25 de octubre 2018    /   BUSINESS
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Leemos como ligamos: lo que Tinder tiene que ver con la forma en la que te informas

25 de octubre 2018    /   BUSINESS     por          
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En el mundo digital la opción que triunfa no es siempre la mejor. Igual que sucede en el mundo real, la mejor opción es la que mejor consigue venderse. Es como el meme de Profile pic vs Tagged pic‘: una cosa es lo que es y otra la que hacemos parecer para que otros piquen.

Esa misma lógica podría aplicarse al caso de Tinder: el motivo de su triunfo puede parecer tan obvio como decir que el morbo y el sexo siempre venden, pero en la realidad la cosa es algo mÔs compleja. Porque Tinder no es ni mucho menos un producto nuevo: había cientos de portales y apps de ligue antes de que apareciera, y seguramente ninguna logró tanto como ella.

Eso se debe a que los portales de ligue antes de Tinder eran otra cosa. Las fotografías eran importantes, pero lo relevante era también lo que se contaba de uno mismo: el trabajo, las aficiones, lo sensible y romÔntico que se podía resultar o hasta qué se buscaba en una relación. Era información fÔcil de falsear, mÔs incluso que una fotografía, pero se consideraba necesaria para hacer una criba de pretendientes. A fin de cuentas, ligar es algo mÔs que tener sexo y no se concebía lo de tener una cita sin saber algo de la otra persona.

La clave reside en que esos portales se dirigĆ­an precisamente al targetĀ que busca una relación, no un match. Gente o bien mĆ”s mayor o bien con dificultad para establecer relaciones –no porque sean raros, sino quizĆ” porque se hayan mudado, sean tĆ­midos o vivan en una zona con menor población–.

Tinder cambió por completo el target al que dirigir las dinÔmicas del flirteo: encajó como anillo al dedo entre los mÔs jóvenes, aquellos que nunca se habían interesado por los portales de ligue, porque en realidad no tenían problemas para conocer gente. A fin de cuentas, las universidades son magníficos centros de socialización con centenares de personas jóvenes y formadas a tu alrededor.

AsĆ­ las cosas, por mĆ”s que el tema –morbo y sexo– sea jugoso, Tinder contaba con una ingente competencia y se dirigĆ­a a un pĆŗblico a priori poco necesitado de su oferta. Y pese a eso triunfó, y mucho. Es lógico pensar, por tanto, que el Ć©xito de Tinder reside en algo mĆ”s que en lo obvio.

Su valor diferencial es en realidad la forma en la que simplifican un proceso de selección.

En términos de producto, a la competencia le sobraba información. Una vez Tinder tuvo fijado el target en los jóvenes pudo prescindir de esa suerte de CV sentimentales que eran los perfiles de las pÔginas de ligue: la tarjeta de presentación del usuario serÔ solo una foto y los demÔs decidirían si les gustas o no con un simple movimiento de dedo, el famoso swipe que tanto ha dado de sí.

Podría decirse, por tanto, que, ademÔs del cambio de foco, lo revolucionario de la herramienta fue su interfaz. Después llegarían la localización, la preocupación por la privacidad y los experimentos sociológicos. Pero para entonces Tinder ya era una revolución.

En resumidas cuentas, Tinder triunfó porque su mercado es tentador, pero sobre todo porque supo adecuar la forma en que presentaba la información a su pĆŗblico objetivo. Al hacerlo resolvió una necesidad inadvertida de sus usuarios, algo universal pero nunca reconocido: hizo mĆ”s fĆ”cil poder conocer gente –y luego allĆ” cada cuĆ”l con lo que hiciera–.

El desarrollo de la interfaz, que luego ha sido copiada hasta la saciedad, radica directamente con la forma en la que se consume ahora la información. Las investigaciones que apuntan en la dirección de que ya no se leen textos tan largos como antes abundan casi tanto como aquellas que van en la dirección contraria.

Lo que sí es innegable es que el consumo de información, centrado en pantallas varias, es ahora mucho mÔs visual y menos textual. Los estímulos visuales, lo interactivo y la espectacularización del contenido imponen nuevas narrativas y nuevas lógicas de consumo.

En un primer tĆ©rmino eso se plasmó nada mĆ”s cambiar de entorno: si sobre el papel nuestros ojos dibujaban una Z para escanear el contenido (de izquierda a derecha y descendiendo), sobre las pantallas pasamos a dibujar una F –o una EĀ segĆŗn los investigadores–. El scrollĀ hace que arrastremos la tendencia y vayamos escaneando de arriba hacia abajo para leer solo aquello que nos llama la atención, activando entonces el movimiento hacia la derecha.

Al estudiar en qué se fijan nuestros ojos, lo visual siempre concita mÔs atención que lo textual, tal y como enseña el caso de Tinder.

Todo esto es una rama bastante trabajada por los diseñadores en los últimos años y que se ha ido desarrollando en paralelo a una tendencia algo mÔs perversa: la simplificación de la información apoyada en la falacia de que la información ahora es mÔs visual implica que la gente ya no lee. Eso, unido a que el mercado de la información se ha vuelto mucho mÔs competitivo con recursos mÔs limitados por la crisis, ha llevado a una búsqueda enfermiza por la captación de la audiencia.

El producto se ha ido sacrificando a cambio de lograr atención: fotos llamativas, titulares tramposos e información a medias para forzar al lector a consumir tu contenido. La industria de la información ha aprendido la lección de Tinder, pero solo en una versión parcial: no han sabido adaptar su oferta a nuevos públicos, sino que solo han simplificado y espectacularizado para volverse mÔs atractivos.

La tendenca tampoco es nueva. Hace casi una dĆ©cada ya se estudiaba la forma en que el Huffington Post usaba tests A/B para detectar de forma automĆ”tica quĆ© titular era mĆ”s exitoso –es decir, cuĆ”l lograba mayor Ć­ndice de clics–. Por aquel entonces los medios online apenas estaban aprendiendo ese tipo de trucos, que poco a poco fueron aplicando no solo a titulares, sino a enlaces, imĆ”genes y hasta redacciones de textos diferenciadas.

Se suponĆ­a que la intención era ofrecer algo mĆ”s atractivo, que encajara mejor con los intereses del lector –porque, claro, a nadie le gusta no gustar–. Todo converge hacia una especie de swipeĀ aplicado a la información que busca hacer matchĀ con el lector buscando quĆ© forma de vender su producto le hace mĆ”s deseable. Con los aƱos, medios como BuzzFeed refinaron este tipo de prĆ”cticas creando autĆ©nticos laboratorios en una fĆ”brica de clics. Y asĆ­ hasta hoy.

Como en Tinder, ahora en muchos medios y redes sociales lo importante parece ser no lo que se comunica, sino cómo se hace. Y eso vale para un revolcón, pero difícilmente para iniciar una relación duradera con el lector. Porque gustar estÔ bien, pero enamorar es mejor. Al menos si quieres que la marca dure mÔs de una noche.

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En el mundo digital la opción que triunfa no es siempre la mejor. Igual que sucede en el mundo real, la mejor opción es la que mejor consigue venderse. Es como el meme de Profile pic vs Tagged pic‘: una cosa es lo que es y otra la que hacemos parecer para que otros piquen.

Esa misma lógica podría aplicarse al caso de Tinder: el motivo de su triunfo puede parecer tan obvio como decir que el morbo y el sexo siempre venden, pero en la realidad la cosa es algo mÔs compleja. Porque Tinder no es ni mucho menos un producto nuevo: había cientos de portales y apps de ligue antes de que apareciera, y seguramente ninguna logró tanto como ella.

Eso se debe a que los portales de ligue antes de Tinder eran otra cosa. Las fotografías eran importantes, pero lo relevante era también lo que se contaba de uno mismo: el trabajo, las aficiones, lo sensible y romÔntico que se podía resultar o hasta qué se buscaba en una relación. Era información fÔcil de falsear, mÔs incluso que una fotografía, pero se consideraba necesaria para hacer una criba de pretendientes. A fin de cuentas, ligar es algo mÔs que tener sexo y no se concebía lo de tener una cita sin saber algo de la otra persona.

La clave reside en que esos portales se dirigĆ­an precisamente al targetĀ que busca una relación, no un match. Gente o bien mĆ”s mayor o bien con dificultad para establecer relaciones –no porque sean raros, sino quizĆ” porque se hayan mudado, sean tĆ­midos o vivan en una zona con menor población–.

Tinder cambió por completo el target al que dirigir las dinÔmicas del flirteo: encajó como anillo al dedo entre los mÔs jóvenes, aquellos que nunca se habían interesado por los portales de ligue, porque en realidad no tenían problemas para conocer gente. A fin de cuentas, las universidades son magníficos centros de socialización con centenares de personas jóvenes y formadas a tu alrededor.

AsĆ­ las cosas, por mĆ”s que el tema –morbo y sexo– sea jugoso, Tinder contaba con una ingente competencia y se dirigĆ­a a un pĆŗblico a priori poco necesitado de su oferta. Y pese a eso triunfó, y mucho. Es lógico pensar, por tanto, que el Ć©xito de Tinder reside en algo mĆ”s que en lo obvio.

Su valor diferencial es en realidad la forma en la que simplifican un proceso de selección.

En términos de producto, a la competencia le sobraba información. Una vez Tinder tuvo fijado el target en los jóvenes pudo prescindir de esa suerte de CV sentimentales que eran los perfiles de las pÔginas de ligue: la tarjeta de presentación del usuario serÔ solo una foto y los demÔs decidirían si les gustas o no con un simple movimiento de dedo, el famoso swipe que tanto ha dado de sí.

Podría decirse, por tanto, que, ademÔs del cambio de foco, lo revolucionario de la herramienta fue su interfaz. Después llegarían la localización, la preocupación por la privacidad y los experimentos sociológicos. Pero para entonces Tinder ya era una revolución.

En resumidas cuentas, Tinder triunfó porque su mercado es tentador, pero sobre todo porque supo adecuar la forma en que presentaba la información a su pĆŗblico objetivo. Al hacerlo resolvió una necesidad inadvertida de sus usuarios, algo universal pero nunca reconocido: hizo mĆ”s fĆ”cil poder conocer gente –y luego allĆ” cada cuĆ”l con lo que hiciera–.

El desarrollo de la interfaz, que luego ha sido copiada hasta la saciedad, radica directamente con la forma en la que se consume ahora la información. Las investigaciones que apuntan en la dirección de que ya no se leen textos tan largos como antes abundan casi tanto como aquellas que van en la dirección contraria.

Lo que sí es innegable es que el consumo de información, centrado en pantallas varias, es ahora mucho mÔs visual y menos textual. Los estímulos visuales, lo interactivo y la espectacularización del contenido imponen nuevas narrativas y nuevas lógicas de consumo.

En un primer tĆ©rmino eso se plasmó nada mĆ”s cambiar de entorno: si sobre el papel nuestros ojos dibujaban una Z para escanear el contenido (de izquierda a derecha y descendiendo), sobre las pantallas pasamos a dibujar una F –o una EĀ segĆŗn los investigadores–. El scrollĀ hace que arrastremos la tendencia y vayamos escaneando de arriba hacia abajo para leer solo aquello que nos llama la atención, activando entonces el movimiento hacia la derecha.

Al estudiar en qué se fijan nuestros ojos, lo visual siempre concita mÔs atención que lo textual, tal y como enseña el caso de Tinder.

Todo esto es una rama bastante trabajada por los diseñadores en los últimos años y que se ha ido desarrollando en paralelo a una tendencia algo mÔs perversa: la simplificación de la información apoyada en la falacia de que la información ahora es mÔs visual implica que la gente ya no lee. Eso, unido a que el mercado de la información se ha vuelto mucho mÔs competitivo con recursos mÔs limitados por la crisis, ha llevado a una búsqueda enfermiza por la captación de la audiencia.

El producto se ha ido sacrificando a cambio de lograr atención: fotos llamativas, titulares tramposos e información a medias para forzar al lector a consumir tu contenido. La industria de la información ha aprendido la lección de Tinder, pero solo en una versión parcial: no han sabido adaptar su oferta a nuevos públicos, sino que solo han simplificado y espectacularizado para volverse mÔs atractivos.

La tendenca tampoco es nueva. Hace casi una dĆ©cada ya se estudiaba la forma en que el Huffington Post usaba tests A/B para detectar de forma automĆ”tica quĆ© titular era mĆ”s exitoso –es decir, cuĆ”l lograba mayor Ć­ndice de clics–. Por aquel entonces los medios online apenas estaban aprendiendo ese tipo de trucos, que poco a poco fueron aplicando no solo a titulares, sino a enlaces, imĆ”genes y hasta redacciones de textos diferenciadas.

Se suponĆ­a que la intención era ofrecer algo mĆ”s atractivo, que encajara mejor con los intereses del lector –porque, claro, a nadie le gusta no gustar–. Todo converge hacia una especie de swipeĀ aplicado a la información que busca hacer matchĀ con el lector buscando quĆ© forma de vender su producto le hace mĆ”s deseable. Con los aƱos, medios como BuzzFeed refinaron este tipo de prĆ”cticas creando autĆ©nticos laboratorios en una fĆ”brica de clics. Y asĆ­ hasta hoy.

Como en Tinder, ahora en muchos medios y redes sociales lo importante parece ser no lo que se comunica, sino cómo se hace. Y eso vale para un revolcón, pero difícilmente para iniciar una relación duradera con el lector. Porque gustar estÔ bien, pero enamorar es mejor. Al menos si quieres que la marca dure mÔs de una noche.

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