Mañana o pasado por la mañana. Las máquinas hacen el trabajo de muchas personas: son más productivas y no cotizan todos los meses. Mucha industria es ahora local y ligera —los artículos se hacen al momento y bajo demanda—, sin transportes ni almacenajes. Los coches se conducen solos. Los costes de producción de la energía solar han bajado escandalosamente. La economía abierta y colaborativa ha permitido aprovechar mucho mejor los conocimientos y recursos disponibles. Otro nivel de eficiencia y productividad.
Antes de lo anterior. No hay suficientes trabajos. Entre los que hay, muchos no dan para vivir, no garantizan la mínima seguridad (social) o un sueldo suficiente, una vida digna. Las personas aceptan ocupaciones que no soñaron ni cuando tuvieron pesadillas. Otros tienen labores con nombre en diminutivo y se sienten disminuidos. Algunos que tuvieron uno durante décadas temen no encontrar otro nunca más.
Ahora mismo. El trabajo es la identidad, el proyecto vital, el motor de la educación, la medida del valor, la razón para huir o la excusa para quedarse. La preocupación número uno, el objetivo de todas las políticas, el contenido de todas las promesas, la misión común. En nuestro imaginario empleo e ingreso van unidos. La fuente legítima del ingreso es el empleo: tenerlo, haberlo tenido, creárselo uno mismo o crearlo para otros. En este esquema, rentas y subsidios son anomalías mutuamente toleradas dentro de unos límites cada vez más divergentes y difusos.
Nunca. Parece el momento oportuno para hacerse preguntas incómodas y esta, sin duda, lo es: ¿Cómo nos organizamos si finalmente resulta que podemos producir y acceder a mucho más con cada vez menos empleos formales y remunerados? Desde luego, las personas no van a dejar de hacer cosas: aprender, viajar si tienen la oportunidad, crear su propia empresa, iniciar una carrera artística, cuidar de su familia o del jardín. Pero para hacerlo necesitarán ingresos.
Siempre. Hay una oportunidad en la amenaza. Abrir un espacio entre trabajo e ingreso nos permite también repensar nuestras prioridades como sociedad. Son solo ejemplos, pero, si de verdad quisiéramos favorecer la natalidad, ¿no deberían quizás los jóvenes tener ingresos? Si quisiéramos favorecer el empleo, ¿no deberíamos, quizás, liberarlos de tasas que los ponen en desventaja frente a las máquinas? Habrá muchas otras maneras de enfocar la situación.
Lo primero. Es mirar al problema de frente. Reconocerlo. Dedicarle atención, iniciar una conversación. Imaginar, experimentar, aprender. Anticipar. Imaginemos por un momento que el futuro no es como el pasado:
¿Tenemos un plan?
Mañana o pasado por la mañana. Las máquinas hacen el trabajo de muchas personas: son más productivas y no cotizan todos los meses. Mucha industria es ahora local y ligera —los artículos se hacen al momento y bajo demanda—, sin transportes ni almacenajes. Los coches se conducen solos. Los costes de producción de la energía solar han bajado escandalosamente. La economía abierta y colaborativa ha permitido aprovechar mucho mejor los conocimientos y recursos disponibles. Otro nivel de eficiencia y productividad.
Antes de lo anterior. No hay suficientes trabajos. Entre los que hay, muchos no dan para vivir, no garantizan la mínima seguridad (social) o un sueldo suficiente, una vida digna. Las personas aceptan ocupaciones que no soñaron ni cuando tuvieron pesadillas. Otros tienen labores con nombre en diminutivo y se sienten disminuidos. Algunos que tuvieron uno durante décadas temen no encontrar otro nunca más.
Ahora mismo. El trabajo es la identidad, el proyecto vital, el motor de la educación, la medida del valor, la razón para huir o la excusa para quedarse. La preocupación número uno, el objetivo de todas las políticas, el contenido de todas las promesas, la misión común. En nuestro imaginario empleo e ingreso van unidos. La fuente legítima del ingreso es el empleo: tenerlo, haberlo tenido, creárselo uno mismo o crearlo para otros. En este esquema, rentas y subsidios son anomalías mutuamente toleradas dentro de unos límites cada vez más divergentes y difusos.
Nunca. Parece el momento oportuno para hacerse preguntas incómodas y esta, sin duda, lo es: ¿Cómo nos organizamos si finalmente resulta que podemos producir y acceder a mucho más con cada vez menos empleos formales y remunerados? Desde luego, las personas no van a dejar de hacer cosas: aprender, viajar si tienen la oportunidad, crear su propia empresa, iniciar una carrera artística, cuidar de su familia o del jardín. Pero para hacerlo necesitarán ingresos.
Siempre. Hay una oportunidad en la amenaza. Abrir un espacio entre trabajo e ingreso nos permite también repensar nuestras prioridades como sociedad. Son solo ejemplos, pero, si de verdad quisiéramos favorecer la natalidad, ¿no deberían quizás los jóvenes tener ingresos? Si quisiéramos favorecer el empleo, ¿no deberíamos, quizás, liberarlos de tasas que los ponen en desventaja frente a las máquinas? Habrá muchas otras maneras de enfocar la situación.
Lo primero. Es mirar al problema de frente. Reconocerlo. Dedicarle atención, iniciar una conversación. Imaginar, experimentar, aprender. Anticipar. Imaginemos por un momento que el futuro no es como el pasado:
¿Tenemos un plan?
Esta mas que demostrado que no necesitamos trabajar todos 40h semanales para cubrir todas las necesidades básicas. Sino seria inviable la situacion actual de españa con un 25% de desempleo. Y si lo repartimos entre todos y rebajamos los sueldos mas altos para mantener la mediana?
Hola Javier,
en cuanto vi el título de tu artículo, me atrajo mucho leer el contenido. Precisamente había estado teniendo conversaciones con diferentes personas sobre el tema. Me gustaría saber si va a haber una continuacón al mismo o tienes una propuesta acerca de qué empleos pueden sustituir a los que se están terminando por el uso de la tecnología y la eficiencia.
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