La fractura interna de estar entre dos mundos: asĆ es ser hijo de inmigrantes chinos

”Yorokobu gratis en formato digital!
Justo debajo de casa hay un local de alimentación regentado por ciudadanos chinos que se conoce como el Bibedas porque durante mucho tiempo tuvieron un cartel luminoso con la palabra bebidas mal escrito.
Tiempo atrĆ”s lo llevaba una pareja joven, con dos hijas pequeƱas, Estrella y Luna. Ambos vestĆan casi como si fueran a salir de fiesta a diario, con la manicura siempre perfecta ella y con zapatos de punta y chaqueta de vestir Ć©l.
Y ahĆĀ estuvieron, durante aƱos, deĀ nueveĀ de la maƱana a doce de la noche, momento en el que subĆan a su casa, en el tercero, una manzana mĆ”s allĆ” de la tienda, sin mucho tiempo para nada mĆ”s.
Un dĆa las niƱas ya no estaban. Al preguntarles por ellas dijeron que se habĆan vuelto a China, que iban a ir al colegio allĆ. Aunque hablaban castellano perfectamente, nunca explicaron bien el motivo cuando se les preguntaba; si era porque querĆan que recibieran la educación de su paĆs de origen o si era porque sencillamenteĀ su jornada laboral era incompatible con ellas. Y un dĆa, meses despuĆ©s, tambiĆ©n desaparecieron ellos.
En su lugar apareció otra pareja, tambiĆ©n joven y algo mĆ”s informal, tambiĆ©n con una niƱa pequeƱa y con un espaƱol limitadĆsimo.Ā Los vecinos les preguntaron por sus antecesores, extraƱados como estaban de ver dos caras nuevas de un dĆa para otro.
«Ya no estÔn», se limitaban a decir sin mÔs. «Eso serÔ cosa del patrón que les lleve, que les moverÔ de lugar cada tanto para que no confraternicen con el barrio», dijo un anciano a otro en la puerta al salir. Tampoco les costó mucho integrarse, a su manera, en el barrio.
Ā«He comprado seis cervezas y me han regalado otra. Nunca habĆa visto a un chino hacer descuentos. Estos no durarĆ”n mucho ahĆĀ»,Ā dijo en otra ocasión otro parroquiano del local. Han pasado varios aƱos y, de momento,Ā no ha habido mĆ”s cambios. Tampoco en los tópicos.
Ā«Hay tres tipos de chinos en EspaƱa. Primero los que solo vienen a estudiar y se quedan pocos aƱos. Luego, la primera generación de inmigrantes. DespuĆ©s, la segunda generación.Ā Los estudiantes solo vienen para poderĀ sacarse un tĆtulo,Ā y es un grupo grande que noĀ tiene necesidad de integrarseĀ».
LoĀ explica una de ellas, Lluvia Cheng, estudiante de 25 aƱos de Daqing, al noroeste del paĆs, que vino para hacer un mĆ”ster y cuatro aƱos despuĆ©s prepara su doctorado. EstĆ” investigando precisamente la imagen de los ciudadanos chinos en EspaƱa a travĆ©s de los estereotipos en la prensa.
Por lo que ella cuenta quizĆ” el estereotipo mĆ”s extendido, el de la falta de integración, tenga algo mĆ”s de cierto que de mito.Ā Aunque la china es unaĀ de las comunidades de inmigrantes mĆ”s numerosas en EspaƱa, tiene unas particularidades de las que carecen otras: la primera es que llevan ya casi treinta aƱos viniendo, en su mayorĆaĀ desde una misma comarca (Qingtian, al sur del paĆs), y la segunda es que pese a eso siguen siendo uno de los colectivos menos conocidos.
Ā«Mis amigos me hacen un montón de preguntas. Es curioso porque, con tantos chinosĀ como hay en Madrid, parece que la mayorĆa de los nativos no les conocen de nadaĀ», comenta.Ā Y eso a pesar de que esa primera generaciónĀ no ha dejado de crecer, pese al parón que supuso la crisis, hasta ser la cuarta nacionalidad extranjera con mayor presencia en nuestro paĆs (trasĀ la marroquĆ, la rumana y la britĆ”nica).
En realidad Lluvia no se llama Lluvia ācomo Estrella y Luna tampoco seĀ llamabanĀ asĆā.
Ā«Mi nombre real es Xiaoyu, queĀ realmente significa rocĆo. Lo que pasa es queĀ al principio no me salĆa la r,Ā asĆ que me puse LluviaĀ». Es una prĆ”ctica comĆŗn, lo de adaptar los nombres chinos al paĆs que les acoge, a veces traduciĆ©ndolos, a veces poniĆ©ndose uno que les gusta. Lo hacen, explica, Ā«para facilitar las cosas, porque nuestros nombres son difĆciles de recordarĀ».
Ā«La primera generación llegó a EspaƱa sin saber hablar nada de espaƱol, ni siquiera tenĆan residencia legal.Ā Les costó mucho esfuerzoĀ ganar dinero hastaĀ poder montar sus propios negociosĀ».
Ā«Hasta hoy, cuando a pesar de que la mayorĆa de la segunda generación āsus hijosā domina el idioma, una gran parte de ellos siguen hablando solo lo suficiente para poder comprar y vender, porque realmente no necesitan hablar espaƱol perfectamente. Las personas que solo saben decir ‘hola’ tambiĆ©n viven bien,Ā a su maneraĀ», explica. Ā«La primera generación ya estĆ” acostumbradaĀ a la vida que estaba viviendo, ademĆ”s de que se juntan con sus amigos chinos, por lo que tampocoĀ necesitan integrarseĀ».

Ā«La segunda generación es lo que me interesa, porque nacieron o vinieron cuando eran niƱos a EspaƱaĀ»,Ā seƱala, destacando sus caracterĆsticasĀ diferenciales:
Ā«Dominan muy bien el idioma, comen en el horario de los espaƱoles, van a las discotecas como los jóvenes espaƱoles… pero tampoco se integran mucho. Por esoĀ son ‘chiƱoles’, no son chinos ni espaƱoles.Ā Y eso tiene que ver con su familia, porqueĀ son hijos de la primera generación, los que son mĆ”s cerradosĀ».
Pero en este caso, ese aislamiento no es cosa de ellos. «Nosotros, los que venimos a estudiar, no nos integramos con la segunda generación: van ellos por un lado y nosotros por otro, aunque genéticamente seamos todos chinos», confiesa.
Ā«Me relaciono mĆ”s con los espaƱoles.Ā Mis amigos o son chinos que vienen a estudiar, o son espaƱoles. Curiosamente no tengo ni un amigo chiƱol. Y no es un caso particular; la mayorĆa de mis amigos chinos tampoco se relaciona fĆ”cilmente conĀ esa segunda generaciónĀ».
Esa contradicción es la que Susana Ye, una periodista de 26 años que se define como «alicanchina», intentó explicar en un documental que abordó como último proyecto de su carrera universitaria.
Lo llamó precisamente Chiñoles y bananas, en referencia a ese sentimiento de ser «amarillos por fuera y blancos por dentro» que afecta a toda esa segunda generación. «El documental nace de tener que articular mi propia experiencia», asegura, intentando «abordar con respeto, honestidad y mimo a sus protagonistas, sin demonizarlos ni santificarlos: son personas, son jóvenes y estÔn aprendiendo a sentirse a gusto en su piel sin referente alguno».
El retrato que hace de ellos es especialmente duro, porque les presenta como personas que se enfrentan a dos dificultadesĀ importantes: la externa, que esĀ la extraƱeza de su entorno espaƱol porque les ven distintosĀ fĆsicamente a como ellos se identifican; y la interna, que es la lucha con su familia āen su mayorĆa tradicionalesĀ y poco integradosā justamente por querer llevar una vida como la de sus compaƱeros.
Hay algunas caras reconocibles enĀ ese colectivo, como la andaluchinaĀ Quan Zhou, una diseƱadora conocida por su Gazpacho agridulce, o el taiwanĆ©sĀ Chenta Tsai, aka PutoChinoMaricón, un eclĆ©ctico artista que une aĀ la lucha de sus semejantes el componente de ser homosexual. Otros, comoĀ Susana Ye SunĀ y su Arroz con jamón, retratan a travĆ©s de la gastronomĆa esa dualidad. En general, es un colectivo que se siente ambas cosas a la vez, al tiempo que en muchos casos tiene que pelear enĀ variosĀ frentes.
Ā«Tener un fĆsico de un sitio y la mentalidad de otro es muy duroĀ», explica Ye. Ā«Y que sientas queĀ el modo de expresar que te quieren es estar ausente es muy duro, sobre todo si lo contrapones a que los otros modelos familiares, las otras infancias, son la antĆtesis de lo que tĆŗ vives en tu casa. Nos ha costado mucho a todos los primeros chinos criados en EspaƱa hacer equilibrios con todo estoĀ», confiesa.
En general, a pesar del tiempo juntos y de las crecientes relaciones comerciales y sociales entre ambos paĆses, la falta deĀ conocimiento mutuo sigue siendoĀ recurrente. Uno de los grandes problemas, al hilo de la investigación de Cheng, es cómo retratamos a esa población, en muchos casos alimentando estereotipos o exotizĆ”ndoles.
Es el caso del tratamientoĀ deĀ la historia deĀ Li, un guardia civil chino,Ā o deĀ caricaturas humorĆsticas, comoĀ la de Yibing Cao en El Hormiguero. Incluso a la hora de intentar desterrar mitos, como el del todo a cien, se usanĀ ese mismo tipo de recursos.
Preguntada por los estereotipos, Ye considera que se da cierta mezcla de verdades y mitos, con parte de verdad y parte de invención, «lo cual es el peor combo de todos porque es mÔs fÔcil colar lo que no dejan de ser hechos falsos».
NiegaĀ algunos de los mĆ”s tĆpicos, como lo de la supuesta espiritualidad, o que solo utilicen comercios regentados por chinos, y matiza otros: Ā«Es cierto queĀ hay un espĆritu emprendedor y negociante, pero tambiĆ©n una tendencia a la ineficiencia extrema y al caos muy propia de Asia en generalĀ», comenta. Bajo su visión, la comunidad china opera como cualquier otra, con sus costumbres y limitaciones, con sus ventajas y su propio celo.
Ā«Los chinos tienen sus propios prejuicios sobre otras comunidades y tienen sus propios complejos como el de nuevos ricos: las cosas de marca para mostrar que has mejorado tu estatus, el capitalismo feroz. Y sĆ, los chinos suelen ser listos pero regidos por mĆ©todos de memoria y de rutina, ya que no se fomenta la inventiva en el sistema educativo chinoĀ», resume.
La historia de Ye arranca antes de que ella naciera, cuando sus padres se vinieron a EspaƱa, allĆ” por losĀ ochenta, despuĆ©s de que su abuelo se lo recomendara a su madre. Ā«Mi abuelo fue a Badalona y vio que habĆa prosperidadĀ». Llegaron, cómo no, de Qingtian, pero su historia es algo distinta a la de las tensiones que otros chiƱolesĀ cuentan.
«Mis padres se conocieron en el restaurante de mis abuelos. Se casaron. Me tuvieron a mà y a mi hermano pequeño, con el que me llevo dos años. Y han ido escalando pasando por todos, absolutamente todos, los escalones hasta tener una casa propia, un coche y un negocio que se mantiene a base de echar horas y del ingenio de mi madre», cuenta.
Como el caso de Lluvia, Susana no se llama Susana. «Pero me siento Susana», explica, y prefiere no compartir su nombre de nacimiento.
Ā«No es una traducción, sino que directamente se me colocó por una vecina. Yo bromeo con que menos mal que no era Amparo o Consuelo⦠porque Susana me encanta, con sus vocales abiertas. Es suave. Pero ser Amparo casi que mejor evitarlo. Se hizo por lo de siempre: el nombre chino es raro, el nombre chino no se recuerda, adoptar lo del sitio al que llegas granjea simpatĆa. Y sobre todo, acercaĀ».
«El nombre, en ese corto plazo, creo que fue una estrategia tan natural como astuta. Un chino coge sus escasos recursos y los maximiza. Un chino coge un nombre y lo convierte en un puente social. Y en mi caso, mi nombre ejemplifica mi españolización hasta el punto de que mis propios padres, no estando yo, hablan de mà como Susana».

La espaƱolización, en su caso, vino de cierto sentimiento de rechazo a las raĆces de su familia. Ā«He crecido en sitios aislados de comunidades chinasĀ», comenta. Y explica que, en cierto modo, tiene dos familias, una china y una espaƱola.
Ā«Mis padres chinos se volcaron en el trabajo. Eso y que yo he pasado mi propio proceso de identidad ha hecho que perdiera el chino como idioma, que no comprendiera que podĆa aunar y sumar todo.Ā No viajĆ© a China hasta hace cuatro aƱos, y no fue hasta el aƱo pasado cuando mi visión sobre China viró del desagrado y la incomodidad a la fascinaciónĀ», explica.
Ā«Ver China por mi cuenta, viajando sola, me hizo percatarme de que a esas alturas de mi vida me castigaba mĆ”s yo misma por haber perdido lazos con mi paĆs de origen que la propia comunidad, y que era libre de hacer lo que quisiera. Pero tambiĆ©n me di cuenta de que soy demasiado occidental, demasiado espaƱola y demasiado apegada a los pequeƱos detalles que hacen de EspaƱa mi hogarĀ». De nuevo, el enclave entre dos mundos.
Ā«Si los hijos nos juntĆ”ramos mĆ”s con chinos, serĆamos ese ancla que justifica el estar en EspaƱa, que todo ha tenido sentido; que no estĆ”n en China, pero sienten que aquĆ tambiĆ©n estĆ” su hogar.Ā No solo fĆsico, tambiĆ©n de lazos, de crecer, de consolidar los vĆnculos con unos hijos que saben que han crecido como espaƱolesĀ», reflexiona acerca de la familia.
«Pero, por lo general, los chinos presionan de manera mÔs elegante que violenta o brusca sobre ello. No imponen, no gritan, no te van a desheredar o a echar de casa si te sienten muy española. Pero sà estÔ esa sensación de distancia, de cierta pena, de conformismo. Y es cierto que, ahora ya mÔs mayor, algo se pierde. La posibilidad de reconectar, de tener el idioma, se difumina aún mÔs».
”Yorokobu gratis en formato digital!
Justo debajo de casa hay un local de alimentación regentado por ciudadanos chinos que se conoce como el Bibedas porque durante mucho tiempo tuvieron un cartel luminoso con la palabra bebidas mal escrito.
Tiempo atrĆ”s lo llevaba una pareja joven, con dos hijas pequeƱas, Estrella y Luna. Ambos vestĆan casi como si fueran a salir de fiesta a diario, con la manicura siempre perfecta ella y con zapatos de punta y chaqueta de vestir Ć©l.
Y ahĆĀ estuvieron, durante aƱos, deĀ nueveĀ de la maƱana a doce de la noche, momento en el que subĆan a su casa, en el tercero, una manzana mĆ”s allĆ” de la tienda, sin mucho tiempo para nada mĆ”s.
Un dĆa las niƱas ya no estaban. Al preguntarles por ellas dijeron que se habĆan vuelto a China, que iban a ir al colegio allĆ. Aunque hablaban castellano perfectamente, nunca explicaron bien el motivo cuando se les preguntaba; si era porque querĆan que recibieran la educación de su paĆs de origen o si era porque sencillamenteĀ su jornada laboral era incompatible con ellas. Y un dĆa, meses despuĆ©s, tambiĆ©n desaparecieron ellos.
En su lugar apareció otra pareja, tambiĆ©n joven y algo mĆ”s informal, tambiĆ©n con una niƱa pequeƱa y con un espaƱol limitadĆsimo.Ā Los vecinos les preguntaron por sus antecesores, extraƱados como estaban de ver dos caras nuevas de un dĆa para otro.
«Ya no estÔn», se limitaban a decir sin mÔs. «Eso serÔ cosa del patrón que les lleve, que les moverÔ de lugar cada tanto para que no confraternicen con el barrio», dijo un anciano a otro en la puerta al salir. Tampoco les costó mucho integrarse, a su manera, en el barrio.
Ā«He comprado seis cervezas y me han regalado otra. Nunca habĆa visto a un chino hacer descuentos. Estos no durarĆ”n mucho ahĆĀ»,Ā dijo en otra ocasión otro parroquiano del local. Han pasado varios aƱos y, de momento,Ā no ha habido mĆ”s cambios. Tampoco en los tópicos.
Ā«Hay tres tipos de chinos en EspaƱa. Primero los que solo vienen a estudiar y se quedan pocos aƱos. Luego, la primera generación de inmigrantes. DespuĆ©s, la segunda generación.Ā Los estudiantes solo vienen para poderĀ sacarse un tĆtulo,Ā y es un grupo grande que noĀ tiene necesidad de integrarseĀ».
LoĀ explica una de ellas, Lluvia Cheng, estudiante de 25 aƱos de Daqing, al noroeste del paĆs, que vino para hacer un mĆ”ster y cuatro aƱos despuĆ©s prepara su doctorado. EstĆ” investigando precisamente la imagen de los ciudadanos chinos en EspaƱa a travĆ©s de los estereotipos en la prensa.
Por lo que ella cuenta quizĆ” el estereotipo mĆ”s extendido, el de la falta de integración, tenga algo mĆ”s de cierto que de mito.Ā Aunque la china es unaĀ de las comunidades de inmigrantes mĆ”s numerosas en EspaƱa, tiene unas particularidades de las que carecen otras: la primera es que llevan ya casi treinta aƱos viniendo, en su mayorĆaĀ desde una misma comarca (Qingtian, al sur del paĆs), y la segunda es que pese a eso siguen siendo uno de los colectivos menos conocidos.
Ā«Mis amigos me hacen un montón de preguntas. Es curioso porque, con tantos chinosĀ como hay en Madrid, parece que la mayorĆa de los nativos no les conocen de nadaĀ», comenta.Ā Y eso a pesar de que esa primera generaciónĀ no ha dejado de crecer, pese al parón que supuso la crisis, hasta ser la cuarta nacionalidad extranjera con mayor presencia en nuestro paĆs (trasĀ la marroquĆ, la rumana y la britĆ”nica).
En realidad Lluvia no se llama Lluvia ācomo Estrella y Luna tampoco seĀ llamabanĀ asĆā.
Ā«Mi nombre real es Xiaoyu, queĀ realmente significa rocĆo. Lo que pasa es queĀ al principio no me salĆa la r,Ā asĆ que me puse LluviaĀ». Es una prĆ”ctica comĆŗn, lo de adaptar los nombres chinos al paĆs que les acoge, a veces traduciĆ©ndolos, a veces poniĆ©ndose uno que les gusta. Lo hacen, explica, Ā«para facilitar las cosas, porque nuestros nombres son difĆciles de recordarĀ».
Ā«La primera generación llegó a EspaƱa sin saber hablar nada de espaƱol, ni siquiera tenĆan residencia legal.Ā Les costó mucho esfuerzoĀ ganar dinero hastaĀ poder montar sus propios negociosĀ».
Ā«Hasta hoy, cuando a pesar de que la mayorĆa de la segunda generación āsus hijosā domina el idioma, una gran parte de ellos siguen hablando solo lo suficiente para poder comprar y vender, porque realmente no necesitan hablar espaƱol perfectamente. Las personas que solo saben decir ‘hola’ tambiĆ©n viven bien,Ā a su maneraĀ», explica. Ā«La primera generación ya estĆ” acostumbradaĀ a la vida que estaba viviendo, ademĆ”s de que se juntan con sus amigos chinos, por lo que tampocoĀ necesitan integrarseĀ».

Ā«La segunda generación es lo que me interesa, porque nacieron o vinieron cuando eran niƱos a EspaƱaĀ»,Ā seƱala, destacando sus caracterĆsticasĀ diferenciales:
Ā«Dominan muy bien el idioma, comen en el horario de los espaƱoles, van a las discotecas como los jóvenes espaƱoles… pero tampoco se integran mucho. Por esoĀ son ‘chiƱoles’, no son chinos ni espaƱoles.Ā Y eso tiene que ver con su familia, porqueĀ son hijos de la primera generación, los que son mĆ”s cerradosĀ».
Pero en este caso, ese aislamiento no es cosa de ellos. «Nosotros, los que venimos a estudiar, no nos integramos con la segunda generación: van ellos por un lado y nosotros por otro, aunque genéticamente seamos todos chinos», confiesa.
Ā«Me relaciono mĆ”s con los espaƱoles.Ā Mis amigos o son chinos que vienen a estudiar, o son espaƱoles. Curiosamente no tengo ni un amigo chiƱol. Y no es un caso particular; la mayorĆa de mis amigos chinos tampoco se relaciona fĆ”cilmente conĀ esa segunda generaciónĀ».
Esa contradicción es la que Susana Ye, una periodista de 26 años que se define como «alicanchina», intentó explicar en un documental que abordó como último proyecto de su carrera universitaria.
Lo llamó precisamente Chiñoles y bananas, en referencia a ese sentimiento de ser «amarillos por fuera y blancos por dentro» que afecta a toda esa segunda generación. «El documental nace de tener que articular mi propia experiencia», asegura, intentando «abordar con respeto, honestidad y mimo a sus protagonistas, sin demonizarlos ni santificarlos: son personas, son jóvenes y estÔn aprendiendo a sentirse a gusto en su piel sin referente alguno».
El retrato que hace de ellos es especialmente duro, porque les presenta como personas que se enfrentan a dos dificultadesĀ importantes: la externa, que esĀ la extraƱeza de su entorno espaƱol porque les ven distintosĀ fĆsicamente a como ellos se identifican; y la interna, que es la lucha con su familia āen su mayorĆa tradicionalesĀ y poco integradosā justamente por querer llevar una vida como la de sus compaƱeros.
Hay algunas caras reconocibles enĀ ese colectivo, como la andaluchinaĀ Quan Zhou, una diseƱadora conocida por su Gazpacho agridulce, o el taiwanĆ©sĀ Chenta Tsai, aka PutoChinoMaricón, un eclĆ©ctico artista que une aĀ la lucha de sus semejantes el componente de ser homosexual. Otros, comoĀ Susana Ye SunĀ y su Arroz con jamón, retratan a travĆ©s de la gastronomĆa esa dualidad. En general, es un colectivo que se siente ambas cosas a la vez, al tiempo que en muchos casos tiene que pelear enĀ variosĀ frentes.
Ā«Tener un fĆsico de un sitio y la mentalidad de otro es muy duroĀ», explica Ye. Ā«Y que sientas queĀ el modo de expresar que te quieren es estar ausente es muy duro, sobre todo si lo contrapones a que los otros modelos familiares, las otras infancias, son la antĆtesis de lo que tĆŗ vives en tu casa. Nos ha costado mucho a todos los primeros chinos criados en EspaƱa hacer equilibrios con todo estoĀ», confiesa.
En general, a pesar del tiempo juntos y de las crecientes relaciones comerciales y sociales entre ambos paĆses, la falta deĀ conocimiento mutuo sigue siendoĀ recurrente. Uno de los grandes problemas, al hilo de la investigación de Cheng, es cómo retratamos a esa población, en muchos casos alimentando estereotipos o exotizĆ”ndoles.
Es el caso del tratamientoĀ deĀ la historia deĀ Li, un guardia civil chino,Ā o deĀ caricaturas humorĆsticas, comoĀ la de Yibing Cao en El Hormiguero. Incluso a la hora de intentar desterrar mitos, como el del todo a cien, se usanĀ ese mismo tipo de recursos.
Preguntada por los estereotipos, Ye considera que se da cierta mezcla de verdades y mitos, con parte de verdad y parte de invención, «lo cual es el peor combo de todos porque es mÔs fÔcil colar lo que no dejan de ser hechos falsos».
NiegaĀ algunos de los mĆ”s tĆpicos, como lo de la supuesta espiritualidad, o que solo utilicen comercios regentados por chinos, y matiza otros: Ā«Es cierto queĀ hay un espĆritu emprendedor y negociante, pero tambiĆ©n una tendencia a la ineficiencia extrema y al caos muy propia de Asia en generalĀ», comenta. Bajo su visión, la comunidad china opera como cualquier otra, con sus costumbres y limitaciones, con sus ventajas y su propio celo.
Ā«Los chinos tienen sus propios prejuicios sobre otras comunidades y tienen sus propios complejos como el de nuevos ricos: las cosas de marca para mostrar que has mejorado tu estatus, el capitalismo feroz. Y sĆ, los chinos suelen ser listos pero regidos por mĆ©todos de memoria y de rutina, ya que no se fomenta la inventiva en el sistema educativo chinoĀ», resume.
La historia de Ye arranca antes de que ella naciera, cuando sus padres se vinieron a EspaƱa, allĆ” por losĀ ochenta, despuĆ©s de que su abuelo se lo recomendara a su madre. Ā«Mi abuelo fue a Badalona y vio que habĆa prosperidadĀ». Llegaron, cómo no, de Qingtian, pero su historia es algo distinta a la de las tensiones que otros chiƱolesĀ cuentan.
«Mis padres se conocieron en el restaurante de mis abuelos. Se casaron. Me tuvieron a mà y a mi hermano pequeño, con el que me llevo dos años. Y han ido escalando pasando por todos, absolutamente todos, los escalones hasta tener una casa propia, un coche y un negocio que se mantiene a base de echar horas y del ingenio de mi madre», cuenta.
Como el caso de Lluvia, Susana no se llama Susana. «Pero me siento Susana», explica, y prefiere no compartir su nombre de nacimiento.
Ā«No es una traducción, sino que directamente se me colocó por una vecina. Yo bromeo con que menos mal que no era Amparo o Consuelo⦠porque Susana me encanta, con sus vocales abiertas. Es suave. Pero ser Amparo casi que mejor evitarlo. Se hizo por lo de siempre: el nombre chino es raro, el nombre chino no se recuerda, adoptar lo del sitio al que llegas granjea simpatĆa. Y sobre todo, acercaĀ».
«El nombre, en ese corto plazo, creo que fue una estrategia tan natural como astuta. Un chino coge sus escasos recursos y los maximiza. Un chino coge un nombre y lo convierte en un puente social. Y en mi caso, mi nombre ejemplifica mi españolización hasta el punto de que mis propios padres, no estando yo, hablan de mà como Susana».

La espaƱolización, en su caso, vino de cierto sentimiento de rechazo a las raĆces de su familia. Ā«He crecido en sitios aislados de comunidades chinasĀ», comenta. Y explica que, en cierto modo, tiene dos familias, una china y una espaƱola.
Ā«Mis padres chinos se volcaron en el trabajo. Eso y que yo he pasado mi propio proceso de identidad ha hecho que perdiera el chino como idioma, que no comprendiera que podĆa aunar y sumar todo.Ā No viajĆ© a China hasta hace cuatro aƱos, y no fue hasta el aƱo pasado cuando mi visión sobre China viró del desagrado y la incomodidad a la fascinaciónĀ», explica.
Ā«Ver China por mi cuenta, viajando sola, me hizo percatarme de que a esas alturas de mi vida me castigaba mĆ”s yo misma por haber perdido lazos con mi paĆs de origen que la propia comunidad, y que era libre de hacer lo que quisiera. Pero tambiĆ©n me di cuenta de que soy demasiado occidental, demasiado espaƱola y demasiado apegada a los pequeƱos detalles que hacen de EspaƱa mi hogarĀ». De nuevo, el enclave entre dos mundos.
Ā«Si los hijos nos juntĆ”ramos mĆ”s con chinos, serĆamos ese ancla que justifica el estar en EspaƱa, que todo ha tenido sentido; que no estĆ”n en China, pero sienten que aquĆ tambiĆ©n estĆ” su hogar.Ā No solo fĆsico, tambiĆ©n de lazos, de crecer, de consolidar los vĆnculos con unos hijos que saben que han crecido como espaƱolesĀ», reflexiona acerca de la familia.
«Pero, por lo general, los chinos presionan de manera mÔs elegante que violenta o brusca sobre ello. No imponen, no gritan, no te van a desheredar o a echar de casa si te sienten muy española. Pero sà estÔ esa sensación de distancia, de cierta pena, de conformismo. Y es cierto que, ahora ya mÔs mayor, algo se pierde. La posibilidad de reconectar, de tener el idioma, se difumina aún mÔs».
Una nota fascinante en todos sus aspectos.
CelebrarĆa que se difundiera en espacios culturales, y pedagógicos.
Un placer ver este trabajo.
Felicitaciones
No te equivocas en nada,lo peor de todo que podrias haber incluido es respecto a nuestros padres, en mi caso, tengo padres chinos y he experimentado desprecio tanto como en China y aqui. Cuando vas a China, al haberte criado fuera te consideran laowai [extranjero] y aqui te dicen que eres chino. Cuando se lo comentas a tus padres, dicen que eres chino y que no hagas caso a estos comentarios. Ellos hablan de un punto completo de ignorancia ya que nunca han vivido algo asi y piensan que es algo con poca importancia.
Excelente trabajo que da muestra de la riqueza y lo heterogƩnea que es la sociedad espaƱola.
Comentarios cerrados.