mujer protagonista de unas novelas escritas tambiƩn por una mujer. Y, al fin y al cabo, las mujeres tenƭan una presencia clara en esa edad dorada de la novela de misterio: muchas de esas historias salƭan de sus mƔquinas de escribir, como las de la gran reina literaria del gƩnero, Agatha Christie.

Aun así, y a pesar de Christie, Sayers o la literaria Vane, si ahora se intenta imaginar a un detective de antaño, se pensarÔ en un hombre, vestido con una gabardina y envuelto en una especie de permanente niebla londinense, como si llevara a todas partes consigo una mÔquina de humo a lo estrella del pop. Vive rodeado de tremendos peligros y resuelve asesinatos que se cometen o bien en caserones en la campiña, o en sórdidos espacios urbanos.

seƱoritas detectives

La realidad es bastante diferente. Los detectives privados del pasado existieron, pero ni trabajaban solo con esos complejos casos —el mundo real es a veces bastante mĆ”s prosaico— ni eran misteriosos seƱores de gabardina. En ocasiones, ni siquiera eran seƱores.

Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, las mujeres fueron adentrÔndose en nuevas profesiones. Fue la época en la que aparecieron las telefonistas, las mecanógrafas o las telegrafistas, entre otras, pero también en la que las mujeres empezaron a resolver crímenes, al menos de forma profesional y con un sueldo.

Se suele considerar a Kate Warne como la primera mujer detective de la historia, posiblemente porque es la primera cuyo nombre conocemos de forma clara e incuestionable y porque trabajaba para una de las mÔs populares primeras agencias de detectives profesionales. Warne empezó a trabajar en la estadounidense agencia Pinkerton en la década de los 50 del siglo XIX, después de leer un anuncio de empleo en un periódico. Cuando consiguió convencer a Allan Pinkerton de que una mujer podía llegar a lugares e información que siempre estarían vedados a los hombres, se convirtió en la primera de las mujeres detectives de la agencia. No fue la única, porque su jefe comenzó a fichar mujeres y a posicionarlas en diferentes casos.

Todo lo de la agencia Pinkerton y su personal suena, aun asƭ, muy a pelƭcula de Hollywood, lo que lleva casi a dar por sentado que eso pasaba a ese lado del AtlƔntico, pero no del otro. Nada mƔs lejos de la realidad. En Europa, las agencias de detectives comenzaron tambiƩn a hacerse populares y a ofrecer sus servicios de forma recurrente entre finales del XIX y principios del XX. Lo hicieron incorporando a mujeres en sus plantillas.

En Reino Unido, un cambio en la ley de divorcios creó un bum de la profesión y también la necesidad de contar con «lady detectives» que pudiesen hacer un seguimiento de los potenciales infieles. En todo el continente, eran también las mujeres quienes trabajaban para los grandes almacenes, haciendo de detectives infiltradas para detectar ladrones.

En España no había lady detectives: había «señoritas detectives».  José Luis IbÔñez ha investigado sobre los orígenes de los detectives privados en la España de la época y, ademÔs de recuperar la historia de los Sherlock Holmes peninsulares (que así se vendían ellos), también ha seguido las huellas de esas primeras investigadoras. Sus conclusiones se pueden leer en Todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe.

Escribe IbƔƱez que Ā«aquellas detectives pioneras se enfrentaron a muchos prejuiciosĀ». No solo las juzgaban por desempeƱar un trabajo considerado masculino, sino que ademĆ”s las Ā«policĆ­as privadasĀ» —como se llamaban en EspaƱa las agencias de detectives— tenĆ­an mala fama.

Muchas de ellas, explica el ensayista, camuflaban su verdadera profesión presentÔndose como secretarias o mecanógrafas. Pero estar, estaban.

”PAREN LAS ROTATIVAS! EL MISTERIO DE LAS AGENCIAS DE DETECTIVES 

Aunque las agencias de detectives tienen ese aura misteriosa y glamurosa del cine, lo cierto es que se puede reconstruir su historia con la prensa. Sus servicios se anuncian en los faldones e incluso en las menos brillantes secciones de anuncios por palabras de las cabeceras que se pueden encontrar en Prensa Histórica del Ministerio de Cultura o en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. «Las señoritas detectives y los agentes internacionales de la Agencia Hispania de Policía Privada lo descubren todo», prometía así el anuncio de una de estas agencias en 1914.

ĀæEn quĆ© y cómo trabajaban estas seƱoritas detectives? Los anuncios dan algunas —aunque escasas— pistas. La Agencia Internacional promete, tambiĆ©n por esas fechas, que sus mujeres detectives hacen Ā«vigilancias privadasĀ». Las seƱoritas tambiĆ©n hacen pesquisas. JosĆ© Luis IbƔƱez ha conseguido en su libro mĆ”s detalles sobre en quĆ© consistĆ­an exactamente esas vigilancias gracias a los casos judiciales de la Ć©poca. Su trabajo era similar al de los detectives hombres, que observaban y tomaban notas de quĆ© ocurrĆ­a. Alguna agencia, aƱade, insistĆ­a en sus anuncios en que sus detectives eran Ā«seƱoritas distinguidasĀ».

Aunque hoy nos vendría muy bien un reportaje siguiendo a alguna de estas pioneras detectives, los artículos que las sitúan como protagonistas absolutas son escasos. En 1914, cuando aparecen en Madrid las primeras señoritas detectives, una columna en El Tiempo insiste en esa idea de que las mujeres pueden llegar a Ôreas que los hombres no pueden alcanzar. También, eso sí, concluye que serÔn mÔs hÔbiles extrayendo información porque para lograrlo solo tienen que enamorar a sus investigados.

Mucho peor es la visión que aporta el conservador Heraldo Militar, donde su columnista estÔ harto de las mujeres «que quieren desempeñar cargos masculinos». «Y para terminar, yo aconsejaría a esas jóvenes que busquen novio, y que se casasen, y que después, ante una cuna, en la que habría un chiquillo muy mono, cantasen», indica, poniendo el estribillo de Que viene el coco como mÔxima aspiración femenina posible a resolver misterios.

El único reportaje que realmente parte de lo que hacen las mujeres detectives es el que publica Crónica en 1934. Nunca identifican, por razones obvias, a la detective, que lleva 8 meses trabajando en una agencia de Madrid y que investiga, sobre todo, a maridos infieles. Su trabajo consiste en seguirlos allÔ donde vayan para comprobar si lo que sospecha su mujer es o no cierto, para lo que se disfraza con lo que sea necesario y va a donde sea preciso, cabarets incluidos.

LA DETECTIVE MƁS FAMOSA DE LONDRES

Las señoritas detectives no solo se quedaban entre las piezas anónimas de la plantilla de las agencias de principios del siglo XX. A veces, como en las novelas de misterio, eran ellas las grandes protagonistas. José Luis IbÔñez ha identificado a la primera detective que tuvo su propia agencia en España. Se llamaba Carolina Bravo y montó en los años 20 una agencia en Barcelona, que prometía lograr informaciones tanto en el país como en el extranjero. Poco mÔs se sabe de ella: el ensayista le pierde la pista en 1926, cuando sus anuncios en prensa desaparecen.

Aunque para saber mƔs sobre estas lƭderes pioneras, el mejor ejemplo es el de Maud West, la mƔs popular lady detective en el Londres que va de 1905 a finales de los aƱos 30. Maud West era una presencia habitual en la prensa de la Ʃpoca, no solo en la britƔnica, con sus anuncios y reclamos, sino tambiƩn en la de otros paƭses en la que publicaba artƭculos en los que contaba sus investigaciones. La Maud West de la prensa parece casi un personaje mƔs de la novelesca edad dorada del crimen, pero era una persona real, como ha demostrado Susannah Stapleton en The Adventures of Maud West, Lady Detective. Stapleton ha peinado archivos y seguido pistas inesperadas para descubrir quiƩn era exactamente la detective.

Sus descubrimientos ayudan a visualizar cómo eran esas pioneras señoritas detectives. West era, al fin y al cabo, una de muchas mujeres que trabajaban como detectives en la época. Fue una, ademÔs, que supo crear una imagen pública ajustada a lo que se esperaba de una investigadora, siempre rodeada de peligros y altamente ingeniosa. En su agencia trabajaban varias personas, que investigaban cuestiones tan poco glamurosas como infidelidades para lograr divorcios.

Maud West posiblemente se hizo detective porque era una profesión que le permitía acceder a una fuente de ingresos y sostener así a su amplia familia: tenía un marido que trabajaba para ella y, mientras resolvía misterios y crímenes, tuvo seis hijos.

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En 1930, Dorothy Sayers publicó el que posiblemente sea el libro mÔs meta de toda la edad dorada de la novela de misterio. La historia arranca cuando una popular escritora de novelas de detectives, Harriet Vane, es acusada de haber asesinado a su exnovio. Lord Peter Wimsey, el aristócrata investigador que protagoniza las novelas de Sayers, tiene de que descubrir la verdad del asunto y si Vane, un trasunto de la propia Sayers, es o no una asesina. Por hacer aún mÔs autobiogrÔfica la historia, el muerto es, en realidad, la versión literaria de la expareja de la propia autora.

No sƩ si puede considerar spoiler desvelar parte de la trama de una serie de novelas que se publicaron hace ya casi 100 aƱos, pero tras el punto final de Strong Poison (hace bastante que no se editan las novelas de Sayers en EspaƱa, pero en bibliotecas y librerƭas de viejo se puede encontrar como Veneno mortal), Harriet Vane acompaƱarƔ a lord Peter en las siguientes entregas resolviendo crƭmenes.

Se convertirƔ asƭ en la mujer protagonista de unas novelas escritas tambiƩn por una mujer. Y, al fin y al cabo, las mujeres tenƭan una presencia clara en esa edad dorada de la novela de misterio: muchas de esas historias salƭan de sus mƔquinas de escribir, como las de la gran reina literaria del gƩnero, Agatha Christie.

Aun así, y a pesar de Christie, Sayers o la literaria Vane, si ahora se intenta imaginar a un detective de antaño, se pensarÔ en un hombre, vestido con una gabardina y envuelto en una especie de permanente niebla londinense, como si llevara a todas partes consigo una mÔquina de humo a lo estrella del pop. Vive rodeado de tremendos peligros y resuelve asesinatos que se cometen o bien en caserones en la campiña, o en sórdidos espacios urbanos.

seƱoritas detectives

La realidad es bastante diferente. Los detectives privados del pasado existieron, pero ni trabajaban solo con esos complejos casos —el mundo real es a veces bastante mĆ”s prosaico— ni eran misteriosos seƱores de gabardina. En ocasiones, ni siquiera eran seƱores.

Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, las mujeres fueron adentrÔndose en nuevas profesiones. Fue la época en la que aparecieron las telefonistas, las mecanógrafas o las telegrafistas, entre otras, pero también en la que las mujeres empezaron a resolver crímenes, al menos de forma profesional y con un sueldo.

Se suele considerar a Kate Warne como la primera mujer detective de la historia, posiblemente porque es la primera cuyo nombre conocemos de forma clara e incuestionable y porque trabajaba para una de las mÔs populares primeras agencias de detectives profesionales. Warne empezó a trabajar en la estadounidense agencia Pinkerton en la década de los 50 del siglo XIX, después de leer un anuncio de empleo en un periódico. Cuando consiguió convencer a Allan Pinkerton de que una mujer podía llegar a lugares e información que siempre estarían vedados a los hombres, se convirtió en la primera de las mujeres detectives de la agencia. No fue la única, porque su jefe comenzó a fichar mujeres y a posicionarlas en diferentes casos.

Todo lo de la agencia Pinkerton y su personal suena, aun asƭ, muy a pelƭcula de Hollywood, lo que lleva casi a dar por sentado que eso pasaba a ese lado del AtlƔntico, pero no del otro. Nada mƔs lejos de la realidad. En Europa, las agencias de detectives comenzaron tambiƩn a hacerse populares y a ofrecer sus servicios de forma recurrente entre finales del XIX y principios del XX. Lo hicieron incorporando a mujeres en sus plantillas.

En Reino Unido, un cambio en la ley de divorcios creó un bum de la profesión y también la necesidad de contar con «lady detectives» que pudiesen hacer un seguimiento de los potenciales infieles. En todo el continente, eran también las mujeres quienes trabajaban para los grandes almacenes, haciendo de detectives infiltradas para detectar ladrones.

En España no había lady detectives: había «señoritas detectives».  José Luis IbÔñez ha investigado sobre los orígenes de los detectives privados en la España de la época y, ademÔs de recuperar la historia de los Sherlock Holmes peninsulares (que así se vendían ellos), también ha seguido las huellas de esas primeras investigadoras. Sus conclusiones se pueden leer en Todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe.

Escribe IbƔƱez que Ā«aquellas detectives pioneras se enfrentaron a muchos prejuiciosĀ». No solo las juzgaban por desempeƱar un trabajo considerado masculino, sino que ademĆ”s las Ā«policĆ­as privadasĀ» —como se llamaban en EspaƱa las agencias de detectives— tenĆ­an mala fama.

Muchas de ellas, explica el ensayista, camuflaban su verdadera profesión presentÔndose como secretarias o mecanógrafas. Pero estar, estaban.

”PAREN LAS ROTATIVAS! EL MISTERIO DE LAS AGENCIAS DE DETECTIVES 

Aunque las agencias de detectives tienen ese aura misteriosa y glamurosa del cine, lo cierto es que se puede reconstruir su historia con la prensa. Sus servicios se anuncian en los faldones e incluso en las menos brillantes secciones de anuncios por palabras de las cabeceras que se pueden encontrar en Prensa Histórica del Ministerio de Cultura o en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. «Las señoritas detectives y los agentes internacionales de la Agencia Hispania de Policía Privada lo descubren todo», prometía así el anuncio de una de estas agencias en 1914.

ĀæEn quĆ© y cómo trabajaban estas seƱoritas detectives? Los anuncios dan algunas —aunque escasas— pistas. La Agencia Internacional promete, tambiĆ©n por esas fechas, que sus mujeres detectives hacen Ā«vigilancias privadasĀ». Las seƱoritas tambiĆ©n hacen pesquisas. JosĆ© Luis IbƔƱez ha conseguido en su libro mĆ”s detalles sobre en quĆ© consistĆ­an exactamente esas vigilancias gracias a los casos judiciales de la Ć©poca. Su trabajo era similar al de los detectives hombres, que observaban y tomaban notas de quĆ© ocurrĆ­a. Alguna agencia, aƱade, insistĆ­a en sus anuncios en que sus detectives eran Ā«seƱoritas distinguidasĀ».

Aunque hoy nos vendría muy bien un reportaje siguiendo a alguna de estas pioneras detectives, los artículos que las sitúan como protagonistas absolutas son escasos. En 1914, cuando aparecen en Madrid las primeras señoritas detectives, una columna en El Tiempo insiste en esa idea de que las mujeres pueden llegar a Ôreas que los hombres no pueden alcanzar. También, eso sí, concluye que serÔn mÔs hÔbiles extrayendo información porque para lograrlo solo tienen que enamorar a sus investigados.

Mucho peor es la visión que aporta el conservador Heraldo Militar, donde su columnista estÔ harto de las mujeres «que quieren desempeñar cargos masculinos». «Y para terminar, yo aconsejaría a esas jóvenes que busquen novio, y que se casasen, y que después, ante una cuna, en la que habría un chiquillo muy mono, cantasen», indica, poniendo el estribillo de Que viene el coco como mÔxima aspiración femenina posible a resolver misterios.

El único reportaje que realmente parte de lo que hacen las mujeres detectives es el que publica Crónica en 1934. Nunca identifican, por razones obvias, a la detective, que lleva 8 meses trabajando en una agencia de Madrid y que investiga, sobre todo, a maridos infieles. Su trabajo consiste en seguirlos allÔ donde vayan para comprobar si lo que sospecha su mujer es o no cierto, para lo que se disfraza con lo que sea necesario y va a donde sea preciso, cabarets incluidos.

LA DETECTIVE MƁS FAMOSA DE LONDRES

Las señoritas detectives no solo se quedaban entre las piezas anónimas de la plantilla de las agencias de principios del siglo XX. A veces, como en las novelas de misterio, eran ellas las grandes protagonistas. José Luis IbÔñez ha identificado a la primera detective que tuvo su propia agencia en España. Se llamaba Carolina Bravo y montó en los años 20 una agencia en Barcelona, que prometía lograr informaciones tanto en el país como en el extranjero. Poco mÔs se sabe de ella: el ensayista le pierde la pista en 1926, cuando sus anuncios en prensa desaparecen.

Aunque para saber mƔs sobre estas lƭderes pioneras, el mejor ejemplo es el de Maud West, la mƔs popular lady detective en el Londres que va de 1905 a finales de los aƱos 30. Maud West era una presencia habitual en la prensa de la Ʃpoca, no solo en la britƔnica, con sus anuncios y reclamos, sino tambiƩn en la de otros paƭses en la que publicaba artƭculos en los que contaba sus investigaciones. La Maud West de la prensa parece casi un personaje mƔs de la novelesca edad dorada del crimen, pero era una persona real, como ha demostrado Susannah Stapleton en The Adventures of Maud West, Lady Detective. Stapleton ha peinado archivos y seguido pistas inesperadas para descubrir quiƩn era exactamente la detective.

Sus descubrimientos ayudan a visualizar cómo eran esas pioneras señoritas detectives. West era, al fin y al cabo, una de muchas mujeres que trabajaban como detectives en la época. Fue una, ademÔs, que supo crear una imagen pública ajustada a lo que se esperaba de una investigadora, siempre rodeada de peligros y altamente ingeniosa. En su agencia trabajaban varias personas, que investigaban cuestiones tan poco glamurosas como infidelidades para lograr divorcios.

Maud West posiblemente se hizo detective porque era una profesión que le permitía acceder a una fuente de ingresos y sostener así a su amplia familia: tenía un marido que trabajaba para ella y, mientras resolvía misterios y crímenes, tuvo seis hijos.

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