Soy mejor que tú por esta razón que me acabo de inventar: el problema del tribalismo nacionalista
”Yorokobu gratis en formato digital!
Si contemplamos las fronteras de los paĆses solo veremos eso, fronteras. Sin embargo, si estuviĆ©ramos provistos de un microscopio que nos permitiera aumentar la imagen diez, cien, mil veces, el panorama recordarĆa poderosamente a un fractal.
Cuando tenemos ante nosotros la hoja de un Ôrbol y ampliamos la imagen, los bordes irregulares empiezan a mostrar siluetas de la misma hoja completa. Y si ampliamos mÔs esta copia de la hoja completa, de nuevo sucede lo mismo. Y asà sucesivamente. Ese mismo efecto fractal tiene lugar cuando ampliamos las naciones con sus fronteras perfectamente delimitadas.
Nuestra manera de dividir a las personas es tosca y arbitraria, basada en datos incompletos. Por eso existe tambiĆ©n el racismo basado casi en exclusiva en el color de la piel, que tambiĆ©n es un dato tosco y arbitrario: si descendemos al detalle del código genĆ©tico, y esto va a desconcertar a mĆ”s de un apologeta de la eugenesia y del supremacismo blanco, advertiremos que hay mĆ”s diferencias entre el genoma de dos personas de piel negra que vivan en Ćfrica que entre un africano y un blanco europeo. La piel nos eclipsa, nos impide ver las verdaderas diferencias, las que se producen de individuo a individuo, detalle a detalle, y nos empuja a generalizar.
Lo mismo sucede con los paĆses. Las regiones. Las ciudades. Los barrios. Si tuviĆ©ramos la posibilidad de conocer una a una cada una de las personas de todo nuestro paĆs y los paĆses vecinos, probablemente descubrirĆamos que quienes mĆ”s se parecen a nosotros, mĆ”s nos entienden, con quienes mĆ”s sintonizamos a todos los niveles, son individuos que estĆ”n aquĆ, allĆ” y acullĆ”.
Las fronteras, las divisiones, las nomenclaturas, las demarcaciones son intentos de simplificar la enorme complejidad, y de generalizar, porque no tenemos tiempo de conocer a todas las personas que nos salen al paso.
Por eso, y solo por eso, ya podemos afirmar que todos los nacionalismos, todas las fronteras, todas las divisiones, se basen en el rasgo arbitrario que se basen, son fundamentalmente una manifestación de tribalismo. Y el tribalismo es lo que alimenta la sensación, profunda y ajena al raciocinio, de que nosotros («Nosotros») somos mejores que ellos («Ellos»).
Porque el tribalismo es, en esencia, la incapacidad de ver la realidad fractal, la que nos presenta la razón, la ciencia y otros tantos atributos de la Ilustración. Por contrapartida, el tribalismo empuja a dejarnos llevar por la basta percepción medio ciega y medio sorda que nos proveyó la azarosa evolución darwiniana para sobrevivir en un contexto donde los grupos mayores de 150 individuos se dividĆan en dos y se convertĆan en enemigos acĆ©rrimos, persiguiendo siempre las mĆnimas diferencia que justificaran la escisión.
DICOTOMĆA ELLOS / NOSOTROS
PrĆ”cticamente todos los nacionalismos se basan en la idea, implĆcita o explĆcita, de que un grupo de personas es mejor que el otro en alguno o varios campos. No se diferencia mucho de la secesión de un grupo de personas de clase alta de otro de clase baja. O uno de CI por encima de 140 de otro de CI por debajo de esta cifra. Pero si estas y otras secesiones se nos antojan horripilantes, no asĆ sucede si la secesión tiene lugar por razón de etnia, cultura o geografĆa. Hemos logrado sentir asco moral por algunas secesiones, pero seguimos dando pĆ”bulo a otras empleando toda suerte de gimnasia mental.
Crear nacionalismos es relativamente fĆ”cil porque nuestro cerebro estĆ” cableado para sesgarse hacia el llamado paradigma del grupo mĆnimo: si se establecen dos grupos basados en criterios triviales y arbitrarios, como los que adjudica por azar el lanzar una moneda al aire, la gente tenderĆ” a favorecer a los miembros de su propio grupo frente a los del grupo contrario.
Incluso hay experimentos en la psicologĆa social que demuestran que sentimos menos empatĆa o dolor si vemos sufrimiento en personas de otro grupo que no sea el nuestro. Crear grupos basados en fronteras Ć©tnicas, culturales, geogrĆ”ficas o cualquier otra variable es la receta segura para que esos grupos queden enemistados, en el mejor de los casos, o se enfrenten en un conflicto bĆ©lico en el que se cosifica al enemigo, en el peor. Los equipos de fĆŗtbol son buen ejemplo de ello.
El pionero de los experimentos del paradigma del grupo mĆnimo fue el psicólogo polaco Henri Tajfel, que fue prisionero de guerra en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Tajfel querĆa entender cómo era posible que la gente le considerara un apestado por ser judĆo o que personas normales se transformaran en nazis, como los que habĆan asesinado a toda su familia por ese simple hecho, su origen Ć©tnico.
Hasta entonces, la psicologĆa postulaba que solo las personas con determinados factores de la personalidad, como el autoritarismo, tenĆan tendencia a alumbrar prejuicios y mostrarse intolerantes con los demĆ”s. Sin embargo, el nazismo no habrĆa triunfado sin el apoyo genĆ©rico del ciudadano alemĆ”n Ā«ordinarioĀ», asĆ que Tajfel quiso demostrar que, dado el detonador adecuado, uno puede transformarse en nazi con bastante facilidad.
En la dĆ©cada de 1960, en la Universidad de Oxford, empezó a realizar los primeros experimentos en los que dividĆa a las personas en dos grupos por criterios arbitrarios, como que unos habĆan acertado mĆ”s a la hora de determinar la longitud de una lĆnea dibujada que otros.
En cuanto uno entraba a formar parte de uno de los dos grupos, tendĆa a favorecer al propio y enemistarse con los miembros del otro grupo. Tajfel acababa de descubrir que las raĆces mĆ”s primitivas del prejuicio no se hallaban en rasgos de personalidad excepcionales sino, de forma general, en procesos Ā«ordinariosĀ» de pensamiento, especialmente los de categorización. Sus estudios fueron replicados en varias ocasiones, como en el aƱo 2002, y se obtuvieron los mismos resultados.
TambiĆ©n se ha constatado el efecto en estudios en los que se usaron imĆ”genes por resonancia magnĆ©tica funcional (IRMf) para analizar lo que pasaba en el cerebro de las personas al someterse a estas situaciones, como los experimentos del neurocientĆfico David Eagleman: si se pinchaba la mano de alguien que perteneciera al grupo formado arbitrariamente para el estudio, el Ć”rea de su cerebro relacionada con el dolor mostraba un pico de actividad mĆ”s alto que si se pinchaba la mano a un miembro del otro grupo. Es decir, la persona sentĆa mĆ”s o menos empatĆa en función de a quiĆ©n se le producĆa el dolor.
Estos fueron los fundamentos de la TeorĆa de la Identidad Social, esto es, la tendencia innata de los individuos a categorizarse a sĆ mismos en grupos excluyentes (Ā«endogruposĀ»), construyendo una parte de su identidad sobre la base de su membresĆa en ese grupo y forzando fronteras excluyentes con otros grupos ajenos a los suyos (Ā«exogruposĀ»).
Y eso ocurre, sencillamente, porque nuestro cerebro estÔ cableado para tender al tribalismo, como explican Jonathan Haidt y Greg Lukianoff en su reciente libro La transformación de la mente moderna:
El tribalismo es nuestra herencia evolutiva para agruparnos y prepararnos para el conflicto intergrupal. Cuando se activa el Ā«interruptor de la tribuĀ», nos aferramos mĆ”s estrechamente al grupo, asumimos y defendemos la matriz moral del grupo y dejamos de pensar por nosotros mismos. Un principio bĆ”sico de la psicologĆa moral es que Ā«la moralidad une y ciegaĀ», lo cual es un truco Ćŗtil para que un grupo se prepare para una batalla entre Ā«ellosĀ» y Ā«nosotrosĀ». Cuando adoptamos la actitud tribal, parece que nos cegamos a los argumentos y a la información que desafĆan el relato de nuestro equipo.
EL TRIBALISMO GEOGRĆFICO
DĆ©cadas de experimentos psicológicos han demostrado que no solo proyectamos prejuicios positivos hacia nosotros mismos y nuestros endogrupos, sino tambiĆ©n hacia las personas amables, las atractivas, las que se llaman igual que nosotros o cumplen aƱos el mismo dĆa que nosotros, porque tendemos a categorizarlas bajo reglas heurĆsticas semejantes a las del tribalismo.
También apreciamos estos efectos psicológicos entre distintas calles de una ciudad, distintos barrios, distintas ciudades, incluso distintas regiones. Basta que alguien encuentre un elemento diferenciador del que tirar del hilo para agigantar una muralla invisible y diseñada ad hoc.
Puede aludirse a una mayor carga tributaria, a una capacidad de trabajo mĆ”s alta, incluso a derechos adquiridos históricamente, como les pasa a los protagonistas de la pelĆcula britĆ”nica Pasaporte para Plimlico (1949): en ella, una pequeƱa comunidad en mitad de Londres proclama la independencia de Inglaterra en cuando descubre un tratado que afirma que el barrio de Plimlico, una zona especĆfica de Londres, pertenece en realidad a la BorgoƱa francesa.
Este derecho adquirido no solo se traduce en la petición de una nueva frontera, sino que los habitantes de Plimlico incluso empiezan a actuar inconscientemente de modo distinto para distinguirse de los ingleses.
El nacionalismo parte de la misma raĆz que el nazismo, al igual que cualquier otro rasgo identitario (familia, tribu, casta, origen Ć©tnico, religión, función social y riqueza, territorio, identidad de gĆ©neroā¦). Y todas estas ramas convergen en el tribalismo.
Cuando azuzamos el tribalismo en las sociedades modernas, donde este, precisamente, no tiene mucho sentido porque la gente tiene relativa facilidad para cruzar fronteras y cambiar de nacionalidad, entonces asistimos a un grado de fanatismo e irracionalidad todavĆa mĆ”s patente.
En los Ćŗltimos aƱos, por ejemplo, en CataluƱa estamos asistiendo unas movilizaciones sociales y polĆticas mucho mĆ”s vigorosas en pro de la secesión de EspaƱa que de cualquier otra lucha o reivindicación social. El mero hecho de que este anhelo se haya convertido en lo que mĆ”s compromete a la gente a salir a la calle, el que mĆ”s nos enfrenta entre nosotros, el que mĆ”s se presenta como la clave para resolver, si no todos los problemas al menos buena parte de ellos, es sintomĆ”tico de lo que subyace en realidad en este anhelo: el tribalismo.
Mientras el tribalismo proporcione rĆ©dito electoral, se seguirĆ” enardeciendo irresponsablemente. Por ambas partes. Combatirlo es arduo, porque la gente necesita que unos pierdan para que otros ganen. TambiĆ©n es difĆcil eliminar el daƱo ya provocado porque las huellas neurobiológicas que ahora sesgan nuestra visión de Ā«EllosĀ» son indelebles. De hecho, son muy pocos los estudios que han logrado revertir en algĆŗn grado el tribalismo empleando alguna tĆ©cnica psicológica eficaz.
Una técnica la refiere Political Tribes: Group Instinct and the Fate of Nations, un libro de la profesora de Derecho en la facultad de Derecho de Yale Amy Chua: «La investigación psicológica muestra que el tribalismo se puede contrarrestar y superar mediante el trabajo en equipo: con proyectos que unan a las personas en una tarea común en pie de igualdad».
La otra ha sido recientemente descubierta porĀ Emile Bruneau y sus colegas de la Universidad Northwestern, y se basa esencialmente en dejar a la luz las contradicciones del tribalista. SegĆŗn su estudio sobre la hostilidad hacia los musulmanes publicado en Nature, quienes habĆan leĆdo antes descripciones de la violencia cometida por europeos blancos, como Anders Breivik, un extremista de ultraderecha que asesinó a 77 personas en Noruega en 2011, tendĆan a no criminalizar a todos los musulmanes, es decir, a no categorizar, cuando leĆan la noticia sobre un atentado terrorista musulmĆ”n.
MĆ”s allĆ” de estos tĆmidos intentos de revertir nuestra herencia prehistórica, poco mĆ”s se puede hacer. Y menos cuando los polĆticos son conscientes de que, engordando el tribalismo, la gente deja de pensar, pierde el juicio, y vota con las vĆsceras y no con el lóbulo frontal.
Amor a un territorio del que solo conoces el 2% de su superficie y probablemente a menos del 0,1% de sus habitantes. ¿Puede haber algo mÔs descabellado? La lucha entre dos pueblos, bajo esta perspectiva, es la lucha de dos entelequias, dos monstruos imaginarios que aglutinan todos nuestros prejuicios en un grupo nacido al otro lado de una colina.
Si no nos queda otra que trazar lĆneas tribales entre nosotros, al menos tracemos unas que nos distingan, en palabras de Steven Pinker en su libro En defensa de la Ilustración, como personas convencidas de que Ā«la vida es mejor que la muerte, la salud es mejor que la enfermedad, la abundancia es mejor que la penuria, la libertad es mejor que la coerción, la felicidad es mejor que el sufrimiento y el conocimiento es mejor que la superstición y la ignoranciaĀ».
En otras palabras: que a ver cuĆ”ndo aparece una formación polĆtica independentista de las ideas, no de los lugares donde tu madre ha decidido parirte.
”Yorokobu gratis en formato digital!
Si contemplamos las fronteras de los paĆses solo veremos eso, fronteras. Sin embargo, si estuviĆ©ramos provistos de un microscopio que nos permitiera aumentar la imagen diez, cien, mil veces, el panorama recordarĆa poderosamente a un fractal.
Cuando tenemos ante nosotros la hoja de un Ôrbol y ampliamos la imagen, los bordes irregulares empiezan a mostrar siluetas de la misma hoja completa. Y si ampliamos mÔs esta copia de la hoja completa, de nuevo sucede lo mismo. Y asà sucesivamente. Ese mismo efecto fractal tiene lugar cuando ampliamos las naciones con sus fronteras perfectamente delimitadas.
Nuestra manera de dividir a las personas es tosca y arbitraria, basada en datos incompletos. Por eso existe tambiĆ©n el racismo basado casi en exclusiva en el color de la piel, que tambiĆ©n es un dato tosco y arbitrario: si descendemos al detalle del código genĆ©tico, y esto va a desconcertar a mĆ”s de un apologeta de la eugenesia y del supremacismo blanco, advertiremos que hay mĆ”s diferencias entre el genoma de dos personas de piel negra que vivan en Ćfrica que entre un africano y un blanco europeo. La piel nos eclipsa, nos impide ver las verdaderas diferencias, las que se producen de individuo a individuo, detalle a detalle, y nos empuja a generalizar.
Lo mismo sucede con los paĆses. Las regiones. Las ciudades. Los barrios. Si tuviĆ©ramos la posibilidad de conocer una a una cada una de las personas de todo nuestro paĆs y los paĆses vecinos, probablemente descubrirĆamos que quienes mĆ”s se parecen a nosotros, mĆ”s nos entienden, con quienes mĆ”s sintonizamos a todos los niveles, son individuos que estĆ”n aquĆ, allĆ” y acullĆ”.
Las fronteras, las divisiones, las nomenclaturas, las demarcaciones son intentos de simplificar la enorme complejidad, y de generalizar, porque no tenemos tiempo de conocer a todas las personas que nos salen al paso.
Por eso, y solo por eso, ya podemos afirmar que todos los nacionalismos, todas las fronteras, todas las divisiones, se basen en el rasgo arbitrario que se basen, son fundamentalmente una manifestación de tribalismo. Y el tribalismo es lo que alimenta la sensación, profunda y ajena al raciocinio, de que nosotros («Nosotros») somos mejores que ellos («Ellos»).
Porque el tribalismo es, en esencia, la incapacidad de ver la realidad fractal, la que nos presenta la razón, la ciencia y otros tantos atributos de la Ilustración. Por contrapartida, el tribalismo empuja a dejarnos llevar por la basta percepción medio ciega y medio sorda que nos proveyó la azarosa evolución darwiniana para sobrevivir en un contexto donde los grupos mayores de 150 individuos se dividĆan en dos y se convertĆan en enemigos acĆ©rrimos, persiguiendo siempre las mĆnimas diferencia que justificaran la escisión.
DICOTOMĆA ELLOS / NOSOTROS
PrĆ”cticamente todos los nacionalismos se basan en la idea, implĆcita o explĆcita, de que un grupo de personas es mejor que el otro en alguno o varios campos. No se diferencia mucho de la secesión de un grupo de personas de clase alta de otro de clase baja. O uno de CI por encima de 140 de otro de CI por debajo de esta cifra. Pero si estas y otras secesiones se nos antojan horripilantes, no asĆ sucede si la secesión tiene lugar por razón de etnia, cultura o geografĆa. Hemos logrado sentir asco moral por algunas secesiones, pero seguimos dando pĆ”bulo a otras empleando toda suerte de gimnasia mental.
Crear nacionalismos es relativamente fĆ”cil porque nuestro cerebro estĆ” cableado para sesgarse hacia el llamado paradigma del grupo mĆnimo: si se establecen dos grupos basados en criterios triviales y arbitrarios, como los que adjudica por azar el lanzar una moneda al aire, la gente tenderĆ” a favorecer a los miembros de su propio grupo frente a los del grupo contrario.
Incluso hay experimentos en la psicologĆa social que demuestran que sentimos menos empatĆa o dolor si vemos sufrimiento en personas de otro grupo que no sea el nuestro. Crear grupos basados en fronteras Ć©tnicas, culturales, geogrĆ”ficas o cualquier otra variable es la receta segura para que esos grupos queden enemistados, en el mejor de los casos, o se enfrenten en un conflicto bĆ©lico en el que se cosifica al enemigo, en el peor. Los equipos de fĆŗtbol son buen ejemplo de ello.
El pionero de los experimentos del paradigma del grupo mĆnimo fue el psicólogo polaco Henri Tajfel, que fue prisionero de guerra en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Tajfel querĆa entender cómo era posible que la gente le considerara un apestado por ser judĆo o que personas normales se transformaran en nazis, como los que habĆan asesinado a toda su familia por ese simple hecho, su origen Ć©tnico.
Hasta entonces, la psicologĆa postulaba que solo las personas con determinados factores de la personalidad, como el autoritarismo, tenĆan tendencia a alumbrar prejuicios y mostrarse intolerantes con los demĆ”s. Sin embargo, el nazismo no habrĆa triunfado sin el apoyo genĆ©rico del ciudadano alemĆ”n Ā«ordinarioĀ», asĆ que Tajfel quiso demostrar que, dado el detonador adecuado, uno puede transformarse en nazi con bastante facilidad.
En la dĆ©cada de 1960, en la Universidad de Oxford, empezó a realizar los primeros experimentos en los que dividĆa a las personas en dos grupos por criterios arbitrarios, como que unos habĆan acertado mĆ”s a la hora de determinar la longitud de una lĆnea dibujada que otros.
En cuanto uno entraba a formar parte de uno de los dos grupos, tendĆa a favorecer al propio y enemistarse con los miembros del otro grupo. Tajfel acababa de descubrir que las raĆces mĆ”s primitivas del prejuicio no se hallaban en rasgos de personalidad excepcionales sino, de forma general, en procesos Ā«ordinariosĀ» de pensamiento, especialmente los de categorización. Sus estudios fueron replicados en varias ocasiones, como en el aƱo 2002, y se obtuvieron los mismos resultados.
TambiĆ©n se ha constatado el efecto en estudios en los que se usaron imĆ”genes por resonancia magnĆ©tica funcional (IRMf) para analizar lo que pasaba en el cerebro de las personas al someterse a estas situaciones, como los experimentos del neurocientĆfico David Eagleman: si se pinchaba la mano de alguien que perteneciera al grupo formado arbitrariamente para el estudio, el Ć”rea de su cerebro relacionada con el dolor mostraba un pico de actividad mĆ”s alto que si se pinchaba la mano a un miembro del otro grupo. Es decir, la persona sentĆa mĆ”s o menos empatĆa en función de a quiĆ©n se le producĆa el dolor.
Estos fueron los fundamentos de la TeorĆa de la Identidad Social, esto es, la tendencia innata de los individuos a categorizarse a sĆ mismos en grupos excluyentes (Ā«endogruposĀ»), construyendo una parte de su identidad sobre la base de su membresĆa en ese grupo y forzando fronteras excluyentes con otros grupos ajenos a los suyos (Ā«exogruposĀ»).
Y eso ocurre, sencillamente, porque nuestro cerebro estÔ cableado para tender al tribalismo, como explican Jonathan Haidt y Greg Lukianoff en su reciente libro La transformación de la mente moderna:
El tribalismo es nuestra herencia evolutiva para agruparnos y prepararnos para el conflicto intergrupal. Cuando se activa el Ā«interruptor de la tribuĀ», nos aferramos mĆ”s estrechamente al grupo, asumimos y defendemos la matriz moral del grupo y dejamos de pensar por nosotros mismos. Un principio bĆ”sico de la psicologĆa moral es que Ā«la moralidad une y ciegaĀ», lo cual es un truco Ćŗtil para que un grupo se prepare para una batalla entre Ā«ellosĀ» y Ā«nosotrosĀ». Cuando adoptamos la actitud tribal, parece que nos cegamos a los argumentos y a la información que desafĆan el relato de nuestro equipo.
EL TRIBALISMO GEOGRĆFICO
DĆ©cadas de experimentos psicológicos han demostrado que no solo proyectamos prejuicios positivos hacia nosotros mismos y nuestros endogrupos, sino tambiĆ©n hacia las personas amables, las atractivas, las que se llaman igual que nosotros o cumplen aƱos el mismo dĆa que nosotros, porque tendemos a categorizarlas bajo reglas heurĆsticas semejantes a las del tribalismo.
También apreciamos estos efectos psicológicos entre distintas calles de una ciudad, distintos barrios, distintas ciudades, incluso distintas regiones. Basta que alguien encuentre un elemento diferenciador del que tirar del hilo para agigantar una muralla invisible y diseñada ad hoc.
Puede aludirse a una mayor carga tributaria, a una capacidad de trabajo mĆ”s alta, incluso a derechos adquiridos históricamente, como les pasa a los protagonistas de la pelĆcula britĆ”nica Pasaporte para Plimlico (1949): en ella, una pequeƱa comunidad en mitad de Londres proclama la independencia de Inglaterra en cuando descubre un tratado que afirma que el barrio de Plimlico, una zona especĆfica de Londres, pertenece en realidad a la BorgoƱa francesa.
Este derecho adquirido no solo se traduce en la petición de una nueva frontera, sino que los habitantes de Plimlico incluso empiezan a actuar inconscientemente de modo distinto para distinguirse de los ingleses.
El nacionalismo parte de la misma raĆz que el nazismo, al igual que cualquier otro rasgo identitario (familia, tribu, casta, origen Ć©tnico, religión, función social y riqueza, territorio, identidad de gĆ©neroā¦). Y todas estas ramas convergen en el tribalismo.
Cuando azuzamos el tribalismo en las sociedades modernas, donde este, precisamente, no tiene mucho sentido porque la gente tiene relativa facilidad para cruzar fronteras y cambiar de nacionalidad, entonces asistimos a un grado de fanatismo e irracionalidad todavĆa mĆ”s patente.
En los Ćŗltimos aƱos, por ejemplo, en CataluƱa estamos asistiendo unas movilizaciones sociales y polĆticas mucho mĆ”s vigorosas en pro de la secesión de EspaƱa que de cualquier otra lucha o reivindicación social. El mero hecho de que este anhelo se haya convertido en lo que mĆ”s compromete a la gente a salir a la calle, el que mĆ”s nos enfrenta entre nosotros, el que mĆ”s se presenta como la clave para resolver, si no todos los problemas al menos buena parte de ellos, es sintomĆ”tico de lo que subyace en realidad en este anhelo: el tribalismo.
Mientras el tribalismo proporcione rĆ©dito electoral, se seguirĆ” enardeciendo irresponsablemente. Por ambas partes. Combatirlo es arduo, porque la gente necesita que unos pierdan para que otros ganen. TambiĆ©n es difĆcil eliminar el daƱo ya provocado porque las huellas neurobiológicas que ahora sesgan nuestra visión de Ā«EllosĀ» son indelebles. De hecho, son muy pocos los estudios que han logrado revertir en algĆŗn grado el tribalismo empleando alguna tĆ©cnica psicológica eficaz.
Una técnica la refiere Political Tribes: Group Instinct and the Fate of Nations, un libro de la profesora de Derecho en la facultad de Derecho de Yale Amy Chua: «La investigación psicológica muestra que el tribalismo se puede contrarrestar y superar mediante el trabajo en equipo: con proyectos que unan a las personas en una tarea común en pie de igualdad».
La otra ha sido recientemente descubierta porĀ Emile Bruneau y sus colegas de la Universidad Northwestern, y se basa esencialmente en dejar a la luz las contradicciones del tribalista. SegĆŗn su estudio sobre la hostilidad hacia los musulmanes publicado en Nature, quienes habĆan leĆdo antes descripciones de la violencia cometida por europeos blancos, como Anders Breivik, un extremista de ultraderecha que asesinó a 77 personas en Noruega en 2011, tendĆan a no criminalizar a todos los musulmanes, es decir, a no categorizar, cuando leĆan la noticia sobre un atentado terrorista musulmĆ”n.
MĆ”s allĆ” de estos tĆmidos intentos de revertir nuestra herencia prehistórica, poco mĆ”s se puede hacer. Y menos cuando los polĆticos son conscientes de que, engordando el tribalismo, la gente deja de pensar, pierde el juicio, y vota con las vĆsceras y no con el lóbulo frontal.
Amor a un territorio del que solo conoces el 2% de su superficie y probablemente a menos del 0,1% de sus habitantes. ¿Puede haber algo mÔs descabellado? La lucha entre dos pueblos, bajo esta perspectiva, es la lucha de dos entelequias, dos monstruos imaginarios que aglutinan todos nuestros prejuicios en un grupo nacido al otro lado de una colina.
Si no nos queda otra que trazar lĆneas tribales entre nosotros, al menos tracemos unas que nos distingan, en palabras de Steven Pinker en su libro En defensa de la Ilustración, como personas convencidas de que Ā«la vida es mejor que la muerte, la salud es mejor que la enfermedad, la abundancia es mejor que la penuria, la libertad es mejor que la coerción, la felicidad es mejor que el sufrimiento y el conocimiento es mejor que la superstición y la ignoranciaĀ».
En otras palabras: que a ver cuĆ”ndo aparece una formación polĆtica independentista de las ideas, no de los lugares donde tu madre ha decidido parirte.
Brillante
Ninguno
SĆ y no.
El artĆculo no es formalmente vĆ”lido. Que el ser humano tienda al tribalismo por herencia genĆ©tica a fin de garantizar la supervivencia parece ser un hecho. Pero eso es en caso de conflicto, y los humanos solucionamos el instinto anteponiendo el sentido comĆŗn.
Lo que hace falso vuestro silogismo es el argumento “PrĆ”cticamente todos los nacionalismos se basan en la idea, implĆcita o explĆcita, de que un grupo de personas es mejor que el otro en alguno o varios campos.”
Pues no, oiga.
En muchos casos es una cuestión simple de preservar una cultura.
hola Ana,
es el eterno dilema de los nacionalismos, tanto los legales como los que pretenden ser legales.
Respóndeme a una pregunta: si te dan a elegir entre un mundo mĆ”s justo donde nadie se muera de hambre y se cuide el planeta, o perder un poco de tu lengua y tu cultura, que escogerĆas?
Lo digo porque para muchos nacionalistas parece mĆ”s importante un puƱado de costumbres y palabras que lo otro, cuando estĆ” mĆ”s que demostrado que ciertos problemas mundiales solo van a poder solucionarse dejando un poco de lado “esas culturas e idiomas” y cediendo un poco TODOS.
AdemĆ”s, toda cultura e idioma es momentĆ”nea, efĆmera, todos los dĆas se pierden partes de cultura e idiomas, y todas son fruto de otras que se han perdido o justado con otras. Pretender enfrascar para siempre las culturas es como pretender ponerle puertas al mar.
El tribalismo es una āorganización social basada en la tribuā. Y tribu es ācada uno de los grupos de origen familiar que existĆan en algunos pueblos antiguosā. Tambien es un āgrupo social primitivo de un mismo origen, real o supuesto, cuyos miembros suelen tener en comĆŗn usos y costumbresā.
Decir que āel tribalismo es lo que alimenta la sensación de que nosotros somos mejores que ellosā, es una falta de respeto hacia los sentimientos de las personas que se sienten parte de una tribu, sin sentirse ni mejor ni peor que las personas de otras tribus.
Afirmar que āel tribalismo empuja a dejarnos llevar por la basta percepción medio ciega y medio sorda que nos proveyó la azarosa evolución darwiniana para sobrevivir en un contexto donde los grupos mayores de 150 individuos se dividĆan en dos y se convertĆan en enemigos acĆ©rrimos, persiguiendo siempre las mĆnimas diferencia que justificaran la escisiónā, es cuando menos un prejuicio que obvia la posibilidad de que los grupos tribales no compitan sino que cooperen.
Muchas de ālas culturas indĆgenasā en todo el mundo son culturas tribales (Āætodas?…) Muchas de esas culturas indĆgenas representan valores comunitarios que merecen respeto. Desprestigiar el concepto de tribalismo, asociĆ”ndolo a un supremacismo agresivo, me parece injusto y desafortunado.
Es posible que las tribus patriarcales tiendan hacia la conquista, el sometimiento y la acaparación de poder, de patrimonio, de territorio⦠Y es cierto que las tribus matrifocales tienden a la gestación y la crianza de personas, de comunidades, de proyectosā¦
El punto de vista matrifocal es un punto de vista que favorece el desarrollo de formas de relación basadas en la cooperación en lugar de la competición.
Un artĆculo muy tendencioso y con bastantes premisas falsas. En resumen es aquello de que las “tribus” son siempre las de los otros y los nacionalistas excluyentes tambiĆ©n.
“Amor a un territorio del que solo conoces el 2% de su superficie y probablemente a menos del 0,1% de sus habitantes.”, entonces lo de sentirnos terrestres lo dejamos, no?… porque como conocer, conocer, no conozco ni a 0,01% de los otros 7.000 M de habitantes, ni el 0, 001% del planeta, igual esta premisa se queda floja por no decir que Ć©s bĆ”sicament populista. Hablar de defender un territorio geogrĆ”fico y no una de cultural creo que busca ese efecto.
“en CataluƱa estamos asistiendo unas movilizaciones sociales y polĆticas mucho mĆ”s vigorosas en pro de la secesión de EspaƱa que de cualquier otra lucha o reivindicación social.”, bĆ”sicamente es una mentira y una muestra de desinformación. Hay otras luchas sociales detrĆ”s, hay mucha gente defendiendo muchas ideas como los principios civĆles democrĆ”ticos bĆ”sicos. Evidentemente manejar y decidir sobre tu propio futuro es una gran ayuda.
Lo del punto de vista matrifocal Ć©s un punto de vĆsta mĆ”s interesante, aunque no encuentro relación entre eso y la idea de la disolución de las tribus-nación. Es necesario vivĆr en una comunidad plana e inmaculadamente uniforme, y en ese caso quiĆ©n deja de lado su cultura para abrazar la otra? que ventajas ofrece el etnocidio? La disparidad de culturas terrestres no tienen ningĆŗn valor? y si lo tiene quiĆ©n lo va a preservar, el “bwana” bueno de turno? Los que no queramos vivĆr esa “cultura del otro” se nos respetara o seremos aplanados y asimilados a la fuerza por algĆŗn tipo de maquinaria macro-estatal?
En fin, muy mejorable.
Pues a mi me parece muy acertado, y en alguno de los comentarios se puede comprobar.
La cultura no es algo que se tenga que defender, sino ejercer, lo mismo que un idioma. Lo contrario es lo que dice grAznar, que tenemos que preservar nuestras costumbres de los extranjeros.
con la tauromaquia se ve muy bien, quien lo considera cultura cree que hay que defenderlo, yo estoy totalmente en contra.
Petons
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