En 1812, Robert Koch descubrió que el bacilo que a partir de entonces llevarÃa su nombre era el verdadero causante de la tuberculosis. Eso demostraba que, en contra de lo que se pensaba hasta ese momento, la enfermedad no era causada por los miasmas, por el ambiente enrarecido o por una tendencia natural de ciertas personas a contraerla.
A consecuencia de la debilidad y la fiebre, esas personas mostraban una extrema delgadez, total falta de apetito, una piel nÃvea en la que destacaban las mejillas sonrojadas, languidez y unos ojos brillantes con pupilas dilatadas.
Las novelas como La dama de las camelias, de Alexander Dumas hijo, los folletines, las obras de teatro o las óperas, como La Traviata, de Giuseppe Verdi, no hacÃan más que explotar esa imagen enfermiza y dotar a la tuberculosis de grandes dosis de romanticismo. Tanto es asà que, cuando los espectadores y lectores de esas obras no tenÃan la «fortuna» de sufrirla, buscaban accesorios y ropas que les permitieran recrearla.
Al acortarse las faldas, los zapatos empezaron a quedar a la vista y, a partir de entonces, unos complementos que apenas habÃan llamado la atención de la población, comenzaron a interesar a los zapateros, que empezaron a esmerarse más en su fabricación y ornamento, y a los clientes, que ya no querÃan cualquier zapato, sino los más vistosos y atractivos.
Por último, los corpiños, que solÃan estar hechos de barbas de ballena, como explica Melville en Moby Dick, dejaron de fabricarse en ese material para empezar a ser confeccionados en telas más flexibles porque, según los expertos, la excesiva presión que ejercÃan sobre costillas y pulmones facilitaba el desarrollo de la enfermedad en el cuerpo.
No queda aquà la cosa. Los tratamientos contra la tuberculosis generaron nuevas pautas de conducta que perduran en la actualidad. Por ejemplo, el bronceado. Hasta el siglo XX, tener la piel dorada por el sol era signo de pertenecer a una clase social baja. Solo los campesinos, los obreros manuales que trabajaban al aire libre o los pastores estaban bronceados.
En 1812, Robert Koch descubrió que el bacilo que a partir de entonces llevarÃa su nombre era el verdadero causante de la tuberculosis. Eso demostraba que, en contra de lo que se pensaba hasta ese momento, la enfermedad no era causada por los miasmas, por el ambiente enrarecido o por una tendencia natural de ciertas personas a contraerla.
A consecuencia de la debilidad y la fiebre, esas personas mostraban una extrema delgadez, total falta de apetito, una piel nÃvea en la que destacaban las mejillas sonrojadas, languidez y unos ojos brillantes con pupilas dilatadas.
Las novelas como La dama de las camelias, de Alexander Dumas hijo, los folletines, las obras de teatro o las óperas, como La Traviata, de Giuseppe Verdi, no hacÃan más que explotar esa imagen enfermiza y dotar a la tuberculosis de grandes dosis de romanticismo. Tanto es asà que, cuando los espectadores y lectores de esas obras no tenÃan la «fortuna» de sufrirla, buscaban accesorios y ropas que les permitieran recrearla.
Al acortarse las faldas, los zapatos empezaron a quedar a la vista y, a partir de entonces, unos complementos que apenas habÃan llamado la atención de la población, comenzaron a interesar a los zapateros, que empezaron a esmerarse más en su fabricación y ornamento, y a los clientes, que ya no querÃan cualquier zapato, sino los más vistosos y atractivos.
Por último, los corpiños, que solÃan estar hechos de barbas de ballena, como explica Melville en Moby Dick, dejaron de fabricarse en ese material para empezar a ser confeccionados en telas más flexibles porque, según los expertos, la excesiva presión que ejercÃan sobre costillas y pulmones facilitaba el desarrollo de la enfermedad en el cuerpo.
No queda aquà la cosa. Los tratamientos contra la tuberculosis generaron nuevas pautas de conducta que perduran en la actualidad. Por ejemplo, el bronceado. Hasta el siglo XX, tener la piel dorada por el sol era signo de pertenecer a una clase social baja. Solo los campesinos, los obreros manuales que trabajaban al aire libre o los pastores estaban bronceados.