Trump derrota al marketing

¡Yorokobu gratis en formato digital!
El dÃa después de las elecciones de EEUU el contador seguÃa creciendo: en concreto, Hillary Clinton llevaba 63 dÃas sin dar una conferencia de prensa. Y eso en plena campaña presidencial. Antes de eso su récord habÃa sido mucho mayor. Lo de Clinton con los medios no era por esconderse, sino porque sencillamente no le gustaba: pensaba que no tenÃa necesidad de enfrentarse a las preguntas de la prensa para llegar a la gente.
Pero, a diferencia de lo que hemos vivido en otros paÃses, ella se equivocaba.
La sorprendente derrota de Hillary Clinton no tiene tanto que ver con eso como por el hecho de que el votante enfurecido ha querido castigar al establishment polÃtico, que es justo lo que ella encarna. Mientras todos leÃamos la campaña en clave ideológica, Trump iba a algo mucho más básico: los sentimientos. Concretamente uno, la frustración.
Mientras Hillary Clinton ha construido una campaña mucho más en la lÃnea de la llamada nueva polÃtica. Ella, como Obama, ha ido a por las minorÃas, y ha hecho un discurso de nichos. Pero el problema es que ni ella es Obama, ni tiene su carisma, ni el contexto demandaba una comunicación tan prosaica. Mientras Obama supo coronarse como rey del marketing, Clinton ha orquestado una campaña vacua, focalizada en las minorÃas y colectivos desfavorecidos, siempre de espaldas a los medios.
Mientras, Trump ha hecho todo lo contrario: apelar a lo directo, a lo fÃsico, a la acción sobre la palabra. Mensajes claros, controvertidos, que han tenido eco cotidiano en todas las plataformas de difusión posibles. La indignación le ha hecho la campaña, y el rechazo silencioso de una masa obrera y blanca le ha dado la victoria. HabÃa rabia en el voto contra el sistema, pero también algo mucho más sencillo: la campaña de Clinton no se dirigÃa hacia una mayorÃa que daba por asegurada, sino a por minorÃas con cuyo apoyo, en realidad, ya contaba.
La minorÃa más ‘paseada’ por la campaña visual de Clinton era la mujer. No es que las mujeres sean una minorÃa numérica, pero sà lo es en lo que el acceso al poder o al pago equitativo se refiere. Y ahà es donde la campaña de Clinton, que decÃa que capitaneaba una elección histórica porque iba a ser la primera mujer en ocupar la Casa Blanca, entró al trapo. MuchÃsimas de sus publicaciones pivotaban justamente sobre la figura de la mujer, la consecución de sus derechos y la capacidad para conseguir lo que se propongan.
En términos polÃticos, a Clinton no debÃa hacerle falta tanto guiño a las mujeres para conseguir su voto. Sin embargo, las referencias han sido constantes a lo largo de la campaña.
Algo menos presentes, pero también habituales, han sido menciones a otros colectivos minoritarios y su integración. Es el caso de los musulmanes o los latinos, por ejemplo. En ambos casos, y como sucede con las mujeres, las meras declaraciones de Trump deberÃan haber bastado para empujarles a votar en masa por la candidata demócrata. Sin embargo, su campaña ahondaba en los guiños hacia ellos —combinándolos, nuevamente, con el tema femenino—.
Otro colectivo omnipresente en las acciones de la campaña de Clinton ha sido el afroamericano, algo que contrasta con la de Trump, en la que han aparecido muchÃsimo menos.
Otro de los puntos clave de la campaña de Clinton ha sido la de los derechos sociales. Además de hacia la igualdad de sexos y la integración racial, también ha intentado enmendar su error de años atrás cuando decÃa que no apoyarÃa el matrimonio de personas del mismo sexo. Ahora, ya como candidata, su mensaje cambiaba.
Las armas, la población reclusa, la educación, la inmigración, la sanidad o el medio ambiente salpicaban también muchas de sus publicaciones de campaña.
La pregunta es, ¿cuántos de estos mensajes le pertenecÃan? Muchos analistas (sÃ, los mismos que luego han fallado estrepitosamente con las encuestas) han sostenido que la candidatura de Bernie Sanders contribuyó a introducir algunos de estos temas en la campaña de Hillary Clinton. Dicho de otra forma: su éxito ‘izquierdizó’ los mensajes al poner en la agenda algunos asuntos que se estaban pasando por alto en las otras campañas.
Es, probablemente, el caso de algunos de los temas anteriores (el colectivo LGTB casi seguro, el de las mujeres no). Y muy posiblemente la idea de ser una candidata contra las clases altas —a las que ella misma pertenece—.
Pero además de centrar su mensaje en las minorÃas y colectivos desfavorecidos, y de verse influida por los temas que Sanders metió en la agenda durante las primarias, Clinton también pivotó su campaña sobre otra cosa: contestar a Trump… dejándose marcar, nuevamente, la agenda.
Pero todo esto, en una candidata sin el carisma arrollador de su antecesor, no bastó. De ahà que su equipo de campaña virara hacia intentar movilizar, temiendo que el electorado de Trump fuera en masa a las urnas movido por la rabia.
Toda esta campaña, dirigida por la mejor representante que jamás tuvo el establishment, de espaldas a los medios, sin carisma, y con dos oponentes (uno en primarias, otro en las presidenciales) marcándole la agenda, acabó viviendo del marketing. Su victoria era tan segura que parecÃa que sólo hacÃa falta dirigirse a unas minorÃas que, en cualquier caso, iban a votarle. Y que acabaron siendo, como su nombre indica, minoritarias.
Pero, ¿y qué hizo Trump?
Supo leer magistralmente el guion. Se erigió como el representante de los descontentos, canalizó la ira contra el establishment, y usó nociones básicas de polÃtica de masas: el miedo contra la amenaza externa, el humor fácil y las apelaciones a los que no se sentÃan representados. Si la campaña de Clinton se centró en las minorÃas, Trump fue a por todo lo demás: si no eras inmigrante, mujer, latino, negro u homosexual, y estás desencantado, eres el votante tipo. Y ese votante es el trabajador de clase media, blanco y de zonas fuera de la ciudad.
Contra el marketing de Obama y los mensajes de carpeta de Clinton, Trump usó una artillerÃa argumental muy potente. Él no huyó de los medios, sino que los usó. Cada declaración suya era un titular, o un especial interactivo sobre insultos. El suyo ha sido un mensaje básico, viral, donde la controversia le diera un púlpito y movilizara a ese votante indignado que valoraba la aparente sinceridad de un candidato polÃticamente incorrecto.
La campaña se centró en él mismo, que a fin de cuentas es el lÃder de una corriente personalista, y en ideas poderosas para ese electorado: acción y no palabras, paÃs, cambio, unidad, fuerza, ley, orden y —frente a un Estado creciente— poder individual para la gente.
Mientras Clinton hablaba para minorÃas, Trump lo hacÃa para votantes concretos. Y no olvidó tampoco algunos de los temas estrella de su votante tipo: la economÃa y el Ejército.
Todo esto, claro, no funciona por sà solo. Hace falta conquistar también al votante republicano clásico, especialmente cuando muchos de los grandes lÃderes del partido te han dado la espalda por tus controvertidas declaraciones: lo que te da presencia en los medios, te la quita en términos polÃticos.
Pero Trump, nuevamente, supo hacer de la necesidad virtud. A fin de cuentas, y como él mismo comenta abiertamente, es rico, muy rico, y el dinero no es problema. Él mismo ha costeado su campaña, según dice, conquistando con ese gesto a un nada despreciable nicho de votantes republicanos: los más liberales, contrarios al crecimiento del Estado. Hace cuatro años el Tea Party era una amenaza real, ultraconservadores, ultranacionalistas y ultraliberales. Y Trump los ha puesto de su lado.
Pero aún necesitaba más, y era el factor del miedo. En un contexto de crisis, inmigración y terrorismo global no ha sido difÃcil.
Y luego, claro, las salidas de tono casi constantes. Avivar las brasas de la rabia que le han llevado a hombros de sus seguidores
Ninguna de las dos campañas ha sido tan magnética y espectacular como las de Obama en los dos comicios anteriores. Ni falta que ha hecho. Mientras Clinton hablaba de buenas intenciones, Trump llegaba directo al votante más decisivo. Quizá la historia haya vuelto a pasar factura a los demócratas: un Al Gore demasiado presuntuoso se burlaba de un Bush al que pensaba que derrotarÃa seguro. Ahora Clinton acompaña a Gore en la lista de ‘presidentes seguros’ que nunca lo fueron.
¡Yorokobu gratis en formato digital!
El dÃa después de las elecciones de EEUU el contador seguÃa creciendo: en concreto, Hillary Clinton llevaba 63 dÃas sin dar una conferencia de prensa. Y eso en plena campaña presidencial. Antes de eso su récord habÃa sido mucho mayor. Lo de Clinton con los medios no era por esconderse, sino porque sencillamente no le gustaba: pensaba que no tenÃa necesidad de enfrentarse a las preguntas de la prensa para llegar a la gente.
Pero, a diferencia de lo que hemos vivido en otros paÃses, ella se equivocaba.
La sorprendente derrota de Hillary Clinton no tiene tanto que ver con eso como por el hecho de que el votante enfurecido ha querido castigar al establishment polÃtico, que es justo lo que ella encarna. Mientras todos leÃamos la campaña en clave ideológica, Trump iba a algo mucho más básico: los sentimientos. Concretamente uno, la frustración.
Mientras Hillary Clinton ha construido una campaña mucho más en la lÃnea de la llamada nueva polÃtica. Ella, como Obama, ha ido a por las minorÃas, y ha hecho un discurso de nichos. Pero el problema es que ni ella es Obama, ni tiene su carisma, ni el contexto demandaba una comunicación tan prosaica. Mientras Obama supo coronarse como rey del marketing, Clinton ha orquestado una campaña vacua, focalizada en las minorÃas y colectivos desfavorecidos, siempre de espaldas a los medios.
Mientras, Trump ha hecho todo lo contrario: apelar a lo directo, a lo fÃsico, a la acción sobre la palabra. Mensajes claros, controvertidos, que han tenido eco cotidiano en todas las plataformas de difusión posibles. La indignación le ha hecho la campaña, y el rechazo silencioso de una masa obrera y blanca le ha dado la victoria. HabÃa rabia en el voto contra el sistema, pero también algo mucho más sencillo: la campaña de Clinton no se dirigÃa hacia una mayorÃa que daba por asegurada, sino a por minorÃas con cuyo apoyo, en realidad, ya contaba.
La minorÃa más ‘paseada’ por la campaña visual de Clinton era la mujer. No es que las mujeres sean una minorÃa numérica, pero sà lo es en lo que el acceso al poder o al pago equitativo se refiere. Y ahà es donde la campaña de Clinton, que decÃa que capitaneaba una elección histórica porque iba a ser la primera mujer en ocupar la Casa Blanca, entró al trapo. MuchÃsimas de sus publicaciones pivotaban justamente sobre la figura de la mujer, la consecución de sus derechos y la capacidad para conseguir lo que se propongan.
En términos polÃticos, a Clinton no debÃa hacerle falta tanto guiño a las mujeres para conseguir su voto. Sin embargo, las referencias han sido constantes a lo largo de la campaña.
Algo menos presentes, pero también habituales, han sido menciones a otros colectivos minoritarios y su integración. Es el caso de los musulmanes o los latinos, por ejemplo. En ambos casos, y como sucede con las mujeres, las meras declaraciones de Trump deberÃan haber bastado para empujarles a votar en masa por la candidata demócrata. Sin embargo, su campaña ahondaba en los guiños hacia ellos —combinándolos, nuevamente, con el tema femenino—.
Otro colectivo omnipresente en las acciones de la campaña de Clinton ha sido el afroamericano, algo que contrasta con la de Trump, en la que han aparecido muchÃsimo menos.
Otro de los puntos clave de la campaña de Clinton ha sido la de los derechos sociales. Además de hacia la igualdad de sexos y la integración racial, también ha intentado enmendar su error de años atrás cuando decÃa que no apoyarÃa el matrimonio de personas del mismo sexo. Ahora, ya como candidata, su mensaje cambiaba.
Las armas, la población reclusa, la educación, la inmigración, la sanidad o el medio ambiente salpicaban también muchas de sus publicaciones de campaña.
La pregunta es, ¿cuántos de estos mensajes le pertenecÃan? Muchos analistas (sÃ, los mismos que luego han fallado estrepitosamente con las encuestas) han sostenido que la candidatura de Bernie Sanders contribuyó a introducir algunos de estos temas en la campaña de Hillary Clinton. Dicho de otra forma: su éxito ‘izquierdizó’ los mensajes al poner en la agenda algunos asuntos que se estaban pasando por alto en las otras campañas.
Es, probablemente, el caso de algunos de los temas anteriores (el colectivo LGTB casi seguro, el de las mujeres no). Y muy posiblemente la idea de ser una candidata contra las clases altas —a las que ella misma pertenece—.
Pero además de centrar su mensaje en las minorÃas y colectivos desfavorecidos, y de verse influida por los temas que Sanders metió en la agenda durante las primarias, Clinton también pivotó su campaña sobre otra cosa: contestar a Trump… dejándose marcar, nuevamente, la agenda.
Pero todo esto, en una candidata sin el carisma arrollador de su antecesor, no bastó. De ahà que su equipo de campaña virara hacia intentar movilizar, temiendo que el electorado de Trump fuera en masa a las urnas movido por la rabia.
Toda esta campaña, dirigida por la mejor representante que jamás tuvo el establishment, de espaldas a los medios, sin carisma, y con dos oponentes (uno en primarias, otro en las presidenciales) marcándole la agenda, acabó viviendo del marketing. Su victoria era tan segura que parecÃa que sólo hacÃa falta dirigirse a unas minorÃas que, en cualquier caso, iban a votarle. Y que acabaron siendo, como su nombre indica, minoritarias.
Pero, ¿y qué hizo Trump?
Supo leer magistralmente el guion. Se erigió como el representante de los descontentos, canalizó la ira contra el establishment, y usó nociones básicas de polÃtica de masas: el miedo contra la amenaza externa, el humor fácil y las apelaciones a los que no se sentÃan representados. Si la campaña de Clinton se centró en las minorÃas, Trump fue a por todo lo demás: si no eras inmigrante, mujer, latino, negro u homosexual, y estás desencantado, eres el votante tipo. Y ese votante es el trabajador de clase media, blanco y de zonas fuera de la ciudad.
Contra el marketing de Obama y los mensajes de carpeta de Clinton, Trump usó una artillerÃa argumental muy potente. Él no huyó de los medios, sino que los usó. Cada declaración suya era un titular, o un especial interactivo sobre insultos. El suyo ha sido un mensaje básico, viral, donde la controversia le diera un púlpito y movilizara a ese votante indignado que valoraba la aparente sinceridad de un candidato polÃticamente incorrecto.
La campaña se centró en él mismo, que a fin de cuentas es el lÃder de una corriente personalista, y en ideas poderosas para ese electorado: acción y no palabras, paÃs, cambio, unidad, fuerza, ley, orden y —frente a un Estado creciente— poder individual para la gente.
Mientras Clinton hablaba para minorÃas, Trump lo hacÃa para votantes concretos. Y no olvidó tampoco algunos de los temas estrella de su votante tipo: la economÃa y el Ejército.
Todo esto, claro, no funciona por sà solo. Hace falta conquistar también al votante republicano clásico, especialmente cuando muchos de los grandes lÃderes del partido te han dado la espalda por tus controvertidas declaraciones: lo que te da presencia en los medios, te la quita en términos polÃticos.
Pero Trump, nuevamente, supo hacer de la necesidad virtud. A fin de cuentas, y como él mismo comenta abiertamente, es rico, muy rico, y el dinero no es problema. Él mismo ha costeado su campaña, según dice, conquistando con ese gesto a un nada despreciable nicho de votantes republicanos: los más liberales, contrarios al crecimiento del Estado. Hace cuatro años el Tea Party era una amenaza real, ultraconservadores, ultranacionalistas y ultraliberales. Y Trump los ha puesto de su lado.
Pero aún necesitaba más, y era el factor del miedo. En un contexto de crisis, inmigración y terrorismo global no ha sido difÃcil.
Y luego, claro, las salidas de tono casi constantes. Avivar las brasas de la rabia que le han llevado a hombros de sus seguidores
Ninguna de las dos campañas ha sido tan magnética y espectacular como las de Obama en los dos comicios anteriores. Ni falta que ha hecho. Mientras Clinton hablaba de buenas intenciones, Trump llegaba directo al votante más decisivo. Quizá la historia haya vuelto a pasar factura a los demócratas: un Al Gore demasiado presuntuoso se burlaba de un Bush al que pensaba que derrotarÃa seguro. Ahora Clinton acompaña a Gore en la lista de ‘presidentes seguros’ que nunca lo fueron.
¡Excelente análisis! Lo voy a compartir como referencia en mi blog: www. Superceolatam.com
Las miradas de las 2 compañas hacen un paralelo bien interesante de analizar y el análisis es válido para el caso de éxito de Trump.
El titulo del articulo no se refleja en el escrito.
Muy buen artÃculo y mirada.
Comentarios cerrados.