No es lo mismo procrastinar que perder el tiempo, como no es lo mismo un hĂĄmster que una rata, aunque ambas criaturas son roedores.
Considero que procrastino cuando, en lugar de atender a mis obligaciones, decido que el tiempo se esfume en un vicio, una aficiĂłn, a la bĂșsqueda de unas risas en YouTube o Instagram.
Considero que pierdo el tiempo, rectifico: me hacen perder el tiempo los imprevistos que me apartan de lo que he decidido hacer âesta vez, sĂ, palabraâ: la lavadora atascada, la visita imprevista o las llamadas de vendedores de vino para coleccionistas, congelados a domicilio y garrafas de agua.
Considero que me hacen perder el tiempo los compromisos sociales y las charletas improvisadas a pie de ascensor, en el hipermercado, a la vuelta de tirar la basura… con personas con las que ni congenio ni pretendo establecer vĂnculos.
En el caso de los compromisos sociales, aunque haya copas y cervezas y tapas de por medio, la sensación de «pérdida de tiempo» es inevitable. Uno no dice: «Voy a procrastinar en la presentación del cortometraje de fulano». (Lo siento, fulano). De hecho, acudimos a los eventos y actos sociales con la excusa preparada para escapar. Mi favorita: «Tengo que atender a un paciente». Låstima no poder emplearla.
Asà que tenemos claro que procrastinar y perder el tiempo viene a ser lo mismo como la rata y el håmster. Sin embargo, mostramos condescendencia con la procrastinación. Es inevitable. Uno procrastina por deseo propio. Fingimos que nos castigamos a nosotros mismos por no haber terminado esto o aquello por haber estado en las redes sociales o vete a saber qué, pero en el fondo, sabemos que el tiempo que se esfumó fue tiempo disfrutado. Y si nos piden explicaciones o queremos darlas, alegamos: «Necesitaba despejarme».
El lugar tambiĂ©n etiqueta el paso del tiempo como procrastinaciĂłn o pĂ©rdida, aunque las actividades sean las mismas. Un ejemplo estĂĄ en la espera en el dentista o la cola para papeleo administrativo. (Cola preferible a coger una papeleta que esclaviza tu atenciĂłn en un panel: B32 MESA 5, A11 MESA 7, M207 MESA 6…)
AhĂ, en la cola para llegar al mostrador, muchos usamos el mĂłvil para jugar, wasapear, usar las redes sociales o leer y contestar correos electrĂłnicos. Si nos distraemos, cosa difĂcil, avanzamos con un «perdone» que suelta en nuestros oĂdos la persona a nuestra espalda.
Algunos que hacen cola escriben en las redes sociales: «Haciendo cola para (…). Menuda pĂ©rdida de tiempo».
Quienes seguimos al fulano que se queja sabemos que cada dĂa de la semana, a la misma hora, esta persona comparte en las redes sociales una colecciĂłn variopinta de datos y estados de ĂĄnimo. Compulsivamente. Fulano comenta las tendencias, contesta a unos y a otros, se queja por el Ășltimo escĂĄndalo polĂtico (de los otros, de los que no votĂł), anuncia sus planes para el sĂĄbado… Finalmente, escribe: «Bueno, ha sido una mañana/tarde divertida, ahora tengo que acabar unas cosas».
Sin embargo, en la cola del banco o esperando al dentista, fulano considera que estĂĄ perdiendo la mañana, aunque su actividad virtual no difiere de un dĂa corriente. De manera que el tiempo que se esfuma en el puesto de trabajo es procrastinar. El tiempo que se esfuma fuera estĂĄ visto como tiempo perdido.
QuizĂĄ porque estamos acostumbrados a las rutinas. Sabemos cĂłmo escaquearnos en nuestro puesto y preferimos una silla rota y carente de ergonomĂa en un lugar conocido a formar parte de una fila de personas con sus olores y sus pintas. O quizĂĄ, y me parece mĂĄs acertado, perder el tiempo en lo virtual estando en un sitio conocido, aunque poco placentero se deba a que necesitamos tener los pies en la tierra. Los pies en el suelo, porque la cabeza estĂĄ lejos de allĂ, entre bytes.