El tacto: el Ășnico sentido que se extiende por todo el cuerpo ayuda a nombrar las cosas

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Tras despertar en la cueva de Montesinos, don Quijote se palpĂł el cuerpo para saberse real: «Con todo esto, me tentĂ© la cabeza y los pechos, para certificarme si era yo mismo el que allĂ estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha», escribiĂł Cervantes. Hay pellizcos que confirman la vigilia. Los pedimos, incluso, ante lo improbable: «PellĂzcame, para que sepa que no estoy soñando». La mano palpa el bolsillo y el roce de los dientes de una llave confirma que la puerta no se ha cerrado para dejarnos sin un lugar al que regresar. El tacto es el sentido que siempre nos acompaña: es el primero que se activa, cuando se forma el Ăłrgano mĂĄs amplio, la piel, en la octava semana de gestaciĂłn.
El filĂłsofo argentino Pablo Maurette, cuya tesis doctoral girĂł en torno al tacto, acaba de publicar en un libro las reflexiones que generĂł su investigaciĂłn y que no tenĂan cabida en su tesis: El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto. Maurette cree que el tacto ni siquiera es un sentido, sino varios. «Algunos se han referido al tacto como la sensibilidad en general. En La Odisea, Eudiclea reconoce a Ulises. Es la Ășnica que lo reconoce en todo el libro, por el tacto. A veces solo tocando algo nos cercioramos de que existe. Eso tambiĂ©n dirĂĄn algunos escultores del Renacimiento: la vista engaña, el tacto no», explica Maurette a Yorokobu.
Eudiclea y el Quijote no son los Ășnicos personajes que tocaron para reconocer un cuerpo y confirmar una identidad. AsĂ ocurriĂł con Santo TomĂĄs, que palpĂł las heridas de Jesucristo para asegurarse de que era Ă©l. La vista cuenta con un dicho que insinĂșa su infalibilidad: «Si no lo veo, no lo creo». A menudo, vista y tacto colaboran. A la garantĂa de esta combinaciĂłn, que ya sugerĂa Descartes, aludiĂł Santo TomĂĄs: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré».
Para Maurette, la colaboración que establecen vista y tacto es esencial a la hora de confirmar una realidad o una presencia o de reconocer algo o a alguien. De esta colaboración surge, ademås, la memoria tåctil: «A veces solo con mirar sabemos qué textura tendrå, si tocarlo o no. Tenemos como un repositorio de memoria tåctil en el cual la vista colabora».
Aunque el historiador Aloïs Riegl escribiera que «solo el sentido del tacto nos ofrece la confirmación inmediata», ni siquiera este es infalible: si bien se habla de ilusiones ópticas y se tiende a omitir la ilusión tåctil, la filósofa Ophelia Deroy considera que ambos sentidos estån sujetos al delirio. «A mucha gente le sorprende descubrir que el botón de sus teléfonos en realidad no se mueve cuando lo presionan. La impresión la crea la vibración, que engaña al cerebro y este deduce que algo ha sido presionado», escribió.
Históricamente, la cultura occidental ha considerado la vista como el sentido mås fidedigno y puro, mientras que ha relegado el tacto a un segundo plano del que apenas empieza a salir. La vista, dice Maurette, «se consideraba el mås similar a la inteligencia, quizå porque tiene distancia con su objeto. El tacto, en cambio, estå asociado con el mundo terrenal, con la suciedad y con el contagio». En este miedo al contagio algunos estudiosos han encontrado la razón por las que unas culturas son mås reacias al roce de los cuerpos.
«Yo afirmarĂa, como el famoso neurĂłlogo Frank R. Wilson, que el cerebro no vive solo dentro de la cabeza; aunque ese sea su hĂĄbitat, el cerebro es mano y la mano cerebro. Creo firmemente que el tacto sirve para pensar», dice Antonio Muñoz CarriĂłn, sociĂłlogo especializado en antropologĂa de los sentidos.
La paradoja hĂĄptica
El siglo XXI, dijo Robert JĂŒtte, autor de A History of Senses, marca el inicio de una era hĂĄptica. El auge de la tecnologĂa tĂĄctil, de los restaurantes a oscuras, de las exposiciones de arte que ya no solo se contemplan, de los experimentos con tactilidad remota y de los miembros protĂ©sicos que reproducen la sensibilidad son algunos ejemplos que constatan que el tacto, al fin, estĂĄ ganando popularidad. «No sĂ© si nuestra relaciĂłn mĂĄs Ăntima es por el modo en que lo pensamos como cultura, porque la relaciĂłn con el tacto es tan Ăntima que va mĂĄs allĂĄ de las creencias culturales. Pero sĂ es cierto que le estamos dando mĂĄs importancia. Durante muchos años fue un sentido menor, sucio, sin valor estĂ©tico o filosĂłfico», añade Maurette.
La idea que tiene este filósofo del tacto es mås amplia, va mås allå del mero roce. Por eso tiende a hablar de «lo håptico», un concepto mås inclusivo que le permite incluir tanto la percepción externa como interna. «El tacto es la percepción externa, la exterocepción, el cuerpo contra el mundo. Pero también es el sentimiento interior, el dolor. Es también la afección. Cada vez que sentimos algo fuerte, de alguna forma se manifiesta de manera tåctil».
En cambio, CarriĂłn ve las reglas tĂĄctiles mĂĄs contextuales y «no tan Ăntimas como solemos pensar». Para explicarlo, utiliza el ejemplo del reconocimiento mĂ©dico: «Un simple palpar el cuerpo propio por parte de otro crea una enorme violencia, pero si se lleva a cabo en un acto de exploraciĂłn mĂ©dica o en una camilla de masaje a nadie le perturba. El secreto de la perturbaciĂłn que provoca el tacto fĂsico depende en la mayor parte de las ocasiones de la definiciĂłn que se haga de la situaciĂłn».
«Lo que realmente importa hoy a muchos de los que han crecido en las tecnologĂas visuales es cĂłmo se afectan las imĂĄgenes, independientemente de su procedencia, quĂ© experiencia les producen. No creo que vaya a suceder esto con el tacto, a pesar de lo sofisticados que parecen ser esos guantes de realidad virtual que simulan la temperatura, textura y volumen de lo que tocamos o acariciamos», añade.
Aunque Carrión da por hecho cierta «rehabilitación de la percepción håptica», destaca que en algunos casos, paradójicamente, el tacto ha perdido importancia. A menudo, la mano ha sido sustituida por mediaciones tecnológicas en la sanación y la curación. Los juegos infantiles cada vez se tocan menos y «se han desplazado al universo icónico». Si bien lo håptico se ha resaltado a varios niveles, «las sociedades contemporåneas han elegido el mundo aséptico que supone protegerse con una burbuja y renunciar a relacionarse de forma tåctil con la realidad que estå fuera de ella».
Frente al auge de lo tĂĄctil en algunos ĂĄmbitos, levantamos una barrera. La tecnologĂa nos aleja de los cuerpos, prima lo virtual y la mano del que da evita el roce con la mano del mendigo que recibe.
El roce que nombra
Vagina es uno de los nombres que surgen del roce, del hĂĄbito, de la forma en la que algunas partes del cuerpo entran en contacto con otros cuerpos u objetos. El origen de la palabra vagina es «vaina», por razones que la propia etimologĂa evidencia. Sopapo es menos evidente y surge de una serie de golpes y roces inagotable: significa «golpe debajo del papo», es decir, de la papada. Papada, a su vez, procede de «papa», que da lugar a «papilla» y «empapar». Otros nombres como el cuello o los puños de la camisa han nacido de la fricciĂłn habitual con una parte del cuerpo. Para aglutinar golpe y parte del cuerpo en una misma palabra estĂĄ cachete, que significa tanto «golpe en la cara» como «carrillo».
Victoria Marrero, profesora de LingĂŒĂstica de la UNED, explica asĂ este proceso de metonimia por contigĂŒidad: «Consiste en nombrar un objeto con el nombre de otro cercano en el espacio. La lingĂŒĂstica cognitiva lo explica en tĂ©rminos de dominios experienciales en contacto: hay un dominio fuente, el cuerpo humano, que nos sirve como anclaje conceptual para llegar al dominio meta, que serĂa la ropa o la prenda que estĂĄ en contacto con el cuerpo».
El cuello y los puños de la camisa, asĂ como la espalda, entrarĂan en el grupo de formas simples. Con ellas conviven formas derivadas como cabezĂłn o guantazo, asĂ como las partes de prendas cuyos nombres terminan en -ero y -era, como puede ser codera, pechera y tobillera. A veces, tambiĂ©n se unen el verbo al que alude ese roce y el nombre, como ocurre con alzacuellos.
El cuerpo humano, dice Marrero, «es una fuente inagotable de procesos metafĂłricos y metonĂmicos. SegĂșn investigadores como InĂ©s Olza, la razĂłn es que la experiencia corporal es muy importante para ayudarnos a conceptualizar la realidad».
La mano, en su recorrido por el cuerpo, va recogiendo informaciĂłn que reordena y que nos permite acudir a nuevas formas de nombrar, a menudo mediante la metĂĄfora. «Las texturas que va encontrando, sus temperaturas, sus ĂĄngulos, etc., los nombra generalmente por analogĂa a otras materias bien conocidas por convenciĂłn y para facilitar la comunicaciĂłn. Por ejemplo, piel de melocotĂłn. Esto tambiĂ©n sucede en el universo de los olores y de los sabores», dice CarriĂłn.
Aunque Maurette no ha profundizado en esta funciĂłn del tacto en sus ensayos, sĂ ha encontrado en sus lecturas una constante relaciĂłn entre el tacto y lo formal, concretamente la poesĂa. «La rima, la metonimia, las repeticiones, distintas figuras retĂłricas, muestran cĂłmo el lenguaje puede imitar al tacto. Las palabras pueden reproducir, mediante los sonidos, sensaciones casi tĂĄctiles. El lenguaje, en este sentido, es tĂĄctil», dice. Y añade: «De hecho, en inglĂ©s, la palabra tacto, touch, tiene la entrada mĂĄs larga en el diccionario».
A menudo, la evidencia de que el tacto es la gran fuente de conocimiento que nos brinda el cuerpo se revela en aquello que nos aterrroriza y repugna. Para el filĂłsofo Jean Paul-Sarte, la fuente del miedo estĂĄ todo aquello que no es sĂłlido. En definitiva, todo aquello que no podemos retener mediante el tacto.
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Tras despertar en la cueva de Montesinos, don Quijote se palpĂł el cuerpo para saberse real: «Con todo esto, me tentĂ© la cabeza y los pechos, para certificarme si era yo mismo el que allĂ estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha», escribiĂł Cervantes. Hay pellizcos que confirman la vigilia. Los pedimos, incluso, ante lo improbable: «PellĂzcame, para que sepa que no estoy soñando». La mano palpa el bolsillo y el roce de los dientes de una llave confirma que la puerta no se ha cerrado para dejarnos sin un lugar al que regresar. El tacto es el sentido que siempre nos acompaña: es el primero que se activa, cuando se forma el Ăłrgano mĂĄs amplio, la piel, en la octava semana de gestaciĂłn.
El filĂłsofo argentino Pablo Maurette, cuya tesis doctoral girĂł en torno al tacto, acaba de publicar en un libro las reflexiones que generĂł su investigaciĂłn y que no tenĂan cabida en su tesis: El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto. Maurette cree que el tacto ni siquiera es un sentido, sino varios. «Algunos se han referido al tacto como la sensibilidad en general. En La Odisea, Eudiclea reconoce a Ulises. Es la Ășnica que lo reconoce en todo el libro, por el tacto. A veces solo tocando algo nos cercioramos de que existe. Eso tambiĂ©n dirĂĄn algunos escultores del Renacimiento: la vista engaña, el tacto no», explica Maurette a Yorokobu.
Eudiclea y el Quijote no son los Ășnicos personajes que tocaron para reconocer un cuerpo y confirmar una identidad. AsĂ ocurriĂł con Santo TomĂĄs, que palpĂł las heridas de Jesucristo para asegurarse de que era Ă©l. La vista cuenta con un dicho que insinĂșa su infalibilidad: «Si no lo veo, no lo creo». A menudo, vista y tacto colaboran. A la garantĂa de esta combinaciĂłn, que ya sugerĂa Descartes, aludiĂł Santo TomĂĄs: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré».
Para Maurette, la colaboración que establecen vista y tacto es esencial a la hora de confirmar una realidad o una presencia o de reconocer algo o a alguien. De esta colaboración surge, ademås, la memoria tåctil: «A veces solo con mirar sabemos qué textura tendrå, si tocarlo o no. Tenemos como un repositorio de memoria tåctil en el cual la vista colabora».
Aunque el historiador Aloïs Riegl escribiera que «solo el sentido del tacto nos ofrece la confirmación inmediata», ni siquiera este es infalible: si bien se habla de ilusiones ópticas y se tiende a omitir la ilusión tåctil, la filósofa Ophelia Deroy considera que ambos sentidos estån sujetos al delirio. «A mucha gente le sorprende descubrir que el botón de sus teléfonos en realidad no se mueve cuando lo presionan. La impresión la crea la vibración, que engaña al cerebro y este deduce que algo ha sido presionado», escribió.
Históricamente, la cultura occidental ha considerado la vista como el sentido mås fidedigno y puro, mientras que ha relegado el tacto a un segundo plano del que apenas empieza a salir. La vista, dice Maurette, «se consideraba el mås similar a la inteligencia, quizå porque tiene distancia con su objeto. El tacto, en cambio, estå asociado con el mundo terrenal, con la suciedad y con el contagio». En este miedo al contagio algunos estudiosos han encontrado la razón por las que unas culturas son mås reacias al roce de los cuerpos.
«Yo afirmarĂa, como el famoso neurĂłlogo Frank R. Wilson, que el cerebro no vive solo dentro de la cabeza; aunque ese sea su hĂĄbitat, el cerebro es mano y la mano cerebro. Creo firmemente que el tacto sirve para pensar», dice Antonio Muñoz CarriĂłn, sociĂłlogo especializado en antropologĂa de los sentidos.
La paradoja hĂĄptica
El siglo XXI, dijo Robert JĂŒtte, autor de A History of Senses, marca el inicio de una era hĂĄptica. El auge de la tecnologĂa tĂĄctil, de los restaurantes a oscuras, de las exposiciones de arte que ya no solo se contemplan, de los experimentos con tactilidad remota y de los miembros protĂ©sicos que reproducen la sensibilidad son algunos ejemplos que constatan que el tacto, al fin, estĂĄ ganando popularidad. «No sĂ© si nuestra relaciĂłn mĂĄs Ăntima es por el modo en que lo pensamos como cultura, porque la relaciĂłn con el tacto es tan Ăntima que va mĂĄs allĂĄ de las creencias culturales. Pero sĂ es cierto que le estamos dando mĂĄs importancia. Durante muchos años fue un sentido menor, sucio, sin valor estĂ©tico o filosĂłfico», añade Maurette.
La idea que tiene este filósofo del tacto es mås amplia, va mås allå del mero roce. Por eso tiende a hablar de «lo håptico», un concepto mås inclusivo que le permite incluir tanto la percepción externa como interna. «El tacto es la percepción externa, la exterocepción, el cuerpo contra el mundo. Pero también es el sentimiento interior, el dolor. Es también la afección. Cada vez que sentimos algo fuerte, de alguna forma se manifiesta de manera tåctil».
En cambio, CarriĂłn ve las reglas tĂĄctiles mĂĄs contextuales y «no tan Ăntimas como solemos pensar». Para explicarlo, utiliza el ejemplo del reconocimiento mĂ©dico: «Un simple palpar el cuerpo propio por parte de otro crea una enorme violencia, pero si se lleva a cabo en un acto de exploraciĂłn mĂ©dica o en una camilla de masaje a nadie le perturba. El secreto de la perturbaciĂłn que provoca el tacto fĂsico depende en la mayor parte de las ocasiones de la definiciĂłn que se haga de la situaciĂłn».
«Lo que realmente importa hoy a muchos de los que han crecido en las tecnologĂas visuales es cĂłmo se afectan las imĂĄgenes, independientemente de su procedencia, quĂ© experiencia les producen. No creo que vaya a suceder esto con el tacto, a pesar de lo sofisticados que parecen ser esos guantes de realidad virtual que simulan la temperatura, textura y volumen de lo que tocamos o acariciamos», añade.
Aunque Carrión da por hecho cierta «rehabilitación de la percepción håptica», destaca que en algunos casos, paradójicamente, el tacto ha perdido importancia. A menudo, la mano ha sido sustituida por mediaciones tecnológicas en la sanación y la curación. Los juegos infantiles cada vez se tocan menos y «se han desplazado al universo icónico». Si bien lo håptico se ha resaltado a varios niveles, «las sociedades contemporåneas han elegido el mundo aséptico que supone protegerse con una burbuja y renunciar a relacionarse de forma tåctil con la realidad que estå fuera de ella».
Frente al auge de lo tĂĄctil en algunos ĂĄmbitos, levantamos una barrera. La tecnologĂa nos aleja de los cuerpos, prima lo virtual y la mano del que da evita el roce con la mano del mendigo que recibe.
El roce que nombra
Vagina es uno de los nombres que surgen del roce, del hĂĄbito, de la forma en la que algunas partes del cuerpo entran en contacto con otros cuerpos u objetos. El origen de la palabra vagina es «vaina», por razones que la propia etimologĂa evidencia. Sopapo es menos evidente y surge de una serie de golpes y roces inagotable: significa «golpe debajo del papo», es decir, de la papada. Papada, a su vez, procede de «papa», que da lugar a «papilla» y «empapar». Otros nombres como el cuello o los puños de la camisa han nacido de la fricciĂłn habitual con una parte del cuerpo. Para aglutinar golpe y parte del cuerpo en una misma palabra estĂĄ cachete, que significa tanto «golpe en la cara» como «carrillo».
Victoria Marrero, profesora de LingĂŒĂstica de la UNED, explica asĂ este proceso de metonimia por contigĂŒidad: «Consiste en nombrar un objeto con el nombre de otro cercano en el espacio. La lingĂŒĂstica cognitiva lo explica en tĂ©rminos de dominios experienciales en contacto: hay un dominio fuente, el cuerpo humano, que nos sirve como anclaje conceptual para llegar al dominio meta, que serĂa la ropa o la prenda que estĂĄ en contacto con el cuerpo».
El cuello y los puños de la camisa, asĂ como la espalda, entrarĂan en el grupo de formas simples. Con ellas conviven formas derivadas como cabezĂłn o guantazo, asĂ como las partes de prendas cuyos nombres terminan en -ero y -era, como puede ser codera, pechera y tobillera. A veces, tambiĂ©n se unen el verbo al que alude ese roce y el nombre, como ocurre con alzacuellos.
El cuerpo humano, dice Marrero, «es una fuente inagotable de procesos metafĂłricos y metonĂmicos. SegĂșn investigadores como InĂ©s Olza, la razĂłn es que la experiencia corporal es muy importante para ayudarnos a conceptualizar la realidad».
La mano, en su recorrido por el cuerpo, va recogiendo informaciĂłn que reordena y que nos permite acudir a nuevas formas de nombrar, a menudo mediante la metĂĄfora. «Las texturas que va encontrando, sus temperaturas, sus ĂĄngulos, etc., los nombra generalmente por analogĂa a otras materias bien conocidas por convenciĂłn y para facilitar la comunicaciĂłn. Por ejemplo, piel de melocotĂłn. Esto tambiĂ©n sucede en el universo de los olores y de los sabores», dice CarriĂłn.
Aunque Maurette no ha profundizado en esta funciĂłn del tacto en sus ensayos, sĂ ha encontrado en sus lecturas una constante relaciĂłn entre el tacto y lo formal, concretamente la poesĂa. «La rima, la metonimia, las repeticiones, distintas figuras retĂłricas, muestran cĂłmo el lenguaje puede imitar al tacto. Las palabras pueden reproducir, mediante los sonidos, sensaciones casi tĂĄctiles. El lenguaje, en este sentido, es tĂĄctil», dice. Y añade: «De hecho, en inglĂ©s, la palabra tacto, touch, tiene la entrada mĂĄs larga en el diccionario».
A menudo, la evidencia de que el tacto es la gran fuente de conocimiento que nos brinda el cuerpo se revela en aquello que nos aterrroriza y repugna. Para el filĂłsofo Jean Paul-Sarte, la fuente del miedo estĂĄ todo aquello que no es sĂłlido. En definitiva, todo aquello que no podemos retener mediante el tacto.
Muy interesante, se pueden echar en falta referencias al tacto de los pies, quizĂĄ por ser, dentro del minusvalorado tacto, el Ăłrgano mĂĄs minusvalorado. Sin embargo, su capacidad sensitiva es amor me incluso calzado, como se pude comprobar al pisar (con calzado) diferentes superficies.
Reenvio corregido algĂșn error. Muy interesante, aunque se pueden echar en falta referencias al tacto de los pies, quizĂĄ por ser, dentro del minusvalorado tacto, el Ăłrgano mĂĄs minusvalorado. Sin embargo, su capacidad sensitiva es enorme incluso calzado, como se puede comprobar al pisar (con calzado) diferentes superficies.
El tocar, Jean-Luc Nancy, un importante libro para comprender la metafĂsica de la presencia que se resguarda en el elogio del tacto.
Saludos!
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