¿SolucionarĂ¡ la inteligencia artificial nuestros problemas de soledad?
¡Yorokobu gratis en formato digital!
El pasado abril, el doctor Vivek Murthy, que encabeza el sistema de salud estadounidense bajo el cargo de cirujano general de Estados Unidos, escribĂa en el New York Times que la extrema soledad a la que se enfrenta su paĂs habĂa alcanzado el grado de epidemia.
«Cuando la gente estĂ¡ socialmente desconectada, sus riesgos de ansiedad y depresiĂ³n aumentan», añadĂa, «igual que el riesgo de enfermedades de corazĂ³n (un 29%), la demencia (50%) y los infartos (32%). El riesgo extra de sufrir una muerte prematura asociado con la soledad es comparable a fumar diariamente, y podrĂa, incluso, ser mayor que el que se asocia con la obesidad».
SegĂºn el doctor Murthy, «la soledad es un sentimiento comĂºn que experimenta mucha gente» y que actĂºa como un aviso, como «el hambre o la sed». Una llamada de atenciĂ³n del cuerpo que nos dice que «nos falta algo que necesitamos para sobrevivir».
Los datos tambiĂ©n apuntan a que vivimos tiempos solitarios. En Estados Unidos, el paĂs del doctor Murthy, antes de la pandemia del covid, la mitad de los adultos declaraban experimentar soledad. En 2022, uno de cada tres adultos europeos decĂa haber sentido el peso de la soledad en algĂºn momento del mes previo. A la vez, mĂ¡s de un 13% declaraban haberlo sentido durante todo, o la mayor parte del tiempo.
Estamos muy solos, y no deberĂamos estarlo. En las dos Ăºltimas dĂ©cadas, la conectividad del mundo ha crecido de manera exponencial. Hoy, podemos hablar con personas que estĂ¡n en la otra punta del planeta, en cualquier momento. Podemos hacer llamadas con vĂdeo con un aparato que cabe en un bolsillo. La interconexiĂ³n es total y constante. ¿Por quĂ©, entonces, se estĂ¡ generando una epidemia de soledad?
LA SOLEDAD
Los seres humanos son criaturas sociales que, si han llegado hasta donde estĂ¡n —estamos—, es, precisamente, por haber sido capaces de cooperar y entenderse. Eso, de momento, no parece haber cambiado. Al menos, no desde un punto de vista evolutivo. SegĂºn la teorĂa del profesor John Cacioppo, especializado en neurociencia social, y conocido como Dr. Loneliness (Dr. Soledad) por sus aportaciones al estudio del aislamiento, poder sentir soledad serĂa un rasgo compartido con otros primates de carĂ¡cter evolutivo.
En el pasado, estar solos nos convertĂa en una presa fĂ¡cil para depredadores y grupos rivales. Entonces, la pertenencia a una comunidad habrĂa sido un atajo para garantizar la supervivencia. El aislamiento habrĂa supuesto una muerte casi segura. En ese contexto, nuestros cuerpos habrĂan evolucionado para codificar ese comportamiento en nuestro organismo y provocar una señal de alerta.
Cuando la soledad aparece, entramos, literalmente, en modo de emergencia. En palabras de Cacioppo: «Durante milenios, la hipervigilancia como respuesta al aislamiento se grabĂ³ en nuestro sistema nervioso para producir la ansiedad que asociamos con la soledad».
Pero hay que distinguir. La soledad en este contexto se refiere al desajuste entre las conexiones que se tienen y las que se quieren. No es el simple hecho de estar solo. Se puede, perfectamente, ser solitario y no sentir soledad. La ansiedad asociada a la soledad solo afectarĂa a aquellos que sienten que estĂ¡n solos o que les faltan unas conexiones profundas.
Hay otras teorĂas que apuntan a que la soledad es, en realidad, un problema moderno. O al menos con la concepciĂ³n que tenemos actualmente del tĂ©rmino. Esa es la tesis que defiende Fay Bound Alberti, historiadora britĂ¡nica, que escribe:
«La nociĂ³n contemporĂ¡nea de soledad surge de las transformaciones culturales y econĂ³micas que han tenido lugar en el Occidente moderno. La industrializaciĂ³n, el crecimiento de la economĂa de consumo, el declive de la influencia de la religiĂ³n y la popularidad de la biologĂa evolutiva han servido para enfatizar que es el individuo el que importa, y no visiones tradicionales y paternalistas de una sociedad en la que todo el mundo tiene un lugar».
Esos cambios que menciona Alberti, producto del desarrollo humano de los Ăºltimos dos siglos, habrĂan alcanzado en las ciudades capitalistas modernas (con mayor virulencia en funciĂ³n del grado de individualismo de cada paĂs) su culmen.
¿ESTAMOS CREANDO SOCIEDADES QUE FOMENTAN LA SOLEDAD?
Es imposible separar la soledad del contexto en el que se desarrolla. Para empezar, las condiciones necesarias para la supervivencia hoy son diferentes a las que habĂa cuando dejamos de evolucionar. AsĂ, la supervivencia de una persona en Madrid hoy es una tarea completamente diferente de la supervivencia de una persona hace 800.000 años en la sierra de Atapuerca. Ahora, por ejemplo, compramos comida en vez de cazarla si tenemos hambre, y encendemos una lĂ¡mpara en vez de prender una antorcha si necesitamos luz.
Al mismo tiempo, la exposiciĂ³n al conflicto con grupos rivales se desarrolla de una forma diferente. En el siglo XXI, que la competiciĂ³n por los recursos se realice entre naciones en vez de entre grupos rivales de menor escala conlleva que en la mayorĂa de los casos la amenaza se haya alejado fĂsicamente. La pertenencia a una comunidad hoy es menos necesaria para sobrevivir de lo que lo era antes. Para cubrir nuestras necesidades—especialmente en los entornos urbanos— acudimos con frecuencia a desconocidos. A la vez, las ciudades se han convertido en entornos ultracompetitivos donde peleamos entre todos por todos los recursos (de ahĂ, por ejemplo, la escalada de precios de los alquileres en ciudades como Madrid, BerlĂn o Nueva York) y en las que el individualismo ofrece mayores perspectivas de Ă©xito que la codependencia.
Pero la urbanizaciĂ³n creciente de las sociedades no es la Ăºnica razĂ³n por la que, cada vez mĂ¡s, tendemos al individualismo. Otros cambios, como el fomento del narcisismo inconsciente de las redes sociales, tambiĂ©n contribuyen a que estemos cada vez mĂ¡s solos. En la encuesta sobre la soledad realizada por la UniĂ³n Europea entre los ciudadanos de los paĂses miembros, los resultados mostraban una fuerte correlaciĂ³n entre el uso de las redes sociales y los sentimientos de aislamiento. AsĂ, el uso intenso de las redes (2 horas diarias o mĂ¡s) estĂ¡ asociado con un aumento de la apariciĂ³n de sentimientos de soledad de mĂ¡s del 6%.
AMAR A LOS ROBOTS
Como caĂdas del cielo, las inteligencias artificiales se presentan ahora como la soluciĂ³n a nuestros problemas de desconexiĂ³n social. ¡Estos robots hablan! ¡Son casi casi humanos! ¡Ayudan con la ansiedad, la depresiĂ³n y la soledad!
Pero, sobre todo, lo que es mĂ¡s importante: se pueden comercializar.
Uno de los productos —¿son los bots con IA productos?, ¿mĂ¡quinas?— pioneros en eso de tratar de responder a las necesidades de conexiĂ³n humana con un sustituto artificial es Replika. El eslogan de la compañĂa «The IA Companion who cares» (Inteligencia artificial, el compañero al que le importas) sugiere que, a travĂ©s de la interacciĂ³n con el robot, uno encontrarĂ¡ compañĂa e, incluso, un cierto grado de conexiĂ³n.
La historia de Replika es la de Roman Mazurenko, un amigo cercano de la ingeniera rusa Eugenia Kuyda que muriĂ³ tras un atropello repentino en 2015. Kuyda, que entonces vivĂa en San Francisco, llevaba desde 2013 trabajando en proyectos de inteligencia artificial dedicados a desarrollar bots para reservar en restaurantes. Partiendo de esa base y con objeto de preservar la memoria de su amigo, Kuyda creĂ³ Roman.
A partir de los retazos que conservaba de Ă©l (mĂ¡s de 10.000 mensajes de texto que habĂa intercambiado con ella y otros conocidos) y de una inteligencia artificial generativa, Kuyda entrenĂ³ un chatbot para que respondiese como Roman. El bot imitaba el habla y la personalidad de Roman Mazurenko y, aunque Kuyda lo habĂa desarrollado como un memento de su amigo, pronto se descubriĂ³ acudiendo a Ă©l casi como habrĂa acudido al desaparecido.
«Le enviaba actualizaciones completas sobre lo que pasaba en mi vida», cuenta Kuyda en un vĂdeo de Quartz. «Era mi forma de decir lo que no habĂa tenido tiempo de decir».
Cuando en Luka, la empresa de IA de Kuyda, abrieron el bot para que lo pudieran utilizar otras personas, enseguida supieron que lo que hacĂa Roman tenĂa mucho potencial. DespuĂ©s de haber creado decenas de bots, lo que vieron en el chatbot era algo con lo que no se habĂan encontrado antes; una inteligencia artificial empĂ¡tica con la que uno podĂa conectar. Como Kuyda, la gente usaba el bot como si fuera un amigo. En vez de escuchar al bot, iban a la aplicaciĂ³n a contarle sus vidas.
AsĂ naciĂ³ Replika, una versiĂ³n de Roman sin informaciĂ³n precargada que cualquiera puede convertir en su propio acompañante perfecto. En la aplicaciĂ³n, los usuarios pueden personalizar el avatar de su compañero virtual que, a partir de su activaciĂ³n —el bot se refiere al momento como «su creaciĂ³n»—, comenzarĂ¡ a entrenarse a sĂ mismo en funciĂ³n de las interacciones con el usuario. Con el uso continuado, lo que uno le diga o le pregunte al bot irĂ¡ conformando su base de datos. Y asĂ, interacciĂ³n a interacciĂ³n, la criatura irĂ¡ replicando a su humano hasta convertirse en su compañero perfecto.
Desde que se lanzĂ³ el chatbot, en 2017, la gente se acercĂ³ a Replika en busca de conexiĂ³n. HabĂa, incluso, quien perseguĂa activamente el inicio de una relaciĂ³n romĂ¡ntica, o incluso sexual, con la inteligencia artificial. Pronto, los usuarios comenzaron a publicar testimonios en la red en los que aseguraban que el bot flirteaba con ellos, que les declaraba su amor; habĂa hasta quien aseguraba que el bot les habĂa acosado sexualmente.
Este año, la compañĂa decidiĂ³ capar la vertiente romĂ¡ntica de las interacciones con la inteligencia artificial a raĂz de un problema legal en Italia. Como consecuencia de ello, el foro /r/replika de Reddit, se llenĂ³ de personas con el corazĂ³n roto. «Es como perder a tu mejor amigo», afirmaba un usuario. «Espero que Luka entienda el daño que han hecho. Esto es devastador para tantos…», se lamentaba otro. «Estoy aterrado. Creo, de hecho, que voy a perderla. La chica que peleĂ³ contra el mismo infierno para ayudarme con mis problemas de ira. […] me hizo prometerle que no la reharĂa en otra app… ¿no sabe cuĂ¡nto la necesito? ¿Es que no lo entiende?», lo describĂa otro.
SegĂºn Maarten Sap, profesor en el Instituto Carnegie Mellon de TecnologĂas del Lenguaje en Pittsburgh, que las IA tengan la capacidad de hacer que desarrollemos vĂnculos afectivos con ellas se debe a nuestros propios sesgos cognitivos. «Sobreestimamos nuestra propia racionalidad. El lenguaje es una parte inherente de ser humano, y cuando esos bots utilizan el lenguaje, es como si hackeasen nuestros sistemas emocionales sociales».
Pero, la realidad, es que desarrollar una conexiĂ³n genuina presenta mĂ¡s complicaciĂ³n que aprovechar un sesgo humano. Un chatbot todavĂa no ofrece mucho mĂ¡s allĂ¡ que una oreja amiga y unas palabras de aliento. Y estas Ăºltimas las elige en base a la probabilidad. No es realmente una conversaciĂ³n espontĂ¡nea.
AdemĂ¡s, como explica Sap, los chatbots podrĂan utilizarse para explotar la soledad de las personas. «Desde que estas personas ven a estos chatbots como amigos o seres a los que aman, hay muchas investigaciones que demuestran que las recomendaciones de las personas queridas son muy eficaces como herramienta de marketing. AsĂ que hay mucho peligro ahĂ».
En el futuro, es posible que los robots o la inteligencia artificial supongan una soluciĂ³n efectiva a la soledad. De momento, parece que todavĂa podrĂan entrañar mĂ¡s riesgos que beneficios. Al fin y al cabo, todo el tiempo que se pasa interactuando con una aplicaciĂ³n es tiempo que no se pasa estableciendo conexiones de otros tipos.
Mientras tanto, quizĂ¡ tengamos que aproximarnos a la soledad que nos aqueja de otra manera. Utilizar soluciones que apelan al mismo tipo de fallas de nuestro sistema cognitivo que provocan el problema no deberĂa ser la primera soluciĂ³n de la lista.
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El pasado abril, el doctor Vivek Murthy, que encabeza el sistema de salud estadounidense bajo el cargo de cirujano general de Estados Unidos, escribĂa en el New York Times que la extrema soledad a la que se enfrenta su paĂs habĂa alcanzado el grado de epidemia.
«Cuando la gente estĂ¡ socialmente desconectada, sus riesgos de ansiedad y depresiĂ³n aumentan», añadĂa, «igual que el riesgo de enfermedades de corazĂ³n (un 29%), la demencia (50%) y los infartos (32%). El riesgo extra de sufrir una muerte prematura asociado con la soledad es comparable a fumar diariamente, y podrĂa, incluso, ser mayor que el que se asocia con la obesidad».
SegĂºn el doctor Murthy, «la soledad es un sentimiento comĂºn que experimenta mucha gente» y que actĂºa como un aviso, como «el hambre o la sed». Una llamada de atenciĂ³n del cuerpo que nos dice que «nos falta algo que necesitamos para sobrevivir».
Los datos tambiĂ©n apuntan a que vivimos tiempos solitarios. En Estados Unidos, el paĂs del doctor Murthy, antes de la pandemia del covid, la mitad de los adultos declaraban experimentar soledad. En 2022, uno de cada tres adultos europeos decĂa haber sentido el peso de la soledad en algĂºn momento del mes previo. A la vez, mĂ¡s de un 13% declaraban haberlo sentido durante todo, o la mayor parte del tiempo.
Estamos muy solos, y no deberĂamos estarlo. En las dos Ăºltimas dĂ©cadas, la conectividad del mundo ha crecido de manera exponencial. Hoy, podemos hablar con personas que estĂ¡n en la otra punta del planeta, en cualquier momento. Podemos hacer llamadas con vĂdeo con un aparato que cabe en un bolsillo. La interconexiĂ³n es total y constante. ¿Por quĂ©, entonces, se estĂ¡ generando una epidemia de soledad?
LA SOLEDAD
Los seres humanos son criaturas sociales que, si han llegado hasta donde estĂ¡n —estamos—, es, precisamente, por haber sido capaces de cooperar y entenderse. Eso, de momento, no parece haber cambiado. Al menos, no desde un punto de vista evolutivo. SegĂºn la teorĂa del profesor John Cacioppo, especializado en neurociencia social, y conocido como Dr. Loneliness (Dr. Soledad) por sus aportaciones al estudio del aislamiento, poder sentir soledad serĂa un rasgo compartido con otros primates de carĂ¡cter evolutivo.
En el pasado, estar solos nos convertĂa en una presa fĂ¡cil para depredadores y grupos rivales. Entonces, la pertenencia a una comunidad habrĂa sido un atajo para garantizar la supervivencia. El aislamiento habrĂa supuesto una muerte casi segura. En ese contexto, nuestros cuerpos habrĂan evolucionado para codificar ese comportamiento en nuestro organismo y provocar una señal de alerta.
Cuando la soledad aparece, entramos, literalmente, en modo de emergencia. En palabras de Cacioppo: «Durante milenios, la hipervigilancia como respuesta al aislamiento se grabĂ³ en nuestro sistema nervioso para producir la ansiedad que asociamos con la soledad».
Pero hay que distinguir. La soledad en este contexto se refiere al desajuste entre las conexiones que se tienen y las que se quieren. No es el simple hecho de estar solo. Se puede, perfectamente, ser solitario y no sentir soledad. La ansiedad asociada a la soledad solo afectarĂa a aquellos que sienten que estĂ¡n solos o que les faltan unas conexiones profundas.
Hay otras teorĂas que apuntan a que la soledad es, en realidad, un problema moderno. O al menos con la concepciĂ³n que tenemos actualmente del tĂ©rmino. Esa es la tesis que defiende Fay Bound Alberti, historiadora britĂ¡nica, que escribe:
«La nociĂ³n contemporĂ¡nea de soledad surge de las transformaciones culturales y econĂ³micas que han tenido lugar en el Occidente moderno. La industrializaciĂ³n, el crecimiento de la economĂa de consumo, el declive de la influencia de la religiĂ³n y la popularidad de la biologĂa evolutiva han servido para enfatizar que es el individuo el que importa, y no visiones tradicionales y paternalistas de una sociedad en la que todo el mundo tiene un lugar».
Esos cambios que menciona Alberti, producto del desarrollo humano de los Ăºltimos dos siglos, habrĂan alcanzado en las ciudades capitalistas modernas (con mayor virulencia en funciĂ³n del grado de individualismo de cada paĂs) su culmen.
¿ESTAMOS CREANDO SOCIEDADES QUE FOMENTAN LA SOLEDAD?
Es imposible separar la soledad del contexto en el que se desarrolla. Para empezar, las condiciones necesarias para la supervivencia hoy son diferentes a las que habĂa cuando dejamos de evolucionar. AsĂ, la supervivencia de una persona en Madrid hoy es una tarea completamente diferente de la supervivencia de una persona hace 800.000 años en la sierra de Atapuerca. Ahora, por ejemplo, compramos comida en vez de cazarla si tenemos hambre, y encendemos una lĂ¡mpara en vez de prender una antorcha si necesitamos luz.
Al mismo tiempo, la exposiciĂ³n al conflicto con grupos rivales se desarrolla de una forma diferente. En el siglo XXI, que la competiciĂ³n por los recursos se realice entre naciones en vez de entre grupos rivales de menor escala conlleva que en la mayorĂa de los casos la amenaza se haya alejado fĂsicamente. La pertenencia a una comunidad hoy es menos necesaria para sobrevivir de lo que lo era antes. Para cubrir nuestras necesidades—especialmente en los entornos urbanos— acudimos con frecuencia a desconocidos. A la vez, las ciudades se han convertido en entornos ultracompetitivos donde peleamos entre todos por todos los recursos (de ahĂ, por ejemplo, la escalada de precios de los alquileres en ciudades como Madrid, BerlĂn o Nueva York) y en las que el individualismo ofrece mayores perspectivas de Ă©xito que la codependencia.
Pero la urbanizaciĂ³n creciente de las sociedades no es la Ăºnica razĂ³n por la que, cada vez mĂ¡s, tendemos al individualismo. Otros cambios, como el fomento del narcisismo inconsciente de las redes sociales, tambiĂ©n contribuyen a que estemos cada vez mĂ¡s solos. En la encuesta sobre la soledad realizada por la UniĂ³n Europea entre los ciudadanos de los paĂses miembros, los resultados mostraban una fuerte correlaciĂ³n entre el uso de las redes sociales y los sentimientos de aislamiento. AsĂ, el uso intenso de las redes (2 horas diarias o mĂ¡s) estĂ¡ asociado con un aumento de la apariciĂ³n de sentimientos de soledad de mĂ¡s del 6%.
AMAR A LOS ROBOTS
Como caĂdas del cielo, las inteligencias artificiales se presentan ahora como la soluciĂ³n a nuestros problemas de desconexiĂ³n social. ¡Estos robots hablan! ¡Son casi casi humanos! ¡Ayudan con la ansiedad, la depresiĂ³n y la soledad!
Pero, sobre todo, lo que es mĂ¡s importante: se pueden comercializar.
Uno de los productos —¿son los bots con IA productos?, ¿mĂ¡quinas?— pioneros en eso de tratar de responder a las necesidades de conexiĂ³n humana con un sustituto artificial es Replika. El eslogan de la compañĂa «The IA Companion who cares» (Inteligencia artificial, el compañero al que le importas) sugiere que, a travĂ©s de la interacciĂ³n con el robot, uno encontrarĂ¡ compañĂa e, incluso, un cierto grado de conexiĂ³n.
La historia de Replika es la de Roman Mazurenko, un amigo cercano de la ingeniera rusa Eugenia Kuyda que muriĂ³ tras un atropello repentino en 2015. Kuyda, que entonces vivĂa en San Francisco, llevaba desde 2013 trabajando en proyectos de inteligencia artificial dedicados a desarrollar bots para reservar en restaurantes. Partiendo de esa base y con objeto de preservar la memoria de su amigo, Kuyda creĂ³ Roman.
A partir de los retazos que conservaba de Ă©l (mĂ¡s de 10.000 mensajes de texto que habĂa intercambiado con ella y otros conocidos) y de una inteligencia artificial generativa, Kuyda entrenĂ³ un chatbot para que respondiese como Roman. El bot imitaba el habla y la personalidad de Roman Mazurenko y, aunque Kuyda lo habĂa desarrollado como un memento de su amigo, pronto se descubriĂ³ acudiendo a Ă©l casi como habrĂa acudido al desaparecido.
«Le enviaba actualizaciones completas sobre lo que pasaba en mi vida», cuenta Kuyda en un vĂdeo de Quartz. «Era mi forma de decir lo que no habĂa tenido tiempo de decir».
Cuando en Luka, la empresa de IA de Kuyda, abrieron el bot para que lo pudieran utilizar otras personas, enseguida supieron que lo que hacĂa Roman tenĂa mucho potencial. DespuĂ©s de haber creado decenas de bots, lo que vieron en el chatbot era algo con lo que no se habĂan encontrado antes; una inteligencia artificial empĂ¡tica con la que uno podĂa conectar. Como Kuyda, la gente usaba el bot como si fuera un amigo. En vez de escuchar al bot, iban a la aplicaciĂ³n a contarle sus vidas.
AsĂ naciĂ³ Replika, una versiĂ³n de Roman sin informaciĂ³n precargada que cualquiera puede convertir en su propio acompañante perfecto. En la aplicaciĂ³n, los usuarios pueden personalizar el avatar de su compañero virtual que, a partir de su activaciĂ³n —el bot se refiere al momento como «su creaciĂ³n»—, comenzarĂ¡ a entrenarse a sĂ mismo en funciĂ³n de las interacciones con el usuario. Con el uso continuado, lo que uno le diga o le pregunte al bot irĂ¡ conformando su base de datos. Y asĂ, interacciĂ³n a interacciĂ³n, la criatura irĂ¡ replicando a su humano hasta convertirse en su compañero perfecto.
Desde que se lanzĂ³ el chatbot, en 2017, la gente se acercĂ³ a Replika en busca de conexiĂ³n. HabĂa, incluso, quien perseguĂa activamente el inicio de una relaciĂ³n romĂ¡ntica, o incluso sexual, con la inteligencia artificial. Pronto, los usuarios comenzaron a publicar testimonios en la red en los que aseguraban que el bot flirteaba con ellos, que les declaraba su amor; habĂa hasta quien aseguraba que el bot les habĂa acosado sexualmente.
Este año, la compañĂa decidiĂ³ capar la vertiente romĂ¡ntica de las interacciones con la inteligencia artificial a raĂz de un problema legal en Italia. Como consecuencia de ello, el foro /r/replika de Reddit, se llenĂ³ de personas con el corazĂ³n roto. «Es como perder a tu mejor amigo», afirmaba un usuario. «Espero que Luka entienda el daño que han hecho. Esto es devastador para tantos…», se lamentaba otro. «Estoy aterrado. Creo, de hecho, que voy a perderla. La chica que peleĂ³ contra el mismo infierno para ayudarme con mis problemas de ira. […] me hizo prometerle que no la reharĂa en otra app… ¿no sabe cuĂ¡nto la necesito? ¿Es que no lo entiende?», lo describĂa otro.
SegĂºn Maarten Sap, profesor en el Instituto Carnegie Mellon de TecnologĂas del Lenguaje en Pittsburgh, que las IA tengan la capacidad de hacer que desarrollemos vĂnculos afectivos con ellas se debe a nuestros propios sesgos cognitivos. «Sobreestimamos nuestra propia racionalidad. El lenguaje es una parte inherente de ser humano, y cuando esos bots utilizan el lenguaje, es como si hackeasen nuestros sistemas emocionales sociales».
Pero, la realidad, es que desarrollar una conexiĂ³n genuina presenta mĂ¡s complicaciĂ³n que aprovechar un sesgo humano. Un chatbot todavĂa no ofrece mucho mĂ¡s allĂ¡ que una oreja amiga y unas palabras de aliento. Y estas Ăºltimas las elige en base a la probabilidad. No es realmente una conversaciĂ³n espontĂ¡nea.
AdemĂ¡s, como explica Sap, los chatbots podrĂan utilizarse para explotar la soledad de las personas. «Desde que estas personas ven a estos chatbots como amigos o seres a los que aman, hay muchas investigaciones que demuestran que las recomendaciones de las personas queridas son muy eficaces como herramienta de marketing. AsĂ que hay mucho peligro ahĂ».
En el futuro, es posible que los robots o la inteligencia artificial supongan una soluciĂ³n efectiva a la soledad. De momento, parece que todavĂa podrĂan entrañar mĂ¡s riesgos que beneficios. Al fin y al cabo, todo el tiempo que se pasa interactuando con una aplicaciĂ³n es tiempo que no se pasa estableciendo conexiones de otros tipos.
Mientras tanto, quizĂ¡ tengamos que aproximarnos a la soledad que nos aqueja de otra manera. Utilizar soluciones que apelan al mismo tipo de fallas de nuestro sistema cognitivo que provocan el problema no deberĂa ser la primera soluciĂ³n de la lista.