Como a muchos de los que nacieron en los años 70, las dos décadas posteriores dejaron el poso estético que ahora surge a la menor oportunidad creativa.
Silvio Severino es fotógrafo. Creció devorando discos de sellos británicos como 4AD, Factory o Beggar’s Banquet. La globalización cultural no era ninguna broma en la era del videoclip. A eso, Severino sumaba la penetrante influencia cultural de su paÃs, Brasil. «Las portadas de los discos de vinilo fueron, más allá de la televisión, mi primer contacto con la cultura visual», explica.
Según dice, la música era por aquel entonces una buena salida a una existencia aburrida y sin perspectivas. Eran tiempos de melodÃas depresivas, desencanto generacional, heroÃna y suicidios. «Estas dos formas de expresión, musicales y visuales, llenaron el vacÃo existencial en el que vivÃa», cuenta.
Con ese bagaje, Silvio Severino pasó de la fotografÃa al collage y del collage a la animación GIF.




A la coctelera añadió más ingredientes imprevisibles. Dice que le tiran mucho tanto el surrealismo como el dadaÃsmo. Admite que «el hecho de entender entre poco o nada las letras en inglés de mis discos favoritos cuando era joven, era la base de un lenguaje abstracto y surrealista que utilizo en mi expresión artÃstica». El inconsciente, sus sueños, terminan de alimentar su potencial creador.





Para el fotógrafo de Porto Alegre, lo que hace es sencillo y directo. El formato obliga, sÃ, pero Severino perefiere que sea el espectador el que aporte los diferentes niveles de comprensión a un estÃmulo sencillo. «Es él quien aporta su bagaje cultural y emocional. Para mÃ, esa respuesta emocional es más importante que la comprensión lógica de la obra», confiesa.


Dice que su inspiración es cotidiana. Vive en Europa desde hace quince años. Londres, Zurich o, en este momento, Budapest inundan sus retinas y marcan el camino visual que quiere seguir. «Un programa de televisión de noticias, una visita al museo o galerÃa, una ventana de autobús, libros… Trato de ser consciente de todo lo que me rodea, catalizando información diversa», declara.
A partir de ahà trata de encontrar sus claves de expresión. «Puedo tardar desde unos minutos a dÃas de trabajo hasta que me satisface artÃsticamente. Algo importante es el tiempo, la velocidad de la animación. Experimento hasta encontrar el timing apropiado».
Lo que queda es lo que se ve, disparos provocativos, estimulantes, visualmente agresivos en muchos casos, propuestas tormentosas para inundar internet de animaciones inusuales. «Hay algo hipnótico, como un mantra en la repetición sin fin, el bucle eterno perdido entre el tiempo y el espacio».

Como a muchos de los que nacieron en los años 70, las dos décadas posteriores dejaron el poso estético que ahora surge a la menor oportunidad creativa.
Silvio Severino es fotógrafo. Creció devorando discos de sellos británicos como 4AD, Factory o Beggar’s Banquet. La globalización cultural no era ninguna broma en la era del videoclip. A eso, Severino sumaba la penetrante influencia cultural de su paÃs, Brasil. «Las portadas de los discos de vinilo fueron, más allá de la televisión, mi primer contacto con la cultura visual», explica.
Según dice, la música era por aquel entonces una buena salida a una existencia aburrida y sin perspectivas. Eran tiempos de melodÃas depresivas, desencanto generacional, heroÃna y suicidios. «Estas dos formas de expresión, musicales y visuales, llenaron el vacÃo existencial en el que vivÃa», cuenta.
Con ese bagaje, Silvio Severino pasó de la fotografÃa al collage y del collage a la animación GIF.




A la coctelera añadió más ingredientes imprevisibles. Dice que le tiran mucho tanto el surrealismo como el dadaÃsmo. Admite que «el hecho de entender entre poco o nada las letras en inglés de mis discos favoritos cuando era joven, era la base de un lenguaje abstracto y surrealista que utilizo en mi expresión artÃstica». El inconsciente, sus sueños, terminan de alimentar su potencial creador.





Para el fotógrafo de Porto Alegre, lo que hace es sencillo y directo. El formato obliga, sÃ, pero Severino perefiere que sea el espectador el que aporte los diferentes niveles de comprensión a un estÃmulo sencillo. «Es él quien aporta su bagaje cultural y emocional. Para mÃ, esa respuesta emocional es más importante que la comprensión lógica de la obra», confiesa.


Dice que su inspiración es cotidiana. Vive en Europa desde hace quince años. Londres, Zurich o, en este momento, Budapest inundan sus retinas y marcan el camino visual que quiere seguir. «Un programa de televisión de noticias, una visita al museo o galerÃa, una ventana de autobús, libros… Trato de ser consciente de todo lo que me rodea, catalizando información diversa», declara.
A partir de ahà trata de encontrar sus claves de expresión. «Puedo tardar desde unos minutos a dÃas de trabajo hasta que me satisface artÃsticamente. Algo importante es el tiempo, la velocidad de la animación. Experimento hasta encontrar el timing apropiado».
Lo que queda es lo que se ve, disparos provocativos, estimulantes, visualmente agresivos en muchos casos, propuestas tormentosas para inundar internet de animaciones inusuales. «Hay algo hipnótico, como un mantra en la repetición sin fin, el bucle eterno perdido entre el tiempo y el espacio».
