Siendo W = el factor climatológico; d = deudas (muchas de ellas contraídas durante el periodo navideño); T = el tiempo transcurrido desde el final de las vacaciones de Navidad; Q = todas aquellas promesas de año nuevo incumplidas; M = los bajos niveles de motivación; Na = la necesidad de tomar medidas. A lo que habría que añadir el hecho en sí de ser lunes…
No pasó mucho tiempo entre la presentación de la teoría de Arnall y la llegada de las primeras críticas. La primera, de la
Wikipedia, que, entre otros fallos, señala que, en la fórmula,
D no está definida. Las siguientes procedían de la comunidad científica, incluso de los propios compañeros de Arnall, como el neurocientífico Dean Burnett, de la misma Universidad de Cardiff, que calificó a la tesis con términos como ‘farsa’ o ‘sinsentido’.
Pero las dudas sobre el valor científico de la teoría de Arnall no procedían solo de sus colegas. No hacía falta ser experto en la materia para desconfiar de un estudio que formaba parte de la campaña de marketing con la que una agencia de viajes trataba de promocionar sus escapadas invernales…
Aunque el tufillo pseudocientífico de la tesis no es óbice para que cada año los medios, sobre todo británicos, se sigan haciendo eco de la celebración del Blue Monday. Tampoco para que Cliff Arnall haya desistido en su interés por encontrar, mediante fórmulas, fechas ‘señaladas’ que añadir al calendario, como el mejor día para comer helado,
el fin de semana perfecto o
el día más feliz del año, que, según sus indagaciones, suele coincidir con el solsticio de verano.