Que sÃ, que te vuelves a encontrar con los amiguitos y os abrazáis y les cuentas tus aventuras del verano, pero la cosa no deja de ser una mierda comparada con estar haciendo el oso y pegándote tripazos al aire libre durante tres meses. Ahora te quedan otros nueve delante de un pupitre de 8 a 3, ni que te estuvieran preparando para ser oficinista.
Si al menos los colegios no fuesen tan chungos… Porque sÃ, ya sabemos que la educación en 2021 es muy distinta a la de 1980, pero los edificios son muy parecidos. Bueno, de hecho, en su mayor parte son los mismos: aulas, pasillos, paredes.
Pero no siempre fue asÃ. A principios del siglo XX hubo unos cuantos colegios cuya experiencia espacial no era la de estar entre cuatro muros, sino lo más al aire libre posible. No es que fuesen hippies por el bosque porque los hippies no llegarÃan hasta los 60 y los chavales estaban dentro de edificios, pero edificios pensados para impartir clase al aire libre. Se llamaron, lógicamente, escuelas al aire libre.
La primera de estas escuelas fue, no obstante, la alemana Charlottenburg Waldschule, de 1904, donde los chavales se echaban la siesta a la fresca en medio de un pinar y hasta tenÃan jardines para cultivar sus propias verduras y hortalizas. La Open-Air School de Birmingham, de 1911, en cambio, no estaba en un bosque sino en un suburbio de la ciudad inglesa, y los edificios no eran cabañas de madera sino pequeños bloques de ladrillo.
Ecole de plein air, Suresnes. Wikimedia Commons
Eso sÃ, estos módulos iniciaban una lógica arquitectónica tan formidable como sencilla: solo una de las tres paredes era opaca. Las otras tres estaban cubiertas por enormes paños de vidrio que dejaban pasar la luz natural y, al tiempo, podÃan recogerse completamente en biombo y permitir la total circulación de aire.
Por cierto, que pese a estar casi permanentemente al aire, las aulas contaban con un carÃsimo sistema de calefacción por suelo radiante; al fin y al cabo, no habÃa paredes para colgar radiadores. Por cierto que, como si fuese una versión menos bombástica, pero probablemente más útil, de Willy Wonka, la escuela de Birmingham se sufragó casi enteramente gracias a Barrow y Geraldine Cadbury, los dueños de la famosa fábrica de chocolate.
Con todo, probablemente la más sofisticada y la más extensa de las escuelas al aire libre fue la École de plein air de Suresnes, al noroeste de ParÃs.
Además, en Suresnes no contaban solo con los estupendos beneficios del aire fresco, es que en la ladera habÃa piscinas para bañarse, estanques, escalinatas, árboles para trepar y hasta una bola del mundo de seis metros de alto por donde la chavalada subÃa en una preciosa rampa helicoidal que, siendo sinceros, tenÃa más de juego que de estudio de geografÃa.
Que sÃ, que te vuelves a encontrar con los amiguitos y os abrazáis y les cuentas tus aventuras del verano, pero la cosa no deja de ser una mierda comparada con estar haciendo el oso y pegándote tripazos al aire libre durante tres meses. Ahora te quedan otros nueve delante de un pupitre de 8 a 3, ni que te estuvieran preparando para ser oficinista.
Si al menos los colegios no fuesen tan chungos… Porque sÃ, ya sabemos que la educación en 2021 es muy distinta a la de 1980, pero los edificios son muy parecidos. Bueno, de hecho, en su mayor parte son los mismos: aulas, pasillos, paredes.
Pero no siempre fue asÃ. A principios del siglo XX hubo unos cuantos colegios cuya experiencia espacial no era la de estar entre cuatro muros, sino lo más al aire libre posible. No es que fuesen hippies por el bosque porque los hippies no llegarÃan hasta los 60 y los chavales estaban dentro de edificios, pero edificios pensados para impartir clase al aire libre. Se llamaron, lógicamente, escuelas al aire libre.
La primera de estas escuelas fue, no obstante, la alemana Charlottenburg Waldschule, de 1904, donde los chavales se echaban la siesta a la fresca en medio de un pinar y hasta tenÃan jardines para cultivar sus propias verduras y hortalizas. La Open-Air School de Birmingham, de 1911, en cambio, no estaba en un bosque sino en un suburbio de la ciudad inglesa, y los edificios no eran cabañas de madera sino pequeños bloques de ladrillo.
Ecole de plein air, Suresnes. Wikimedia Commons
Eso sÃ, estos módulos iniciaban una lógica arquitectónica tan formidable como sencilla: solo una de las tres paredes era opaca. Las otras tres estaban cubiertas por enormes paños de vidrio que dejaban pasar la luz natural y, al tiempo, podÃan recogerse completamente en biombo y permitir la total circulación de aire.
Por cierto, que pese a estar casi permanentemente al aire, las aulas contaban con un carÃsimo sistema de calefacción por suelo radiante; al fin y al cabo, no habÃa paredes para colgar radiadores. Por cierto que, como si fuese una versión menos bombástica, pero probablemente más útil, de Willy Wonka, la escuela de Birmingham se sufragó casi enteramente gracias a Barrow y Geraldine Cadbury, los dueños de la famosa fábrica de chocolate.
Con todo, probablemente la más sofisticada y la más extensa de las escuelas al aire libre fue la École de plein air de Suresnes, al noroeste de ParÃs.
Además, en Suresnes no contaban solo con los estupendos beneficios del aire fresco, es que en la ladera habÃa piscinas para bañarse, estanques, escalinatas, árboles para trepar y hasta una bola del mundo de seis metros de alto por donde la chavalada subÃa en una preciosa rampa helicoidal que, siendo sinceros, tenÃa más de juego que de estudio de geografÃa.