4 de diciembre 2014    /   IDEAS
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¿Padeces un 'trastorno por déficit de naturaleza'?

4 de diciembre 2014    /   IDEAS     por          
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La historia de la humanidad se urbaniza por instantes. El siglo XXI estrena un mundo donde la mayoría de la población vive en ciudades y se aleja masivamente de la naturaleza. Tanto que un niño urbano teme más a una lagartija que al conde Drácula. Tanto que tuvieron que acuñar una palabra tan demencial como ‘biofobia’: miedo a la naturaleza.
La revolución industrial despertó los primeros temores. Muchos pensadores escribieron sobre la distancia que esta nueva forma de entender el mundo provocaría entre los individuos y la naturaleza. Henry David Thoreau o William Morris, entre muchos otros, hablaron de mundos dominados por el mercado y la fealdad. Otros advirtieron de un mundo donde la naturaleza dejaría de ser un hogar para convertirse en un pozo al que expoliar.
Eso fue en la revolución industrial. En la era digital se habla también del llamado ‘trastorno por déficit de naturaleza’ (TDN). Es «una patología que suele aparecer cuando una persona está en desconexión permanente con la naturaleza y que provoca un aumento de estrés y ansiedad», explica el catedrático en psicología ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid, José Antonio Corraliza. «El sistema nervioso no está preparado para este alejamiento de la naturaleza y para vivir únicamente en espacios artificiales. La naturaleza proporciona equilibrio y tranquilidad a las personas. En la ciudad ocurre lo contrario. Por eso se satura y siente más violencia en las zonas urbanas».
El periodista Richard Louv inventó el término en 2005. En su libro El último niño de los bosques relataba que en los parques infantiles de EE UU ya no se subían a los árboles ni se rebozaban en el barro. El escritor, como buen norteamericano, acababa de conceptualizar esta nueva costumbre y le dio el nombre que necesitaba para que se expandiera como la pólvora entre la opinión pública.
El TDN supuso una alerta. Muchos padres y educadores de EE UU y Europa empezaron a crear escuelas y actividades para que los niños retomaran el contacto con la naturaleza. Esta patología se relaciona desde entonces con la «obesidad, enfermedades respiratorias, hiperactividad y falta de vitamina D», según Corraliza. Louv lo había dicho en su libro en 2005, y aquí, hoy, el asunto parece ser idéntico.
El catedrático en psicología ambiental y la investigadora Silvia Collado llevan años estudiando cómo afecta el déficit de naturaleza en la población infantil en España. Han visitado centenares de patios de colegios. ‘Patios duros’, donde todo es cemento, y ‘patios blandos’, donde hay algo de vegetación. «Los niños que están permanentemente rodeados de tecnología y que viven en ciudades sin vegetación pueden sentirse mucho más estresados», comenta. «El nivel de ansiedad es menor cuando tienen naturaleza a su alrededor. El contacto con la naturaleza hace que manejemos el estrés mucho mejor y ayuda a prevenir problemas de salud. También hemos comprobado que los niños que viven en la naturaleza desarrollan más su capacidad pulmonar».
trastorno por déficit de naturaleza
Los adultos también necesitan la naturaleza. El mundo urbano está lleno de paredes, muros, puertas, ascensores, trasteros y cientos de espacios reducidos que se han convertido en la mecha de la claustrofobia.
A lo largo de la historia, muchos grandes pensadores, como Nietzsche, salían al bosque en busca de lucidez mental. Deambular por el campo es una técnica milenaria para pensar. «La naturaleza aumenta nuestra capacidad de concentración y de reflexión», indica el catedrático. «Las estampidas al campo que se producen los fines de semana no es una moda. Es una necesidad del sistema nervioso. Tenemos que recuperar la memoria perdida de la naturaleza. La echamos de menos».
Este trastorno volvió a la conversación hace unos meses. La marca de calzado El naturalista recordó que la vida urbana eleva el estrés y que una cierta vuelta a la naturaleza mejora el bienestar de la población.
La lección se repite, a lo largo de la historia, de muchos modos. Este argumento está también en la literatura infantil. En un cuento muy popular que la escritora suiza Johanna Spyri escribió en 1880 sobre una niña llamada Heidi. La pequeña huérfana que vivía con su abuelo en los alpes suizos enfermó cuando se fue a la ciudad y recuperó la salud en cuanto volvió a la montaña. Su amiga Clara, que vivía en la ciudad, postrada en una silla de ruedas, recuperó la movilidad cuando fue a la montaña. Por eso el ‘trastorno de déficit por naturaleza’ también es llamado, en su versión literaria, ‘síndrome de Heidi’.
Thoreau hizo el experimento de volver a la naturaleza. Durante dos años vivió en una cabaña, alejado al máximo de la civilización y allí escribió, en un libro titulado Walden: «¿No tendré inteligencia con la Tierra? ¿Acaso no soy en parte hojas y vegetal? ¿Cuál es la píldora que nos conservará serenos y contentos? No la de mi bisabuelo ni la del tuyo, sino las vegetales y botánicas medicinas universales de la naturaleza, nuestra bisabuela, con las cuales esta se ha conservado siempre joven, ha sobrevivido en su día a tantos longevos y alimentado su salud con su marchita fertilidad. En lugar de esas redomas de curanderos, con sus mixturas extraídas del río Aqueronte y del Mar Muerto, que salen de sus largas carretas semejantes a goletas negras que a veces nos parecen fabricadas para llevar frascos, mi panacea sería recibir una corriente de puro aire matutino. ¡Aire de la mañana! Si los hombres no beben de él en el manantial del día, ¿por qué entonces debemos embotellar algo de ese aire y venderlo en los comercios en beneficio de aquellos que han perdido su billete de suscripción al tiempo matutino en este mundo?».

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La revolución industrial despertó los primeros temores. Muchos pensadores escribieron sobre la distancia que esta nueva forma de entender el mundo provocaría entre los individuos y la naturaleza. Henry David Thoreau o William Morris, entre muchos otros, hablaron de mundos dominados por el mercado y la fealdad. Otros advirtieron de un mundo donde la naturaleza dejaría de ser un hogar para convertirse en un pozo al que expoliar.
Eso fue en la revolución industrial. En la era digital se habla también del llamado ‘trastorno por déficit de naturaleza’ (TDN). Es «una patología que suele aparecer cuando una persona está en desconexión permanente con la naturaleza y que provoca un aumento de estrés y ansiedad», explica el catedrático en psicología ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid, José Antonio Corraliza. «El sistema nervioso no está preparado para este alejamiento de la naturaleza y para vivir únicamente en espacios artificiales. La naturaleza proporciona equilibrio y tranquilidad a las personas. En la ciudad ocurre lo contrario. Por eso se satura y siente más violencia en las zonas urbanas».
El periodista Richard Louv inventó el término en 2005. En su libro El último niño de los bosques relataba que en los parques infantiles de EE UU ya no se subían a los árboles ni se rebozaban en el barro. El escritor, como buen norteamericano, acababa de conceptualizar esta nueva costumbre y le dio el nombre que necesitaba para que se expandiera como la pólvora entre la opinión pública.
El TDN supuso una alerta. Muchos padres y educadores de EE UU y Europa empezaron a crear escuelas y actividades para que los niños retomaran el contacto con la naturaleza. Esta patología se relaciona desde entonces con la «obesidad, enfermedades respiratorias, hiperactividad y falta de vitamina D», según Corraliza. Louv lo había dicho en su libro en 2005, y aquí, hoy, el asunto parece ser idéntico.
El catedrático en psicología ambiental y la investigadora Silvia Collado llevan años estudiando cómo afecta el déficit de naturaleza en la población infantil en España. Han visitado centenares de patios de colegios. ‘Patios duros’, donde todo es cemento, y ‘patios blandos’, donde hay algo de vegetación. «Los niños que están permanentemente rodeados de tecnología y que viven en ciudades sin vegetación pueden sentirse mucho más estresados», comenta. «El nivel de ansiedad es menor cuando tienen naturaleza a su alrededor. El contacto con la naturaleza hace que manejemos el estrés mucho mejor y ayuda a prevenir problemas de salud. También hemos comprobado que los niños que viven en la naturaleza desarrollan más su capacidad pulmonar».
trastorno por déficit de naturaleza
Los adultos también necesitan la naturaleza. El mundo urbano está lleno de paredes, muros, puertas, ascensores, trasteros y cientos de espacios reducidos que se han convertido en la mecha de la claustrofobia.
A lo largo de la historia, muchos grandes pensadores, como Nietzsche, salían al bosque en busca de lucidez mental. Deambular por el campo es una técnica milenaria para pensar. «La naturaleza aumenta nuestra capacidad de concentración y de reflexión», indica el catedrático. «Las estampidas al campo que se producen los fines de semana no es una moda. Es una necesidad del sistema nervioso. Tenemos que recuperar la memoria perdida de la naturaleza. La echamos de menos».
Este trastorno volvió a la conversación hace unos meses. La marca de calzado El naturalista recordó que la vida urbana eleva el estrés y que una cierta vuelta a la naturaleza mejora el bienestar de la población.
La lección se repite, a lo largo de la historia, de muchos modos. Este argumento está también en la literatura infantil. En un cuento muy popular que la escritora suiza Johanna Spyri escribió en 1880 sobre una niña llamada Heidi. La pequeña huérfana que vivía con su abuelo en los alpes suizos enfermó cuando se fue a la ciudad y recuperó la salud en cuanto volvió a la montaña. Su amiga Clara, que vivía en la ciudad, postrada en una silla de ruedas, recuperó la movilidad cuando fue a la montaña. Por eso el ‘trastorno de déficit por naturaleza’ también es llamado, en su versión literaria, ‘síndrome de Heidi’.
Thoreau hizo el experimento de volver a la naturaleza. Durante dos años vivió en una cabaña, alejado al máximo de la civilización y allí escribió, en un libro titulado Walden: «¿No tendré inteligencia con la Tierra? ¿Acaso no soy en parte hojas y vegetal? ¿Cuál es la píldora que nos conservará serenos y contentos? No la de mi bisabuelo ni la del tuyo, sino las vegetales y botánicas medicinas universales de la naturaleza, nuestra bisabuela, con las cuales esta se ha conservado siempre joven, ha sobrevivido en su día a tantos longevos y alimentado su salud con su marchita fertilidad. En lugar de esas redomas de curanderos, con sus mixturas extraídas del río Aqueronte y del Mar Muerto, que salen de sus largas carretas semejantes a goletas negras que a veces nos parecen fabricadas para llevar frascos, mi panacea sería recibir una corriente de puro aire matutino. ¡Aire de la mañana! Si los hombres no beben de él en el manantial del día, ¿por qué entonces debemos embotellar algo de ese aire y venderlo en los comercios en beneficio de aquellos que han perdido su billete de suscripción al tiempo matutino en este mundo?».

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Opiniones 11
  • Ufff, no quiero ni pensar en que esto se convierta en la nueva moda, ops quise decir tendencia. La poca naturaleza que nos queda no está preparada para acoger más domingueros de los que ahora soporta. Además que un incremento masivo de gente en el campo sería muy goloso para montar numerosos y diversos negocios. Todo muy estresante, ¿no?

    • Todo lo contrario Javier. Dependemos de la naturaleza, pero la gente no la protege ni la cuida. Nadie protege algo que no ama o algo con lo que no se siente identificado. Necesitamos que la gente salga ahí fuera a desconectar, o a CONECTAR, según se mire. Que inunden y respeten los parques naturales españoles. Eso sería lo mejor que nos puede pasar.

  • Algo bonito… no se, pero desde que he empezado a volver al contaminado pueblo, con su vegetación, huertas (con una que cultivo), y grandes campos de cultivo fumigados anualmente por trescientos mil pesticidas (algunos más potentes que el napalm) y abonados con dos mil abonos químicos… si es cierto que me he liberado del estres (hasta condigo despegarme del movil) y, lo más curioso, mis resfriados y catarros (y los del resto de la familia, niños incluidos) se han convertido en la minima expresión, casi han desaparecido.
    No se si será el aire puro libre de la contaminación de las grandes ciudades, si serán los productos naturales de la huerta semi-ecológica que cultivo, o los efectos de esa radioactividad subyacente de todas las mierdas que hechan los agricultores profesionales para aumentar la producción de sus campos de trabajo.

  • Peatonizar las ciudades sustituyendo automóviles por árboles debería ser inevitable.
    Propongo que en el próximo plan Renove por cada coche de mas de tres aňos entregado por su propitario no se subvencione otro nuevo sino que se emplee el dinero en plantar un árbol con el nombre del donante del coche. La cultura ambiental y la calidad del hábitat y descontaminación atmosférica y acústica que nos enferma, se reconstruye y se aprende y se enseña a amar con incentivos y adpciones. Se empieza adoptando “tu” árbol en la antigua calzada y se termina amando “nuestro” bosque urbano. El dinero ahorrado importando petróleo y en sanidad pública y psiquiatras, fármacos de dudosa utilidad o tratamientos anticlaustrofobia o de las vias respiratorias cubre con creces la necesaria ayuda para la reconversión de la industria automovilística a una industria robotizada no contaminante de robots de sevicios profesionales o mayordomos. para que se desplacen ellos, bípedamente, al curro y a los McJobs, desplazando el trabajo de los humanos y su movilidad en automóviles al curro a actividades de mayor valor aňadido. Actividades como diseño de mejores y mas inteligentes y empáticos robots profesionales, robots mayordomo asistenciales o educativos, IA, robots fabricantes de robots (industriales), todo ello en cabañas y hamacas en los bosques úrbanos de antiguas calzadas de coches y motos, con coberura wifi o wan.
    Tampoco es cuestión de desplazar a decenas de millones de ciudadanos urbanos a los parques nacionales o zonas de cultivo o montes para construir nuevos hogares pues la superpoblación es un problema mas jodido si cabe.

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