Otro elemento que llamó mi atención fue la gran cantidad de cuernos de búfalo que decoran las fachadas, tantos como animales sacrificados durante los funerales. El estatus de la familia tiene relación con el número de cornamentas.
En Tana Toraja cerca del 70% de la población es protestante. En 1965, el gobierno indonesio obligó a sus ciudadanos a pertenecer a una de las seis religiones reconocidas: islam, catolicismo, protestantismo, hinduismo, budismo y el confucionismo, pero siguen manteniendo muchas creencias provenientes del animismo. Una de ellas, y la más importante, tiene que ver con la muerte.
La ceremonia del Tomate es uno de los momentos más duros que he podido presenciar en mis viajes. Los bĂşfalos son llevados hasta el centro de la marabunta y son degollados de un solo cuchillazo. Un instante difĂcil de soportar. La angustia del bĂşfalo se entremezcla con los ensordecedores gritos de los cerdos que son amarrados por las patas y colgados de un palo hasta ser asesinados.
Comportamiento que inevitablemente te hace reflexionar acerca de nuestra forma de ver la vida… y la muerte. Para los toraja la muerte es la fase más importante de su vida, hasta tal punto que, cuando alguien cae enfermo, no emplean grandes esfuerzos en intentar alargar el inevitable final.
Desde bien jovencito es algo que me ha agobiado e inquietado, llegando a pensar, en alguna ocasiĂłn, que no tenĂa sentido esforzarse en la vida si existĂa una inevitable fecha de caducidad. Antonio Machado dijo una vez que «la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos». Y esto es algo que me consuela.
Una vez finaliza la ceremonia del Tomate —asĂ es como se conoce al sacrificio de los animales—, el ataĂşd es portado durante varios kilĂłmetros hasta la roca sagrada, como si de una procesiĂłn de Semana Santa se tratase. Porque allĂ los cadáveres no se entierran, se introducen en la roca, excepto aquellos pequeños que hayan fallecido antes de la apariciĂłn de los primeros dientes, que son alojados en el interior del tronco de un árbol para que continĂşen creciendo juntos.
Pasados entre tres y cinco años, la puerta se volverá a abrir para cambiar y asear al familiar. Es el segundo funeral, conocido como Ma’nene. La corbata, vestido, traje, gafas, joyas… son elegidos con mimo para su segundo descanso. Cada uno de los fallecidos tiene su tau-tau —muñeco de madera— a semejanza en la roca sagrada.
Las ceremonias pueden alargarse varios dĂas. Son excesivamente costosas y las familias con menos recursos pueden llegar a arruinarse. Esto sucede tan a menudo que el gobierno se vio obligado a establecer un lĂmite máximo de gastos por funeral, ley que las familias se saltan a la torera.
Otro elemento que llamó mi atención fue la gran cantidad de cuernos de búfalo que decoran las fachadas, tantos como animales sacrificados durante los funerales. El estatus de la familia tiene relación con el número de cornamentas.
En Tana Toraja cerca del 70% de la población es protestante. En 1965, el gobierno indonesio obligó a sus ciudadanos a pertenecer a una de las seis religiones reconocidas: islam, catolicismo, protestantismo, hinduismo, budismo y el confucionismo, pero siguen manteniendo muchas creencias provenientes del animismo. Una de ellas, y la más importante, tiene que ver con la muerte.
La ceremonia del Tomate es uno de los momentos más duros que he podido presenciar en mis viajes. Los bĂşfalos son llevados hasta el centro de la marabunta y son degollados de un solo cuchillazo. Un instante difĂcil de soportar. La angustia del bĂşfalo se entremezcla con los ensordecedores gritos de los cerdos que son amarrados por las patas y colgados de un palo hasta ser asesinados.
Comportamiento que inevitablemente te hace reflexionar acerca de nuestra forma de ver la vida… y la muerte. Para los toraja la muerte es la fase más importante de su vida, hasta tal punto que, cuando alguien cae enfermo, no emplean grandes esfuerzos en intentar alargar el inevitable final.
Desde bien jovencito es algo que me ha agobiado e inquietado, llegando a pensar, en alguna ocasiĂłn, que no tenĂa sentido esforzarse en la vida si existĂa una inevitable fecha de caducidad. Antonio Machado dijo una vez que «la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos». Y esto es algo que me consuela.
Una vez finaliza la ceremonia del Tomate —asĂ es como se conoce al sacrificio de los animales—, el ataĂşd es portado durante varios kilĂłmetros hasta la roca sagrada, como si de una procesiĂłn de Semana Santa se tratase. Porque allĂ los cadáveres no se entierran, se introducen en la roca, excepto aquellos pequeños que hayan fallecido antes de la apariciĂłn de los primeros dientes, que son alojados en el interior del tronco de un árbol para que continĂşen creciendo juntos.
Pasados entre tres y cinco años, la puerta se volverá a abrir para cambiar y asear al familiar. Es el segundo funeral, conocido como Ma’nene. La corbata, vestido, traje, gafas, joyas… son elegidos con mimo para su segundo descanso. Cada uno de los fallecidos tiene su tau-tau —muñeco de madera— a semejanza en la roca sagrada.
Las ceremonias pueden alargarse varios dĂas. Son excesivamente costosas y las familias con menos recursos pueden llegar a arruinarse. Esto sucede tan a menudo que el gobierno se vio obligado a establecer un lĂmite máximo de gastos por funeral, ley que las familias se saltan a la torera.