Ā«La fotografĆa sirve para mucho mĆ”s que documentar un viaje con el fin de mostrarlo al regresar; permite hacer que otros sean parte de tus viajes en tiempo realĀ», habla el sociólogo Nathan Jurgenson, asesor de Snapchat y editor jefe la revista Real Life. Lleva aƱos escribiendo desde la orilla de los que no ven una amenaza en el avance de nuevas plataformas y redes, sino, simplemente, una estación mĆ”s en la evolución de la sociedad.
Acaba de publicar el libro The Social Photo: On Photography and Social Media, donde sintetiza una visión que desconfĆa de la división entre Ā«lo realĀ» y Ā«lo virtualĀ» como marco de partida para analizar el impacto de dispositivos y redes sociales.
El viaje es el mƔs sagrado de los ritos contemporƔneos. En consecuencia, tambiƩn comprende uno de los lapsos en que se toman mƔs fotos por hora. Cualquier instante, objeto o actividad son susceptibles de ser cazados, etiquetados, propagados.
Para Nathan Jurgenson, no constituye una novedad: Ā«Viajar siempre ha sido importante para la fotografĆa y, desde su invención, la fotografĆa ha sido importante para viajarĀ», relaciona. Solo la novedad o lo pintoresco eran Ā«suficientemente interesantes como para merecer una fotoĀ».
Pero, sobre todo hoy, la relación causal puede invertirse: Ā«A veces pienso que el acto de sacar la cĆ”mara ayuda a que ese momento sea especial. La imagen justifica el tiempo y la energĆa que se gasta en viajar y buscar ubicaciones fotogĆ©nicasĀ», reflexiona.
Han cambiado el plano temporal y la intensidad, pero, desde un inicio, opina el experto, Ā«la fotografĆa de viajes era especialmente social; se trataba de imĆ”genes tomadas para compartir con otrosĀ».
Sin embargo, ¿esa variación (tiempo y frecuencia) no es lo suficientemente gigantesca como para haber ocasionado distorsiones en la forma de «estar presente» en el viaje?
El asesor de Snapchat considera Ā«demasiado arrolladorĀ» que se atribuya a la fotografĆa la causa de que la experiencia de viaje (o cualquier experiencia) sea mejor o peor. Defiende que hay demasiados tipos de cĆ”maras y plataformas, con distintos incentivos y formas de uso, como para sacar conclusiones tan drĆ”sticas.
Cree que la preocupación guarda relación, mÔs bien, con la tensión, ya clÔsica, entre quienes buscan diferenciar la calidad intelectual de los viajeros y la de los turistas: «Supuestamente, los primeros prestan mÔs atención y disfrutan de momentos auténticos, mientras que el turista sigue los patrones prescritos sin pensar y estÔn mÔs preocupados por impresionar a otros con sus vacaciones que con experimentar el lugar».
Percibe ciertos Ôtomos de elitismo en estas divisiones. Critica que las personas que pueden tomarse tiempo y dinero para viajar mÔs habitualmente, se dicen a sà mismos que estÔn por encima de las evidencias fotogrÔficas, mientras tanto, «quienes se hacen un selfi frente a un lugar icónico son menospreciados».
El analista no ve un intento de colocarse medallas en los selfis de viaje. Ā«Muchos crĆticos no entienden lo que estĆ” pasando hoy con las cĆ”maras y los telĆ©fonos. Las cĆ”maras se utilizan para hablar y expresar, para llevar experiencias a tus amigos, no solo para recoger trofeos de experiencias. Compartir un momento no lo agota de significado. Ā”Todo lo contrario!Ā», reivindica.
Antes de posar la zapatilla en una ciudad, el viajero ya ha mirado cientos de fotos y vĆdeos de los paisajes o enclaves mĆ”s emblemĆ”ticos, ha leĆdo decenas de experiencias en foros, incluso puede haber caminado a pie de calle en Google Street View. ĀæQueda hueco para la capacidad de asombro? ĀæViajar es descubrir o es, simplemente, confirmar?
En este punto, el sociólogo Nathan Jurgenson confĆa en la capacidad de la tecnologĆa para defraudar. Recuerda que la primera vez que vio el Gran Cañón del Colorado acarreaba aƱos de imĆ”genes vistas y, aun asĆ, sintió un bofetón. Su cerebro estaba tan habituado a las imĆ”genes bidimensionales que le costó incorporar una tercera dimensión. Ā«Me gusta pensar que una fotografĆa nunca pueda acercarse a la realidad, y me decepciona la frecuencia con que se acercanĀ», medita.
Los centenares de imĆ”genes de cada lugar del mundo que circulan en la red hacen el trabajo sucio, se encargan de dejar documentados los paisajes bĆ”sicos, incluso las distancias y la visión de conjunto de las ciudades a travĆ©s de planos aĆ©reos. AsĆ, tercia Jurgenson, las manos quedan libres para dedicarse a fotografiar y expresar una visión mĆ”s personal, basada en el estado de Ć”nimo y las impresiones propias.
LA COMIDA, ESE EMOJI QUE HUELE BIEN
Los platos, las recetas autóctonas son un aspecto nuclear de la experiencia viajera. Hoy, la degustación es parte de la ruta iniciĆ”tica que uno emprende en suelos extranjeros. Comer sirve, igualmente, como herramienta para sustituir el viaje mientras no se viaja, para catapultarse desde la propia ciudad visitando establecimientos de diferentes gastronomĆas del mundo.
Al fotografiar un cafĆ© con leche, interpreta Nathan Jurgenson, puede haber una intención estĆ©tica, pero muchas veces la imagen se trata Ā«como un emoji, como un sĆmbolo para decir algoĀ». La comida sirve de vehĆculo y escenario para fundar amistades o profundizar en ellas. Ā«Se puede usar simbólicamente para hablarĀ», argumenta, Ā«no es de extraƱar que haya tantas fotos sociales de comida, del mismo modo que muchos de los emojis son tambiĆ©n comestiblesĀ».
En todos estos debates sobre la fotografĆa y las redes, el autor de The Social Photo percibe un intento de crear una dicotomĆa, de establecer si las redes son buenas o son malas.
Comprende que se escruten con preocupación las plataformas, los modelos de negocio, la propiedad de los datos del usuario, pero le apena otro punto: el cuestionamiento centrado en las personas, que se tilde de narcisistas a quienes se hacen fotos o se diga que sus experiencias son irreales. Lamenta que se dedique tanto tiempo a esto y tan poco a comprender y apreciar cómo la sociabilidad se estÔ desarrollando visualmente.