10 de junio 2013    /   IDEAS
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Viajar es de pobres

10 de junio 2013    /   IDEAS     por          
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Las encuestas no engañan, cuanto más bajo es el nivel adquisitivo de una persona, con más frecuencia responde con un “Viajar” a la pregunta “¿Qué es lo que más le gusta hacer?”. El soma de Un mundo feliz que preconizó Huxley resulta que no es químico, sino low cost.
(Opinión)
El siglo XIX y el comienzo del XX fueron los tiempos de los grandes viajes épicos, alentados sobre todo por los aventureros británicos, que recibían apoyo de la Royal Society, donde se forjaron las leyendas de la búsqueda de las fuentes del Nilo. Con esa exquisita flema, Stanley encontró junto al lago Tanganika al famoso explorador y le interpeló con aquellas palabras inmortales:
– Dr. Livingstone, I presume?
Los viajes de hoy son un pálido y triste reflejo de aquellos desplazamientos.
El paroxismo del mal gusto y del viaje tóxico lo encontramos en esos paquetes de todo incluido que nos depositan en un resort de Punta Cana rodeado de vallas electrificadas para que no podamos salir del recinto, y lo que es más importante, que los locales no puedan entrar en él. Pulseritas para la barra libre de mojitos, y tras siete días de excesos etílicos y grasas no saturadas, ocho horas de avión de carga y vuelta al cubículo, a esperar la próxima ocasión para escapar.
Las clases acomodadas, que cada vez lo están más y son más escasas a un tiempo, se quedan en sus residencias por las que han pagado millones. Y no viajan. Se desplazan. Tres meses en Nueva York, cuatro a orillas del lago Lugano, dos en Londres…
Los demás, ante la proximidad de un puente o de un paréntesis que les libre unos días de sus penosas ocupaciones, husmean en los folletos de las agencias de viajes como perros en los cubos de basura, buscando un hueso que todavía tenga algo que roer.
Los usuarios de Ryanair imploran en silencio: “Sáqueme de aquí, por favor, me da igual volar de pie, o en la bodega, sin derecho a maleta ni a entrar al baño… pero lléveme lejos”. Lo curioso es que, visto desde arriba, en ese lejano destino, otra persona suplica lo mismo respecto al lugar de origen del primero, y ambos se cruzan en el espacio aéreo en un derroche absurdo de combustible y falta de sentido común. Parece que la vida siempre está en otra parte, como decía Milán Kundera en su libro homónimo.
En los años sesenta la gran mayoría de los españoles solo habían visto Barajas en el NODO, y nunca habían subido a un avión. Los artistas, la jet set de la época y cierta élite política (otra era más provinciana y jamás cruzaría las fronteras del imperio) eran los únicos privilegiados.
La cada vez más tediosa, humillante y cansina experiencia de los aeropuertos debería disuadir al viajero, pero produce el efecto contrario “quien algo quiere, algo le cuesta” recitan resignados con los zapatos en una mano mientras con la otra se sujetan el pantalón, pues tuvieron que dejar en la bandeja el cinturón con hebilla metálica.
Suspiran aliviados al superar el arco detector y las miradas inquisidoras de los agentes de seguridad. Estos mismos agentes están contando los días que les faltan para huir de allí, tomar un vuelo barato y respirar el aire de otro lugar cuyos habitantes también sueñan con escapar a la mínima oportunidad.
Qué poco dice del mundo que estamos construyendo el hecho de que todos quieran estar en otro sitio.
Bueno… todos no. Solo los pobres.

Las encuestas no engañan, cuanto más bajo es el nivel adquisitivo de una persona, con más frecuencia responde con un “Viajar” a la pregunta “¿Qué es lo que más le gusta hacer?”. El soma de Un mundo feliz que preconizó Huxley resulta que no es químico, sino low cost.
(Opinión)
El siglo XIX y el comienzo del XX fueron los tiempos de los grandes viajes épicos, alentados sobre todo por los aventureros británicos, que recibían apoyo de la Royal Society, donde se forjaron las leyendas de la búsqueda de las fuentes del Nilo. Con esa exquisita flema, Stanley encontró junto al lago Tanganika al famoso explorador y le interpeló con aquellas palabras inmortales:
– Dr. Livingstone, I presume?
Los viajes de hoy son un pálido y triste reflejo de aquellos desplazamientos.
El paroxismo del mal gusto y del viaje tóxico lo encontramos en esos paquetes de todo incluido que nos depositan en un resort de Punta Cana rodeado de vallas electrificadas para que no podamos salir del recinto, y lo que es más importante, que los locales no puedan entrar en él. Pulseritas para la barra libre de mojitos, y tras siete días de excesos etílicos y grasas no saturadas, ocho horas de avión de carga y vuelta al cubículo, a esperar la próxima ocasión para escapar.
Las clases acomodadas, que cada vez lo están más y son más escasas a un tiempo, se quedan en sus residencias por las que han pagado millones. Y no viajan. Se desplazan. Tres meses en Nueva York, cuatro a orillas del lago Lugano, dos en Londres…
Los demás, ante la proximidad de un puente o de un paréntesis que les libre unos días de sus penosas ocupaciones, husmean en los folletos de las agencias de viajes como perros en los cubos de basura, buscando un hueso que todavía tenga algo que roer.
Los usuarios de Ryanair imploran en silencio: “Sáqueme de aquí, por favor, me da igual volar de pie, o en la bodega, sin derecho a maleta ni a entrar al baño… pero lléveme lejos”. Lo curioso es que, visto desde arriba, en ese lejano destino, otra persona suplica lo mismo respecto al lugar de origen del primero, y ambos se cruzan en el espacio aéreo en un derroche absurdo de combustible y falta de sentido común. Parece que la vida siempre está en otra parte, como decía Milán Kundera en su libro homónimo.
En los años sesenta la gran mayoría de los españoles solo habían visto Barajas en el NODO, y nunca habían subido a un avión. Los artistas, la jet set de la época y cierta élite política (otra era más provinciana y jamás cruzaría las fronteras del imperio) eran los únicos privilegiados.
La cada vez más tediosa, humillante y cansina experiencia de los aeropuertos debería disuadir al viajero, pero produce el efecto contrario “quien algo quiere, algo le cuesta” recitan resignados con los zapatos en una mano mientras con la otra se sujetan el pantalón, pues tuvieron que dejar en la bandeja el cinturón con hebilla metálica.
Suspiran aliviados al superar el arco detector y las miradas inquisidoras de los agentes de seguridad. Estos mismos agentes están contando los días que les faltan para huir de allí, tomar un vuelo barato y respirar el aire de otro lugar cuyos habitantes también sueñan con escapar a la mínima oportunidad.
Qué poco dice del mundo que estamos construyendo el hecho de que todos quieran estar en otro sitio.
Bueno… todos no. Solo los pobres.

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Opiniones 17
  • Bella imagen del desierto… Curiosamente, a algunos viajeros que lo han conocido, el desierto les produce una enorme fascinación. Es el paradigma del viaje, y a la vez el viaje a ninguna parte. Una especie de paradoja que se podría entender si pensamos que es el lugar donde, al no haber supuestamente ‘nada’, mejor se puede viajar al interior de uno mismo. Ese es al final el mejor premio de cualquier viaje que se precie.

  • ” la vida siempre está en otra parte” Oh, si! Especialmente para los que vivimos en países subdesarrollados que vemos de lejos a los turistas con sus bandas de colores disfrutar de nuestro paraíso en versión enlatada.
    Hace unos meses conocí un señor francés que está montando una empresa aquí (República dominicana). Después de los saludos y las formalidades de quienes se conocen poco y quieren dar buena impresion, me sentí en confianza de preguntar otra cosas, Por qué R.D? Qué busca usted en un lugar de donde todos, a la primera oportunidad, huyen?
    Me habló del clima, de que las oportunidades están en las economías emergentes y dos o tres cosas más. Pero ahora entiendo mejor, los pobres huyen. Nos vamos al otro lado, nos colocamos en las manos las cadenas de la “esclavitud evolucionada” en nombre de “una vida mejor” y cuando nos damos cuenta de que eso no es vida, ya es demasiado tarde.
    Los de allá para acá, vienen en busca de un respiro. A ustedes les tengo una recomendación:
    -El servicio enlatado de un resort…. no es un respiro. Aproveche las redes, haga amigos y venga a visitarlos. Así tendrá la oportunidad de ver la verdadera cara de estos países, mezclarse con gente de verdad, disfrutar de la diversidad cultural y hasta le puede ayudar a mirar con otros ojos su rutina.
    Hace falta un escape, un cambio de aires de vez en cuando. Y si viajar es para los pobres, hagamos de los viajes una de las ventajas de ser pobre, aventuras exclusivas de nosotros :p
    Saludos,

  • Genial. Voy en sentido contrario a lo que marca la mayoría…así mientras dos mil turistas con cámaras se apelotonan a codazos por ver a la Gioconda yo contemplo en solitario La encajera de Vermeer. El mismo museo…experiencias distintas.

  • Me ha parecido una buena reflexión pero me gutaría añadir que conocer es crecer. Es otra forma de aculturación y transculturación…
    Y por supuesto también, de huir del sistema que nos engloba…
    Sea de pobres o de ricos, viajar es viajar!!!!

  • Viajar no es de pobres, viajar te enseña y te abre la mente. Pero si eres pobre de mente, te meterás en un resort “todo-incluido-hasta-que-reviente” 😉
    Bueno….viajar será de pobres, pero a mi me encanta viajar!
    Empecé a hacerlo con mochila y así me recorrí parte de Honduras y Guatemala. Evolucionamos a tienda de campaña y ahora estamos en el top-ten de los viajes “self-your-made” viajamos en autocaravana. Sin embarques (a no ser que la metamos en un ferry), sin agobios, a nuestro ritmo y durmiendo en nuestra propia cama. Con la casa a cuestas!
    No es ni mejor ni peor que otras opciones, pero os puedo asegurar que la disfrutamos, y no solamente 15 días en vacaciones, a la mínima oportunidad, cualquier fin de semana…a volar!
    No estamos enlatados!
    Lástima que en este país nos pongan tantas barreras por viajar en autocaravana, pero en fin…eso es otra historia!

  • fuente de las encuestas para la afirmación “viajar es de pobres”? Los pobres que yo conozco no viajan y menos a RD.

  • Yo recuerdo, que viendo la puesta de sol en la pagoda de la media luna(DOUNGHUAN), un oasis en el desierto del Gobi, pensaba lo mismo, que pobre y desgraciado que soy.

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