9 de febrero 2014    /   IDEAS
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¿Son tus cosas realmente tuyas?

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Una pulsera que te toma el pulso, un reloj que da los tuits, unas gafas que no sirven para ver, un coche como una tableta con ruedas que lleva personas dentro, un jardinero que cuida sus plantas desde la pantalla, una moneda que sirve para hacer favores a desconocidos y que conserva la memoria de quienes la ponen en circulación, un ordenador del tamaño de una tarjeta SD. Son las cosas de siempre, sí, pero no son lo que parecen.

Entramos en la cuarta era de internet. El www nos permitió intercambiar información codificada. Las redes sociales, desde los blogs a twitter, propiciaron que las personas intercambiaran contenidos entre ellas. El acceso al móvil, generalizado, nos permitió estar siempre localizados y conectados, contextualizados. Ahora los objetos se conectan también.

Ahora es la pulsera la que te dice si debes correr o caminar. El reloj te sugiere qué situaciones merecen tu atención y cuales otras podrían esperar. Las gafas te proponen dónde desayunar. Es coche te indica qué ruta seguir. Tu app la que te invita a regar. Evgeny Morozov lo define como algocracia: el gobierno de algoritmos inescrutables que guían nuestra voluntad.

Una cascada de instrucciones ocultas diseñadas para nuestra comodidad nos facilitan la vida anticipando nuestras necesidades como si la existencia fuera lineal. Todos lo hemos vivido: buscaste un vuelo a El Cairo un día; desde entonces cada vez que examinas alguna circunstancia te aparece de nuevo. Quizás rompiste con tu pareja y lo que te gustaría es olvidar Egipto para siempre jamás.

Si todas las cosas ahora llevan software incorporado: captan datos, los envían, se procesan y te proponen actividad; si como subraya la EFF (Electronic Frontier Foundation) este software no es apropiable por el usuario: no puede examinarlo, no puede modificarlo, no puede utilizarlo como componente para sus propias creaciones, no puede ni venderlo ni prestarlo; si como pasa con los contenidos digitales que supuestamente compras pero que después no puedes revender, ni dar en herencia, ni grabar y que un día pueden ser borrados de tu ordenador sin más consideración. Entonces, de acuerdo, lo compraste, pero ¿es tuyo?

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Entramos en la cuarta era de internet. El www nos permitió intercambiar información codificada. Las redes sociales, desde los blogs a twitter, propiciaron que las personas intercambiaran contenidos entre ellas. El acceso al móvil, generalizado, nos permitió estar siempre localizados y conectados, contextualizados. Ahora los objetos se conectan también.

Ahora es la pulsera la que te dice si debes correr o caminar. El reloj te sugiere qué situaciones merecen tu atención y cuales otras podrían esperar. Las gafas te proponen dónde desayunar. Es coche te indica qué ruta seguir. Tu app la que te invita a regar. Evgeny Morozov lo define como algocracia: el gobierno de algoritmos inescrutables que guían nuestra voluntad.

Una cascada de instrucciones ocultas diseñadas para nuestra comodidad nos facilitan la vida anticipando nuestras necesidades como si la existencia fuera lineal. Todos lo hemos vivido: buscaste un vuelo a El Cairo un día; desde entonces cada vez que examinas alguna circunstancia te aparece de nuevo. Quizás rompiste con tu pareja y lo que te gustaría es olvidar Egipto para siempre jamás.

Si todas las cosas ahora llevan software incorporado: captan datos, los envían, se procesan y te proponen actividad; si como subraya la EFF (Electronic Frontier Foundation) este software no es apropiable por el usuario: no puede examinarlo, no puede modificarlo, no puede utilizarlo como componente para sus propias creaciones, no puede ni venderlo ni prestarlo; si como pasa con los contenidos digitales que supuestamente compras pero que después no puedes revender, ni dar en herencia, ni grabar y que un día pueden ser borrados de tu ordenador sin más consideración. Entonces, de acuerdo, lo compraste, pero ¿es tuyo?

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Opiniones 12
  • Es paradójico como, en la sociedad de la información, la des-información es la principal baza que se usa en todo sistema binario. De hecho, ya lo has indicado más que bien: órdenes e instrucciones que nuestros aparatejos nos dictan, a las que obedecemos como meros autómatas. Incluso me atrevería a cuestionar algo que va mucho más allá de lo que has planteado: ¿quién es el robot en este binomio? ¿El pseudodueño, o sus posesiones?

    Gran artículo para reflexionar. No conocía este sitio, pero ten por seguro que lo visitaré a menudo.

    Saludines cibernéticos!

    Jordi

    • gracias por el comentario Jordi,

      de hecho empieza a haber gente que ante la desaparición de la clase media ve un panorama con sólo dos clases: los que diseñan los algoritmos y los que los siguen.

      javi

  • Empieza a resultar interesante que los tecnólogos citen a Eugeny Morozov y que un libro como “Sociofobia “de César Rendueles tenga el reconocimiento que se merece. Por cierto, libro publicado por una editorial independiente. Hay cierta incoherencia entre algunos tecnólogos o profetas de la piratería : Quieren que sus libros los publiquen grandes grupos…¿Todo va a cambiar?. El cambio de paradigma es evidente, pero para los escépticos, entre los que me encuentro, me gustaría transparencia. La tecnología es un negocio, y al final, hablamos de dinero ¿O me equivoco?. ¿Alguien ha pensado que en muchos casos la tecnología supone el fin del trabajo para muchos?. Lo habéis pensado, imagino que sí, pero me consta lo mucho que os seduce el dinero a los tecnólogos. Espero que no exista censura en este comentario.

    • desde luego censura no hay, ya lo ves publicado.

      dices dos cosas que me parece no encajan:

      tecnólogos o profetas de la piratería
      me consta lo mucho que os seduce el dinero a los tecnólogos.

      piratas o ávaros?

  • Robots para enfermos
    http://blogs.elpais.com/entre-replicantes/2014/02/el-que-me-cuida-es-un-robot.html
    Albert Einstein: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas”. Ese día ya ha llegado. Y te lo comento sin acritud aunque con mucha decepción. Algunos, supuestamente, queréis cambiar el mundo ¿partido x?, otros, calladamente, nos hacemos responsables de nuestros mayores, algunos no pueden con la responsabilidad que implica tener unos hijos y quieren cambiar el mundo…
    Desde mi simpleza, reivindico humanidad, la que he visto en enfermeras y médicos anónimos que no se prodigan por Internet. Un apunte : hay muchos docentes y médicos (no pagados por tecnológicas) que hablan de la adicción a Internet de muchos menores…Tecnología, sí, pero ¿a qué coste?.

  • Estoy comprobando el fraude de los comentarios en los medios digitales…Falsos seguidores en Twitter, Facebook. Gente que comenta con cuentas falsas. Rigor en estado puro, igual que Gervasio Sánchez ¿sabes quién es?. Espero que se capte la ironía.

    • ¿que comentario de los que hay consideras “crítico”?

      a m me parece que todos aportan puntos de vista nuevos

      ¿gervasio sánche? no conozco

      grqcias

  • Conocimiento abierto y referentes auténticos. Gervasio Sánchez http://www.cccb.org/es/album-fotografias_vidas_minadas_10_anos-19286
    El no necesitó la tecnología para ser un valiente y comprometido fotoperiodista.
    Otro apunte : Los gurús españoles (en su mayoría) son charlatanes.
    Referentes : Negroponte, Berners-Lee, Stallman, V. Cerf. Ellos no lo son.
    Sólo quiero decir que estoy cansada de que los referentes intelectuales de algunos sean Risto Mejide o vende humos tecnológicos. Que todos debemos subir el listón.
    Y que no debemos despreciar a algunos humanistas… Ni piratas ni avaros. Punto medio. Hagamos que la tecnología sirva para el auténtico conocimiento…
    Tenemos amigos en común. Y estamos más cerca en planteamientos de lo que crees…

  • Javi creus,

    Ahora que estamos en la era de la colaboración, de compartir, de ¿ayudar?. Te pido ayuda : dile a nuestro amigo en común que la amistad no es avara, no traiciona y es imperecedera (al contrario del amor). Gracias y mucha suerte. El es mi amigo, pero creo que no quiere saberlo. Y ya no hago más el ridículo…

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