10 de julio 2018    /   BUSINESS
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CĂ³mo Trump va a poner torres Tesla en su muro con MĂ©xico

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[E]s probable que el Ăºnico que estaba convencido de que hoy, 10 de julio, un nĂºmero no pequeño de fans diseminados por el mundo celebrarĂ­an el 162º aniversario del nacimiento del ingeniero e inventor Nikola Tesla, era Ă©l mismo. No hablamos del Tesla triunfador de la dĂ©cada de 1890, el que logrĂ³ romper el nudo gordiano de cĂ³mo aprovechar la corriente alterna para asĂ­ desatar la electrificaciĂ³n del mundo, no.

Hablamos del Tesla en decadencia, convertido en una caricatura de sĂ­ mismo, que muriĂ³ sin que nadie se diera de cuenta en la habitaciĂ³n 3327 del hotel New Yorker, el 7 de enero de 1943. Si muchos, al leer la noticia, debieron exclamar: «¡Anda! Pero ¿todavĂ­a estaba este vivo?», imagĂ­nate si contaban con que en el siglo siguiente su nombre estarĂ­a casi mĂ¡s presente que nunca.

Porque lo cierto es que, si cabĂ­a alguna duda, la teslamanĂ­a ha dejado de ser una moda para convertirse en algo mucho mĂ¡s duradero (como demuestra la ilustraciĂ³n que abre este artĂ­culo, obra de Isabel Morcillo ‘Isara’). Y no serĂ¡ porque haya cesado la mala suerte que parece perseguir cualquier intento de llevar su historia al gran pĂºblico: la ansiada The Current War, que relata el choque entre Edison (interpretado por Benedict Cumberbatch) y George Westinghouse (encarnado por Michael Shannon) con Tesla (Nicholas Hoult) como tercero en discordia, se ha convertido en una vĂ­ctima colateral del escĂ¡ndalo Weinstein, y nadie sabe cuĂ¡ndo podrĂ¡ finalmente estrenarse.

Y otro proyecto paralelo, basado en La luz de la noche (Lumen), la novela del oscarizado guionista de The Imitation Game, Graham Moore, que aborda la misma historia y que contarĂ­a con Eddie Redmayne, parece haber entrado en la misma hibernaciĂ³n en la que sin remedio ingresan todos los anuncios de la inminente puesta en marcha del gran biopic que, incomprensiblemente, Hollywood aĂºn no le ha dedicado.

El autor, junto a la estatua de Nikola Tesla en su casa natal de Smiljan
El autor, junto a la estatua de Nikola Tesla en su casa natal de Smiljan

Los que no descansan (porque son, por definiciĂ³n, incansables) son los convencidos de las mil y una teorĂ­as conspiranoicas que tienen en el centro al cientĂ­fico nacido en Smiljan (actual Croacia) en el seno de una familia de etnia serbia y nacionalizado estadounidense en 1891 y a sus inventos, desarrollados o no. Aunque no dejan de sorprender por su creatividad para ir adaptĂ¡ndose a los nuevos tiempos.

El Ăºltimo giro de las teorĂ­as conspiranoicas (que darĂ­an para un artĂ­culo bastante mĂ¡s largo que este) tiene que ver con la nueva vuelta de tuerca de un clĂ¡sico que, como todo buen mito, parte de una base real: la incautaciĂ³n por parte de una agencia del Gobierno norteamericano de todas las posesiones de Tesla inmediatamente despuĂ©s de su muerte.

IncautaciĂ³n que no realizĂ³ el FBI, como errĂ³neamente se suele decir, y que la propia agencia desmiente en su web, sino otro organismo federal, la OAP (Office of Alien Property, Oficina de Propiedad Extranjera). Por cierto, esa incautaciĂ³n fue absolutamente ilegal porque la OAP tenĂ­a jurisdicciĂ³n sobre los ciudadanos residentes en Estados Unidos de paĂ­ses que en ese momento estuvieran en guerra; pero Tesla ya era ciudadano norteamericano a todos los efectos, por lo que esa incautaciĂ³n no fue en absoluto legal.

Es curioso ver cĂ³mo los conspiranoicos suelen dejar de lado este argumento, este sĂ­ vĂ¡lido y ajustado a la verdad histĂ³rica. Pero, claro, vas tĂº a comparar la eficacia que da culpabilizar al FBI con una cosa llamada OAP, que da menos cachĂ© porque nadie conoce.

Tesla, fotografiado por Napoleon Sarony en 1933, a los 77 años de edad
Tesla, fotografiado por Napoleon Sarony en 1933, a los 77 años de edad

Pero sĂ­, todo ese material desapareciĂ³ durante casi una dĂ©cada del radar al ser declarado secreto de Estado. Y fue solo el encabezonamiento de un sobrino de Tesla, Sava Kosanovic, a la sazĂ³n embajador yugoslavo, el que consiguiĂ³ que, finalmente, en 1952 todo se entregara al rĂ©gimen de Tito. El dictador fundĂ³ con ese legado el Museo Nikola Tesla que actualmente puede visitarse en Belgrado (y donde los investigadores pueden consultar sin problema ese material supuestamente oculto).

Cinco años después le seguirían las propias cenizas del inventor, historia que merecería también un artículo completo.

Es bien sabido que en la red abundan los que denuncian que, en realidad, Estados Unidos nunca entregĂ³ todo a Yugoslavia. Una afirmaciĂ³n que, por supuesto, quienes la hacen no necesitan demostrar de ninguna manera.

Todo lo mĂ¡s, cuando hay un terremoto en algĂºn paĂ­s al que, por alguna retorcida lĂ³gica, piensan que NorteamĂ©rica quisiera perjudicar, ahĂ­ estĂ¡ presta la invocaciĂ³n de la mĂ¡quina telĂºrica que Tesla anunciĂ³ en vida, pero de la que no hay constancia que llegara a desarrollar. «¡Claro!», dicen los conspiranoicos, «¡estaba entre los papeles ocultos de Tesla!». ¿Pruebas? ¡No me cortes el rollo, tĂ­o!

Pero si algo hay que reconocer a los teslanoicos es que tienen una flor que ni la de España con el VAR en la fase de grupos del Mundial. Ya se sabe que es conveniente ventilar de vez en cuanto las teorĂ­as, que si no, cogen polvo y terminan convirtiĂ©ndose en una antigualla poco convincente. Pues bien, cuando parece que eso podrĂ­a pasar con alguna conspiraciĂ³n tesliana, sucede algo que le da nuevos brĂ­os.

Y como siempre, tambiĂ©n beben de la verdad. En este caso, se refieren al experto nombrado por el Gobierno norteamericano para estudiar, ya en 1943, los papeles de Tesla a la bĂºsqueda de posibles evidencias de que los anuncios del inventor de la inminencia de su famoso «rayo de la muerte» (un arma altamente energĂ©tica capaz, afirmaba, de aniquilar todo en un amplio radio de acciĂ³n) u otros avances de vanguardia, como su supuesta teorĂ­a explicativa de la gravedad, tenĂ­an una base real.

El elegido fue un destacado investigador del Instituto TecnolĂ³gico de Massachusetts (MIT, otras siglas que molan). Sus conclusiones (pĂºblicas, no hay que reventar ninguna caja fuerte hoy en dĂ­a ni hackear ningĂºn servidor para leerlas) fueron categĂ³ricas:

«Sus pensamientos y esfuerzos durante, al menos, los Ăºltimos quince años, fueron sobre todo de carĂ¡cter especulativo, filosĂ³fico y promocional, a menudo preocupados por la producciĂ³n y transmisiĂ³n inalĂ¡mbrica de energĂ­a; pero no incluyen nada nuevo, salvable, principios practicables ni mĂ©todos para conseguirlo».

Ya estĂ¡, estas palabras tendrĂ­an que suponer el fin de la discusiĂ³n, salvo para los recalcitrantes. Al fin y al cabo, ¡quĂ© mĂ¡s quisiera Roosevelt, metido de hoz y coz en la Segunda Guerra Mundial, que las investigaciones de Tesla fueran viables! Ni proyecto Manhattan ni leches, unos buenos rayos de la muerte, y la guerra probablemente hubiese terminado bastante antes de 1945.

De hecho, resulta curioso que, a pesar de las afirmaciones de los conspiranoicos de que tal rayo existe, en 75 años no lo hayamos visto en acciĂ³n ni una sola vez, y mira que ocasiones no han faltado. A lo mejor es que lo reservan para una inminente invasiĂ³n extraterrestre (de la que, por supuesto, las autoridades tienen toda la informaciĂ³n que nos escaquean a los pobres mortales).

Recipiente con las cenizas de Tesla en su museo de Belgrado
Recipiente con las cenizas de Tesla en su museo de Belgrado

Durante mucho tiempo, para la mayor parte de los expertos en Tesla, el nombre de ese ingeniero del MIT que firmaba el informe era poco menos que una nota al pie, un mero dato que añadir a la apabullante densidad de informaciĂ³n que supone cualquier aproximaciĂ³n biogrĂ¡fica a Tesla. Pero, desde el año pasado, de repente ese dato reviste una importancia crucial en el universo conspirativo.

¿Quieren saber cĂ³mo se llamaba ese buen hombre? AgĂ¡rrense, que vienen curvas: ¡nada menos que John George Trump! Trump, sĂ­ ¿Recuerdan cĂ³mo, durante la campaña electoral, cada vez que al entonces aspirante a la presidencia, su sobrino Donald, le acusaban de ser tonto, Ă©l siempre replicaba que venĂ­a de una familia de listos, y ponĂ­a de ejemplo a su tĂ­o John G?

AsĂ­ que puedes completar por ti mismo el cuadro de actualizaciĂ³n conspirativa: John G. se guardĂ³ la informaciĂ³n verdaderamente valiosa que, claro, ahora tiene su sobrino, que estĂ¡ esperando a implementar. Vete tĂº a saber si en una versiĂ³n real y despiadada, incorporando torres Tesla al estilo Clash Royale en el muro que insiste en construir en la frontera con MĂ©xico.

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[E]s probable que el Ăºnico que estaba convencido de que hoy, 10 de julio, un nĂºmero no pequeño de fans diseminados por el mundo celebrarĂ­an el 162º aniversario del nacimiento del ingeniero e inventor Nikola Tesla, era Ă©l mismo. No hablamos del Tesla triunfador de la dĂ©cada de 1890, el que logrĂ³ romper el nudo gordiano de cĂ³mo aprovechar la corriente alterna para asĂ­ desatar la electrificaciĂ³n del mundo, no.

Hablamos del Tesla en decadencia, convertido en una caricatura de sĂ­ mismo, que muriĂ³ sin que nadie se diera de cuenta en la habitaciĂ³n 3327 del hotel New Yorker, el 7 de enero de 1943. Si muchos, al leer la noticia, debieron exclamar: «¡Anda! Pero ¿todavĂ­a estaba este vivo?», imagĂ­nate si contaban con que en el siglo siguiente su nombre estarĂ­a casi mĂ¡s presente que nunca.

Porque lo cierto es que, si cabĂ­a alguna duda, la teslamanĂ­a ha dejado de ser una moda para convertirse en algo mucho mĂ¡s duradero (como demuestra la ilustraciĂ³n que abre este artĂ­culo, obra de Isabel Morcillo ‘Isara’). Y no serĂ¡ porque haya cesado la mala suerte que parece perseguir cualquier intento de llevar su historia al gran pĂºblico: la ansiada The Current War, que relata el choque entre Edison (interpretado por Benedict Cumberbatch) y George Westinghouse (encarnado por Michael Shannon) con Tesla (Nicholas Hoult) como tercero en discordia, se ha convertido en una vĂ­ctima colateral del escĂ¡ndalo Weinstein, y nadie sabe cuĂ¡ndo podrĂ¡ finalmente estrenarse.

Y otro proyecto paralelo, basado en La luz de la noche (Lumen), la novela del oscarizado guionista de The Imitation Game, Graham Moore, que aborda la misma historia y que contarĂ­a con Eddie Redmayne, parece haber entrado en la misma hibernaciĂ³n en la que sin remedio ingresan todos los anuncios de la inminente puesta en marcha del gran biopic que, incomprensiblemente, Hollywood aĂºn no le ha dedicado.

El autor, junto a la estatua de Nikola Tesla en su casa natal de Smiljan
El autor, junto a la estatua de Nikola Tesla en su casa natal de Smiljan

Los que no descansan (porque son, por definiciĂ³n, incansables) son los convencidos de las mil y una teorĂ­as conspiranoicas que tienen en el centro al cientĂ­fico nacido en Smiljan (actual Croacia) en el seno de una familia de etnia serbia y nacionalizado estadounidense en 1891 y a sus inventos, desarrollados o no. Aunque no dejan de sorprender por su creatividad para ir adaptĂ¡ndose a los nuevos tiempos.

El Ăºltimo giro de las teorĂ­as conspiranoicas (que darĂ­an para un artĂ­culo bastante mĂ¡s largo que este) tiene que ver con la nueva vuelta de tuerca de un clĂ¡sico que, como todo buen mito, parte de una base real: la incautaciĂ³n por parte de una agencia del Gobierno norteamericano de todas las posesiones de Tesla inmediatamente despuĂ©s de su muerte.

IncautaciĂ³n que no realizĂ³ el FBI, como errĂ³neamente se suele decir, y que la propia agencia desmiente en su web, sino otro organismo federal, la OAP (Office of Alien Property, Oficina de Propiedad Extranjera). Por cierto, esa incautaciĂ³n fue absolutamente ilegal porque la OAP tenĂ­a jurisdicciĂ³n sobre los ciudadanos residentes en Estados Unidos de paĂ­ses que en ese momento estuvieran en guerra; pero Tesla ya era ciudadano norteamericano a todos los efectos, por lo que esa incautaciĂ³n no fue en absoluto legal.

Es curioso ver cĂ³mo los conspiranoicos suelen dejar de lado este argumento, este sĂ­ vĂ¡lido y ajustado a la verdad histĂ³rica. Pero, claro, vas tĂº a comparar la eficacia que da culpabilizar al FBI con una cosa llamada OAP, que da menos cachĂ© porque nadie conoce.

Tesla, fotografiado por Napoleon Sarony en 1933, a los 77 años de edad
Tesla, fotografiado por Napoleon Sarony en 1933, a los 77 años de edad

Pero sĂ­, todo ese material desapareciĂ³ durante casi una dĂ©cada del radar al ser declarado secreto de Estado. Y fue solo el encabezonamiento de un sobrino de Tesla, Sava Kosanovic, a la sazĂ³n embajador yugoslavo, el que consiguiĂ³ que, finalmente, en 1952 todo se entregara al rĂ©gimen de Tito. El dictador fundĂ³ con ese legado el Museo Nikola Tesla que actualmente puede visitarse en Belgrado (y donde los investigadores pueden consultar sin problema ese material supuestamente oculto).

Cinco años después le seguirían las propias cenizas del inventor, historia que merecería también un artículo completo.

Es bien sabido que en la red abundan los que denuncian que, en realidad, Estados Unidos nunca entregĂ³ todo a Yugoslavia. Una afirmaciĂ³n que, por supuesto, quienes la hacen no necesitan demostrar de ninguna manera.

Todo lo mĂ¡s, cuando hay un terremoto en algĂºn paĂ­s al que, por alguna retorcida lĂ³gica, piensan que NorteamĂ©rica quisiera perjudicar, ahĂ­ estĂ¡ presta la invocaciĂ³n de la mĂ¡quina telĂºrica que Tesla anunciĂ³ en vida, pero de la que no hay constancia que llegara a desarrollar. «¡Claro!», dicen los conspiranoicos, «¡estaba entre los papeles ocultos de Tesla!». ¿Pruebas? ¡No me cortes el rollo, tĂ­o!

Pero si algo hay que reconocer a los teslanoicos es que tienen una flor que ni la de España con el VAR en la fase de grupos del Mundial. Ya se sabe que es conveniente ventilar de vez en cuanto las teorĂ­as, que si no, cogen polvo y terminan convirtiĂ©ndose en una antigualla poco convincente. Pues bien, cuando parece que eso podrĂ­a pasar con alguna conspiraciĂ³n tesliana, sucede algo que le da nuevos brĂ­os.

Y como siempre, tambiĂ©n beben de la verdad. En este caso, se refieren al experto nombrado por el Gobierno norteamericano para estudiar, ya en 1943, los papeles de Tesla a la bĂºsqueda de posibles evidencias de que los anuncios del inventor de la inminencia de su famoso «rayo de la muerte» (un arma altamente energĂ©tica capaz, afirmaba, de aniquilar todo en un amplio radio de acciĂ³n) u otros avances de vanguardia, como su supuesta teorĂ­a explicativa de la gravedad, tenĂ­an una base real.

El elegido fue un destacado investigador del Instituto TecnolĂ³gico de Massachusetts (MIT, otras siglas que molan). Sus conclusiones (pĂºblicas, no hay que reventar ninguna caja fuerte hoy en dĂ­a ni hackear ningĂºn servidor para leerlas) fueron categĂ³ricas:

«Sus pensamientos y esfuerzos durante, al menos, los Ăºltimos quince años, fueron sobre todo de carĂ¡cter especulativo, filosĂ³fico y promocional, a menudo preocupados por la producciĂ³n y transmisiĂ³n inalĂ¡mbrica de energĂ­a; pero no incluyen nada nuevo, salvable, principios practicables ni mĂ©todos para conseguirlo».

Ya estĂ¡, estas palabras tendrĂ­an que suponer el fin de la discusiĂ³n, salvo para los recalcitrantes. Al fin y al cabo, ¡quĂ© mĂ¡s quisiera Roosevelt, metido de hoz y coz en la Segunda Guerra Mundial, que las investigaciones de Tesla fueran viables! Ni proyecto Manhattan ni leches, unos buenos rayos de la muerte, y la guerra probablemente hubiese terminado bastante antes de 1945.

De hecho, resulta curioso que, a pesar de las afirmaciones de los conspiranoicos de que tal rayo existe, en 75 años no lo hayamos visto en acciĂ³n ni una sola vez, y mira que ocasiones no han faltado. A lo mejor es que lo reservan para una inminente invasiĂ³n extraterrestre (de la que, por supuesto, las autoridades tienen toda la informaciĂ³n que nos escaquean a los pobres mortales).

Recipiente con las cenizas de Tesla en su museo de Belgrado
Recipiente con las cenizas de Tesla en su museo de Belgrado

Durante mucho tiempo, para la mayor parte de los expertos en Tesla, el nombre de ese ingeniero del MIT que firmaba el informe era poco menos que una nota al pie, un mero dato que añadir a la apabullante densidad de informaciĂ³n que supone cualquier aproximaciĂ³n biogrĂ¡fica a Tesla. Pero, desde el año pasado, de repente ese dato reviste una importancia crucial en el universo conspirativo.

¿Quieren saber cĂ³mo se llamaba ese buen hombre? AgĂ¡rrense, que vienen curvas: ¡nada menos que John George Trump! Trump, sĂ­ ¿Recuerdan cĂ³mo, durante la campaña electoral, cada vez que al entonces aspirante a la presidencia, su sobrino Donald, le acusaban de ser tonto, Ă©l siempre replicaba que venĂ­a de una familia de listos, y ponĂ­a de ejemplo a su tĂ­o John G?

AsĂ­ que puedes completar por ti mismo el cuadro de actualizaciĂ³n conspirativa: John G. se guardĂ³ la informaciĂ³n verdaderamente valiosa que, claro, ahora tiene su sobrino, que estĂ¡ esperando a implementar. Vete tĂº a saber si en una versiĂ³n real y despiadada, incorporando torres Tesla al estilo Clash Royale en el muro que insiste en construir en la frontera con MĂ©xico.

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Opiniones 2
  • Hola Miguel,con todo respeto creo que nunca fuiste al museo de Tesla ya que no te muestran ningĂºn documento completo de Nikola. …..
    Los tienen guardados la mayorĂ­a.

    TendrĂ­as que verificar eso ya que tengo todos risa libros y admiro tus obras, Abrazo!!!!

    • Hola, VĂ­ctor. He estado, y de hecho mantenemos una buena relaciĂ³n con el Museo por las sucesivas exposiciones en torno a Tesla. Efectivamente, los papeles no estĂ¡n expuestos directamente, pero estĂ¡n al alcance de los investigadores previa peticiĂ³n. Eso ha facilitado mucho la labor que ha permitido la apariciĂ³n de importantes estudios sobre el inventor en los Ăºltimos años. AdemĂ¡s, el Museo va publicando parte de esos documentos en unas importantĂ­simas ediciones, y estĂ¡ haciendo una labor impagable para poner orden en el legado de Tesla (por ejemplo, recientemente eliminaron duplicidades de patentes para situarlas en el mĂ¡s realista nĂºmero de unas 300). Su labor estĂ¡ siendo fundamental, y es especialmente meritoria porque la hacen con muy escasos medios.
      Un saludo

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