La tribu que no tenĂa palabras para ‘guerra’ o ‘violencia’: no las necesitamos para nada

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Frente al aserto hobbesiano de que el hombre es un lobo para el hombre, solemos abrazar como última esperanza el aserto rousseauniano de que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad, y también la razón, la que acaba corrompiéndolo.
Por eso, gran parte de los habitantes del primer mundo aspira a huir de la urbe, de la modernidad, de la tecnologĂa, del siglo XXI, para refugiarse en el ámbito de alguna isla habitada por una tribu conectada Ăntimamente con la natureza o alguna naciĂłn donde la tradiciĂłn y lo rural continĂşen siendo preponderantes.
Por eso mucha gente se emocionĂł al descubrir que, en efecto, existĂa una tribu donde, por no existir, ni siquiera existĂan tĂ©rminos como guerra o violencia. Una tribu que era el paradigma de la paz y la concordia. Una tribu que demostraba el verdadero espĂritu del ser humano antes de ser corrompido por la televisiĂłn, los grandes almacenes, los rascacielos y una larga lista de elementos distorsionadores, sobre todo, de la madre Tierra, Gaia, la Pachamama.
Tasaday
La tribu de los tasaday fue descubierta en lo más remoto de Filipinas en junio de 1971, en el interior de la selva de la isla de Mindanao. Eran solo 26 individuos casi completamente desnudos que vivĂan en cuevas, fabricaban herramientas de piedra y nunca habĂan tenido contacto con la civilizaciĂłn moderna. Su dieta básica estaba compuesta de insectos, una inestimable fuente de proteĂnas, y algunas ranas.
Los tasaday se pusieron de moda y todos los medios de comunicaciĂłn se hicieron eco de ellos. Eran seres humanos intocados por la cultura que nos rodeaba, asĂ que constitutĂan una suerte de conejillos de indias naturales para analizar quĂ© pasaba cuando vivĂas en la naturaleza, lejos de videojuegos, pelĂculas violentas y mala educaciĂłn.
Lo que ocurrĂa, a juzgar por las imágenes que se filtraban en la televisiĂłn, es que esos individuos vivĂan en paz y armonĂa. El bueno de Jean-Jacques Rousseau tenĂa razĂłn. Los tasaday incluso carecĂan de palabras que hicieran referencia a la violencia o a la guerra, porque, como todo el mundo sabe, si uno no emplea determinadas palabras, entonces ya no comete los actos que señalan.
Uno incluso se vuelve mejor persona si no usa palabrotas. Y más respetuoso y abierto de mente si sustituye negro o nosotros con eufemismos (de color) o lenguaje inclusivo (nosotros, nosotras, nosotres).
No importaba que las hipĂłtesis del lenguaje de Sapir-Whorf ya no tuvieran sustento en la moderna neurociencia o que existieran cosas como la rueda del eufemismo: los tasaday iban a callar todas las bocas de esos cientĂficos, expertos y demás ralea que no tienen ni idea de cĂłmo funciona el mundo verdadero y se empecinan en reducirlo a ensayos de doble ciego o teoremas matemáticos.
Era un hallazgo fascinante. La revista National Geographic incluso les dedicĂł una portada y un documental. Periodistas, actores y famosos como la actriz Gina Lollobrigida y el aviador Charles Lindbergh les visitaron para hacerse una foto con ellos.
Los tasaday eran el paradigma del «buen salvaje», podrĂan haber inspirado al movimiento jipi, y tambiĂ©n fueron el mascarĂłn de proa de antropĂłlogos que consideraban que las sociedades se forjaban en funciĂłn de la cultura vigente, y que en ello nada tenĂa que ver la biologĂa (esa estĂşpida doble hĂ©lice del ADN, la selecciĂłn natural, la evoluciĂłn… estaba muy bien para todo lo que estuviera de cuello para abajo, pero el cerebro, no, el cerebro era especial y estaba a salvo de las presiones evolutivas: solo se formaba por la cultura, porque nacĂamos en blanco, y todo era posible cuando nacĂas en blanco).
Cojámonos todos de las manos y entonemos el Cumbayá.
Fraude ‘flower power’
Pero alto. Que baje la mĂşsica. Solo diez años despuĂ©s de su descubrimiento, se filtrĂł que esta tribu era un fraude. La tribu existĂa, no obstante muchos de sus detalles fueron exagerados por su descubridor, Manuel Elizalde, quien presuntamente pagĂł a un puñado de lugareños para que se deshicieran de sus pantalones vaqueros y sus camisetas y los sustituyeran por taparrabos con hojas de orquĂdea.
TambiĂ©n tenĂan que dejar de comer arroz y cerdo cuando llegaran las cámaras de televisiĂłn y llevarse a la boca bichos diversos, de los que no suelen generar empatĂa por nuestro sistema nervioso antropocĂ©ntrico (ya sabĂ©is, no nos duelen prendas en pisar una cucaracha, pero sĂ a cualquier animal que se parezca a un bebĂ© o que emita quejidos y gritos que nos recuerdan a los bebĂ©s, con independencia de que su sistema nervioso estĂ© más o menos desarrollado).
¿Cómo era posible que tantos periodistas, medios de comunicación de prestigio y famosos fueran engañados con tanta facilidad? Lo de los famosos no merece mucha más investigación. Lo de los periodistas y medios de comunicación (como se sabe por el filtro de atención por el que miramos el mundo) tampoco merece mucha más, y debemos invocar el principio de Hanlon.
La cuestiĂłn fundamental es que hubo un engaño colectivo porque todos querĂamos creer en Ă©l y porque daba la razĂłn a lo que el Romanticismo habĂa puesto de moda, sobre todo entre los occidentales más burgueses (o directamente pijos). Tal y como abunda en ello el profesor de biologĂa evolutiva humana de Harvard Daniel E. Lieberman en su libro La historia del cuerpo humano:
Creo que el fraude de los tasaday engañó a todo el mundo porque el retrato que orquestĂł Elizalde de la sociedad humana primitiva era justamente lo que muchos deseaban ver y oĂr durante la guerra de Vietnam.
Los tasaday tambiĂ©n ponĂan en evidencia que la vida, en la Edad de Piedra, era más relajada que ahora. Que en realidad no hemos progresado, sino que hemos involucionado. Y que no existen los universales culturales, es decir, que no hay genes que nos predisponen a la violencia u otras conductas. TambiĂ©n eran, de paso, la demostraciĂłn de que debemos conservar a toda costa hasta la más mĂnima diversidad cultural porque sin ella podrĂamos estar perdiendo para siempre algo fundamental para el devenir de nuestra especie.
Los tasaday eran, por quĂ© no decirlo tambiĂ©n, parte del combustible propagandĂstico que, a rebufo del mayo del 68, convirtiĂł el posmodernismo en la gran ola ideolĂłgica que está arrasando los Ăşltimos rescoldos de la IlustraciĂłn, y que domina el panorama universitario a pesar de sus mĂşltiples escándalos, como este en el que se demostrĂł que la vacuidad intelectual se puede compensar con el discurso crĂptico y pagado de sĂ mismo.
El problema es que los datos al respecto sugieren que el mundo funciona de forma muy diferente a cómo se acaba de detallar. Sà que hemos progresado. Sà que hay culturas que han encontrado formas más eficaces de resolver sus problemas. Sà que existen universales culturales que nacen, ¡oh, sorpresa!, de los genes (o más bien de la interacción inextricable genes-ambiente).
No nacemos en blanco, sino con un buen puñado de instrucciones ya escritas. Porcentualmente, los Ăndices de homicidios suelen ser más altos en las culturas más aisladas, más conectadas con la naturaleza y menos imbricadas en lo que hemos venido a llamar el Primer Mundo (vamos, que es más peligroso vivir en una isla idĂlica con una tribu prehistĂłrica que en el Bronx). Incluso, ya puestos, podemos decir que porcentualmente un individuo que vivĂa en la Edad de Hierro contaminaba más que una persona que vive en una gran ciudad actual.
Tanto Hobbes como Rousseau se equivocaban. Ambos carecĂan de datos estadĂsticos para sostener su pensamiento. Sin embargo, poco ha importado eso para que repitamos sus ideas. Seguramente porque la IlustraciĂłn está de capa caĂda y lo que triunfa hoy en dĂa, sobre todo en determinado espectro polĂtico, es el derrotismo romántico y la idealizaciĂłn del pasado, como ya explicamos en Por quĂ© mola tanto ser alternativo y antiprogreso si no suele ofrecer soluciones mejores.
Ahora, sin embargo, sabemos que el pasado era una mierda y que los tasaday, de existir, serĂan una rareza estadĂstica que no influirĂa en el hecho de que cada vez somos más respetuosos con los demás y hay menos homĂłfobos, machistas y racistas, que cada año que transcurre hay menos homicidios, y que cada dĂa que pasa hay 137.000 personas menos en la pobreza extrema, es decir, que solo en 12 años llegaremos a 0% de pobres extremos en el mundo cuando hace solo 200 años lo era el 95%.
O sea, tasaday, quedaos allĂ, no os necesitamos, pero tenĂ©is la puerta abierta a nuestro mundo el dĂa que os apetezca vivir un poco mejor de lo que vivĂs. ÂżQuĂ© tal una lavadora, como dirĂa Hans Rosling?
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Frente al aserto hobbesiano de que el hombre es un lobo para el hombre, solemos abrazar como última esperanza el aserto rousseauniano de que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad, y también la razón, la que acaba corrompiéndolo.
Por eso, gran parte de los habitantes del primer mundo aspira a huir de la urbe, de la modernidad, de la tecnologĂa, del siglo XXI, para refugiarse en el ámbito de alguna isla habitada por una tribu conectada Ăntimamente con la natureza o alguna naciĂłn donde la tradiciĂłn y lo rural continĂşen siendo preponderantes.
Por eso mucha gente se emocionĂł al descubrir que, en efecto, existĂa una tribu donde, por no existir, ni siquiera existĂan tĂ©rminos como guerra o violencia. Una tribu que era el paradigma de la paz y la concordia. Una tribu que demostraba el verdadero espĂritu del ser humano antes de ser corrompido por la televisiĂłn, los grandes almacenes, los rascacielos y una larga lista de elementos distorsionadores, sobre todo, de la madre Tierra, Gaia, la Pachamama.
Tasaday
La tribu de los tasaday fue descubierta en lo más remoto de Filipinas en junio de 1971, en el interior de la selva de la isla de Mindanao. Eran solo 26 individuos casi completamente desnudos que vivĂan en cuevas, fabricaban herramientas de piedra y nunca habĂan tenido contacto con la civilizaciĂłn moderna. Su dieta básica estaba compuesta de insectos, una inestimable fuente de proteĂnas, y algunas ranas.
Los tasaday se pusieron de moda y todos los medios de comunicaciĂłn se hicieron eco de ellos. Eran seres humanos intocados por la cultura que nos rodeaba, asĂ que constitutĂan una suerte de conejillos de indias naturales para analizar quĂ© pasaba cuando vivĂas en la naturaleza, lejos de videojuegos, pelĂculas violentas y mala educaciĂłn.
Lo que ocurrĂa, a juzgar por las imágenes que se filtraban en la televisiĂłn, es que esos individuos vivĂan en paz y armonĂa. El bueno de Jean-Jacques Rousseau tenĂa razĂłn. Los tasaday incluso carecĂan de palabras que hicieran referencia a la violencia o a la guerra, porque, como todo el mundo sabe, si uno no emplea determinadas palabras, entonces ya no comete los actos que señalan.
Uno incluso se vuelve mejor persona si no usa palabrotas. Y más respetuoso y abierto de mente si sustituye negro o nosotros con eufemismos (de color) o lenguaje inclusivo (nosotros, nosotras, nosotres).
No importaba que las hipĂłtesis del lenguaje de Sapir-Whorf ya no tuvieran sustento en la moderna neurociencia o que existieran cosas como la rueda del eufemismo: los tasaday iban a callar todas las bocas de esos cientĂficos, expertos y demás ralea que no tienen ni idea de cĂłmo funciona el mundo verdadero y se empecinan en reducirlo a ensayos de doble ciego o teoremas matemáticos.
Era un hallazgo fascinante. La revista National Geographic incluso les dedicĂł una portada y un documental. Periodistas, actores y famosos como la actriz Gina Lollobrigida y el aviador Charles Lindbergh les visitaron para hacerse una foto con ellos.
Los tasaday eran el paradigma del «buen salvaje», podrĂan haber inspirado al movimiento jipi, y tambiĂ©n fueron el mascarĂłn de proa de antropĂłlogos que consideraban que las sociedades se forjaban en funciĂłn de la cultura vigente, y que en ello nada tenĂa que ver la biologĂa (esa estĂşpida doble hĂ©lice del ADN, la selecciĂłn natural, la evoluciĂłn… estaba muy bien para todo lo que estuviera de cuello para abajo, pero el cerebro, no, el cerebro era especial y estaba a salvo de las presiones evolutivas: solo se formaba por la cultura, porque nacĂamos en blanco, y todo era posible cuando nacĂas en blanco).
Cojámonos todos de las manos y entonemos el Cumbayá.
Fraude ‘flower power’
Pero alto. Que baje la mĂşsica. Solo diez años despuĂ©s de su descubrimiento, se filtrĂł que esta tribu era un fraude. La tribu existĂa, no obstante muchos de sus detalles fueron exagerados por su descubridor, Manuel Elizalde, quien presuntamente pagĂł a un puñado de lugareños para que se deshicieran de sus pantalones vaqueros y sus camisetas y los sustituyeran por taparrabos con hojas de orquĂdea.
TambiĂ©n tenĂan que dejar de comer arroz y cerdo cuando llegaran las cámaras de televisiĂłn y llevarse a la boca bichos diversos, de los que no suelen generar empatĂa por nuestro sistema nervioso antropocĂ©ntrico (ya sabĂ©is, no nos duelen prendas en pisar una cucaracha, pero sĂ a cualquier animal que se parezca a un bebĂ© o que emita quejidos y gritos que nos recuerdan a los bebĂ©s, con independencia de que su sistema nervioso estĂ© más o menos desarrollado).
¿Cómo era posible que tantos periodistas, medios de comunicación de prestigio y famosos fueran engañados con tanta facilidad? Lo de los famosos no merece mucha más investigación. Lo de los periodistas y medios de comunicación (como se sabe por el filtro de atención por el que miramos el mundo) tampoco merece mucha más, y debemos invocar el principio de Hanlon.
La cuestiĂłn fundamental es que hubo un engaño colectivo porque todos querĂamos creer en Ă©l y porque daba la razĂłn a lo que el Romanticismo habĂa puesto de moda, sobre todo entre los occidentales más burgueses (o directamente pijos). Tal y como abunda en ello el profesor de biologĂa evolutiva humana de Harvard Daniel E. Lieberman en su libro La historia del cuerpo humano:
Creo que el fraude de los tasaday engañó a todo el mundo porque el retrato que orquestĂł Elizalde de la sociedad humana primitiva era justamente lo que muchos deseaban ver y oĂr durante la guerra de Vietnam.
Los tasaday tambiĂ©n ponĂan en evidencia que la vida, en la Edad de Piedra, era más relajada que ahora. Que en realidad no hemos progresado, sino que hemos involucionado. Y que no existen los universales culturales, es decir, que no hay genes que nos predisponen a la violencia u otras conductas. TambiĂ©n eran, de paso, la demostraciĂłn de que debemos conservar a toda costa hasta la más mĂnima diversidad cultural porque sin ella podrĂamos estar perdiendo para siempre algo fundamental para el devenir de nuestra especie.
Los tasaday eran, por quĂ© no decirlo tambiĂ©n, parte del combustible propagandĂstico que, a rebufo del mayo del 68, convirtiĂł el posmodernismo en la gran ola ideolĂłgica que está arrasando los Ăşltimos rescoldos de la IlustraciĂłn, y que domina el panorama universitario a pesar de sus mĂşltiples escándalos, como este en el que se demostrĂł que la vacuidad intelectual se puede compensar con el discurso crĂptico y pagado de sĂ mismo.
El problema es que los datos al respecto sugieren que el mundo funciona de forma muy diferente a cómo se acaba de detallar. Sà que hemos progresado. Sà que hay culturas que han encontrado formas más eficaces de resolver sus problemas. Sà que existen universales culturales que nacen, ¡oh, sorpresa!, de los genes (o más bien de la interacción inextricable genes-ambiente).
No nacemos en blanco, sino con un buen puñado de instrucciones ya escritas. Porcentualmente, los Ăndices de homicidios suelen ser más altos en las culturas más aisladas, más conectadas con la naturaleza y menos imbricadas en lo que hemos venido a llamar el Primer Mundo (vamos, que es más peligroso vivir en una isla idĂlica con una tribu prehistĂłrica que en el Bronx). Incluso, ya puestos, podemos decir que porcentualmente un individuo que vivĂa en la Edad de Hierro contaminaba más que una persona que vive en una gran ciudad actual.
Tanto Hobbes como Rousseau se equivocaban. Ambos carecĂan de datos estadĂsticos para sostener su pensamiento. Sin embargo, poco ha importado eso para que repitamos sus ideas. Seguramente porque la IlustraciĂłn está de capa caĂda y lo que triunfa hoy en dĂa, sobre todo en determinado espectro polĂtico, es el derrotismo romántico y la idealizaciĂłn del pasado, como ya explicamos en Por quĂ© mola tanto ser alternativo y antiprogreso si no suele ofrecer soluciones mejores.
Ahora, sin embargo, sabemos que el pasado era una mierda y que los tasaday, de existir, serĂan una rareza estadĂstica que no influirĂa en el hecho de que cada vez somos más respetuosos con los demás y hay menos homĂłfobos, machistas y racistas, que cada año que transcurre hay menos homicidios, y que cada dĂa que pasa hay 137.000 personas menos en la pobreza extrema, es decir, que solo en 12 años llegaremos a 0% de pobres extremos en el mundo cuando hace solo 200 años lo era el 95%.
O sea, tasaday, quedaos allĂ, no os necesitamos, pero tenĂ©is la puerta abierta a nuestro mundo el dĂa que os apetezca vivir un poco mejor de lo que vivĂs. ÂżQuĂ© tal una lavadora, como dirĂa Hans Rosling?
Como debe de ser. Hasta que dejĂł de serlo.
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