Desde un teatro tambiƩn se transforma una ciudad

”Yorokobu gratis en formato digital!
En los aƱos 80 la violencia secuestró las noches de MedellĆn. Despojó las aceras de individuos y atestó las avenidas de miedo. De dĆa no era mucho mejor. El temor habĆa convertido la ciudad en un lugar de paso rĆ”pido y trayectos cortos. A ser posible, acorazados en automotor.
En el centro de MedellĆn, la ciudad considerada entonces como la mĆ”s peligrosa del mundo, quedó atrapado un teatro, el Pablo Tobón Uribe. Nada importaba que fuera uno de los edificios mĆ”s valiosos que conserva esta población colombiana. Nada importó que lo hubiera construido, en los aƱos 50, uno de los grandes arquitectos del paĆs, Nel RodrĆguez. Nadie acudĆa ya al teatro.
Ā«El centro empezó a deteriorarse. Comenzó la violencia y fuimos mĆ”s mortĆferos que las ciudades en guerraĀ», describe Sergio Restrepo, director general del Teatro Pablo Tobón Uribe. Ā«Pero durante esos aƱos un grupo de mujeres que entonces eran las directoras del teatro se ocuparon de conservar el edificioĀ».
Hace cinco aƱos el teatro salió de aquel barbecho. Un grupo de personas, dirigidas por Sergio Restrepo y con cinco millones de pesos (mĆ”s de un millón y medio de euros) de dinero pĆŗblico, privado y cooperación internacional, trazaron un plan para recuperar el Pablo Tobón Uribe. Aunque esta vez no les bastaba con que aquel lugar fuera sólo un teatro. La ambición era convertir ese edificio en un centro cultural, un laboratorio urbano, una especie de sala de estar abierta a todo el mundo en medio de la ciudad. Ā
En 2011 el teatro Pablo Tobón Uribe abrió sus puertas. Literalmente. De par en par. Y hoy tan abiertas estĆ”n que ni se ven. Es como si no existieran. Como si la Ćŗnica frontera entre la acera de la calle y el suelo del edificio no hubiese mĆ”s que el paso de un zapato. Ā
En la entrada montaron un cafĆ© para que, cada dĆa, la calle entre al teatro y, cada lunes, el teatro salga a la ciudad. Esto ocurre al caer la noche. Las sillas del edificio se sitĆŗan en la entrada para recibir a centenares de personas que acuden a la cita de las 7.00 para conversar. Ā«En estos encuentros debatimos sobre temas relevantes para la ciudad y el paĆsĀ», explica Restrepo. Es, y asĆ lo llaman, una #ZonaDeDistensión para que los ciudadanos tomen conciencia de lo importantes que resultan en la construcción del lugar que habitan.
En la mesa hay una botella de agua y un tinto. AsĆ llaman en Colombia a su cafĆ©. Restrepo toca el tablero de madera maciza para mostrar su firmeza: Ā«Cada mesa es un trozo del primer escenario que hubo en el teatroĀ». Levanta el brazo y apunta hacia un lugar soleado a unos siete pasos de la conversación. Habla de los āLunes de Ciudadā y deja ver que esos tableros representan un acto polĆtico: Ā«Las mesas toman el espacio pĆŗblico y toman las palabras de debate en la calleĀ». Ā
En aquel despertar del teatro, hace cinco aƱos, decidieron que tenĆan que sacar el miedo a escobazos. El temor se habĆa apropiado de la ciudad. Ā«Colombia tenĆa cada dĆa mĆ”s cĆ”maras de vigilancia, mĆ”s armas⦠Nosotros lo rechazamos. Si esto es un centro cultural, no queremos ningĆŗn arma. Tampoco queremos vigilantes de seguridadĀ».
Los nuevos responsables del teatro tacharon la palabra seguridad del plan económico que intentaba rescatar al edificio de su modorra. Pensaron que, mejor, emplearĆan ese dinero en programar obras y actividades. Y para los vigilantes que ya estaban contratados buscaron otra ocupación. Ā«La convivencia es lo que tiene que mantener vivo el lugarĀ», indica este colombiano que se presenta en su āhoja debidaā (lo que otros llaman āhoja de vidaā o currĆculum) con una hermosa historia sobre cine, teatro y literatura en la que cuenta que supo que lo suyo era la gestión cultural tras descubrir que Ā«era mal actor y estaba negado para el canto y el baileĀ».
También arrancaron la palabra desechables del lenguaje del teatro. Era asà como llamaban antes a las personas sin ingresos en Colombia. A los vulnerables, como les dicen hoy. A los ambulantes, como dicen ahora a los individuos que en España califican de personas sin hogar.
En el Teatro Pablo Tobón Uribe, junto a la Avenida de la Playa, le han dado un poco de hogar. Ahà estÔ su cuarto de baño. Los responsables del edificio los invitan a utilizarlo porque saben que la otra alternativa es orinar contra un muro.
Ā«No vamos a descansar. Esto no puede parar hasta que la avenida de La Playa se convierta en un espacio pĆŗblico efectivo donde la gente pueda disfrutar a cualquier hora del dĆaĀ», dijo Restrepo, un dĆa de la pasada primavera, al periódico comunitario y gratuito Centrópolis. Ā«No vamos a parar hasta que el centro de la ciudad tenga un comercio digno; hasta que los mejores cafĆ©s y vinos del paĆs se tomen en La Playa; hasta que las mejores librerĆas, las mejores tiendas de diseƱadores y la mejor conversación se encuentre aquĆĀ».
Hoy este teatro, con sus actividades y sus obras, es el epicentro de una gran sacudida en MedellĆn. Desde este laboratorio sin urbanistas ni arquitectos se reconstruye la ciudad. Porque, como dice Restrepo, Ā«los espacios educan y hacen polĆticaĀ».
La Playa
El teatro ya estaba rescatado. Lo siguiente que planearon fue recuperar, desde ahĆ, la ciudad que antes hubo a su alrededor. Empezaron por lo que les pillaba mĆ”s cerca: la Avenida de La Playa. Esa vĆa hoy es un torrente de coches. El ruido, el humo y la velocidad desplazan a los caminantes primero a las orillas y despuĆ©s a otra calle o plaza mĆ”s amable.
Hace un siglo por ahĆ no pasaba ningĆŗn artefacto motorizado. Ese lugar era un riachuelo donde los habitantes de MedellĆn iban a pasear, a hacer una de sus sopas preferidas, el sancocho, y a darse un remojón. Era la quebrada de Santa Elena.
Pero la suciedad de la quebrada se apoderó del rĆo. Los gobernantes de entonces decidieron que esas aguas turbias estarĆan mejor con un buen cementazo encima. En 1941 terminaron las obras y, a partir de entonces, lo que antes fue un riachuelo donde se reunĆan los vecinos se convertirĆa en una de las vĆas mĆ”s atestadas de vehĆculos de la ciudad.
El concreto enterró el caudal.
Y aquel lugar que antes reunĆa a los vecinos entonces los separó.
Ā«Fue la primera fuente de agua potable de la ciudadĀ», explica Restrepo, en el cafĆ© que alberga el Tobón. Ā«Eliminamos la quebrada para crear una autovĆa. Fue una torpezaĀ». Ā
MĆ”s de 70 aƱos despuĆ©s el equipo directivo del Teatro Pablo Tobón Uribe intentó recuperar el canal. Y como no tenĆan permiso para destrozar el pavimento a martillazos, lo hicieron con una metĆ”fora. Durante cuarenta dĆas entre diciembre de 2014 y enero de 2015 aquel asfalto se convirtió en un mar. El gris transitable por donde rodaban los coches se convirtió en un mar azul para pasear. En total, 300 metros cuadrados de playa figurada, con el permiso y la colaboración del Ayuntamiento de la ciudad.
Un grupo de voluntarios pintó el suelo del color del ocĆ©ano. Instalaron 200 sombrillas, cuatro metros sobre el suelo, y echaron arena en las aceras. Ā«QuerĆamos recordar a los habitantes de MedellĆn que por allĆ debajo la quebrada sigue latiendo y declarar al peatón como dueƱo de este lugarĀ», indica la memoria de este proyecto llamado DĆas de playa.
Esa ciudad imaginada que ya pidieron muchos arquitectos antes del cementazo de los aƱos 30 no murió aquel dĆa de enero en el que recogieron las sombrillas. Esa playa imaginaria vuelve a desplegarse los primeros fines de semana de cada mes en la Glorieta de la Vida frente al Pablo Tobón.
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En los aƱos 80 la violencia secuestró las noches de MedellĆn. Despojó las aceras de individuos y atestó las avenidas de miedo. De dĆa no era mucho mejor. El temor habĆa convertido la ciudad en un lugar de paso rĆ”pido y trayectos cortos. A ser posible, acorazados en automotor.
En el centro de MedellĆn, la ciudad considerada entonces como la mĆ”s peligrosa del mundo, quedó atrapado un teatro, el Pablo Tobón Uribe. Nada importaba que fuera uno de los edificios mĆ”s valiosos que conserva esta población colombiana. Nada importó que lo hubiera construido, en los aƱos 50, uno de los grandes arquitectos del paĆs, Nel RodrĆguez. Nadie acudĆa ya al teatro.
Ā«El centro empezó a deteriorarse. Comenzó la violencia y fuimos mĆ”s mortĆferos que las ciudades en guerraĀ», describe Sergio Restrepo, director general del Teatro Pablo Tobón Uribe. Ā«Pero durante esos aƱos un grupo de mujeres que entonces eran las directoras del teatro se ocuparon de conservar el edificioĀ».
Hace cinco aƱos el teatro salió de aquel barbecho. Un grupo de personas, dirigidas por Sergio Restrepo y con cinco millones de pesos (mĆ”s de un millón y medio de euros) de dinero pĆŗblico, privado y cooperación internacional, trazaron un plan para recuperar el Pablo Tobón Uribe. Aunque esta vez no les bastaba con que aquel lugar fuera sólo un teatro. La ambición era convertir ese edificio en un centro cultural, un laboratorio urbano, una especie de sala de estar abierta a todo el mundo en medio de la ciudad. Ā
En 2011 el teatro Pablo Tobón Uribe abrió sus puertas. Literalmente. De par en par. Y hoy tan abiertas estĆ”n que ni se ven. Es como si no existieran. Como si la Ćŗnica frontera entre la acera de la calle y el suelo del edificio no hubiese mĆ”s que el paso de un zapato. Ā
En la entrada montaron un cafĆ© para que, cada dĆa, la calle entre al teatro y, cada lunes, el teatro salga a la ciudad. Esto ocurre al caer la noche. Las sillas del edificio se sitĆŗan en la entrada para recibir a centenares de personas que acuden a la cita de las 7.00 para conversar. Ā«En estos encuentros debatimos sobre temas relevantes para la ciudad y el paĆsĀ», explica Restrepo. Es, y asĆ lo llaman, una #ZonaDeDistensión para que los ciudadanos tomen conciencia de lo importantes que resultan en la construcción del lugar que habitan.
En la mesa hay una botella de agua y un tinto. AsĆ llaman en Colombia a su cafĆ©. Restrepo toca el tablero de madera maciza para mostrar su firmeza: Ā«Cada mesa es un trozo del primer escenario que hubo en el teatroĀ». Levanta el brazo y apunta hacia un lugar soleado a unos siete pasos de la conversación. Habla de los āLunes de Ciudadā y deja ver que esos tableros representan un acto polĆtico: Ā«Las mesas toman el espacio pĆŗblico y toman las palabras de debate en la calleĀ». Ā
En aquel despertar del teatro, hace cinco aƱos, decidieron que tenĆan que sacar el miedo a escobazos. El temor se habĆa apropiado de la ciudad. Ā«Colombia tenĆa cada dĆa mĆ”s cĆ”maras de vigilancia, mĆ”s armas⦠Nosotros lo rechazamos. Si esto es un centro cultural, no queremos ningĆŗn arma. Tampoco queremos vigilantes de seguridadĀ».
Los nuevos responsables del teatro tacharon la palabra seguridad del plan económico que intentaba rescatar al edificio de su modorra. Pensaron que, mejor, emplearĆan ese dinero en programar obras y actividades. Y para los vigilantes que ya estaban contratados buscaron otra ocupación. Ā«La convivencia es lo que tiene que mantener vivo el lugarĀ», indica este colombiano que se presenta en su āhoja debidaā (lo que otros llaman āhoja de vidaā o currĆculum) con una hermosa historia sobre cine, teatro y literatura en la que cuenta que supo que lo suyo era la gestión cultural tras descubrir que Ā«era mal actor y estaba negado para el canto y el baileĀ».
También arrancaron la palabra desechables del lenguaje del teatro. Era asà como llamaban antes a las personas sin ingresos en Colombia. A los vulnerables, como les dicen hoy. A los ambulantes, como dicen ahora a los individuos que en España califican de personas sin hogar.
En el Teatro Pablo Tobón Uribe, junto a la Avenida de la Playa, le han dado un poco de hogar. Ahà estÔ su cuarto de baño. Los responsables del edificio los invitan a utilizarlo porque saben que la otra alternativa es orinar contra un muro.
Ā«No vamos a descansar. Esto no puede parar hasta que la avenida de La Playa se convierta en un espacio pĆŗblico efectivo donde la gente pueda disfrutar a cualquier hora del dĆaĀ», dijo Restrepo, un dĆa de la pasada primavera, al periódico comunitario y gratuito Centrópolis. Ā«No vamos a parar hasta que el centro de la ciudad tenga un comercio digno; hasta que los mejores cafĆ©s y vinos del paĆs se tomen en La Playa; hasta que las mejores librerĆas, las mejores tiendas de diseƱadores y la mejor conversación se encuentre aquĆĀ».
Hoy este teatro, con sus actividades y sus obras, es el epicentro de una gran sacudida en MedellĆn. Desde este laboratorio sin urbanistas ni arquitectos se reconstruye la ciudad. Porque, como dice Restrepo, Ā«los espacios educan y hacen polĆticaĀ».
La Playa
El teatro ya estaba rescatado. Lo siguiente que planearon fue recuperar, desde ahĆ, la ciudad que antes hubo a su alrededor. Empezaron por lo que les pillaba mĆ”s cerca: la Avenida de La Playa. Esa vĆa hoy es un torrente de coches. El ruido, el humo y la velocidad desplazan a los caminantes primero a las orillas y despuĆ©s a otra calle o plaza mĆ”s amable.
Hace un siglo por ahĆ no pasaba ningĆŗn artefacto motorizado. Ese lugar era un riachuelo donde los habitantes de MedellĆn iban a pasear, a hacer una de sus sopas preferidas, el sancocho, y a darse un remojón. Era la quebrada de Santa Elena.
Pero la suciedad de la quebrada se apoderó del rĆo. Los gobernantes de entonces decidieron que esas aguas turbias estarĆan mejor con un buen cementazo encima. En 1941 terminaron las obras y, a partir de entonces, lo que antes fue un riachuelo donde se reunĆan los vecinos se convertirĆa en una de las vĆas mĆ”s atestadas de vehĆculos de la ciudad.
El concreto enterró el caudal.
Y aquel lugar que antes reunĆa a los vecinos entonces los separó.
Ā«Fue la primera fuente de agua potable de la ciudadĀ», explica Restrepo, en el cafĆ© que alberga el Tobón. Ā«Eliminamos la quebrada para crear una autovĆa. Fue una torpezaĀ». Ā
MĆ”s de 70 aƱos despuĆ©s el equipo directivo del Teatro Pablo Tobón Uribe intentó recuperar el canal. Y como no tenĆan permiso para destrozar el pavimento a martillazos, lo hicieron con una metĆ”fora. Durante cuarenta dĆas entre diciembre de 2014 y enero de 2015 aquel asfalto se convirtió en un mar. El gris transitable por donde rodaban los coches se convirtió en un mar azul para pasear. En total, 300 metros cuadrados de playa figurada, con el permiso y la colaboración del Ayuntamiento de la ciudad.
Un grupo de voluntarios pintó el suelo del color del ocĆ©ano. Instalaron 200 sombrillas, cuatro metros sobre el suelo, y echaron arena en las aceras. Ā«QuerĆamos recordar a los habitantes de MedellĆn que por allĆ debajo la quebrada sigue latiendo y declarar al peatón como dueƱo de este lugarĀ», indica la memoria de este proyecto llamado DĆas de playa.
Esa ciudad imaginada que ya pidieron muchos arquitectos antes del cementazo de los aƱos 30 no murió aquel dĆa de enero en el que recogieron las sombrillas. Esa playa imaginaria vuelve a desplegarse los primeros fines de semana de cada mes en la Glorieta de la Vida frente al Pablo Tobón.
Es una demostración de como se puede cambiar la ciudad desde la cultura y la gestion de la misma
FantĆ”stico este artĆculo que me da un montón de ideas para mi ciudad y sus zonas deprimidas!!!
Que exagerados, no creo que fuese de las mas peligrosas, que hay de esos paĆses donde viven e guerra a toda hora,.
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