Viajar con el armario en la maleta
El mercado del turismo LGTBI mueve dinero, pero Âżlo suficiente para cambiar la mentalidad de algunos de los paĂses más retrĂłgrados del mundo? ÂżEs Ă©tico acaso viajar a estos destinos? ÂżEs aconsejable? Estas son algunas de las dudas que asaltan a un turista LGTBI+ antes de plantearse sus vacaciones.

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Hay muchos sitios a los que me gustarĂa volver y solo uno al que no. Y sin embargo, cada vez que cojo un aviĂłn rumbo a un destino exĂłtico acabo allĂ otra vez. La Ăşltima me sucediĂł hace un año, en medio del desierto del Sahara. Entonces volvĂ al armario.
En realidad volvimos, pues fue una regresiĂłn compartida. Volver al armario con tu novio es raro. Es como robarle el dildo a la abuela o invitar a una ronda a un alcohĂłlico, una especie de luxaciĂłn moral, un esguince de principios que sabe a culpa no tanto por ser una derrota, sino por ser una derrota compartida.
Mi novio y yo volvimos juntos al armario en el Sahara. DespuĂ©s de tres dĂas de viaje por la ruta de las mil Kasbahs, nuestro guĂa nos enseñó la que habrĂa de ser nuestra jaima para la noche en el desierto. HabĂamos contratado una tienda privada con cama de matrimonio y lo que nos mostraba era una tienda a compartir con otras cuatro personas con colchonetas en el suelo. Cuando le hicimos ver el error replicĂł que las camas matrimoniales eran para las parejas, «eso tiene sentido con un hombre y una mujer, y ninguno de vosotros parece una mujer», añadiĂł en un inglĂ©s macarrĂłnico.
Se riĂł, no supimos si para subrayar que todo aquello era una inocente broma o para ridiculizarnos. No quisimos comprobarlo. Cogimos nuestras cosas y nos metimos en nuestra jaima para seis, en nuestro armario para dos, sin hacer mucho ruido.
No fue una decisiĂłn valiente, lo sĂ©. Supongo que la valentĂa y el activismo LGTBI se apagan en cuanto aterrizas en un paĂs en el que la homosexualidad está penada con prisiĂłn. Al menos, en mi caso.
Nuestro viaje continuĂł sin grandes problemas. Dormimos en camas matrimoniales, nos hicimos fotos con gestos de compadreo fraternal, recorrimos juntos, sin rozarnos, las callejuelas de Marrakech, vimos un atardecer con las manos fijas en nuestros respectivos vasos de tĂ©. Paseamos juntos, pero no demasiado, por los jardines de Yves Saint Laurent…
Yves Saint Laurent era hijo adoptivo de Marrakech. TambiĂ©n era abiertamente homosexual. Este detalle no se menciona en su casa museo, la que un dĂa fue su casa a secas. La compartĂa entonces con quien fuera su novio, el empresario Pierre BergĂ©. Miro el folleto turĂstico para constatar que aparece brevemente acreditado como un «compañero» de Laurent, un adjetivo de ambigĂĽedad precisa, tan laboral como romántico. Yo tambiĂ©n estoy aquĂ con mi compañero, pienso. Y hay algo de retorcido en todo esto.
Los turistas LGTBI somos un poco como Yves Saint Laurent, hijos adoptivos de ciudades que quieren nuestro dinero, pero niegan de plano nuestros derechos. Y nosotros entramos en su juego. Renunciamos a ellos en pos de una experiencia estimulante, de una playa exĂłtica, de una foto en Instagram.
«SolĂamos pensar asĂ al principio, especialmente cuando viajábamos por Asia, donde ser gay es ilegal en la mayorĂa de los paĂses». Stefan y Sebastien me contestan amables y solĂcitos a pesar de que, más que una pregunta, les he soltado un discurso vĂa email. Les escribo todavĂa enfadado y frustrado, nada más llegar de Marruecos, a su web Nomadic Boys.
En esta página de estĂ©tica preciosista, esta pareja homosexual habla de turismo LGTBI+ y cuenta sus experiencias por el mundo. Hay un poco de todo. Desde un crucero de lujo gayfriendly por Indonesia (uno de los paĂses más homĂłfobos del mundo), a un relajante masaje en pareja en Malasia (donde ser gay está penado con prisiĂłn). TambiĂ©n cuentan historias personales; por ejemplo, cĂłmo se convirtieron en la imágen del Rainbow romance package de un hotel de Filipinas (cuyo presidente, Rodrigo Duterte, dice que la homosexualidad se cura acostándose con mujeres hermosas).
[pullquote]No eres consciente de cuántos besos, caricias y gestos tienes con tu pareja en pĂşblico hasta que te los prohĂben[/pullquote]
Ojeando su Instagram uno podrĂa pensar que esta pareja anglofrancesa no se ha parado a pensar en el dilema del turismo LGTBI. Y uno podrĂa ser un flipado y equivocarse de pleno. Constato con un par de preguntas que tienen todo esto mucho más pensado y analizado que yo. A fin de cuentas llevan cinco años dedicados a viajar por el mundo y contar su experiencia. «Hemos aprendido que esa actitud puede ser muy tĂłxica para la comunidad LGTBI local en los paĂses homĂłfobos», me explican. Intuyo que «esa actitud» es el tonito de activista moralmente superior que exhibo en mis preguntas.
«Por ejemplo, cuando estuvimos en Malasia, nos esforzamos por buscar negocios gayfriendly y apoyarlos en todo lo que pudimos. Tratamos de conocer a los lugareños LGTBI y hacer amigos en el colectivo, aprender más sobre la vida local a través de sus ojos y escribir sobre esto en nuestro blog».
Cuando yo estuve en Malasia, escogà hoteles baratos y el mayor esfuerzo que hice fue el de buscar un bar donde sirvieran alcohol, no creo que eso cuente como activismo. También fui con mi novio, tampoco tuvimos ninguna muestra de cariño en público, pero los malayos no ven estas con buenos ojos, ni siquiera entre un hombre y una mujer, asà que no le dimos mayor importancia.
Nos metimos en nuestro armario sin rechistar y, de vez en cuando, recalamos en zonas muy turĂsticas, zonas de las que normalmente huirĂa, pero que se convierten en un espacio seguro cuando eres un viajero gay en un paĂs homĂłfobo. Un espacio necesario. No eres consciente de cuántos besos, caricias y gestos tienes con tu pareja en pĂşblico hasta que te los prohĂben.
Leones sodomitas y activismo de masajes
Hace un año, el director del Instituto de ClasificaciĂłn de PelĂculas de Kenia saliĂł a dar explicaciones sobre el comportamiento sexual de dos leones macho. En Kenia se llama a los censores con nombres muy raros, estos dan ruedas de prensa aĂşn más raras y hay tanto safari que los leones ya no pueden ni sodomizarse tranquilos. «Es culpa de los turistas», bramĂł escandalizado el censor.
«Esa actitud no la han podido ver entre nosotros, la habrán aprendido de los turistas porque los leones no ven pelĂculas». Cuesta creer que dos felinos vean pelĂculas casi tanto como que empiecen a sodomizarse frenĂ©ticamente al ver a unas señoras lesbianas de Murcia haciĂ©ndoles fotos.
Aun asĂ, la noticia señalĂł no tanto al leĂłn como al elefante en la habitaciĂłn. Puso encima de la mesa la existencia de turismo LGTBI en estos paĂses, evidenciĂł que los gobiernos represivos lo saben, que creen que puede tener un efecto transformador. Y que tienen miedo.
Es la constataciĂłn del discurso de Nomadic Boys, pero algo me sigue diciendo que contratar un paquete romántico LGTBI en un paĂs donde los homosexuales menos ricos y blancos que tĂş van a la cárcel está mal. Una vez más ellos rebaten mis reticencias con argumentos. «Mira, por ejemplo, las chicas que nos atendieron a nosotros en el spa eran locales. Al principio se estaban riendo, probablemente porque nunca habĂan visto a una pareja gay en su vida. Pero lo importante es que vieron que no somos monstruos. Luego hablarán de esto con sus amigos y lentamente nos volveremos más normales a sus ojos, lo cual es clave para el progreso».
A veces la forma de activismo más efectiva es darse un masaje, ir de compras, de safari, darse un caprichito. Es tan frĂvolo como efectivo: importa más dĂłnde metes la tarjeta que donde estampas tu firma o coreas tus consignas. Incluso más que dĂłnde metes tu pene.
No fue la presión internacional la que hizo que, hace unos meses, el Sultán de Brunei paralizara su proposición de ley para castigar la homosexualidad con pena de muerte; fue el boicot a su cadena de hoteles. Es el dinero y no el activismo lo que mueve el mundo. Y el turismo mueve mucho, mucho dinero.
SegĂşn la OrganizaciĂłn Mundial del Turismo esta industria es la primera o segunda fuente de ingresos en 20 de los 48 paĂses menos desarrollados del mundo. Casi todos estos se encuentran en otra lista, la de las 70 naciones que penalizan la homosexualidad.
La idea de Nomadic Boys puede ser interesante, pero, con 36 millones de viajeros LGTBI al año (segĂşn datos, una vez más, de la OMT), ÂżquĂ© se podrĂa conseguir si todo el turismo LGTBI boicoteara a un paĂs homĂłfobo? ÂżAlgo parecido a lo que se consigue visitando los negocios más tolerantes de ese mismo paĂs? ÂżAlgo mejor? Me asalta la duda asĂ que me fijo en el caso más paradigmático.
Bodas gais en el paĂs más homĂłfobo del mundo
En los últimos años Indonesia ha iniciado una escalada creciente de homofobia. Mientras las cifras de turismo se disparan (con incrementos del 5% anual), crece de forma paralela la violencia contra el colectivo LGTBI.
VisitĂ© Indonesia en 2016, justo cuando empezaba la ofensiva conservadora en el paĂs. Estaba soltero, asĂ que apenas notĂ© la homofobia que empezaba a rumiarse en las esquinas del paĂs. EncendĂ Grindr un par de veces para constatar que, sobre todo, era una aplicaciĂłn para turistas.
HabĂa unas pocas fotos de torsos o de paisajes que, intuĂ, eran de locales, temerosos de enseñar su cara. HacĂan bien. Lo que yo no sabĂa (lo he confirmado repasando fechas a la hora de hacer este reportaje) es que mientras yo abrĂa alegremente Grindr, el gobierno indonesio estaba ordenando su cierre aduciendo que se usaba para pervertir a menores.
[pullquote]No fue la presión internacional la que hizo que el Sultán de Brunei paralizara castigar la homosexualidad con pena de muerte; fue el boicot a su cadena de hoteles. Es el dinero y no el activismo lo que mueve el mundo[/pullquote]
En Europa, Grindr es una app de contactos entre hombres que sirve para echar un polvo. Pero en lugares como Indonesia tiene usos insospechados como destruir la moral del paĂs o enfurecer a los dioses. Incluso puede servir para vertebrar y empoderar a la escueta comunidad gay.
Aquà no hay barrios ni bares de ambiente asà que Grindr hace las veces de Chueca virtual, (al menos para los hombres, las mujeres están aquà doblemente invisibilizadas). Es un lugar donde organizarse, conocer a gente, planear fiestas o simplemente hablar. Por eso su cierre supuso un mazazo para la comunidad.
«SĂ, bueno, pero se siguen usando, Âżeh?». Pregunto por la situaciĂłn a DĂ©dĂ© Oetomo, activista y fundador de Gaya Nusantara, la asociaciĂłn LGTBI más grande de Indonesia. «Oficialmente, Grindr está prohibido», me confirma, «pero en la práctica se usa. Hay incluso algĂşn bar que va cambiando de localizaciĂłn cada cierto tiempo y asociaciones como la mĂa».
Oetomo es activista, pero en bajito. La prensa lo silencia, los polĂticos lo ignoran y muchas de las actividades de su ONG se realizan «de forma underground», signifique eso lo que signifique. Reconoce que la apertura de su paĂs al turismo LGTBI no ha venido acompañada de una apertura de mente, pero no por ello hace una lectura crĂtica del mismo. «La gente local y los turistas se mezclan en las zonas tĂpicas como Bali, Yogyakarta y Yakarta», explica, «y eso es positivo para ambos mundos».
Oetomo me tranquiliza y entiende que, cada vez que visite un paĂs homĂłfobo, vuelva cautamente al armario. De hecho, es lo que recomienda. «Creo que es importante que el turista LGBTI que venga aquĂ salga con cuidado», opina.
«Es importante que compartan los valores de su paĂs de origen con las personas con las que están en contacto, pero sin necesidad de ponerse en riesgo. En cualquier caso, la presiĂłn principal debe ser diplomática y ejercerse por otros canales, como las embajadas o la ONU».
Puede que tenga razĂłn y que esta no sea la vĂa más adecuada, pero está demostrando ser bastante efectiva. El turismo y la globalizaciĂłn tienen muchos efectos negativos, pero la propagaciĂłn de causas como el feminismo o los derechos LGTBI podrĂan ser unos alegres efectos colaterales.
Oetomo pone un Ăşltimo ejemplo para evidenciar la doble moral de su paĂs. Hace unos meses una boda homosexual conmocionĂł a Indonesia. Se trataba de un enlace simbĂłlico entre un estadounidense y un local que acabĂł con vals, barra libre y amenaza de cárcel.
Los contrayentes viajaron de vuelta a EE UU antes de que esto último sucediera. En Bali es fácil contratar un paquete nupcial dirigido al público LGTBI para casarse. También es fácil acabar apaleado o encarcelado por ese mismo motivo.
El turismo LGTBI está poniendo estas dos realidades frente al espejo. Y de este enfrentamiento pueden surgir muchas cosas. Unos dicen que la ira de los dioses; otros, que un par de leones machos decidan probar cosas nuevas; hay incluso quien apuesta por la conquista de unos cuantos derechos civiles. En cualquier caso, merece la pena descubrirlo.
¡Yorokobu gratis en formato digital!
Hay muchos sitios a los que me gustarĂa volver y solo uno al que no. Y sin embargo, cada vez que cojo un aviĂłn rumbo a un destino exĂłtico acabo allĂ otra vez. La Ăşltima me sucediĂł hace un año, en medio del desierto del Sahara. Entonces volvĂ al armario.
En realidad volvimos, pues fue una regresiĂłn compartida. Volver al armario con tu novio es raro. Es como robarle el dildo a la abuela o invitar a una ronda a un alcohĂłlico, una especie de luxaciĂłn moral, un esguince de principios que sabe a culpa no tanto por ser una derrota, sino por ser una derrota compartida.
Mi novio y yo volvimos juntos al armario en el Sahara. DespuĂ©s de tres dĂas de viaje por la ruta de las mil Kasbahs, nuestro guĂa nos enseñó la que habrĂa de ser nuestra jaima para la noche en el desierto. HabĂamos contratado una tienda privada con cama de matrimonio y lo que nos mostraba era una tienda a compartir con otras cuatro personas con colchonetas en el suelo. Cuando le hicimos ver el error replicĂł que las camas matrimoniales eran para las parejas, «eso tiene sentido con un hombre y una mujer, y ninguno de vosotros parece una mujer», añadiĂł en un inglĂ©s macarrĂłnico.
Se riĂł, no supimos si para subrayar que todo aquello era una inocente broma o para ridiculizarnos. No quisimos comprobarlo. Cogimos nuestras cosas y nos metimos en nuestra jaima para seis, en nuestro armario para dos, sin hacer mucho ruido.
No fue una decisiĂłn valiente, lo sĂ©. Supongo que la valentĂa y el activismo LGTBI se apagan en cuanto aterrizas en un paĂs en el que la homosexualidad está penada con prisiĂłn. Al menos, en mi caso.
Nuestro viaje continuĂł sin grandes problemas. Dormimos en camas matrimoniales, nos hicimos fotos con gestos de compadreo fraternal, recorrimos juntos, sin rozarnos, las callejuelas de Marrakech, vimos un atardecer con las manos fijas en nuestros respectivos vasos de tĂ©. Paseamos juntos, pero no demasiado, por los jardines de Yves Saint Laurent…
Yves Saint Laurent era hijo adoptivo de Marrakech. TambiĂ©n era abiertamente homosexual. Este detalle no se menciona en su casa museo, la que un dĂa fue su casa a secas. La compartĂa entonces con quien fuera su novio, el empresario Pierre BergĂ©. Miro el folleto turĂstico para constatar que aparece brevemente acreditado como un «compañero» de Laurent, un adjetivo de ambigĂĽedad precisa, tan laboral como romántico. Yo tambiĂ©n estoy aquĂ con mi compañero, pienso. Y hay algo de retorcido en todo esto.
Los turistas LGTBI somos un poco como Yves Saint Laurent, hijos adoptivos de ciudades que quieren nuestro dinero, pero niegan de plano nuestros derechos. Y nosotros entramos en su juego. Renunciamos a ellos en pos de una experiencia estimulante, de una playa exĂłtica, de una foto en Instagram.
«SolĂamos pensar asĂ al principio, especialmente cuando viajábamos por Asia, donde ser gay es ilegal en la mayorĂa de los paĂses». Stefan y Sebastien me contestan amables y solĂcitos a pesar de que, más que una pregunta, les he soltado un discurso vĂa email. Les escribo todavĂa enfadado y frustrado, nada más llegar de Marruecos, a su web Nomadic Boys.
En esta página de estĂ©tica preciosista, esta pareja homosexual habla de turismo LGTBI+ y cuenta sus experiencias por el mundo. Hay un poco de todo. Desde un crucero de lujo gayfriendly por Indonesia (uno de los paĂses más homĂłfobos del mundo), a un relajante masaje en pareja en Malasia (donde ser gay está penado con prisiĂłn). TambiĂ©n cuentan historias personales; por ejemplo, cĂłmo se convirtieron en la imágen del Rainbow romance package de un hotel de Filipinas (cuyo presidente, Rodrigo Duterte, dice que la homosexualidad se cura acostándose con mujeres hermosas).
[pullquote]No eres consciente de cuántos besos, caricias y gestos tienes con tu pareja en pĂşblico hasta que te los prohĂben[/pullquote]
Ojeando su Instagram uno podrĂa pensar que esta pareja anglofrancesa no se ha parado a pensar en el dilema del turismo LGTBI. Y uno podrĂa ser un flipado y equivocarse de pleno. Constato con un par de preguntas que tienen todo esto mucho más pensado y analizado que yo. A fin de cuentas llevan cinco años dedicados a viajar por el mundo y contar su experiencia. «Hemos aprendido que esa actitud puede ser muy tĂłxica para la comunidad LGTBI local en los paĂses homĂłfobos», me explican. Intuyo que «esa actitud» es el tonito de activista moralmente superior que exhibo en mis preguntas.
«Por ejemplo, cuando estuvimos en Malasia, nos esforzamos por buscar negocios gayfriendly y apoyarlos en todo lo que pudimos. Tratamos de conocer a los lugareños LGTBI y hacer amigos en el colectivo, aprender más sobre la vida local a través de sus ojos y escribir sobre esto en nuestro blog».
Cuando yo estuve en Malasia, escogà hoteles baratos y el mayor esfuerzo que hice fue el de buscar un bar donde sirvieran alcohol, no creo que eso cuente como activismo. También fui con mi novio, tampoco tuvimos ninguna muestra de cariño en público, pero los malayos no ven estas con buenos ojos, ni siquiera entre un hombre y una mujer, asà que no le dimos mayor importancia.
Nos metimos en nuestro armario sin rechistar y, de vez en cuando, recalamos en zonas muy turĂsticas, zonas de las que normalmente huirĂa, pero que se convierten en un espacio seguro cuando eres un viajero gay en un paĂs homĂłfobo. Un espacio necesario. No eres consciente de cuántos besos, caricias y gestos tienes con tu pareja en pĂşblico hasta que te los prohĂben.
Leones sodomitas y activismo de masajes
Hace un año, el director del Instituto de ClasificaciĂłn de PelĂculas de Kenia saliĂł a dar explicaciones sobre el comportamiento sexual de dos leones macho. En Kenia se llama a los censores con nombres muy raros, estos dan ruedas de prensa aĂşn más raras y hay tanto safari que los leones ya no pueden ni sodomizarse tranquilos. «Es culpa de los turistas», bramĂł escandalizado el censor.
«Esa actitud no la han podido ver entre nosotros, la habrán aprendido de los turistas porque los leones no ven pelĂculas». Cuesta creer que dos felinos vean pelĂculas casi tanto como que empiecen a sodomizarse frenĂ©ticamente al ver a unas señoras lesbianas de Murcia haciĂ©ndoles fotos.
Aun asĂ, la noticia señalĂł no tanto al leĂłn como al elefante en la habitaciĂłn. Puso encima de la mesa la existencia de turismo LGTBI en estos paĂses, evidenciĂł que los gobiernos represivos lo saben, que creen que puede tener un efecto transformador. Y que tienen miedo.
Es la constataciĂłn del discurso de Nomadic Boys, pero algo me sigue diciendo que contratar un paquete romántico LGTBI en un paĂs donde los homosexuales menos ricos y blancos que tĂş van a la cárcel está mal. Una vez más ellos rebaten mis reticencias con argumentos. «Mira, por ejemplo, las chicas que nos atendieron a nosotros en el spa eran locales. Al principio se estaban riendo, probablemente porque nunca habĂan visto a una pareja gay en su vida. Pero lo importante es que vieron que no somos monstruos. Luego hablarán de esto con sus amigos y lentamente nos volveremos más normales a sus ojos, lo cual es clave para el progreso».
A veces la forma de activismo más efectiva es darse un masaje, ir de compras, de safari, darse un caprichito. Es tan frĂvolo como efectivo: importa más dĂłnde metes la tarjeta que donde estampas tu firma o coreas tus consignas. Incluso más que dĂłnde metes tu pene.
No fue la presión internacional la que hizo que, hace unos meses, el Sultán de Brunei paralizara su proposición de ley para castigar la homosexualidad con pena de muerte; fue el boicot a su cadena de hoteles. Es el dinero y no el activismo lo que mueve el mundo. Y el turismo mueve mucho, mucho dinero.
SegĂşn la OrganizaciĂłn Mundial del Turismo esta industria es la primera o segunda fuente de ingresos en 20 de los 48 paĂses menos desarrollados del mundo. Casi todos estos se encuentran en otra lista, la de las 70 naciones que penalizan la homosexualidad.
La idea de Nomadic Boys puede ser interesante, pero, con 36 millones de viajeros LGTBI al año (segĂşn datos, una vez más, de la OMT), ÂżquĂ© se podrĂa conseguir si todo el turismo LGTBI boicoteara a un paĂs homĂłfobo? ÂżAlgo parecido a lo que se consigue visitando los negocios más tolerantes de ese mismo paĂs? ÂżAlgo mejor? Me asalta la duda asĂ que me fijo en el caso más paradigmático.
Bodas gais en el paĂs más homĂłfobo del mundo
En los últimos años Indonesia ha iniciado una escalada creciente de homofobia. Mientras las cifras de turismo se disparan (con incrementos del 5% anual), crece de forma paralela la violencia contra el colectivo LGTBI.
VisitĂ© Indonesia en 2016, justo cuando empezaba la ofensiva conservadora en el paĂs. Estaba soltero, asĂ que apenas notĂ© la homofobia que empezaba a rumiarse en las esquinas del paĂs. EncendĂ Grindr un par de veces para constatar que, sobre todo, era una aplicaciĂłn para turistas.
HabĂa unas pocas fotos de torsos o de paisajes que, intuĂ, eran de locales, temerosos de enseñar su cara. HacĂan bien. Lo que yo no sabĂa (lo he confirmado repasando fechas a la hora de hacer este reportaje) es que mientras yo abrĂa alegremente Grindr, el gobierno indonesio estaba ordenando su cierre aduciendo que se usaba para pervertir a menores.
[pullquote]No fue la presión internacional la que hizo que el Sultán de Brunei paralizara castigar la homosexualidad con pena de muerte; fue el boicot a su cadena de hoteles. Es el dinero y no el activismo lo que mueve el mundo[/pullquote]
En Europa, Grindr es una app de contactos entre hombres que sirve para echar un polvo. Pero en lugares como Indonesia tiene usos insospechados como destruir la moral del paĂs o enfurecer a los dioses. Incluso puede servir para vertebrar y empoderar a la escueta comunidad gay.
Aquà no hay barrios ni bares de ambiente asà que Grindr hace las veces de Chueca virtual, (al menos para los hombres, las mujeres están aquà doblemente invisibilizadas). Es un lugar donde organizarse, conocer a gente, planear fiestas o simplemente hablar. Por eso su cierre supuso un mazazo para la comunidad.
«SĂ, bueno, pero se siguen usando, Âżeh?». Pregunto por la situaciĂłn a DĂ©dĂ© Oetomo, activista y fundador de Gaya Nusantara, la asociaciĂłn LGTBI más grande de Indonesia. «Oficialmente, Grindr está prohibido», me confirma, «pero en la práctica se usa. Hay incluso algĂşn bar que va cambiando de localizaciĂłn cada cierto tiempo y asociaciones como la mĂa».
Oetomo es activista, pero en bajito. La prensa lo silencia, los polĂticos lo ignoran y muchas de las actividades de su ONG se realizan «de forma underground», signifique eso lo que signifique. Reconoce que la apertura de su paĂs al turismo LGTBI no ha venido acompañada de una apertura de mente, pero no por ello hace una lectura crĂtica del mismo. «La gente local y los turistas se mezclan en las zonas tĂpicas como Bali, Yogyakarta y Yakarta», explica, «y eso es positivo para ambos mundos».
Oetomo me tranquiliza y entiende que, cada vez que visite un paĂs homĂłfobo, vuelva cautamente al armario. De hecho, es lo que recomienda. «Creo que es importante que el turista LGBTI que venga aquĂ salga con cuidado», opina.
«Es importante que compartan los valores de su paĂs de origen con las personas con las que están en contacto, pero sin necesidad de ponerse en riesgo. En cualquier caso, la presiĂłn principal debe ser diplomática y ejercerse por otros canales, como las embajadas o la ONU».
Puede que tenga razĂłn y que esta no sea la vĂa más adecuada, pero está demostrando ser bastante efectiva. El turismo y la globalizaciĂłn tienen muchos efectos negativos, pero la propagaciĂłn de causas como el feminismo o los derechos LGTBI podrĂan ser unos alegres efectos colaterales.
Oetomo pone un Ăşltimo ejemplo para evidenciar la doble moral de su paĂs. Hace unos meses una boda homosexual conmocionĂł a Indonesia. Se trataba de un enlace simbĂłlico entre un estadounidense y un local que acabĂł con vals, barra libre y amenaza de cárcel.
Los contrayentes viajaron de vuelta a EE UU antes de que esto último sucediera. En Bali es fácil contratar un paquete nupcial dirigido al público LGTBI para casarse. También es fácil acabar apaleado o encarcelado por ese mismo motivo.
El turismo LGTBI está poniendo estas dos realidades frente al espejo. Y de este enfrentamiento pueden surgir muchas cosas. Unos dicen que la ira de los dioses; otros, que un par de leones machos decidan probar cosas nuevas; hay incluso quien apuesta por la conquista de unos cuantos derechos civiles. En cualquier caso, merece la pena descubrirlo.