Tanto fue el temor que muchos hombres, raudos, desesperados, armaron una justificación aplastante para denegar el voto a la mujer: son tontas, incapaces. Algunos se agarraron a libros de reputados doctores que afirmaban que la lucidez y la creatividad eran cosas de hombres.
En noviembre de 1910 el Parlamento anunció una propuesta para extender el voto solo a las mujeres ricas y dueñas de alguna propiedad. A la WSPU le pareció un disparate y armó un grupo de unas 300 mujeres que salieron a manifestarse contra la futura medida. La policÃa acudió con sus porras y la revuelta acabó a guantazo limpio. Muchas mujeres y algunos hombres que las apoyaban acabaron por los suelos chorreando sangre y 119 fueron arrestados.
Las mujeres detenidas optaron por la cárcel en lugar de la multa y algunas incluso decidieron hacer una huelga de hambre. Estaban dispuestas a quedarse en los huesos para poder votar, como sus padres, sus hijos y sus maridos.
La sufragista Ernestine Mills, tirada en el suelo, por el enfrentamiento con la policÃa en una manifestación a favor del voto femenino, en noviembre de 1910
De ese Black Friday (Viernes negro) habÃa muchas lecciones que aprender. A partir de entonces la WSPU pensó que las mujeres tenÃan que defenderse con las mismas armas que sus oponentes: la fuerza. La organización encargó a Edith Garrud, «el nuevo terror sufragista», que formara a un grupo de mujeres en jiu jitsu para poder defender a las manifestantes cuando los policÃas empuñaran sus manos y sus armas.
Y esta idea de la defensa personal se extendió por toda Inglaterra y otros paÃses occidentales. «TodavÃa no estamos al nivel de la policÃa, pero tenemos que conseguirlo. Ellos saben jiu jitsu. Yo os aconsejo aprenderlo. Las mujeres deberÃamos practicar igual que los hombres. No sirve de nada fingir. Tenemos que luchar», dijo Sylvia Pankhurst a The New York Times el 12 de agosto de 1913.
La WSPU, desde el principio, decidió tomarse su protesta con cierto humor y expandir su causa en un juego de mesa. La unión de mujeres plasmó en el Suffragetto las luchas y los enfrentamientos que tenÃan a menudo con la policÃa.
En el tablero competÃan dos bandos: las sufragistas y las fuerzas de seguridad. Ellas tenÃan que defender uno de sus centros de reunión, el Royal Albert Hall, y ocupar el Parlamento. La policÃa tenÃa que defender el Parlamento y ocupar el Royal Albert Hall.
Pero el juego no se planteaba como un mero pasatiempos. En cada movimiento habÃa una enseñanza y un recuerdo para la historia. El peón policÃa que caÃa en manos de una sufragista iba a un hospital. En cambio, el peón sufragista apresado iba a la cárcel. Tal y como ocurrÃa entonces.
El paso del tiempo acabó con los tableros del Suffragetto. Incluso con su recuerdo. Nada se decÃa de ellos hasta que en 2016 decidieron exhibir una copia del juego en la biblioteca Bodleian de Oxford.
Y para que no se pierda del todo hoy hay una versión de este juego para descargar, imprimir y montar. En memoria de todas las personas que tantos palos pillaron para que hoy parezca una locura lo que entonces era descabellado: que las mujeres voten.
Páginas de la novela gráfica Sufragista, de Sally Heathcote:
Tanto fue el temor que muchos hombres, raudos, desesperados, armaron una justificación aplastante para denegar el voto a la mujer: son tontas, incapaces. Algunos se agarraron a libros de reputados doctores que afirmaban que la lucidez y la creatividad eran cosas de hombres.
En noviembre de 1910 el Parlamento anunció una propuesta para extender el voto solo a las mujeres ricas y dueñas de alguna propiedad. A la WSPU le pareció un disparate y armó un grupo de unas 300 mujeres que salieron a manifestarse contra la futura medida. La policÃa acudió con sus porras y la revuelta acabó a guantazo limpio. Muchas mujeres y algunos hombres que las apoyaban acabaron por los suelos chorreando sangre y 119 fueron arrestados.
Las mujeres detenidas optaron por la cárcel en lugar de la multa y algunas incluso decidieron hacer una huelga de hambre. Estaban dispuestas a quedarse en los huesos para poder votar, como sus padres, sus hijos y sus maridos.
La sufragista Ernestine Mills, tirada en el suelo, por el enfrentamiento con la policÃa en una manifestación a favor del voto femenino, en noviembre de 1910
De ese Black Friday (Viernes negro) habÃa muchas lecciones que aprender. A partir de entonces la WSPU pensó que las mujeres tenÃan que defenderse con las mismas armas que sus oponentes: la fuerza. La organización encargó a Edith Garrud, «el nuevo terror sufragista», que formara a un grupo de mujeres en jiu jitsu para poder defender a las manifestantes cuando los policÃas empuñaran sus manos y sus armas.
Y esta idea de la defensa personal se extendió por toda Inglaterra y otros paÃses occidentales. «TodavÃa no estamos al nivel de la policÃa, pero tenemos que conseguirlo. Ellos saben jiu jitsu. Yo os aconsejo aprenderlo. Las mujeres deberÃamos practicar igual que los hombres. No sirve de nada fingir. Tenemos que luchar», dijo Sylvia Pankhurst a The New York Times el 12 de agosto de 1913.
La WSPU, desde el principio, decidió tomarse su protesta con cierto humor y expandir su causa en un juego de mesa. La unión de mujeres plasmó en el Suffragetto las luchas y los enfrentamientos que tenÃan a menudo con la policÃa.
En el tablero competÃan dos bandos: las sufragistas y las fuerzas de seguridad. Ellas tenÃan que defender uno de sus centros de reunión, el Royal Albert Hall, y ocupar el Parlamento. La policÃa tenÃa que defender el Parlamento y ocupar el Royal Albert Hall.
Pero el juego no se planteaba como un mero pasatiempos. En cada movimiento habÃa una enseñanza y un recuerdo para la historia. El peón policÃa que caÃa en manos de una sufragista iba a un hospital. En cambio, el peón sufragista apresado iba a la cárcel. Tal y como ocurrÃa entonces.
El paso del tiempo acabó con los tableros del Suffragetto. Incluso con su recuerdo. Nada se decÃa de ellos hasta que en 2016 decidieron exhibir una copia del juego en la biblioteca Bodleian de Oxford.
Y para que no se pierda del todo hoy hay una versión de este juego para descargar, imprimir y montar. En memoria de todas las personas que tantos palos pillaron para que hoy parezca una locura lo que entonces era descabellado: que las mujeres voten.
Páginas de la novela gráfica Sufragista, de Sally Heathcote: