En El extremo fantasma, el escritor mexicano Juan Villoro relatĂł la historia de un equipo de fĂștbol de baja gama que se habĂa creado en una zona pantanosa, alejada de la capital, donde los mapas se quedan sin tinta: «AquĂ no se acaba la cancha, aquĂ se acaba el paĂs». El Ășnico cometido del equipo era crear un ritual para que los trabajadores de las plataformas petroleras que malvivĂan allĂĄ se desfogaran y dejaran descansar un poco a las prostitutas locales.
Durante todo el cuento parece que lo importante ocurre en el terreno de juego, en la vida del entrenador, pero eso sĂłlo es parte del espejismo: el ingrediente que sostiene la aventura vive en segundo plano todo el tiempo, en las gradas; entre un pĂșblico que, a veces, hasta se desentiende del encuentro.
En la atmĂłsfera de rutina que siempre domina los vagones del suburbano, la presencia de unos hinchas supone una ruptura emocional: van justo a liberarse de la anestesia del dĂa a dĂa, van a participar en una ficciĂłn de sufrimientos, iras, insultos y euforias que los convierten en alguien distintos a quienes son durante la semana. En las gradas se adquiere un sentido.
Como recuerda el investigador granadino, el antropĂłlogo Marcel Mauss calificĂł el fĂștbol como un «hecho social total». Los ritos, para muchos expertos, son rupturas del orden realizadas en un entorno controlado, son escenificaciones de la irracionalidad que reciclan ciertas pulsiones para que no intoxiquen las estructuras de convivencia y de poder de la sociedad.
QuizĂĄs por eso sucede lo que indica Guillermo Acuña, que «aunque se vea en todo el campo, el aspecto ritual y simbĂłlico cobra mĂĄs sentido y mĂĄs pasiĂłn en los fondos norte y sur». En los palcos, donde se encuentra el pĂșblico de mejor perfil econĂłmico, la agitaciĂłn y la catarsis no son comparables con las que se desatan en el resto del estadio. Ellos no necesitan rebelarse.
Se acude al campo para cambiarse por otro: un otro protagonista y activo. «Se generan dos identidades. La identidad de rol, que serĂa el papel simbĂłlico que desempeña el aficionado dentro del campo, y luego se da la identidad en cuanto a sentido de pertenencia». Se trata de saberse parte del engranaje del universo que hace posible el equipo, ser una pieza necesaria.
Acuña identificĂł las motivaciones que empujan a los aficionados a acudir al campo en vez de quedarse en su casa o en el bar. La causa ganadora era absolutamente emocional. El 35,8% de las respuestas aludĂan a sentimiento, sufrimiento, pasiĂłn, ilusiĂłn, alegrĂa, adrenalina, nervios⊠Un 25,8% lo achacaban a la lealtad, a la tradiciĂłn, a la fe en el equipo, a la fidelidad⊠Algo difĂcil de entender para los profanos, puesto que los Ășnicos factores que permanecen invariables a lo largo de los años (y a veces tampoco) son los colores y el nombre de la formaciĂłn. El resto cambia cada pocos años: jugadores, directivos, filosofĂas de juego, entrenadoresâŠ
Shutterstock
El fĂștbol mueve, sobre todo, una pasiĂłn cromĂĄtica. En el pantone concreto de cada equipo echan el ancla los deseos de confraternizaciĂłn, de ensalzamiento frente al mundo exterior: de trascendencia.
La necesidad de agresiĂłn vibra en el estadio. Casi nunca se propinan ataques fĂsicos, pero los insultos, gestos y pancartas se repiten jornada a jornada: «Mezclar un deporte de alto rendimiento y de competiciĂłn con el sentido simbĂłlico genera dinĂĄmicas de oposiciĂłn, de rivalidad», cuenta.
En El extremo fantasma, el escritor mexicano Juan Villoro relatĂł la historia de un equipo de fĂștbol de baja gama que se habĂa creado en una zona pantanosa, alejada de la capital, donde los mapas se quedan sin tinta: «AquĂ no se acaba la cancha, aquĂ se acaba el paĂs». El Ășnico cometido del equipo era crear un ritual para que los trabajadores de las plataformas petroleras que malvivĂan allĂĄ se desfogaran y dejaran descansar un poco a las prostitutas locales.
Durante todo el cuento parece que lo importante ocurre en el terreno de juego, en la vida del entrenador, pero eso sĂłlo es parte del espejismo: el ingrediente que sostiene la aventura vive en segundo plano todo el tiempo, en las gradas; entre un pĂșblico que, a veces, hasta se desentiende del encuentro.
En la atmĂłsfera de rutina que siempre domina los vagones del suburbano, la presencia de unos hinchas supone una ruptura emocional: van justo a liberarse de la anestesia del dĂa a dĂa, van a participar en una ficciĂłn de sufrimientos, iras, insultos y euforias que los convierten en alguien distintos a quienes son durante la semana. En las gradas se adquiere un sentido.
Como recuerda el investigador granadino, el antropĂłlogo Marcel Mauss calificĂł el fĂștbol como un «hecho social total». Los ritos, para muchos expertos, son rupturas del orden realizadas en un entorno controlado, son escenificaciones de la irracionalidad que reciclan ciertas pulsiones para que no intoxiquen las estructuras de convivencia y de poder de la sociedad.
QuizĂĄs por eso sucede lo que indica Guillermo Acuña, que «aunque se vea en todo el campo, el aspecto ritual y simbĂłlico cobra mĂĄs sentido y mĂĄs pasiĂłn en los fondos norte y sur». En los palcos, donde se encuentra el pĂșblico de mejor perfil econĂłmico, la agitaciĂłn y la catarsis no son comparables con las que se desatan en el resto del estadio. Ellos no necesitan rebelarse.
Se acude al campo para cambiarse por otro: un otro protagonista y activo. «Se generan dos identidades. La identidad de rol, que serĂa el papel simbĂłlico que desempeña el aficionado dentro del campo, y luego se da la identidad en cuanto a sentido de pertenencia». Se trata de saberse parte del engranaje del universo que hace posible el equipo, ser una pieza necesaria.
Acuña identificĂł las motivaciones que empujan a los aficionados a acudir al campo en vez de quedarse en su casa o en el bar. La causa ganadora era absolutamente emocional. El 35,8% de las respuestas aludĂan a sentimiento, sufrimiento, pasiĂłn, ilusiĂłn, alegrĂa, adrenalina, nervios⊠Un 25,8% lo achacaban a la lealtad, a la tradiciĂłn, a la fe en el equipo, a la fidelidad⊠Algo difĂcil de entender para los profanos, puesto que los Ășnicos factores que permanecen invariables a lo largo de los años (y a veces tampoco) son los colores y el nombre de la formaciĂłn. El resto cambia cada pocos años: jugadores, directivos, filosofĂas de juego, entrenadoresâŠ
Shutterstock
El fĂștbol mueve, sobre todo, una pasiĂłn cromĂĄtica. En el pantone concreto de cada equipo echan el ancla los deseos de confraternizaciĂłn, de ensalzamiento frente al mundo exterior: de trascendencia.
La necesidad de agresiĂłn vibra en el estadio. Casi nunca se propinan ataques fĂsicos, pero los insultos, gestos y pancartas se repiten jornada a jornada: «Mezclar un deporte de alto rendimiento y de competiciĂłn con el sentido simbĂłlico genera dinĂĄmicas de oposiciĂłn, de rivalidad», cuenta.
Constantinopla durante el año 532, rebeliĂłn popular a partir de una discusiĂłn entre las facciones rivales “Verdes” y “Azules” (colores con los que competĂan) sobre carreras de carros.
Procopio de Cesarea escribĂa:
La poblaciĂłn de las ciudades se habĂa dividido desde hace tiempo en dos grupos, los Verdes y los Azules… sus miembros (de cada facciĂłn) luchaban contra sus adversarios… no respetando ni matrimonio ni parentesco, ni lazos de amistad, incluso aunque los que apoyaban a diferentes colores pudieran ser hermanos o tuvieran algĂșn otro parentesco.
Tribalidad, lo que se aprecia y se fomenta es tribalidad. Tribalidad que en el deporte bien podĂa quedar en lĂșdica, folclĂłrica y festiva. Pero como tristemente podemos constatar no suele ser asĂ.
Y evidentemente tiene similitudes religiosas en cuanto a mitos y ritos e incluso a algo de creencias.
Ya nos muestra la historia y la actualidad que tribu y religiĂłn siempre van bien cogidas de la mano retroalimentĂĄndose mutuamente.
Tribalidad, lo que fluye y se fomenta es tribalidad, que en el deporte podrĂa quedarse en lĂșdica, folclĂłrica y festiva , pero podemos constatar que no suele ser asĂ.
Tribalidad que se nutre y se exacerba a base de mitos, ritos , sĂmbolos ,himnos, tabĂșes y preceptos, claramente como las religiones.
Y es que tribu y religiĂłn/creencias siempre van Ăntimamente unidas y retroalimentandose mutuamente.
La Historia y la Actualidad nos muestran con claridad hasta donde llegamos cebados y cegados de tribalidad estos “Homo tecnotribalis supersticiosus”, que es lo que somos.
Âż”H. sapiens sapiens”? … … … Demasiado prematuro y presuntuoso.
Constantinopla durante el año 532, rebeliĂłn popular a partir de una discusiĂłn entre las facciones rivales “Verdes” y “Azules” (colores con los que competĂan) sobre carreras de carros.
Procopio de Cesarea escribĂa:
La poblaciĂłn de las ciudades se habĂa dividido desde hace tiempo en dos grupos, los Verdes y los Azules… sus miembros (de cada facciĂłn) luchaban contra sus adversarios… no respetando ni matrimonio ni parentesco, ni lazos de amistad, incluso aunque los que apoyaban a diferentes colores pudieran ser hermanos o tuvieran algĂșn otro parentesco.
Tribalidad, lo que se aprecia y se fomenta es tribalidad. Tribalidad que en el deporte bien podĂa quedar en lĂșdica, folclĂłrica y festiva. Pero como tristemente podemos constatar no suele ser asĂ.
Y evidentemente tiene similitudes religiosas en cuanto a mitos y ritos e incluso a algo de creencias.
Ya nos muestra la historia y la actualidad que tribu y religiĂłn siempre van bien cogidas de la mano retroalimentĂĄndose mutuamente.
Me gustarĂa darle mi versiĂłn al autor, que como profano confiesa lo difĂcil que le resulta la adhesiĂłn a un equipo cuando “los Ășnicos factores que permanecen invariables a lo largo de los años (y a veces tampoco) son los colores y el nombre de la formaciĂłn”. Desde adolescente creo que jugadores, directivos, filosofĂas de juego, entrenadores y todo lo que orbita entorno a un club de fĂștbol es absolutamente accesorio, son satĂ©lites cautivos del “nĂșcleo duro”, el noĂșmeno kantiano que es el equipo en sĂ. Lo que trasciende es el nombre, la historia, las gestas y anĂ©cdotas de un club, juegue quien juegue y lo dirija quien lo dirija (esto Ășltimo con un criterio mĂĄs tajante aĂșn debido a la serie de tipejos corruptos que utilizan el fĂștbol como plataforma de autopromociĂłn personal o de sus empresas). La adhesiĂłn a un club suele ser de por vida, es casi la Ășnica cosa que uno no cambia desde niño. Hace referencia a un entramado emocional afortunadamente incatalogable, algo que va mĂĄs allĂĄ de toda lĂłgica, casi instintivo y animal, que mezcla en un explosivo cĂłctel los recuerdos, alegrĂas y tristezas que dan forma, vigor y lealtad a una pasiĂłn limpia y genuina. Todo eso es mĂĄs importante que el Ășltimo super fichaje, el entrenador de moda o el oscuro empresario que ha tomado las riendas del club.
Tribalidad, lo que fluye y se fomenta es tribalidad, que en el deporte podrĂa quedarse en lĂșdica, folclĂłrica y festiva , pero podemos constatar que no suele ser asĂ.
Tribalidad que se nutre y se exacerba a base de mitos, ritos , sĂmbolos ,himnos, tabĂșes y preceptos, claramente como las religiones.
Y es que tribu y religiĂłn/creencias siempre van Ăntimamente unidas y retroalimentandose mutuamente.
La Historia y la Actualidad nos muestran con claridad hasta donde llegamos cebados y cegados de tribalidad estos “Homo tecnotribalis supersticiosus”, que es lo que somos.
Âż”H. sapiens sapiens”? … … … Demasiado prematuro y presuntuoso.
Tu interesantĂsimo artĂculo (ÂĄgracias!) puede complementarse bien con este otro sobre los cantos de rivalidad en las gradas: http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/agosto_12/27082012_02.htm
Apunte: La foto es del Vicente CalderĂłn, no de San Mames
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