Thanos, el villano de ‘Vengadores 3’, es un discĂpulo aventajado de Thomas Malthus

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Con la tercera entrega de Vengadores (Joe y Anthony Russo, 2018), el pĂ©rfido Thanos ha puesto las cartas sobre la mesa y ha revelado las razones que le llevan a ser un genocida recalcitrante. Esa motivaciĂ³n ha revertido la construcciĂ³n tradicional del antagonista de este tipo de films. Y de paso, le ha robado a un demĂ³grafo de finales del XVIII, Thomas Malthus, buena parte de su discurso.
¿CĂ³mo pueden amancebarse en sola pelĂcula Marvel, cine comercial, demĂ³grafos histĂ³ricos e innovaciĂ³n en el trazado psicolĂ³gico de malvados? Para entender este curioso cĂ³ctel se procederĂ¡ con diligencia a analizar por separado sus ingredientes.
Empecemos por diseccionar a Thanos, que ya se habĂa asomado a los anteriores films de Marvel. Hace tiempo que se estaban fraguando las bases para la confrontaciĂ³n de este villano con la legiĂ³n de superhĂ©roes. Sus cameos en Guardianes de la galaxia (James Gunn, 2014) y Vengadores 2: La era de UltrĂ³n (Josh Whedon, 2015) hacĂan barruntar que este malvado iba a dejar al resto de malotes de la saga a la altura de unos mocosos que hacĂan pellas en el colegio.
Thanos avanzaba a paso lento, pero seguro, fraguando fechorĂas que se alineaban en un plan del que no habĂa dicho ni mu. Es en Vengadores: Infinity War (Anthony y Joe Russo, 2018) cuando descubre su juego que no tiene que ver con el de ningĂºn otro antagonista que hayamos visto antes en una pelĂcula de acciĂ³n.
Habitualmente, los villanos de este tipo de pelĂculas se mueven, a grandes rasgos, por venganza o sed de poder o de vil metal. Son psicĂ³patas y por ende huelga decir que sus razones son de lo mĂ¡s egoĂstas. Sin embargo, (atenciĂ³n, va a caer un chirimiri de spoilers), el titĂ¡n loco es un dechado de altruismo, que trabaja con ahĂnco por alcanzar la paz intergalĂ¡tica.
Lo Ăºnico que tiene en comĂºn con los inicuos antagonistas de toda la vida es que estĂ¡ traumatizado por su pasado. Él vivĂa en la novena luna de Saturno, en TitĂ¡n, y advirtiĂ³ a sus despreocupados paisanos de que algo marchaba mal: no habĂa suficientes recursos para que todos sobrevivieran.
Les propuso una soluciĂ³n salomĂ³nica: acabar con la mitad de la poblaciĂ³n. Pero, los titanes, que eran gente de bien, no vieron con buenos ojos eso de perpetrar un holocausto preventivo. El tiempo le dio la razĂ³n: por no haber sacrificado a unos cuantos, perecieron todos, excepto Ă©l, que decidiĂ³ que aquello no iba a volver a sucederle.
Thanos estĂ¡ convencido de que la situaciĂ³n se repetirĂ¡: no hay suficientes recursos para todos los habitantes del universo. Y eso no le deja dormir por las noches. El mal hombre aspira a levantarse un dĂa y ver un amanecer tranquilamente, sabiendo que ya no habrĂ¡ mĂ¡s guerras y que el mundo vivirĂ¡ en paz. La forma de conseguirlo es hacer desaparecer a la mitad de la poblaciĂ³n, asĂ, de un plumazo. Y para ello, debe conseguir las gemas del infinito, que son el macguffin de la saga.
Thanos, a diferencia de otros villanos, no es cruel, es Ăºnicamente implacable. Y tampoco es un malo divertido o cĂnico. La saga de Marvel se ha convertido en club de la comedia, en la que hĂ©roes y villanos esparcen sus chascarrillos sin tregua.

En cambio, Thanos es un tipo serio y agrio, con una misiĂ³n que no le permite desperdiciar su tiempo en ocurrencias verbales. De hecho, el genocida parece un competente tecnĂ³crata, imbuido de la banalidad del mal que teorizĂ³ Hannah Arendt. No le afecta que se mate gente: lo importante es hacer el trabajo bien y rĂ¡pido.
El titĂ¡n es democrĂ¡tico a la hora de orquestar genocidios: no experimenta animadversiĂ³n hacia ningĂºn colectivo concreto, Ă©l anhela un holocausto random. Tampoco se regodea en escabechinas sanguinolentas, simplemente quiere librarse de un plumazo del 50% de seres vivos para alcanzar asĂ una especie de pax romana en la que los supervivientes puedan ser felices y comer perdices.
A ratos, parece que padezca un trastorno compulsivo de la personalidad y en vez de dedicarse a comprobar que ha cerrado el gas o que las camisas estĂ¡n dispuestas por colores en su armario, le haya dado por dejar el universo perfectamente ordenadito a golpe de genocidio.
Y si llegĂ¡ramos a olvidar que el fin no justifica los medios, el titĂ¡n loco bien podrĂa parecer un activista de Greenpeace o un aspirante al Nobel de la Paz (no hay que olvidar que si Henry Kissinger cuenta con este galardĂ³n, cualquiera con las manos ensangrentadas puede acariciar uno).
Esta motivaciĂ³n se apunta muy de refilĂ³n en los cĂ³mics, pero en la pelĂcula adquiere un protagonismo que no tiene en estos. En el papel, Thanos asesina, como quien coge un autobĂºs, para impresionar a la enigmĂ¡tica Muerte de la que estĂ¡ perdidamente enamorado y para la que Ă©l es poco menos que un pagafantas.
Los argumentos del Thanos cinematogrĂ¡fico son innovadores en cuanto a la construcciĂ³n del personaje de un antagonista. Pero sus ideas son mĂ¡s viejas que andar a pie. Su discurso resucita uno de los que mĂ¡s se han revisitado durante los dos Ăºltimos siglos desde la demografĂa, la sociologĂa y la polĂtica. Thanos es un malthusiano convicto y confeso.
Su gurĂº, Thomas Malthus (1766-1834) nunca llegĂ³ a proponer una soluciĂ³n tan drĂ¡stica, pero sus hipĂ³tesis fluĂan por los mismos derroteros que las del titĂ¡n o mĂ¡s bien, viceversa. En 1798 publicĂ³ Ensayo sobre el principio de la poblaciĂ³n tal como afecta al futuro progreso de la sociedad, en el que venĂa a decir que nos estĂ¡bamos reproduciendo demasiado alegremente y que un dĂa de estos la humanidad se iba a quedar sin un triste mendrugo de pan que echarse a la boca.
Este clĂ©rigo anglicano britĂ¡nico era profundamente conservador y estaba bastante mosqueado con los valores que promulgaba la RevoluciĂ³n Francesa. Todo lo que sonaba a justicia social le provocaba urticaria. Y tampoco veĂa con buenos ojos las leyes para la pobreza que regĂan en su paĂs. Para Ă©l, las ayudas a los mĂ¡s desfavorecidos no eran mĂ¡s que una invitaciĂ³n a que poblaran sin freno una tierra que no podĂa alimentar a tanto hijo de vecino.
Desde un punto de vista demogrĂ¡fico, contemplaba las guerras, las epidemias y los desastres naturales como una forma de regular el desmĂ¡n reproductivo. Y aconsejaba vehementemente que se retrasara la edad de contraer matrimonio y se practicara la abstinencia hasta ese momento.
Sus teorĂas tuvieron mucho calado, se debatieron, se criticaron y se apoyaron. Incluso sus mĂ¡s fervientes detractores, como Karl Marx, destilaron su influencia. Las primigenias polĂticas de control de natalidad se circunscribieron en el seno del neomaltusianismo. Y algunas corrientes ecolĂ³gicas bebieron de las fuentes del desabrido demĂ³grafo.
De todas formas, aunque sus teorĂas han sido recuperadas y discutidas durante dos siglos, su credibilidad quedĂ³ un pelĂn empañada al no cumplirse su lĂºgubre predicciĂ³n. Él datĂ³ la extinciĂ³n de la humanidad alrededor del 1880. Es lo que se conoce como la catĂ¡strofe malthusiana.
Pero a todas luces errĂ³ en su vaticinio, porque aquĂ estamos en un mundo superpoblado de fast foods. Algunos analistas argumentan que no contĂ³ con la variable del progreso, mientras que otro creen que simplemente se adelantĂ³ a su tiempo y que llegarĂ¡ el momento en el que nos saquemos los ojos por un plato de lentejas.
Hasta ahora, en el cine, las teorĂas de Malthus habĂan nutrido argumentos distĂ³picos y cualquier maltusiano en prĂ¡cticas podrĂa husmear su huella desde Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973) hasta en la saga de Mad Max. Sin embargo, es la primera vez que un personaje se planta ante la cĂ¡mara a recitar su credo.
Esto, junto a la construcciĂ³n de un villano poco jocoso que busca la armonĂa cĂ³smica, son las principales innovaciones de la pelĂcula, que no requiere de ningĂºn manual de historia de la demografĂa para comprenderse. Porque, pese a todo lo dicho, la tercera saga de los vengadores es una pelĂcula palomitera y funcional, que aspira, como sus hermanas, a hacer gala de sus efectos especiales, a que el espectador pase un ratito entretenido y a que se recaude en taquilla un suculento montante.
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Con la tercera entrega de Vengadores (Joe y Anthony Russo, 2018), el pĂ©rfido Thanos ha puesto las cartas sobre la mesa y ha revelado las razones que le llevan a ser un genocida recalcitrante. Esa motivaciĂ³n ha revertido la construcciĂ³n tradicional del antagonista de este tipo de films. Y de paso, le ha robado a un demĂ³grafo de finales del XVIII, Thomas Malthus, buena parte de su discurso.
¿CĂ³mo pueden amancebarse en sola pelĂcula Marvel, cine comercial, demĂ³grafos histĂ³ricos e innovaciĂ³n en el trazado psicolĂ³gico de malvados? Para entender este curioso cĂ³ctel se procederĂ¡ con diligencia a analizar por separado sus ingredientes.
Empecemos por diseccionar a Thanos, que ya se habĂa asomado a los anteriores films de Marvel. Hace tiempo que se estaban fraguando las bases para la confrontaciĂ³n de este villano con la legiĂ³n de superhĂ©roes. Sus cameos en Guardianes de la galaxia (James Gunn, 2014) y Vengadores 2: La era de UltrĂ³n (Josh Whedon, 2015) hacĂan barruntar que este malvado iba a dejar al resto de malotes de la saga a la altura de unos mocosos que hacĂan pellas en el colegio.
Thanos avanzaba a paso lento, pero seguro, fraguando fechorĂas que se alineaban en un plan del que no habĂa dicho ni mu. Es en Vengadores: Infinity War (Anthony y Joe Russo, 2018) cuando descubre su juego que no tiene que ver con el de ningĂºn otro antagonista que hayamos visto antes en una pelĂcula de acciĂ³n.
Habitualmente, los villanos de este tipo de pelĂculas se mueven, a grandes rasgos, por venganza o sed de poder o de vil metal. Son psicĂ³patas y por ende huelga decir que sus razones son de lo mĂ¡s egoĂstas. Sin embargo, (atenciĂ³n, va a caer un chirimiri de spoilers), el titĂ¡n loco es un dechado de altruismo, que trabaja con ahĂnco por alcanzar la paz intergalĂ¡tica.
Lo Ăºnico que tiene en comĂºn con los inicuos antagonistas de toda la vida es que estĂ¡ traumatizado por su pasado. Él vivĂa en la novena luna de Saturno, en TitĂ¡n, y advirtiĂ³ a sus despreocupados paisanos de que algo marchaba mal: no habĂa suficientes recursos para que todos sobrevivieran.
Les propuso una soluciĂ³n salomĂ³nica: acabar con la mitad de la poblaciĂ³n. Pero, los titanes, que eran gente de bien, no vieron con buenos ojos eso de perpetrar un holocausto preventivo. El tiempo le dio la razĂ³n: por no haber sacrificado a unos cuantos, perecieron todos, excepto Ă©l, que decidiĂ³ que aquello no iba a volver a sucederle.
Thanos estĂ¡ convencido de que la situaciĂ³n se repetirĂ¡: no hay suficientes recursos para todos los habitantes del universo. Y eso no le deja dormir por las noches. El mal hombre aspira a levantarse un dĂa y ver un amanecer tranquilamente, sabiendo que ya no habrĂ¡ mĂ¡s guerras y que el mundo vivirĂ¡ en paz. La forma de conseguirlo es hacer desaparecer a la mitad de la poblaciĂ³n, asĂ, de un plumazo. Y para ello, debe conseguir las gemas del infinito, que son el macguffin de la saga.
Thanos, a diferencia de otros villanos, no es cruel, es Ăºnicamente implacable. Y tampoco es un malo divertido o cĂnico. La saga de Marvel se ha convertido en club de la comedia, en la que hĂ©roes y villanos esparcen sus chascarrillos sin tregua.

En cambio, Thanos es un tipo serio y agrio, con una misiĂ³n que no le permite desperdiciar su tiempo en ocurrencias verbales. De hecho, el genocida parece un competente tecnĂ³crata, imbuido de la banalidad del mal que teorizĂ³ Hannah Arendt. No le afecta que se mate gente: lo importante es hacer el trabajo bien y rĂ¡pido.
El titĂ¡n es democrĂ¡tico a la hora de orquestar genocidios: no experimenta animadversiĂ³n hacia ningĂºn colectivo concreto, Ă©l anhela un holocausto random. Tampoco se regodea en escabechinas sanguinolentas, simplemente quiere librarse de un plumazo del 50% de seres vivos para alcanzar asĂ una especie de pax romana en la que los supervivientes puedan ser felices y comer perdices.
A ratos, parece que padezca un trastorno compulsivo de la personalidad y en vez de dedicarse a comprobar que ha cerrado el gas o que las camisas estĂ¡n dispuestas por colores en su armario, le haya dado por dejar el universo perfectamente ordenadito a golpe de genocidio.
Y si llegĂ¡ramos a olvidar que el fin no justifica los medios, el titĂ¡n loco bien podrĂa parecer un activista de Greenpeace o un aspirante al Nobel de la Paz (no hay que olvidar que si Henry Kissinger cuenta con este galardĂ³n, cualquiera con las manos ensangrentadas puede acariciar uno).
Esta motivaciĂ³n se apunta muy de refilĂ³n en los cĂ³mics, pero en la pelĂcula adquiere un protagonismo que no tiene en estos. En el papel, Thanos asesina, como quien coge un autobĂºs, para impresionar a la enigmĂ¡tica Muerte de la que estĂ¡ perdidamente enamorado y para la que Ă©l es poco menos que un pagafantas.
Los argumentos del Thanos cinematogrĂ¡fico son innovadores en cuanto a la construcciĂ³n del personaje de un antagonista. Pero sus ideas son mĂ¡s viejas que andar a pie. Su discurso resucita uno de los que mĂ¡s se han revisitado durante los dos Ăºltimos siglos desde la demografĂa, la sociologĂa y la polĂtica. Thanos es un malthusiano convicto y confeso.
Su gurĂº, Thomas Malthus (1766-1834) nunca llegĂ³ a proponer una soluciĂ³n tan drĂ¡stica, pero sus hipĂ³tesis fluĂan por los mismos derroteros que las del titĂ¡n o mĂ¡s bien, viceversa. En 1798 publicĂ³ Ensayo sobre el principio de la poblaciĂ³n tal como afecta al futuro progreso de la sociedad, en el que venĂa a decir que nos estĂ¡bamos reproduciendo demasiado alegremente y que un dĂa de estos la humanidad se iba a quedar sin un triste mendrugo de pan que echarse a la boca.
Este clĂ©rigo anglicano britĂ¡nico era profundamente conservador y estaba bastante mosqueado con los valores que promulgaba la RevoluciĂ³n Francesa. Todo lo que sonaba a justicia social le provocaba urticaria. Y tampoco veĂa con buenos ojos las leyes para la pobreza que regĂan en su paĂs. Para Ă©l, las ayudas a los mĂ¡s desfavorecidos no eran mĂ¡s que una invitaciĂ³n a que poblaran sin freno una tierra que no podĂa alimentar a tanto hijo de vecino.
Desde un punto de vista demogrĂ¡fico, contemplaba las guerras, las epidemias y los desastres naturales como una forma de regular el desmĂ¡n reproductivo. Y aconsejaba vehementemente que se retrasara la edad de contraer matrimonio y se practicara la abstinencia hasta ese momento.
Sus teorĂas tuvieron mucho calado, se debatieron, se criticaron y se apoyaron. Incluso sus mĂ¡s fervientes detractores, como Karl Marx, destilaron su influencia. Las primigenias polĂticas de control de natalidad se circunscribieron en el seno del neomaltusianismo. Y algunas corrientes ecolĂ³gicas bebieron de las fuentes del desabrido demĂ³grafo.
De todas formas, aunque sus teorĂas han sido recuperadas y discutidas durante dos siglos, su credibilidad quedĂ³ un pelĂn empañada al no cumplirse su lĂºgubre predicciĂ³n. Él datĂ³ la extinciĂ³n de la humanidad alrededor del 1880. Es lo que se conoce como la catĂ¡strofe malthusiana.
Pero a todas luces errĂ³ en su vaticinio, porque aquĂ estamos en un mundo superpoblado de fast foods. Algunos analistas argumentan que no contĂ³ con la variable del progreso, mientras que otro creen que simplemente se adelantĂ³ a su tiempo y que llegarĂ¡ el momento en el que nos saquemos los ojos por un plato de lentejas.
Hasta ahora, en el cine, las teorĂas de Malthus habĂan nutrido argumentos distĂ³picos y cualquier maltusiano en prĂ¡cticas podrĂa husmear su huella desde Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973) hasta en la saga de Mad Max. Sin embargo, es la primera vez que un personaje se planta ante la cĂ¡mara a recitar su credo.
Esto, junto a la construcciĂ³n de un villano poco jocoso que busca la armonĂa cĂ³smica, son las principales innovaciones de la pelĂcula, que no requiere de ningĂºn manual de historia de la demografĂa para comprenderse. Porque, pese a todo lo dicho, la tercera saga de los vengadores es una pelĂcula palomitera y funcional, que aspira, como sus hermanas, a hacer gala de sus efectos especiales, a que el espectador pase un ratito entretenido y a que se recaude en taquilla un suculento montante.
Brillante texto, muy divertido. SĂ³lo difiero enel anĂ¡lisis del impacto de la peli que, para los fans, va a ser ‘El Padrino 2’ de los superhĂ©roes. Sobre todo por el final (spoiler alert). “No quiero irme, Sr. Stark…” va a ser el nuevo “Luke,yo soy tu padre” Y si no, al tiempo…
Pues toda la razĂ³n. No sĂ© si esto serĂ¡ bonito o da sueño y hace monstruos, pero, toda la razĂ³n.
Pues me reitero. Toda la grandĂsma razĂ³n. Por cierto Quinto Licinio Cato de Roma, quĂ© te ha parecido tan divertido?
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