Cuando era pequeño, pensaba que de mayor tendría la vida de mis padres. Me veía a mí mismo casándome con mi novia de la Universidad. Teniendo dos hijos y un perro que el primero de ellos me metería en casa. Un monovolumen de primera mano para poder ir todos juntos a la playa en vacaciones (incluido el puñetero perro). Una hipoteca. Un grupo de nuevos padres–amigos con los que mi mujer y yo habríamos trabado amistad a la salida del colegio. Un trabajo estable.
Ahora que he alcanzado la edad en la que mis padres me tuvieron, sé que jamás tendré su vida.
Y al principio me agobiaba pensarlo. Suspiraba ante el tic-tac como un miembro más de la Generación Perdida: culpando al gobierno; culpando a la crisis del estado de bienestar; culpando a los contratos basura; culpando a mis propios padres por darme siempre todo lo que quise, haciéndome creer que /querer = tener/ sería una realidad capitalista infinita.
Hasta que me caí del Luis de Guindos y entendí que mi precariedad existencial era ¡lo mejor que podía pasarme! El mundo me estaba obligando a permanecer en la crisálida. Obviando las declaraciones trimestrales del IVA y cambiando horas de clase por horas laborales, mis días no eran tan distintos a los que veía pasar con diecisiete.
Todavía esperaba al viernes con impaciencia para hacer botellón, hablaba de follar con mis amigos y trasteaba con la guitarra como si fuese a reinventar el Folk.
De hecho, era la guitarra de mi padre. Que tuvo abandonada por casa y al preguntarle por qué nunca la tocaba contestó: «hay un tiempo para todo». Queriendo decirme que hay un tiempo para los punteos y otro diferente para los Planes de Pensiones.
Pero eso se acabó. Adiós. Las circunstancias nos han condenado a la eterna adultescencia. Y no tenemos que llorar por lo que nunca tendremos –una segunda residencia; una primera; un contrato indefinido que no tenga fin– sino alegrarnos por lo que JAMÁS añoraremos.
Si lo pensáis un momento, la mayoría de adultos reales de generaciones pasadas se levantaban cada mañana deseando hacer un American Beauty. Anhelando grapar la corbata de su jefe al escritorio, salir por la puerta al ritmo de Little Green Bag, comprar algo de hierba en la esquina e ir corriendo al Zara más próximo a probarse unos pantalones cortos.
(Antes de que también les infantilizaran a ellos, claro).
Nosotros estamos viviendo El Sueño. Quién quiere dolores de cabeza provocados por críos pudiendo tener resacas. Quién prefiere pagar una boda a descargarse Tinder gratuitamente. Quién se lo pasa mejor en Varadero que en las fiestas de su pueblo.
Y podríamos ir más allá. Podríamos imaginar una coalición de derechas llamada Juguemos, cuyo programa defendiese la desaparición de los últimos derechos y libertades individuales a cambio de piscinas de bolas. Toboganes para bajar al Metro. Carruseles en las rotondas. Norias para subir a los pisos más altos. Concursos de tiro al blanco para ganar turno en la charcutería. Una puta montaña rusa en el Acueducto de Segovia.
¿No seríamos todos felices como niños?
En ese estadio anterior al acné, el sexo y la velocidad. En la auténtica Edad de la Inocencia. Abuelos, padres, hermanos e hijos hipando de placer en una misma cuna gigante. Agarrando los bordes de la sábanas con nuestras manos delicadas, observando boquiabiertos el móvil sobre nuestras cabecitas. Que gira, gira, y vuelve a girar al ritmo de una delicada nana. Mientas una mano gigante y velluda, una mano de hombre, le da cuerda evitando rozar su Rolex Split.
Quienes escogen el reloj son los que nos retroceden en el tiempo.
Foto de portada: Shutterstock
Cuando era pequeño, pensaba que de mayor tendría la vida de mis padres. Me veía a mí mismo casándome con mi novia de la Universidad. Teniendo dos hijos y un perro que el primero de ellos me metería en casa. Un monovolumen de primera mano para poder ir todos juntos a la playa en vacaciones (incluido el puñetero perro). Una hipoteca. Un grupo de nuevos padres–amigos con los que mi mujer y yo habríamos trabado amistad a la salida del colegio. Un trabajo estable.
Ahora que he alcanzado la edad en la que mis padres me tuvieron, sé que jamás tendré su vida.
Y al principio me agobiaba pensarlo. Suspiraba ante el tic-tac como un miembro más de la Generación Perdida: culpando al gobierno; culpando a la crisis del estado de bienestar; culpando a los contratos basura; culpando a mis propios padres por darme siempre todo lo que quise, haciéndome creer que /querer = tener/ sería una realidad capitalista infinita.
Hasta que me caí del Luis de Guindos y entendí que mi precariedad existencial era ¡lo mejor que podía pasarme! El mundo me estaba obligando a permanecer en la crisálida. Obviando las declaraciones trimestrales del IVA y cambiando horas de clase por horas laborales, mis días no eran tan distintos a los que veía pasar con diecisiete.
Todavía esperaba al viernes con impaciencia para hacer botellón, hablaba de follar con mis amigos y trasteaba con la guitarra como si fuese a reinventar el Folk.
De hecho, era la guitarra de mi padre. Que tuvo abandonada por casa y al preguntarle por qué nunca la tocaba contestó: «hay un tiempo para todo». Queriendo decirme que hay un tiempo para los punteos y otro diferente para los Planes de Pensiones.
Pero eso se acabó. Adiós. Las circunstancias nos han condenado a la eterna adultescencia. Y no tenemos que llorar por lo que nunca tendremos –una segunda residencia; una primera; un contrato indefinido que no tenga fin– sino alegrarnos por lo que JAMÁS añoraremos.
Si lo pensáis un momento, la mayoría de adultos reales de generaciones pasadas se levantaban cada mañana deseando hacer un American Beauty. Anhelando grapar la corbata de su jefe al escritorio, salir por la puerta al ritmo de Little Green Bag, comprar algo de hierba en la esquina e ir corriendo al Zara más próximo a probarse unos pantalones cortos.
(Antes de que también les infantilizaran a ellos, claro).
Nosotros estamos viviendo El Sueño. Quién quiere dolores de cabeza provocados por críos pudiendo tener resacas. Quién prefiere pagar una boda a descargarse Tinder gratuitamente. Quién se lo pasa mejor en Varadero que en las fiestas de su pueblo.
Y podríamos ir más allá. Podríamos imaginar una coalición de derechas llamada Juguemos, cuyo programa defendiese la desaparición de los últimos derechos y libertades individuales a cambio de piscinas de bolas. Toboganes para bajar al Metro. Carruseles en las rotondas. Norias para subir a los pisos más altos. Concursos de tiro al blanco para ganar turno en la charcutería. Una puta montaña rusa en el Acueducto de Segovia.
¿No seríamos todos felices como niños?
En ese estadio anterior al acné, el sexo y la velocidad. En la auténtica Edad de la Inocencia. Abuelos, padres, hermanos e hijos hipando de placer en una misma cuna gigante. Agarrando los bordes de la sábanas con nuestras manos delicadas, observando boquiabiertos el móvil sobre nuestras cabecitas. Que gira, gira, y vuelve a girar al ritmo de una delicada nana. Mientas una mano gigante y velluda, una mano de hombre, le da cuerda evitando rozar su Rolex Split.
Quienes escogen el reloj son los que nos retroceden en el tiempo.
Foto de portada: Shutterstock
No es que ser adulto esté sobrevalorado… es que tenías una visión absurda de lo que era ser adulto! O una visión de niño rico!
Curiosidad.Para ti que es ser adulto¿.Probablemente difiera de todos de los de aqui.
Claro, porque tener trabajo fijo, dos hijos, un perro, y un coche que no sea de segunda mano (que también es lo que pensaba yo que tendría) debe ser una vida de ricachones. Mis padres ricos y yo sin saberlo.
Como comentario irónico es durísimo. Hace poco, como con mi hermano me llevo 14 años, supongo que pensé algo parecido. Viendo cómo los tiempos le han llevado a una vida precaria que para mí es lo normal, me di cuenta de cómo generaciones pasadas estaban acostumbradas a un nivel de vida que nunca llegaré a conocer. Nunca me parecerá normal comprar algo “bueno” porque lo barato sale caro, nunca me lo podré permitir. Pagar 25€ por una cena sólo ocurrirá alguna vez, muy de cuando en cuando, quizá una o dos veces al año. Tener vacaciones de verano en otra ciudad, una utopía, como tener ni siquiera hijos ni casi comprar un coche que no sea de segunda mano.
Mi propio hermano nunca se había planteado no tener seguro médico privado ni estar comparando tarifas de móvil para pagar menos, al modo de este padre de otra generación que no sabe la vida desechable que nos ha tocado. Y la que venga…
Pues a mi la gente de treinta y muchos que van de jovenes y alocados me dan una pereza,,, y se estan haciendo mayoria…
Me encanta tu concepto de adultescencia! Nosotras lo rebautizamos como ADOLESTREINTA! Jajaa! y como bien dices! Quien quiere ser mayor para tener que volver a aprender a ser pequeño! Con lo bien que yo vivo en una eterna edad del pavo! Y la cuestion no es que nos comportemos como cuando teniamos 15 sino que vivimos los 30 de otra manera que no es la de nuestros padres…de una manera mucho mejor! 🙂
Aquí otro al que los adolescentes treintañeros le dan una pereza de aupa. En mi opinión esta adultescencia responde al hecho de que el mundo globalizado ya no ofrece tantas oportunidades como antaño, hacerse un hueco en el mercado laboral está cada vez más difícil, y la precariedad abunda. En un sistema dónde la independencia del individuo es posible sólo si se tiene dinero, tenemos toda una generación de becarios que malviven con salarios escasos y que, en muchos casos, se ven obligados a retrasar su salida de la casa familiar hasta bien entrados en la treintena por ésta razón. Este retraso en la conquista de la independencia personal, en el sentirse económicamente independiente, hace que la mentalidad siga anclada en los 17 años, dónde la situación no era demasiado diferente, vivíamos sin preocupaciones, con una familia que nos alimentaba y nos cobijaba, y enajenados por nuestro pequeño mundo dónde sólo había lugar para chicas, botellón, música, ________ (lo que se os ocurra).
Esta generación adultescente tiene por ello una clara connotación infantil, carente de responsabilidades, vive en la edad del pavo permanente.
No me identifico con ella, la aborrezco, pero sé de dónde viene.
Un saludo
Tú eres tonto, francamente.
Ajá, una argumentación convincente la tuya. Si eso, léete el libro “Dejad de lloriquear” -dónde se comenta lo que expongo en mi comentario- y me dices qué tal.
¡Vaya bien!
Es tal cual y es triste. No nuestro comportamiento, que también, sino lo que nos empuja como sociedad, a actuar así.
Bueno, son épocas diferentes. También hace cientos y miles de años con 30 años ya habían conquistado medio mundo y eran viejos…
Deberíamos desconfiar de lo que pedimos, del buen rollo universal, sobre todo del discurso ese alternativo que todos hemos absorbido de la publicidad de adolescentes. Como si la protesta del mundo hippioso, de la revolución de salón no fuera un producto vendido en paquetitos atractivos y listo para consumo, como la camisetas del Che o los discos de pop. ¿Pensábamos que el trabajo es alienante y la sociedad nos oprime? Pues adelante, sin trabajo ni perspectivas: deseo concedido. ¿La sociedad nos medicaliza, la enfermedad es una forma de hecernos tener miedo? Sin problema, la sanidad pública ha dejado de existir. ¿La educación es una agresión que mata la creatividad? De acuerdo: empieza a ser tan cara como los Rólex o un Ferrari; `problema solucionado, nuestros hijos no la van a conocer. ¿Que nos obligan a tener hijos la malvada sociedad heteropatriarcal? Se acabó: reproducirse es un artículo de lujo, o un suicidio. Y así, la queja markéting adolescente va ganando posiciones. No está mal que nos hayan hecho caso, aunque la idea ya nos haya venido más impuesta que si la hubieran metido en las iglesias: ¿quien nacido en los 60/70 ha hecho más caso a las sotanas que a la tele, radio o revistas? Un aplauso por el post, Néstor.
Como bien dices, creo que has absorbido exactamente ese discurso a la profundidad adolescente. Con todo el respeto hacia los adolescentes que sí entiendan el discurso real.
El trabajo en sí no es alienante, lo que es alienante es el trabajo en cadena y el trabajo a partir de la explotación que no te permite vivir más que para trabajar en algo que ni siquiera te gusta. La sociedad nos medicaliza, es cierto que existe un gran negocio con las farmacéuticas que te venden ese maravilloso espidifen plus con ¡arginina!, siendo que el espidifen anterior también lleva arginina pero es mucho más barato. Esto no quiere decir que el estar enfermo no sea real y que si te rompes un brazo no quieras que te lo arreglen. Se rechaza la falacia que se produce a partir de el mercado farmacéutico, no las soluciones que son realmente útiles. La educación no mata la creatividad, la mata el sistema educativo vigente. Si te hubieras molestado en buscar en google lo más mínimo habrías descubierto que la gente que proclama eso propone métodos pedagógicos alternativos basados en numerosos estudios. Y, finalmente, que nos obligue a tener hijos la malvada sociedad heteropatriarcal es una protesta contra el atentado a la libertad que supone esto. El mismo atentado a la libertad que supone el que nos obliguen a no tenerlos.
He intentado ser lo más breve y sintética posible. Espero haber resuelto tus dudas.
El sistema educativo vigente (hasta la fecha) no mata ninguna creatividad: forma en contenidos y de manera transversal de manera mucho mejor que ninguno de los anteriores. Los métodos “alternativos” son, en su mayoría, chorradas de iluminados cuando no sistemas inviables para toda la población, al alcance de unos pocos privilegiados. No lo busco en google, gracias por la sugerencia: antes de opinar me informo algo mejor, por ejemplo con años de universidad y experiencias docentes. La crítica al trabajo de por vida es uno de los caballos de batalla de los halternatibos; puede que sea alienante pero prueba a imaginar una sociedad en la que todos hiciéramos solo lo que nos gustara. Hay ciertos trabajos muy duros (albañil o policía o operario de fábrica de montaje) que no gustan a nadie. También requieren cualificación que no se consiguen con métodos de enseñanza chupiguays.
Y pretender que crea en una industria que enferma a sus clientes, y que campa por respeto sin controles requiere que pienses que tengo tan poca información como tú. Soltar topicazos adolescentes y seguir creyéndolos contra evidencia no los convierte en ciertos.
Lo del heteropatriarcado suena a caricatura; me temo que el hecho de que se deseen tener hijos tiene poco que ver con él y más con una tendencia natural a no extinguirnos como especie. Muy culpable tampoco es de que seamos mayoritariamente heterosexuales: es algo que no parece necesario alentar, va de sí ¿no te parece?
Lo demás ni te contesto, aunque espero haber llenado algo de tu cultura lacustre (pura laguna). Si tienes dudas, te contesto sintética o naturalmente en cuanto esté sumamente aburrido.
¿¿¿Estamos viviendo El Sueño???
Pues a mi como sueño me gustaría básicamente poder DECIDIR si comprar una casa, tener hijos o ir de botellón cada viernes. Pero después de haber estudiado con esfuerzo, pues mis padres tampoco se iban de vacaciones ni se preocupaban por su segunda residencia porque sólo tenían una, yo no tengo opción ni de vacaciones, ni de hijos, ni de casa, ni me puedo ir de botellón tanto como me gustaría. Y lo que es más triste, a veces ni siquiera tengo opción de trabajar. Y hay mucha mucha gente que ni siquiera podrá aspirar a lo que he tenido yo. Así que, me parece muy triste esta reflexión tuya.
Comparto en buena medida tu punto de vista, pero seguramente a ti te pasará como a mí, que tenemos una familia que, sin ser rica ni hacendada, sí que puede ayudarnos a sobrevivir. Pero piensa en toda la gente que no tiene eso, que se siente una carga para unos padres que cobran pensión o que incluso viven de la pensión del abuelo. Diles a ellos que están viviendo un sueño, y lo mismo se lo toman mal.
¡Claro! ¿Y cuando tus padres ya no estén para ayudarte, o cuando necesites cuidarlos a ellos y comprarles sus medicinas? Mejor decirles que son unos pesados e irse de juerga por ahí.
Bueno en parte es cierto, race against the machine… Hay que ser consciente que muchos trabajos van a desaparecer…
Pensé que el párrafo que empieza con “me caí del Luis de Guindos” ibas a abrir el tema, pero la conclusión, y corrígeme si lo he entendido mal, es que no nos queda otra solución que seguir en una adolescencia, pero una adolescencia de botellón y satisfacción de placer inmediato.
Nosotros tenemos la suerte de poder estar conectados globalmente, venderle algo a un tío que está en Wisconsin o hablar con un indio que hace un modelo por $30 a través de elance…
El mundo cambia, sólo hay que saberse los números básicos, salir de la zona de confort y mirar más allá de la nómina a fin de mes…
En resumen, que si efectivamente tenemos la posibilidad de no estar atados al jefe, cumplir el sueño va más allá de una comparación de la comodidad de nuestra generación vs. nuestros padres: tinder vs. tener un hijo. Esa mejora comparativa, solo se da en el campo del placer inmediato, no de la realización personal o de construir algo en la vida…
Todo esto estaría muy bien si fuera una elección y no una condición obligada.
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