La escena podría ser como esta. Estás acurrucada en la cama, apenas recién despierta. Tu chico se ha levantado y lo escuchas trajinar en algún sitio, preparando una sorpresa. Imaginas que te traerá el desayuno, tostadas, mermelada, zumo de naranja y café. Sin embargo, cuando abre la puerta como aparece es con una cuerda de yute, de unos 8 metros de largo. “Mira lo que te he traído”, podría llegar a decirte. “Cariño, ¿quieres que te ate?”.
En casi cualquier país del mundo esta escena acabaría muy mal. Gritos, bofetón, divorcio… “Eres lo peor, Andrés”. En casi cualquier país del mundo, menos, quizá, en Japón. Porque allí lo de atar mujeres no solo no se considera una ofensa, sino que tiene la categoría de arte.
Todo empezó en la lejana época en la que los samuráis eran los reyes del mambo. Era un período que se conoce como Tokugawa, en honor al gobernador de ese nombre. Corría el siglo XV y en el país nipón había dictadura, guerras y un código ritualizado de atrapar enemigos con cuerdas.
Este código fue evolucionando hasta su reglamentación, en 1542 (el mismo año en el que Japón tuvo su primer contacto con un europeo) como forma de apresamiento, incomodidad, humillación y tortura, para más tarde convertirse en todo un arte marcial, conocido como Hobaku-Jitsu o Hojojutsu.
Se dice que durante el periodo Edo (1600-1878) cada familia samurái tenía su propio conjunto de técnicas, que constituían todo un códice en el que, con ver sus amarres, cualquier persona podía saber la profesión, edad o clase social del prisionero.
El cómo un instrumento de tortura, normalizado y sistematizado, se convirtió en una forma erótica de arte tiene mucho que ver con la historia reciente de la sociedad japonesa: un país cerrado en sí mismo que de golpe y porrazo se vio obligado a abrirse a Occidente, que se expande y que se embarca en varias guerras (contra China, con EE UU…) hasta que dos bombas atómicas les sumergen en su propia humillación colectiva.
En este caldo de cultivo, en los años 50 del pasado siglo, aparecieron las primeras fotos en revistas, y en los 60 eran frecuentes las performance de este tipo.
“No es boundage, cariño, se llama Shibari”.
Si el Andrés de antes fuera japonés y su chica también fuera nipona, la escena no acabaría en bofetón y divorcio. Probablemente ella sonreiría, y si él fuera diestro en la técnica, sin duda se pondría muy contenta. En efecto, el Shibari, que es como se conoce, es muy diferente al bondage, el atado sexual occidental.
Mientras que el segundo implica la inmoviliación y la humillación como parte del juego erótico BDSM, en el primero esto no es así. Al contrario, consiste en una forma de arte en el que el conjunto formado por el maestro (el que ata), la sumisa, la cuerda, sus nudos, el espectador y el espacio que los circundan tienen una enorme importancia. De hecho, las imágenes captadas con esta técnica pueden ser de una belleza espectacular y sobrecogedora.
Algunos maestros de Shibari son unas estrellas no solo en su país, sino que gozan de prestigio internacional. El artista Nobuyoshi Araki, por poner un ejemplo, es un fotógrafo largamente conocido, cuyo trabajo se expone en galerías de arte y museos. Y son miles las fans que no dudarían ni un momento en ponerse en sus manos si se lo propusiera.
Pero el Shibari o Kimbaku (tiene varios nombres) no es solo visual. Su técnica, precisa y compleja, incluye la presión y el atado de ciertas partes del cuerpo que poseen una importancia energética. Es decir, que la persona atada no solo no sufre, sino que puede experimentar placer al verse involucradas una cantidad de zonas erógenas.
El encordado suele comenzar (aunque no siempre) en el tórax y tiene un primer nudo en la espalda. A partir de ahí se sujetan los senos, tensándolos e irguiéndolos, haciéndolos más sensibles y rozando algunos puntos del masaje shiatsu. El ombligo tiene una importancia especial, propenso a formar bucles con nudos que aprovechen su circularidad y la de la barriga, para posteriormente presionar los genitales y cerrarse en piernas y nalgas. La persona atada se puede presentar de pie, sentada o colgada de algún sitio, incluyendo árboles o plataformas en teatros y salas de fiestas.
Pero hay mujeres que van más allá. Existen técnicas para atarse a una misma sin perder ni un ápice de su movilidad. De hecho, algunas pueden presentarse vestidas, con ropas perfectamente normales, presentar un comportamiento normal yendo a trabajar o de fiesta, o sencillamente estando en un bar o en casa y estar atadas sin que nadie lo note. No es común, pero puede pasar.
“Esto es Japón, querida”, diría Andrés. “Eso de atarte es un arte, y además, te va a encantar. ¿Probamos?”.
La escena podría ser como esta. Estás acurrucada en la cama, apenas recién despierta. Tu chico se ha levantado y lo escuchas trajinar en algún sitio, preparando una sorpresa. Imaginas que te traerá el desayuno, tostadas, mermelada, zumo de naranja y café. Sin embargo, cuando abre la puerta como aparece es con una cuerda de yute, de unos 8 metros de largo. “Mira lo que te he traído”, podría llegar a decirte. “Cariño, ¿quieres que te ate?”.
En casi cualquier país del mundo esta escena acabaría muy mal. Gritos, bofetón, divorcio… “Eres lo peor, Andrés”. En casi cualquier país del mundo, menos, quizá, en Japón. Porque allí lo de atar mujeres no solo no se considera una ofensa, sino que tiene la categoría de arte.
Todo empezó en la lejana época en la que los samuráis eran los reyes del mambo. Era un período que se conoce como Tokugawa, en honor al gobernador de ese nombre. Corría el siglo XV y en el país nipón había dictadura, guerras y un código ritualizado de atrapar enemigos con cuerdas.
Este código fue evolucionando hasta su reglamentación, en 1542 (el mismo año en el que Japón tuvo su primer contacto con un europeo) como forma de apresamiento, incomodidad, humillación y tortura, para más tarde convertirse en todo un arte marcial, conocido como Hobaku-Jitsu o Hojojutsu.
Se dice que durante el periodo Edo (1600-1878) cada familia samurái tenía su propio conjunto de técnicas, que constituían todo un códice en el que, con ver sus amarres, cualquier persona podía saber la profesión, edad o clase social del prisionero.
El cómo un instrumento de tortura, normalizado y sistematizado, se convirtió en una forma erótica de arte tiene mucho que ver con la historia reciente de la sociedad japonesa: un país cerrado en sí mismo que de golpe y porrazo se vio obligado a abrirse a Occidente, que se expande y que se embarca en varias guerras (contra China, con EE UU…) hasta que dos bombas atómicas les sumergen en su propia humillación colectiva.
En este caldo de cultivo, en los años 50 del pasado siglo, aparecieron las primeras fotos en revistas, y en los 60 eran frecuentes las performance de este tipo.
“No es boundage, cariño, se llama Shibari”.
Si el Andrés de antes fuera japonés y su chica también fuera nipona, la escena no acabaría en bofetón y divorcio. Probablemente ella sonreiría, y si él fuera diestro en la técnica, sin duda se pondría muy contenta. En efecto, el Shibari, que es como se conoce, es muy diferente al bondage, el atado sexual occidental.
Mientras que el segundo implica la inmoviliación y la humillación como parte del juego erótico BDSM, en el primero esto no es así. Al contrario, consiste en una forma de arte en el que el conjunto formado por el maestro (el que ata), la sumisa, la cuerda, sus nudos, el espectador y el espacio que los circundan tienen una enorme importancia. De hecho, las imágenes captadas con esta técnica pueden ser de una belleza espectacular y sobrecogedora.
Algunos maestros de Shibari son unas estrellas no solo en su país, sino que gozan de prestigio internacional. El artista Nobuyoshi Araki, por poner un ejemplo, es un fotógrafo largamente conocido, cuyo trabajo se expone en galerías de arte y museos. Y son miles las fans que no dudarían ni un momento en ponerse en sus manos si se lo propusiera.
Pero el Shibari o Kimbaku (tiene varios nombres) no es solo visual. Su técnica, precisa y compleja, incluye la presión y el atado de ciertas partes del cuerpo que poseen una importancia energética. Es decir, que la persona atada no solo no sufre, sino que puede experimentar placer al verse involucradas una cantidad de zonas erógenas.
El encordado suele comenzar (aunque no siempre) en el tórax y tiene un primer nudo en la espalda. A partir de ahí se sujetan los senos, tensándolos e irguiéndolos, haciéndolos más sensibles y rozando algunos puntos del masaje shiatsu. El ombligo tiene una importancia especial, propenso a formar bucles con nudos que aprovechen su circularidad y la de la barriga, para posteriormente presionar los genitales y cerrarse en piernas y nalgas. La persona atada se puede presentar de pie, sentada o colgada de algún sitio, incluyendo árboles o plataformas en teatros y salas de fiestas.
Pero hay mujeres que van más allá. Existen técnicas para atarse a una misma sin perder ni un ápice de su movilidad. De hecho, algunas pueden presentarse vestidas, con ropas perfectamente normales, presentar un comportamiento normal yendo a trabajar o de fiesta, o sencillamente estando en un bar o en casa y estar atadas sin que nadie lo note. No es común, pero puede pasar.
“Esto es Japón, querida”, diría Andrés. “Eso de atarte es un arte, y además, te va a encantar. ¿Probamos?”.
Aventurar que esa escena acabaría en divorcio y bofetón es una presunción sin el menor fundamento, digna de una estructura moral que solo sugiere caspa. En lo que sí debería acabar es en una seria reflexión por parte de la pareja, ya que ofrecerse a atar a una persona sin tener la menor idea de lo que haces es una insensatez de tal calibre que yo me pensaría muy mucho si compartir mi vida y mi rutina con semejante descerebrado.
Claro, que la ignorancia es muy atrevida.
Lo de que el Shibari implica la humillación de la modelo sugiere que, o bien el autor del artículo limita mucho las categorías del porno que ve en Internet y se ha documentadio con esos vídeos, o simplemente se dedica a repetir clichés de barra de bar sin documentarse lo más mínimo: el Shibari no tiene por qué implicar comportamientos D/s, caballero. Ni siquiera es lo habitual.
Lo de que el ombligo tiene una importancia especial no sé de dónde ha podido sacarlo, la verdad. Ningún bondage involucra zonas blandas como el estómago como parte principal de su estructura, pocas cosas pueden ser más peligrosas al tiempo que ineficaces.
Menos mal que todas estas falacias e inexactitudes calarán en poca gente, porque al parecer el autor tiene datos de que el auto bondage es poco frecuente y, si se practica en pareja, cabe la esperanza de que al menos uno de los dos sea sensato.
Un éxito de artículo, sí señor. Felicitaciones.
Hola Montse, quisiera aclarar algunos puntos del artículo que has puesto en tu comentario. La escena del bofetón y el divorcio es sólo una forma que me pareció divertida de ilustrar una práctica (la del bondage) que la moral tradicional occidental suele considerar como perniciosa. En ningún caso a mí, personalmente, como autor de esta historia, me parece mal, puesto que cada persona es libre de hacer lo que le plazca, y más en un ámbito como el de la intimidad de la pareja.
En cuanto a que el Shibari implica la humillación, si lo lees de nuevo verás que justamente digo lo contrario. En efecto, en Japón se considera un arte, rompiendo esa imagen occidental que lo asimila al BDSM, donde el bondage sí suele implicar una cierta humillación (normalmente, no digo siempre). Sea como fuere, la supuesta humillación del bondage siempre hay que cogerla “con alfileres”, puesto que, como práctica de divertimento erótico, considero que puede ser perfectamente válida dentro de la libertad que todos tenemos de hacer lo que mejor nos parezca.
Por último, en el Shibari japonés el ombligo suele ser una parte estéticamente importante. No se ata, puesto que supondría una ruptura de los meridianos energéticos, sino que se rodea de nudos de forma normalmente simétrica, lo cual da un aspecto muy bonito.
En cualquier caso, está completamente fuera de mi intención la de juzgar a las personas que realicen cualquier tipo de práctica de las que hablo en el texto. A fin de cuentas, es sólo un artículo cuya pretensión es la de estimular el interés y la curiosidad de quien lo lea, mostrando las diferencias que existen en los conceptos morales y estéticos en un país tan lejano culturalmente de nosotros como puede ser Japón.
Me pregunto ¿como reaccionaría ese juguetón chico si fuese a él a quien despertara su novia (nipona u occidental) para proponerle ser atado?.
Me da la sensación de que no se mostraría tan entusiasta, los roles, en este “juego” siguen siendo de sometimiento y humillación femenino al dominante masculino.
Mientras no se vea libre de esas connotaciones, no me resulta erótico en absoluto, más bien entraría dentro de ese retorcido modo de ver la sexualidad que exhibe algunos productos de la pornografía (y por ende la sociedad) nipona.
Cosa muy distinta es que una pareja, con confianza mutua, decida usar esposas u otro procedimiento, en común acuerdo, y con ánimo de deleitarse ambos, no de imponer humillación alguna.
Eso sí me parece de gran erotismo.
Aventurar que esa escena acabaría en divorcio y bofetón es una presunción sin el menor fundamento, digna de una estructura moral que solo sugiere caspa. En lo que sí debería acabar es en una seria reflexión por parte de la pareja, ya que ofrecerse a atar a una persona sin tener la menor idea de lo que haces es una insensatez de tal calibre que yo me pensaría muy mucho si compartir mi vida y mi rutina con semejante descerebrado.
Claro, que la ignorancia es muy atrevida.
Lo de que el Shibari implica la humillación de la modelo sugiere que, o bien el autor del artículo limita mucho las categorías del porno que ve en Internet y se ha documentadio con esos vídeos, o simplemente se dedica a repetir clichés de barra de bar sin documentarse lo más mínimo: el Shibari no tiene por qué implicar comportamientos D/s, caballero. Ni siquiera es lo habitual.
Lo de que el ombligo tiene una importancia especial no sé de dónde ha podido sacarlo, la verdad. Ningún bondage involucra zonas blandas como el estómago como parte principal de su estructura, pocas cosas pueden ser más peligrosas al tiempo que ineficaces.
Menos mal que todas estas falacias e inexactitudes calarán en poca gente, porque al parecer el autor tiene datos de que el auto bondage es poco frecuente y, si se practica en pareja, cabe la esperanza de que al menos uno de los dos sea sensato.
Un éxito de artículo, sí señor. Felicitaciones.
Hola Montse, quisiera aclarar algunos puntos del artículo que has puesto en tu comentario. La escena del bofetón y el divorcio es sólo una forma que me pareció divertida de ilustrar una práctica (la del bondage) que la moral tradicional occidental suele considerar como perniciosa. En ningún caso a mí, personalmente, como autor de esta historia, me parece mal, puesto que cada persona es libre de hacer lo que le plazca, y más en un ámbito como el de la intimidad de la pareja.
En cuanto a que el Shibari implica la humillación, si lo lees de nuevo verás que justamente digo lo contrario. En efecto, en Japón se considera un arte, rompiendo esa imagen occidental que lo asimila al BDSM, donde el bondage sí suele implicar una cierta humillación (normalmente, no digo siempre). Sea como fuere, la supuesta humillación del bondage siempre hay que cogerla “con alfileres”, puesto que, como práctica de divertimento erótico, considero que puede ser perfectamente válida dentro de la libertad que todos tenemos de hacer lo que mejor nos parezca.
Por último, en el Shibari japonés el ombligo suele ser una parte estéticamente importante. No se ata, puesto que supondría una ruptura de los meridianos energéticos, sino que se rodea de nudos de forma normalmente simétrica, lo cual da un aspecto muy bonito.
En cualquier caso, está completamente fuera de mi intención la de juzgar a las personas que realicen cualquier tipo de práctica de las que hablo en el texto. A fin de cuentas, es sólo un artículo cuya pretensión es la de estimular el interés y la curiosidad de quien lo lea, mostrando las diferencias que existen en los conceptos morales y estéticos en un país tan lejano culturalmente de nosotros como puede ser Japón.
Me pregunto ¿como reaccionaría ese juguetón chico si fuese a él a quien despertara su novia (nipona u occidental) para proponerle ser atado?.
Me da la sensación de que no se mostraría tan entusiasta, los roles, en este “juego” siguen siendo de sometimiento y humillación femenino al dominante masculino.
Mientras no se vea libre de esas connotaciones, no me resulta erótico en absoluto, más bien entraría dentro de ese retorcido modo de ver la sexualidad que exhibe algunos productos de la pornografía (y por ende la sociedad) nipona.
Cosa muy distinta es que una pareja, con confianza mutua, decida usar esposas u otro procedimiento, en común acuerdo, y con ánimo de deleitarse ambos, no de imponer humillación alguna.
Eso sí me parece de gran erotismo.
Comentarios cerrados.