Michael Jackson baila sobre la tumba de Ho Chi Minh

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Hanoi, 2014. A pocos metros del cuerpo embalsamado de Ho Chi Minh, padre de la naciĂłn comunista, un joven mueve sus caderas al son de los hits de Michael Jackson. Luce unas gafas de sol plateadas y una chaqueta negra con botones dorados. Una de las grandes exportaciones de la cultura yanqui se pasea por uno de los lugares más sagrados del comunismo patrio con impunidad. El camarada Minh estarĂa indignado.
Esta es solo una de las muchas contradicciones que campan a sus anchas en un paĂs que tiene poco que ver con el que dejĂł el general tras su muerte en 1969. Vietnam sigue gobernado por un partido Ăşnico, pero el modo de vida americano está en el imaginario de la poblaciĂłn y, más que nunca, en las mentes de los jĂłvenes. «Cuarenta años despuĂ©s del final de la guerra, apenas se habla de ella. La gente está mucho más preocupada por subirse al carro del capitalismo», cuentan los fotĂłgrafos Hahn+Hartung que capturaron esta instantánea.
28 de abril, 1975. SaigĂłn, centro de operaciones del rĂ©gimen de Vietnam del Sur y su aliado Estados Unidos, está completamente rodeado. En el corazĂłn de la ciudad, el sonido de la artillerĂa retumba en las paredes. Las tropas del enemigo comunista se agolpan en todas las grandes carreteras de acceso a la metrĂłpoli. SegĂşn los cálculos de los generales del Viet Cong, les esperaba una dura batalla urbana que podrĂa llegar a durar dos años; sin embargo, en apenas 55 dĂas, ya estaban a las puertas de SaigĂłn. A unos kilĂłmetros de aquĂ, el ejĂ©rcito estadounidense empieza a evacuar a sus ciudadanos y a algunos residentes desde el aeropuerto de Ton Son Nhat. Pronto esa vĂa de escape se cierra debido al asedio de las fuerzas rojas. El resto de personas que queda se concentra en la Embajada estadounidense donde se organiza un dispositivo de evacuaciĂłn por helicĂłptero. En 24 horas más de 5.000 personas salen del paĂs por esta vĂa. Algunos acaban en Tailandia; otros, en los barcos de la marina yanqui situados en el mar de la China Meridional. Acuden tantos helicĂłpteros a la cubierta de las naves que los militares se ven obligados a arrojar algunos de estos aparatos al mar para que puedan aterrizar los que aĂşn quedaban por llegar.
El aliento del Viet Cong se siente en el subconsciente de los pocos americanos que quedan. El Ăşltimo helicĂłptero norteamericano enciende sus hĂ©lices el dĂa 29 de abril de 1975 trasladando al embajador y su personal fuera de la ciudad. Las caras desesperadas de aquellas personas que no lograron una plaza en ese vuelo quedan inmortalizadas por las cámaras. A las pocas horas, la Embajada fue saqueada poniendo punto final a un conflicto infame que habĂa durado diecinueve años. Esa misma tarde las tropas de Vietnam del Norte entraron en el centro de la ciudad sin encontrar resistencia. La presencia de Estados Unidos se habĂa desvanecido de un plumazo asestando un golpe mortal al subconsciente de la superpotencia.
SaigĂłn, 2014. La guerrilla urbana ha vuelto a las calles de la ciudad. Los invasores llevan un atuendo compuesto por chanclas y riñoneras. Los vendedores de objetos relacionados con la guerra de Vietnam pelean por ganar la atenciĂłn de los batallones de turistas que circulan por los puestos en busca de souvenirs. «Tienen de todo. Hay mecheros Zippo que trajeron los soldados americanos, fotografĂas de la Ă©poca, camisetas, balas organizadas en forma de corazĂłn. Algunas cosas son autĂ©nticas, pero la mayorĂa de los objetos están envejecidos a posta para parecer de la Ă©poca», cuenta el fotoperiodista alemán Miguel Hahn que junto con Jan-Christoph Hartung firma sus trabajos como Hahn+Hartung.
La bĂşsqueda de los vestigios de esa sangrienta contienda bĂ©lica los llevĂł al paĂs a principios de 2014, cuarenta años despuĂ©s de la salida de las tropas norteamericanas. No fue difĂcil encontrar las cicatrices humanas de este conflicto que acabĂł con la vida de millones de vietnamitas y casi 60.000 soldados estadounidenses. «En ciudades como Hanoi y SaigĂłn, se están construyendo muchĂsimos edificios, y todos los esfuerzos van dirigidos hacia una nueva modernidad, pero en cuanto sales de la ciudad no es difĂcil encontrar los efectos de la guerra. A la vez, muchos han dado la vuelta al tema para su beneficio propio, creando una pequeña industria turĂstica que les permite lucrarse de este pasado sangriento», explica Hartung, que ha plasmado esta experiencia en el trabajo fotográfico Texas Saigon.
Pasaron cuatro semanas de autĂ©ntico frenesĂ que les permitieron conocer de cerca los daños colaterales de la guerra. Uno de los más notorios es las vĂctimas del agente naranja que sigue afectando a jĂłvenes que ni siquiera habĂan nacido durante el conflicto. «Fue la sustancia tĂłxica que la US Army utilizĂł para destruir los cultivos de los campesinos prĂłximos a Vietnam del Norte y erradicar la protecciĂłn natural que les proporcionaba las tierras forestales. Se estima que tardarán tres generaciones en eliminar sus efectos por completo», dicen Hahn+Hartung que visitaron numerosos centros de atenciĂłn para los afectados por esta sustancia.
Conocieron además a numerosos veteranos de guerra. Algunos de ellos habĂan perdido alguna de sus extremidades; otros, como Godmother, la afable propietaria de un hostal que luchĂł por el Vietcong, habĂa perdido un ojo durante el conflicto. Hoy se gana la vida ofreciendo alojamiento a mochileros occidentales que se presentan cada noche en su pensiĂłn.
Para salir adelante, hay quien encuentra sustento econĂłmico en los restos asesinos de las hostilidades. En lo más profundo del campo vietnamita entraron en contacto con un exsoldado que hoy se gana la vida vendiendo el metal procedente de las decenas de miles de minas antipersona que aĂşn quedan enterradas en el subsuelo del paĂs. En SaigĂłn tambiĂ©n se puede encontrar a algĂşn que otro veterano del bando estadounidense como Dash, el simpático excombatiente que Hahn+Hartung conocieron en un bar frecuentado por extranjeros.
La influencia norteamericana es más palpable entre jĂłvenes, como Suboi, la rapera más conocida del paĂs, que escupe rimas en una mezcla de vietnamita e inglĂ©s. Sus influencias miran claramente hacia la costa oeste de Estados Unidos. «Su novio es un ciudadano estadounidense de padres vietnamitas que ha vuelto al paĂs. Ambos se comunican en un inglĂ©s impecable». En ocasiones, la ruta postbĂ©lica llevĂł a Hahn+Hartung a vivir escenas con reminiscencias de Apocalypse Now, el clásico de Francis Ford Coppola, que retratĂł tan fielmente la locura del conflicto.
«En 2013 encontraron a Ho Van Thanh, un exsoldado vietnamita que llevaba 40 años escondido en la selva para huir de los enfrentamientos. Pasamos cuatro dĂas viajando para intentar localizarlo. Cuando pensamos que habĂamos dado con Ă©l, nos dijeron que para llegar a donde vivĂa nos faltaba todavĂa por lo menos un dĂa de viaje. Tuvimos que desistir por falta de tiempo, pero la experiencia nos mostrĂł lo complicado que era moverse por la jungla». No fueron los Ăşnicos, ni siquiera los 7.000 millones de toneladas de bombas lanzadas por los yanquis (más de lo que empleĂł el paĂs durante la segunda guerra mundial) pudieron con el enemigo rojo. Un contrincante que se mostrĂł increĂblemente habituado para parapetarse en lo más profundo de la selva.
Haciendo honores a Bill Gates en el cumpleaños de Lenin
«Estados Unidos perdiĂł, el capitalismo ganó», declaraba The Economist en un artĂculo publicado en abril de 2005 con motivo del 30 aniversario del final de las hostilidades. Hoy en dĂa las relaciones entre ambos Gobiernos son de cordialidad y colaboraciĂłn. Las Ă©lites de ambos paĂses se han dado cuenta que tienen mucho más que ganar a travĂ©s del comercio que enfrentados con las armas. La normalizaciĂłn de las relaciones impulsadas por el presidente Bill Clinton en 1995 siguen su curso, con pocos contratiempos. Los ciudadanos miran adelante, amoldándose a su vez a las ventajas y estragos de la liberalizaciĂłn de la economĂa. Ahora viven situaciones similares a los ciudadanos de otros paĂses emergentes. El enriquecimiento de una Ă©lite, una clase media que crece, pero no lo suficiente, y gente que todavĂa vive en la pobreza. Vietnam aparece una y otra vez como uno de los paĂses más proamericanos en el continente asiático. En Estados Unidos hay casi dos millones de ciudadanos de origen vietnamita que a su vez mandan remesas millonarias a los familiares que quedaron atrás en el paĂs. Más de la mitad de los 90 millones de habitantes del paĂs tiene menos de 30 años y no arrastra ningĂşn tipo de rencor. Las familias más adineradas envĂan a sus hijos a estudiar a las universidades estadounidenses. Unido a esto, un factor determinante hace que no pese tanto la guerra en el subconsciente de los vietnamitas.
«No se debe olvidar que Vietnam ganó la guerra», señalaba el periodista David Lamb, autor del libro Vietnam Now, en una entrevista con The New York Times. El peso psicológico fue menor para el orgullo patrio a pesar del enorme daño en las personas que muestran estas fotos de Hahn+Hartung.
El paĂs tampoco se puede permitir dos enemigos teniendo uno ya en sus fronteras. El 17 de mayo de 2014, China enviĂł cinco barcos para evacuar a sus ciudadanos segĂşn AP. En un paĂs donde las manifestaciones están prohibidas, el Gobierno habĂa permitido una protesta para mostrar su desacuerdo con la decisiĂłn de China de instalar un plataforma petrolĂfera en aguas que están en litigio entre los dos paises. La situaciĂłn se fue de las manos y acabĂł con la muerte de un ciudadano chino.
Aunque es improbable que la disputa llegue a la guerra, los apasionados de la geopolĂtica ya imaginan lo paradĂłjico que serĂa una batalla en la que Estados Unidos interviene para proteger Vietnam del invasor chino.
Las libertades individuales siguen estando lejos de lo que se espera en una democracia occidental, pero esto no disminuye el creciente interĂ©s por hacer negocios. Pocas anĂ©cdotas explican mejor este pragmatismo que el dĂa en que la plana mayor del Partido Comunista interrumpiĂł su presencia en una junta con motivo del cumpleaños de Lenin para conocer a Bill Gates. OcurriĂł en abril de 2006 y simbolizĂł una vez más el creciente acercamiento a la cultura estadounidense. A las puertas de este encuentro se agruparon cientos de jĂłvenes ávidos de ver al hombre más rico del mundo. Quizá Vietnam sea un ejemplo de lo rápido que se puede olvidar, pero las fotos de Hahn y Hartung muestran lo profundo que pueden ser las heridas, incluso cuatro dĂ©cadas despuĂ©s.
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Hanoi, 2014. A pocos metros del cuerpo embalsamado de Ho Chi Minh, padre de la naciĂłn comunista, un joven mueve sus caderas al son de los hits de Michael Jackson. Luce unas gafas de sol plateadas y una chaqueta negra con botones dorados. Una de las grandes exportaciones de la cultura yanqui se pasea por uno de los lugares más sagrados del comunismo patrio con impunidad. El camarada Minh estarĂa indignado.
Esta es solo una de las muchas contradicciones que campan a sus anchas en un paĂs que tiene poco que ver con el que dejĂł el general tras su muerte en 1969. Vietnam sigue gobernado por un partido Ăşnico, pero el modo de vida americano está en el imaginario de la poblaciĂłn y, más que nunca, en las mentes de los jĂłvenes. «Cuarenta años despuĂ©s del final de la guerra, apenas se habla de ella. La gente está mucho más preocupada por subirse al carro del capitalismo», cuentan los fotĂłgrafos Hahn+Hartung que capturaron esta instantánea.
28 de abril, 1975. SaigĂłn, centro de operaciones del rĂ©gimen de Vietnam del Sur y su aliado Estados Unidos, está completamente rodeado. En el corazĂłn de la ciudad, el sonido de la artillerĂa retumba en las paredes. Las tropas del enemigo comunista se agolpan en todas las grandes carreteras de acceso a la metrĂłpoli. SegĂşn los cálculos de los generales del Viet Cong, les esperaba una dura batalla urbana que podrĂa llegar a durar dos años; sin embargo, en apenas 55 dĂas, ya estaban a las puertas de SaigĂłn. A unos kilĂłmetros de aquĂ, el ejĂ©rcito estadounidense empieza a evacuar a sus ciudadanos y a algunos residentes desde el aeropuerto de Ton Son Nhat. Pronto esa vĂa de escape se cierra debido al asedio de las fuerzas rojas. El resto de personas que queda se concentra en la Embajada estadounidense donde se organiza un dispositivo de evacuaciĂłn por helicĂłptero. En 24 horas más de 5.000 personas salen del paĂs por esta vĂa. Algunos acaban en Tailandia; otros, en los barcos de la marina yanqui situados en el mar de la China Meridional. Acuden tantos helicĂłpteros a la cubierta de las naves que los militares se ven obligados a arrojar algunos de estos aparatos al mar para que puedan aterrizar los que aĂşn quedaban por llegar.
El aliento del Viet Cong se siente en el subconsciente de los pocos americanos que quedan. El Ăşltimo helicĂłptero norteamericano enciende sus hĂ©lices el dĂa 29 de abril de 1975 trasladando al embajador y su personal fuera de la ciudad. Las caras desesperadas de aquellas personas que no lograron una plaza en ese vuelo quedan inmortalizadas por las cámaras. A las pocas horas, la Embajada fue saqueada poniendo punto final a un conflicto infame que habĂa durado diecinueve años. Esa misma tarde las tropas de Vietnam del Norte entraron en el centro de la ciudad sin encontrar resistencia. La presencia de Estados Unidos se habĂa desvanecido de un plumazo asestando un golpe mortal al subconsciente de la superpotencia.
SaigĂłn, 2014. La guerrilla urbana ha vuelto a las calles de la ciudad. Los invasores llevan un atuendo compuesto por chanclas y riñoneras. Los vendedores de objetos relacionados con la guerra de Vietnam pelean por ganar la atenciĂłn de los batallones de turistas que circulan por los puestos en busca de souvenirs. «Tienen de todo. Hay mecheros Zippo que trajeron los soldados americanos, fotografĂas de la Ă©poca, camisetas, balas organizadas en forma de corazĂłn. Algunas cosas son autĂ©nticas, pero la mayorĂa de los objetos están envejecidos a posta para parecer de la Ă©poca», cuenta el fotoperiodista alemán Miguel Hahn que junto con Jan-Christoph Hartung firma sus trabajos como Hahn+Hartung.
La bĂşsqueda de los vestigios de esa sangrienta contienda bĂ©lica los llevĂł al paĂs a principios de 2014, cuarenta años despuĂ©s de la salida de las tropas norteamericanas. No fue difĂcil encontrar las cicatrices humanas de este conflicto que acabĂł con la vida de millones de vietnamitas y casi 60.000 soldados estadounidenses. «En ciudades como Hanoi y SaigĂłn, se están construyendo muchĂsimos edificios, y todos los esfuerzos van dirigidos hacia una nueva modernidad, pero en cuanto sales de la ciudad no es difĂcil encontrar los efectos de la guerra. A la vez, muchos han dado la vuelta al tema para su beneficio propio, creando una pequeña industria turĂstica que les permite lucrarse de este pasado sangriento», explica Hartung, que ha plasmado esta experiencia en el trabajo fotográfico Texas Saigon.
Pasaron cuatro semanas de autĂ©ntico frenesĂ que les permitieron conocer de cerca los daños colaterales de la guerra. Uno de los más notorios es las vĂctimas del agente naranja que sigue afectando a jĂłvenes que ni siquiera habĂan nacido durante el conflicto. «Fue la sustancia tĂłxica que la US Army utilizĂł para destruir los cultivos de los campesinos prĂłximos a Vietnam del Norte y erradicar la protecciĂłn natural que les proporcionaba las tierras forestales. Se estima que tardarán tres generaciones en eliminar sus efectos por completo», dicen Hahn+Hartung que visitaron numerosos centros de atenciĂłn para los afectados por esta sustancia.
Conocieron además a numerosos veteranos de guerra. Algunos de ellos habĂan perdido alguna de sus extremidades; otros, como Godmother, la afable propietaria de un hostal que luchĂł por el Vietcong, habĂa perdido un ojo durante el conflicto. Hoy se gana la vida ofreciendo alojamiento a mochileros occidentales que se presentan cada noche en su pensiĂłn.
Para salir adelante, hay quien encuentra sustento econĂłmico en los restos asesinos de las hostilidades. En lo más profundo del campo vietnamita entraron en contacto con un exsoldado que hoy se gana la vida vendiendo el metal procedente de las decenas de miles de minas antipersona que aĂşn quedan enterradas en el subsuelo del paĂs. En SaigĂłn tambiĂ©n se puede encontrar a algĂşn que otro veterano del bando estadounidense como Dash, el simpático excombatiente que Hahn+Hartung conocieron en un bar frecuentado por extranjeros.
La influencia norteamericana es más palpable entre jĂłvenes, como Suboi, la rapera más conocida del paĂs, que escupe rimas en una mezcla de vietnamita e inglĂ©s. Sus influencias miran claramente hacia la costa oeste de Estados Unidos. «Su novio es un ciudadano estadounidense de padres vietnamitas que ha vuelto al paĂs. Ambos se comunican en un inglĂ©s impecable». En ocasiones, la ruta postbĂ©lica llevĂł a Hahn+Hartung a vivir escenas con reminiscencias de Apocalypse Now, el clásico de Francis Ford Coppola, que retratĂł tan fielmente la locura del conflicto.
«En 2013 encontraron a Ho Van Thanh, un exsoldado vietnamita que llevaba 40 años escondido en la selva para huir de los enfrentamientos. Pasamos cuatro dĂas viajando para intentar localizarlo. Cuando pensamos que habĂamos dado con Ă©l, nos dijeron que para llegar a donde vivĂa nos faltaba todavĂa por lo menos un dĂa de viaje. Tuvimos que desistir por falta de tiempo, pero la experiencia nos mostrĂł lo complicado que era moverse por la jungla». No fueron los Ăşnicos, ni siquiera los 7.000 millones de toneladas de bombas lanzadas por los yanquis (más de lo que empleĂł el paĂs durante la segunda guerra mundial) pudieron con el enemigo rojo. Un contrincante que se mostrĂł increĂblemente habituado para parapetarse en lo más profundo de la selva.
Haciendo honores a Bill Gates en el cumpleaños de Lenin
«Estados Unidos perdiĂł, el capitalismo ganó», declaraba The Economist en un artĂculo publicado en abril de 2005 con motivo del 30 aniversario del final de las hostilidades. Hoy en dĂa las relaciones entre ambos Gobiernos son de cordialidad y colaboraciĂłn. Las Ă©lites de ambos paĂses se han dado cuenta que tienen mucho más que ganar a travĂ©s del comercio que enfrentados con las armas. La normalizaciĂłn de las relaciones impulsadas por el presidente Bill Clinton en 1995 siguen su curso, con pocos contratiempos. Los ciudadanos miran adelante, amoldándose a su vez a las ventajas y estragos de la liberalizaciĂłn de la economĂa. Ahora viven situaciones similares a los ciudadanos de otros paĂses emergentes. El enriquecimiento de una Ă©lite, una clase media que crece, pero no lo suficiente, y gente que todavĂa vive en la pobreza. Vietnam aparece una y otra vez como uno de los paĂses más proamericanos en el continente asiático. En Estados Unidos hay casi dos millones de ciudadanos de origen vietnamita que a su vez mandan remesas millonarias a los familiares que quedaron atrás en el paĂs. Más de la mitad de los 90 millones de habitantes del paĂs tiene menos de 30 años y no arrastra ningĂşn tipo de rencor. Las familias más adineradas envĂan a sus hijos a estudiar a las universidades estadounidenses. Unido a esto, un factor determinante hace que no pese tanto la guerra en el subconsciente de los vietnamitas.
«No se debe olvidar que Vietnam ganó la guerra», señalaba el periodista David Lamb, autor del libro Vietnam Now, en una entrevista con The New York Times. El peso psicológico fue menor para el orgullo patrio a pesar del enorme daño en las personas que muestran estas fotos de Hahn+Hartung.
El paĂs tampoco se puede permitir dos enemigos teniendo uno ya en sus fronteras. El 17 de mayo de 2014, China enviĂł cinco barcos para evacuar a sus ciudadanos segĂşn AP. En un paĂs donde las manifestaciones están prohibidas, el Gobierno habĂa permitido una protesta para mostrar su desacuerdo con la decisiĂłn de China de instalar un plataforma petrolĂfera en aguas que están en litigio entre los dos paises. La situaciĂłn se fue de las manos y acabĂł con la muerte de un ciudadano chino.
Aunque es improbable que la disputa llegue a la guerra, los apasionados de la geopolĂtica ya imaginan lo paradĂłjico que serĂa una batalla en la que Estados Unidos interviene para proteger Vietnam del invasor chino.
Las libertades individuales siguen estando lejos de lo que se espera en una democracia occidental, pero esto no disminuye el creciente interĂ©s por hacer negocios. Pocas anĂ©cdotas explican mejor este pragmatismo que el dĂa en que la plana mayor del Partido Comunista interrumpiĂł su presencia en una junta con motivo del cumpleaños de Lenin para conocer a Bill Gates. OcurriĂł en abril de 2006 y simbolizĂł una vez más el creciente acercamiento a la cultura estadounidense. A las puertas de este encuentro se agruparon cientos de jĂłvenes ávidos de ver al hombre más rico del mundo. Quizá Vietnam sea un ejemplo de lo rápido que se puede olvidar, pero las fotos de Hahn y Hartung muestran lo profundo que pueden ser las heridas, incluso cuatro dĂ©cadas despuĂ©s.